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VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS - Mariología.org

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<strong>VIRGEN</strong> <strong>MARÍA</strong>, <strong>MADRE</strong> <strong>DE</strong> <strong>DIOS</strong><br />

La Virgen María, Madre de Dios<br />

He aquí una amplia recopilación de temas marianos.<br />

Constituyen una síntesis magnífica de Juan Pablo II,<br />

Benedicto XVI, San Francisco de Asís y otros teólogos<br />

actuales de la Iglesia.<br />

Son un excelente material para charlas, meditaciones,<br />

foros...<br />

Con cariño mariano, Felipe Santos, SDB<br />

Pamplona- Septiembre-2008<br />

«Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios,<br />

María, que eres Virgen hecha Iglesia y elegida por el<br />

santísimo Padre del cielo, a la cual consagró Él con<br />

su santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo<br />

Paráclito, en la cual estuvo y está toda la plenitud de<br />

la gracia y todo bien» (San Francisco, Saludo a la<br />

B.V. María).<br />

«Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo<br />

ninguna semejante a ti entre las mujeres, hija y<br />

esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial,<br />

Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo,<br />

esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros... ante


tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro» (San<br />

Francisco, Antífona del Oficio de la Pasión).<br />

«Francisco rodeaba de amor indecible a la Madre de<br />

Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor<br />

de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le<br />

multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y<br />

tales como no puede expresar lengua humana» (2<br />

Cel 198). «Francisco amaba con indecible afecto a la<br />

Madre del Señor Jesús, por ser ella la que ha<br />

convertido en hermano nuestro al Señor de la<br />

majestad y por haber nosotros alcanzado<br />

misericordia mediante ella. Después de Cristo,<br />

depositaba principalmente en la misma su confianza;<br />

por eso la constituyó abogada suya y de todos sus<br />

hermanos» (LM 9,3).<br />

«El misterio de la maternidad divina eleva a María<br />

sobre todas las demás criaturas y la coloca en una<br />

relación vital única con la santísima Trinidad. María<br />

lo recibió todo de Dios. Francisco lo comprende muy<br />

claramente. Jamás brota de sus labios una alabanza<br />

de María que no sea al mismo tiempo alabanza de


Dios, uno y trino, que la escogió con preferencia a<br />

toda otra criatura y la colmó de gracia». «Puesto que<br />

la encarnación del Hijo de Dios constituía el<br />

fundamento de toda la vida espiritual de Francisco, y<br />

a lo largo de su vida se esforzó con toda diligencia<br />

en seguir en todo las huellas del Verbo encarnado,<br />

debía mostrar un amor agradecido a la mujer que no<br />

sólo nos trajo a Dios en forma humana, sino que<br />

hizo "hermano nuestro al Señor de la majestad"» (K.<br />

Esser).<br />

«El intenso amor a Cristo-Hombre, tal como lo<br />

practicó San Francisco y como lo dejó en herencia a<br />

su Orden, no podía dejar de alcanzar a María<br />

Santísima. Las razones del corazón católico y de la<br />

caballerosidad de San Francisco lo llevaban al amor<br />

encendido de la Madre de Dios... San Francisco<br />

cultivó con esmero y con toda su intensidad el<br />

servicio a la Virgen Santísima dentro de los moldes<br />

caballerescos y condicionado a su concepto y a su<br />

práctica de la pobreza. Nada más conmovedor y<br />

delicado en la vida de este santo que la fuerte y al


mismo tiempo dulce y suave devoción a la Madre de<br />

Dios» (C. Koser).<br />

.<br />

María y la vida espiritual franciscana<br />

por León Amorós, o.f.m.


Nuestro Seráfico Padre es uno de esos hombres insignes<br />

previstos y predestinados en la mente divina para las grand<br />

gestas de la gloria de Dios, y Asís el lugar preordenado por<br />

Señor para irradiar su acción bienhechora sobre inmensa<br />

muchedumbre de almas.<br />

En fuerza de la asociación inseparable que existe entre Jesuc<br />

y su Santísima Madre por virtud del misterio de la Encarnac<br />

toda acción divina, allí donde obre, ha de ir siempre acompañ<br />

de la cooperación de la Santísima Virgen, que será más o me<br />

manifiesta a nuestros humanos ojos, pero realísima y hondam<br />

radicada en este principio teológico, rector de la presente<br />

economía de la gracia.<br />

La pasmosa vida sobrenatural de Francisco, tan rica en divi<br />

experiencias como favorecida en dones celestiales, que le ha<br />

de constituir el gran cantor de las divinas alabanzas en e<br />

acordado concierto de la creación y aptísimo al par que docilí<br />

instrumento, manejado por manos divinas, para irradiar poder<br />

corrientes de vida sobrenatural, debió tener, y tuvo, según<br />

principio enunciado, una vida mariana abundante y opulen<br />

radicada en lo más íntimo de su espíritu, con sabrosísima<br />

experiencias de la presencia de la Virgen Santísima en su alm


el nacimiento de su obra, de prolongado y profundo apostola<br />

había de tener también como cuna la ciudad de Asís y cabe<br />

santuario de la Santísima Virgen de los Angeles, madre y ma<br />

de aquella pequeña grey, origen y principio de la Orden Será<br />

La Orden Franciscana es, en los planes de Dios, una pieza<br />

excepcional importancia en la contextura de la historia de<br />

Iglesia. Los hechos así lo han demostrado y siguen<br />

demostrándolo. Forzoso era, que, siguiendo la ley natural, tam<br />

estuviera presente la Virgen Santísima en el origen y ulteri<br />

proceso y actividad de esta grande obra.<br />

N. S. Padre, en quien, según venimos diciendo, los divino<br />

carismas con tanta prodigalidad habían de darse cita, debió t<br />

una vida mariana intensa, porque también fue muy subida su<br />

divina interior, y porque era el fundador de una grande obra<br />

irradiación de los dones divinos. Aunque los testimonios de la<br />

mariana del Santo Padre que han llegado a nosotros no son<br />

abundantes, son, sin embargo, muy significativos y elocuente<br />

orden a esta espiritualidad.<br />

Dice San Buenaventura: «Nunca he leído de santo alguno qu<br />

haya profesado especial devoción a la gloriosa Virgen» (1). Y


San Francisco, el Santo Doctor no solamente leyó su vida, s<br />

que fue escritor de sus gestas. Como biógrafo, pues, del Ser<br />

Padre, cuyas fuentes de información fueron los propios<br />

compañeros del Santo Padre, pudo sondear muy bien las<br />

interioridades del espíritu del Pobrecillo, para descubrir allí<br />

principios rectores de toda su esplendorosa vida espiritua<br />

Naturalmente, éstos no podían ser más que Jesús y María<br />

Es principio teológico inconcuso, como luego veremos, que<br />

acción de la Santísima Virgen en el proceso de toda vida cris<br />

a partir del santo Bautismo, y aun antes de él por la vocación<br />

fe, es realísima y honda, como colaboradora que es del mis<br />

principio fontal de donde dimanan todos los dones divinos, qu<br />

Jesucristo. Esta actuación, real en todas las almas, puede ser<br />

o menos consciente en el sujeto que la recibe y,<br />

consiguientemente, con manifestaciones más o menos explíc<br />

en el desarrollo normal de la vida espiritual del cristiano.<br />

Nuestro Santo Padre, predestinado por el Señor para funda<br />

Orden que, con el transcurso del tiempo había de vivir, sent<br />

defender la gran prerrogativa de la Virgen Santísima, su<br />

Concepción Inmaculada, forzoso era que la vida mariana fue


él intensa y plenamente consciente.<br />

Cimabue: La Virgen en majestad (Basílica de Asís)<br />

Nos dice su biógrafo San Buenaventura en la Leyenda Mayor<br />

amor para con la bienaventurada Madre de Cristo, la Purísi<br />

Virgen María, era realmente indecible, pues nacía en su coraz<br />

considerar que Ella había convertido en hermano nuestro al m<br />

Rey y Señor de la gloria, y que por Ella habíamos merecido<br />

divina misericordia» (LM 9,3). Magnífico testimonio de conte<br />

profundamente teológico de la vida mariana del Seráfico Pad


asociación de la Santísima Virgen al misterio de la Encarnac<br />

Redención, y su cooperación como causa meritoria de la mis<br />

Este «amor realmente indecible» del Santo Padre, de que n<br />

habla San Buenaventura, tiene su magnífica y esplendoros<br />

manifestación en el bellísimo Saludo que el Pobrecillo dirige<br />

celestial Reina, el cual se halla en sus opúsculos o escrito<br />

(SalVM).<br />

Si bien la vida cristiana es sustancialmente una, tanto en lo<br />

individuos como en las instituciones, sin embargo su fecund<br />

divina es tal que, sin menoscabo de esta unidad, produce u<br />

variadísima floración de celestiales matices por los cuales no<br />

difícil reconocer en ellos los rasgos peculiares de la fisonom<br />

moral de Jesucristo y, consiguientemente también, de su Ma<br />

que da personalidad sobrenatural al individuo o la institución<br />

se nutre de esta vida.<br />

El rasgo divino que San Francisco reproduce de la fisonomía<br />

Jesús y de su Madre, es la virtud de la pobreza evangélica,<br />

lleva en sí contenidas, como las premisas contienen las<br />

consecuencias, la humildad, la sencillez evangélica, la infan<br />

espiritual, el desapego a todo lo terreno.


Es el propio San Buenaventura quien nos presenta este ma<br />

divino de la vida del Seráfico Padre: «Frecuentemente -dice<br />

ponía a meditar, sin poder contener las lágrimas, en la pobrez<br />

Cristo y de su Madre Santísima, y después de haberla estud<br />

en ellos, aseguraba ser la pobreza la reina de todas las virtu<br />

pues tanto había resplandecido y tanto había sido amada po<br />

Rey de los reyes y por su Madre la Reina de los Cielos» (LM<br />

Lo mismo dicen otras fuentes biográficas: 2 Cel 83, 85, 200;<br />

15; LP 51. Y el propio San Francisco, en la Carta dirigida a to<br />

los fieles, dice: «Este Verbo del Padre..., siendo Él sobreman<br />

rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, esc<br />

en el mundo la pobreza» (2CtaF 4-5; [Jamás habla Francisc<br />

señala el P. Iriarte- de la pobreza de Jesús sin que asocie a e<br />

recuerdo de la pobreza de la Virgen, su Madre: 1 R 9,5; UltVo<br />

Estos caracteres de la vida divina de Francisco no podían me<br />

que pasar a su obra. Así que la Orden por él fundada había<br />

estar asentada sobre la virtud de la pobreza evangélica, y me<br />

su cuna al calor de la Santísima Virgen.<br />

Quiso la divina Providencia que fuera esta pobrísima cuna<br />

iglesita dedicada a Santa María de los Angeles.


Que el Seráfico Padre tuviera perfecto conocimiento de la ac<br />

poderosa y decisiva de la Santísima Virgen en los principios<br />

Orden Franciscana, lo atestigua San Buenaventura: «Francis<br />

dice-, pastor amantísimo de aquella pequeña grey, siguiendo<br />

impulsos de la divina gracia, condujo a sus doce hermanos<br />

Santa María de la Porciúncula; siendo su fin al obrar de es<br />

modo, el que así como en aquel lugar y por los méritos de<br />

bienaventurada Virgen María había tenido principio la Orden d<br />

Frailes Menores, así también allí mismo recibiese, con los au<br />

de la bendita Madre de Dios, sus primeros progresos y aume<br />

en la virtud» (LM 4,5). Lo mismo refieren otras fuentes biográ<br />

1 Cel 21-23 y 106; 2 Cel 18-19; EP 83.<br />

Profundamente radicadas ya en la devoción dulcísima de<br />

Santísima Virgen la vida sobrenatural de Francisco y la de<br />

doce primeros discípulos suyos, fundamentos sobre los que h<br />

de sentarse la gran obra que él fundara, la Orden Seráfica log<br />

ya desde su origen la plena conciencia del espíritu vital mari<br />

que habría de ser su principio rector con el transcurso del tiem<br />

Quedaba, pues, plenamente vinculada la Orden Franciscana<br />

acción vivificadora de la Santísima Virgen. Como consecuen<br />

lógica de este estado de cosas, y como coronamiento de e


obra, procedía ahora una declaración del Santo Fundado<br />

poniendo la Orden bajo el amparo y plena tutela de María<br />

Santísima, dedicándola a su gloria; o sea, hablando en térm<br />

modernos, consagrando la Orden a la Santísima Virgen Ma<br />

Que el Santo Padre cerrara su obra con este broche de oro n<br />

dice el Seráfico Doctor con estas lacónicas palabras: «En Ma<br />

después de Cristo, tenía Francisco puesta toda su confianza<br />

lo cual la constituyó abogada suya y de sus religiosos, y a ho<br />

suyo ayunaba devotamente desde la fiesta de los Apóstoles<br />

Pedro y San Pablo hasta el día de la Asunción» (LM 9,3)<br />

Y si queremos ahondar más en el conocimiento de la influen<br />

poderosa de la oración de Francisco en el Corazón materna<br />

María, no sólo en favor de sus religiosos, sino también de to<br />

los fieles, cuya salud espiritual tanto conmovía el celo por l<br />

almas del Seráfico Padre, recordemos la tierna y conmoved<br />

escena del origen de la Indulgencia de la Porciúncula, en cu<br />

capilla se instituye el primer Jubileo Mariano en la historia d<br />

Iglesia, por el cual queda convertida esta bendita capilla e<br />

potentísimo centro de irradiación de toda suerte de dones<br />

celestiales que, dimanando de Jesús y pasando todos ellos<br />

María, han santificado y siguen santificando a tantas alma


Espiritualidad mariana de San Buenaventura<br />

Suele decirse de San Buenaventura que es el segundo fund<br />

de la Orden Seráfica. Título ciertamente bien merecido, porq<br />

fue quien dio cuerpo y figura a la herencia que recibiera de<br />

antecesores, indecisa y vacilante después de la muerte de<br />

Seráfico Padre, en su constitución jurídica y en su orientac<br />

doctrinal. Fue la mano certera del Doctor Seráfico la que su<br />

plasmar y dar estabilidad a esta persona moral que es la Or<br />

Franciscana.<br />

Pero también el Santo Doctor, el príncipe de los místicos, com<br />

llama León XIII, había de actuar dando nuevo impulso y ener<br />

la orientación espiritual que la Orden recibiera de su Sant<br />

Fundador.<br />

Ciñéndonos a lo que nos atañe, el espíritu vital mariano, infun<br />

por el Seráfico Patriarca en la Orden, debía actuar como sa<br />

vivificadora en los escritos espirituales de San Buenaventura<br />

con el transcurso del tiempo habían de ser el aliento que hab<br />

nutrir la vida divina de nuestros Santos.<br />

Que el Santo Doctor haya dado a sus escritos una influencia e<br />

y decisiva de la acción de la Virgen Santísima en el proces


desarrollo de la vida divina en las almas, es cosa clara. Estab<br />

primeramente el Santo Doctor la ley general, profundamen<br />

teológica, que rige en la actual economía de la gracia, el orde<br />

que ésta se difunde a partir del principio fontal de ella, siguie<br />

esa misteriosa cadena cuyo último eslabón es la Virgen beatí<br />

por cuyas manos necesariamente ha de pasar todo bien cele<br />

en las almas. Dice el Santo Doctor: «La bienaventurada Virge<br />

llamada fuente por la manera como se originan los bienes. E<br />

se originan principalmente de Dios, luego por Cristo, derivánd<br />

después a la bienaventurada Virgen, por cuya razón es llam<br />

fuente, y, por último, a cualquier otra persona a quien se com<br />

algún bien» (2).<br />

Para San Buenaventura es tal la conexión interna entre la v<br />

sobrenatural y la Santísima Virgen, que aquélla necesita co<br />

condición indispensable de su desarrollo estar hondamen<br />

radicada en la Virgen benditísima. «La Virgen Madre -dice el S<br />

Doctor- santifica a los que echan raíces en ella por el amo<br />

devoción, alcanzándoles de su Hijo la santidad»; y precisame<br />

raíz de este pasaje es cuando advierte San Buenaventura qu<br />

conoce santidad alguna sin la Virgen: «Nunca he leído -dice<br />

santo alguno que no haya profesado especial devoción a


gloriosa Virgen» (3).<br />

Siendo Jesucristo acabado ejemplar y dechado perfecto de t<br />

santidad, a Él debe tender todo anhelo y esfuerzo de santifica<br />

en las almas. Precisa, pues, caminar hacia Jesús. La Virge<br />

Santísima es el camino que a Él nos conduce y por eso sue<br />

decirse: Ad Jesum per Mariam, a Jesús por María.<br />

Esta función de conductora de las almas a Jesús, por la cu<br />

quedan éstas indisolublemente vinculadas a la Santísima Vir<br />

no escapa a San Buenaventura: «... incurriendo en la hipocr<br />

de Herodes -dice-, se desvía de la dirección de la Virgen, rad<br />

estrella, cuyo oficio es conducir a Cristo» (4).<br />

Es clásica la división de la vida espiritual en las tres etapas d<br />

purgativa, iluminativa y unitiva o perfecta. Para llegar a la m<br />

posible en este mundo, de la perfección cristiana, es forzoso<br />

el alma pase por estas tres penosas y dolorosas fases, dond<br />

acción potente de la gracia paulatinamente va sobrenaturaliz<br />

el alma en sus más hondas aficiones. Según el principio gen<br />

de la cooperación directa e inmediata de la Virgen Santísima<br />

esta obra de la santificación de las almas, es igualmente forzo<br />

ineludible que la Santísima Virgen tenga colaboración juntam


con Jesús en estos procesos de la vida divina en las alma<br />

San Buenaventura, maestro indiscutible en los caminos de la<br />

espiritual, describe admirablemente la naturaleza y modos<br />

estos tres estados de que acabamos de hablar. No escapa a<br />

perspicacia, como teólogo insigne, esta acción directa e inme<br />

de la Santísima Virgen en estos tres estados de la vida de<br />

espíritu. Con harta frecuencia encontramos esta idea en su<br />

escritos, que llega a constituir como un principio rector de s<br />

tratados espirituales. «Ella, en efecto -dice-, es purificador<br />

iluminadora y perfectiva... Es la estrella del mar que purific<br />

ilumina y perfecciona a los que navegan por el mar de est<br />

mundo» (5). Y en otra parte, aún con mayor firmeza, insiste s<br />

el mismo punto: «Porque eres estrella del mar, ruega por nos<br />

para que seamos iluminados; porque eres mar amargo, exen<br />

podredumbre, ruega por nosotros para que seamos purificad<br />

porque eres Señora, ruega por nosotros, desprovistos de<br />

perfección, para que seamos perfeccionados. Necesitamos e<br />

tres cosas para que la palabra divina sea eficaz en nosotros<br />

que ella se dirige a iluminar nuestro entendimiento, a purific<br />

nuestro afecto y perfeccionar nuestras obras. Y no podem<br />

conseguir esto sin la intervención de la Virgen» (6).


Según el principio teológico que venimos enunciando, la Vir<br />

Santísima coopera de una manera directa e inmediata a l<br />

aplicación de la gracia a las almas, o sea a la redención subje<br />

Pero ésta tiene su modo ordinario y normal de obrar por med<br />

los Sacramentos, canales auténticos por donde fluye la gra<br />

fruto legítimo de los méritos ganados en el Calvario por el gr<br />

redentor, Jesús y María. Pero cada Sacramento lleva consig<br />

propia gracia, la gracia sacramental, la vis sacramenti, fuen<br />

raíz de toda vida cristiana.<br />

Es lógico que el Santo Doctor lleve las premisas, en lo que va<br />

diciendo, hasta las últimas consecuencias al fijar su atención<br />

acción de la Santísima Virgen en este proceso profundamente<br />

de la actuación de los sacramentos en las almas. Sírvanos c<br />

ejemplo este bellísimo pasaje donde presenta a la Virgen en<br />

actuación en la gracia sacramental o virtud del sacramento d<br />

Eucaristía. «Sin su patrocinio -dice- no se comunica la virtud<br />

este Sacramento. Y por eso, así como por medio de Ella se<br />

dio este santísimo Cuerpo, así también se ha de ofrecer por<br />

manos y recibir de sus manos, bajo las especies sacramental<br />

que nació de su virginal seno y fue donado a nosotros» (7<br />

Pasa por su pluma la acción de la Virgen en su cooperación


las almas en cada una de las virtudes. Como maestro de<br />

espiritualidad franciscana, centra su atención en la acción d<br />

Virgen Santísima en las grandes virtudes franciscanas: la pob<br />

la sencillez evangélica, la caridad en su doble orientación, div<br />

humana. Más aún, lo que constituye la esencia del estado<br />

religioso, los tres votos, tiene su consistencia gracias a la ay<br />

de María. «Los tres votos -dice- conducen al hombre al desier<br />

la Religión, como por un camino de tres días, a saber: de<br />

continencia, pobreza y obediencia, gracias a la ayuda de la V<br />

María, que fue pobrísima, humildísima y castísima. Ella va de<br />

y prepara el camino hasta introducir en la tierra de promisió<br />

con el auxilio de la Virgen se hace fácil lo que antes parecía d<br />

(8).<br />

Y como remate de toda esta síntesis del pensamiento de S<br />

Buenaventura acerca de la acción de la Virgen Santísima e<br />

vida sobrenatural de las almas, todavía nos queda por decir lo<br />

la Santísima Virgen obra en el momento de coronar la vid<br />

cristiana con el logro de la gloria, a cuyo trance no debe an<br />

ajena su actuación. «Llegaron al sepulcro salido ya el sol (M<br />

16,2). Por la llegada al sepulcro -dice- se significa la consuma<br />

final de los méritos, en la cual la bienaventurada Virgen s


manifiesta perfectamente ayudando a los Santos para que en<br />

en la gloria» (9).<br />

La vida espiritual mariana en nuestros santos<br />

En el orden intelectual hay en la Orden Franciscana una<br />

orientación doctrinal filosófico-teológica que, partiendo de l<br />

experiencias místicas de la gran virtud de la caridad y amor d<br />

del Seráfico Padre en sus celestiales transportes, sigue un<br />

dirección homogénea, cristalizando en argumentos teológico<br />

través de los grandes maestros de nuestra Seráfica Orden<br />

constituyendo ese fondo doctrinal que se conoce en la Histor<br />

la Filosofía con el nombre de la Escuela Franciscana. Seg<br />

vamos viendo, en este cuerpo de doctrina ocupa un luga<br />

eminente la mariología franciscana, que toma su origen en<br />

Seráfico Padre, adquiere cuerpo doctrinal en San Buenaventu<br />

queda finalmente como personificada por sus inmediatos<br />

antecesores, y continuada y defendida por todos sus suceso<br />

hasta culminar en la esplendorosa definición dogmática de Pí<br />

Y así como la santidad de los alumnos que pertenecen a u<br />

Orden religiosa toma, en no pequeñas dosis, las modalidade<br />

contenido doctrinal que caracteriza a esta Orden, nuestra ser


Religión eminentemente mariana desde su origen, debía de<br />

esta impronta en la vida espiritual de nuestros Santos. Su<br />

orientación, francamente mariana, lógicamente debía llegar a<br />

resultado, ya que los escritos de nuestros maestros eran e<br />

alimento espiritual de que se nutrían nuestros religiosos.<br />

Si, al decir de San Buenaventura, no hay santo alguno cuy<br />

espíritu no esté orientado a la Santísima Virgen, en una Ord<br />

eminentemente mariana como la nuestra, el espíritu de sus S<br />

debe manifestar siempre estos caracteres inconfundibles de<br />

mariana en su santidad. Toda nuestra numerosa y variad<br />

hagiografía rezuma de esta suavísima devoción a María. Por<br />

sólo algunos ejemplos, baste indicar a San Juan José de la C<br />

cuya vida interior está toda ella radicada en la entrega a l<br />

Santísima Virgen, y para todos los asuntos que se le confían<br />

Ella su consejera en quien deposita toda su confianza, expira<br />

en su regazo.<br />

Santa Coleta de Corbeya, cuya familiaridad con la Virgen e<br />

pasmosa. A ella confía su Reforma de religiosas y religiosos,<br />

intercesión especial de la Virgen, en su misterio de la Concep<br />

Inmaculada, le asegura el feliz logro de su Reforma.


Santa Catalina de Bolonia, cuyo nacimiento es preanunciado<br />

la Santísima Virgen. Como reflejo de la intensidad de la vid<br />

mariana de esta alma, son muchas las manifestaciones de<br />

admirable trato con la Virgen Santísima.<br />

B. Juan Righi de Fabriano, que pasaba largas horas en profu<br />

meditación a los pies de la Virgen, entendiéndose a maravil<br />

fundiéndose los dos corazones de Madre e hijo.<br />

San Salvador de Horta, en cuyo espíritu caló tan hondo la v<br />

mariana, que de él se ha podido escribir: los numerosos y son<br />

milagros obrados por él no eran ni más ni menos que el fruto<br />

oración y filial confianza en la Santísima Virgen.<br />

Y modernamente tenemos a la M. María de los Angeles Sor<br />

cuya vida admirable y rica en experiencias místicas, la pode<br />

definir como fruto legítimo de una profunda y consciente acc<br />

recíproca de esta alma y la Virgen Santísima, cuyas maravill<br />

manifestaciones de vida mariana forman la contextura<br />

sobrenatural de esta dichosa alma.<br />

La piadosa devoción de la Esclavitud Mariana, propagada po<br />

Luis María Griñón de Montfort, tiene su origen en nuestra Or<br />

como brote natural de esa pujanza de vida mariana que siem


ha animado al gran árbol franciscano. Nacida en el convento<br />

Santa Ursula de los Concepcionistas de Alcalá de Henares,<br />

1575, se constituyó en cofradía en 1595, con la aprobación d<br />

Constituciones, con la exposición de la idea esclavista, por e<br />

Pedro de Mendoza, Comisario General de los Franciscanos<br />

España, en 1608, y aparición de la interesante obra Exhortac<br />

la devoción de la Virgen Madre de Dios, del P. Melchor de Ce<br />

O. F. M., en 1618. Este escrito, inspirado todo él en la mariol<br />

de San Buenaventura, a quien llama el P. Cetina «gran devo<br />

Capellán de la Virgen Madre de Dios», es notable principalm<br />

por la exposición que hace de todo cuanto se refiere a la teol<br />

de la Esclavitud Mariana.<br />

¡Cuántos Esclavos de la Virgen Santísima ha habido desde e<br />

fechas, y cuántos han vivido como Esclavos antes de estas fe<br />

en la Orden Franciscana!; porque, si bien antes de este tiemp<br />

se conocía este nombre, existía, sin embargo, todo un siste<br />

esclavista de espiritualidad mariana, tanto en la vida de<br />

innumerables religiosos y religiosas que la vivían intensamen<br />

la evolución de todos los procesos de su espíritu, como en<br />

escritos mariológicos de nuestros tratadistas, sobre todo S<br />

Buenaventura, de cuyos escritos extrae el P. Cetina todas


ideas fundamentales de su teología esclavista mariana.<br />

La espiritualidad mariana en la dirección de las almas<br />

Antes de indicar las normas de la dirección espiritual de las a<br />

en función de la espiritualidad mariana, es conveniente qu<br />

digamos algo de los fundamentos donde estriba la acción d<br />

Santísima Virgen como formadora de la santidad de las alm<br />

Cosa conocida es que el fundamento y raíz de donde diman<br />

todos los privilegios de la Santísima Virgen es su asociación<br />

misterio de la Encarnación por su maternidad divina. Quiso<br />

Señor que esta asociación fuera tan honda y estrecha, que<br />

Madre siguiera en todo, juntamente con el Hijo, las gestas de<br />

gran Misterio con todas las consecuencias que de él se deriv<br />

Según esto, el Hijo y la Madre integran en la obra de la creac<br />

grupo glorificador de Dios en nombre de la misma y, después<br />

pecado, el grupo restaurador de la gloria de Dios por la reden<br />

de las almas.<br />

Ciñéndonos ahora a este segundo momento de la obra de D<br />

que es la Redención, Jesucristo nos recupera este atuendo d<br />

que es la vestidura de la gracia, con el precio y méritos de


sangre derramada en el sacrificio de la cruz. Asociada estuv<br />

este momento de la adquisición de las gracias su Santísim<br />

Madre, no solamente con su cooperación mediata e indirecta<br />

lo que Ella aportó a este gran misterio con su consentimiento<br />

Maternidad y a la Redención, sino también de una maner<br />

inmediata y directa con su propia compasión y méritos prop<br />

que, juntamente con los de su Hijo, pesaban real y<br />

verdaderamente en la balanza divina como precio, que en ple<br />

de justicia, se ofrecía a Dios por nuestro rescate.<br />

Ciertamente, esta aportación de la Virgen no era necesaria<br />

igualmente principal con la de su Hijo, sino de libre voluntad<br />

Señor que así le plugo, y secundaria y subordinada a la de su<br />

pero real, directa, efectiva e inmediata. Si Jesucristo es Rede<br />

puede decirse con plenitud de justicia, que la Santísima Virge<br />

redentora con Él. Es ésta legítima consecuencia de todo cua<br />

venimos diciendo. Es, pues, muy acertado y verdadero el títu<br />

Corredentora con que la Teología Católica saluda a la<br />

bienaventurada Virgen María.<br />

La Redención tiene una segunda parte: la aplicación de los fr<br />

de la misma a las almas. Si la primera, que hemos consider<br />

ahora, se llama objetiva en atención al logro del objeto que en


se persigue, esta segunda se llama subjetiva en consideraci<br />

los sujetos o individuos a quienes se aplican los frutos de<br />

primera. Sin la segunda, la primera no nos sería de ningú<br />

provecho.<br />

En este segundo momento de la Redención, siguen obran<br />

Jesús y María con la misma unión, íntima y apretada, que e<br />

primera. Como propietarios y dueños que son de las gracias<br />

adquirieron con sus penalidades y méritos mancomunados e<br />

Redención objetiva, son Ellos los que los han de distribuir y a<br />

ahora en las almas, cuya acción conjunta en este orden de<br />

extenderse en el tiempo, en el espacio y a todas las almas y c<br />

mismo orden de subordinación de que hemos hablado ante<br />

La Santísima Virgen, pues, como mediadora universal, obra<br />

una manera directa e indirecta en la aplicación de cada una d<br />

gracias a cada una de las almas en todas las fases del proc<br />

espiritual en que puedan encontrarse éstas. Según los princi<br />

que hemos enunciado, estas gracias, por voluntad libérrima<br />

Señor, no tienen otro camino para llegar y obrar en las almas<br />

por la Virgen Santísima en su colaboración subordinada a Je<br />

ya sea por medio de los Sacramentos, canales auténticos de<br />

frutos de la redención, ya sea por los otros innumerables mo


extrasacramentales con que la gracia se difunde en las alma<br />

santidad, en todas las formas y etapas en que se le consider<br />

es más que el fruto de la operación de las gracias por Jesú<br />

María con la cooperación libre de la voluntad humana, espole<br />

también por la misma gracia divina.<br />

Limitándonos ahora a lo que venimos tratando en orden a<br />

Santísima Virgen, ésta es por voluntad del Señor un factor<br />

primer plano en la santificación de las almas, desde el prim<br />

momento de la vocación a la fe hasta el término de ella por<br />

entrada en la gloria. Que nosotros tengamos conciencia de e<br />

que no la tengamos, la acción de la Santísima Virgen en nue<br />

almas es siempre honda, directa e inmediata. No olvidemos, p<br />

según esto, que, cuanto más intensa y conscientemente<br />

centremos nuestra atención en esta actuación santificadora d<br />

Santísima Virgen en nuestro ser sobrenatural con una devoc<br />

sentida y vivida, más y mejor dispondremos nuestro espíritu<br />

que esta presencia misteriosa de la Virgen en nuestra alma<br />

más eficaz y rápida en sus efectos de santificación.<br />

Conocemos en las vidas de los santos, en qué manera y<br />

frecuencia les ha dado el Señor a conocer y saborear los div<br />

efectos de su presencia en ellos; hechos conocidos y catalog


por la teología mística.<br />

La presencia íntima y admirable de la Santísima Virgen en<br />

almas tiene también sus maravillosas y sabrosísimas experien<br />

hechos todavía no suficientemente estudiados y catalogados<br />

no estar explorada esta parte de la teología mariana con e<br />

cuidado y detención que sería de desear. Encontramos en<br />

hagiografía cristiana relaciones de la presencia mariana en<br />

almas que serían capaces de desconcertar a más de un teó<br />

poco avisado. Basta leer, por ejemplo, ciertos pasajes de Mar<br />

los Angeles Sorazu, o bien de María Antonieta Geuser<br />

(Consummata), por no citar otras. Es de advertir que estas a<br />

siempre distinguen la diferencia de matiz de naturaleza y<br />

profundidad de acción de Jesús y María en lo más hondo de<br />

ser sobrenatural. Pero conocer, experimentar y saborear la a<br />

de ambos en nosotros, es cosa que va necesariamente<br />

encuadrada en la vida sobrenatural de las almas. Nuestra<br />

relaciones con el Señor están bien grabadas en nuestro s<br />

consciente. Nuestras relaciones con la Santísima Virgen de<br />

estarlo más. La floración de cristianas virtudes que brotan d<br />

acción de estos dos principios en nosotros está condicionad<br />

nuestra aprehensión espiritual de los mismos, ciertamente y


primer término por fe, bien instruida y vivida en nosotros.<br />

Siendo, pues, fundamentalísima para el normal desarrollo d<br />

vida cristiana la devoción consciente y bien definida de la Vir<br />

Santísima, como única norma y dirección espiritual de vid<br />

mariana para las almas, yo daría ésta: el director espiritual d<br />

instruir a las almas que él dirige, en lo referente a la función d<br />

Santísima Virgen en la obra de nuestra santificación. Deb<br />

despertar en ellas un estado de consciencia habitual de es<br />

maravillosa acción continua e inmediata de la Virgen en nue<br />

proceso sobrenatural. Tratará de formar en el alma un<br />

convencimiento tal de esta transfusión de vida mariana a<br />

nuestra, que la ponga en tensión continua hacia tan buena M<br />

No cabe duda que esto creará en el alma un estado habitua<br />

docilidad a las mociones de la gracia, que se manifestará pro<br />

en la abundante copia de virtudes cristianas que la conduc<br />

hasta las etapas más subidas de la perfección.<br />

Por su parte, debe el alma corresponder con un acendrado a<br />

filial operativo y eficaz como tributo obligado al singular afecto<br />

tan buena Madre le dispensa; una devoción suavísima,<br />

plenamente consciente y operante, que pueda en todas la<br />

vicisitudes de su existencia cobijarse siempre al amparo


protección de Ella, conductora obligada de nuestras almas<br />

Jesús.<br />

1) Obras de San Buenaventura, «De Purificatione B. M. Virgi<br />

Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1947, Tomo IV, p. 6<br />

2) «De Assumptione B. M. Virginis», BAC, IV, 881.<br />

3) «De Purificatione B. M. Virginis», BAC, IV, 663.<br />

4) Obras de San Buenaventura, «In Epiphania Domini», Mad<br />

BAC, 1946, Tomo II, p. 405.<br />

5) «De Purificatione B. M. Virginis», BAC, IV, 639.<br />

6) «De Purificatione B. M. Virginis», BAC, IV, 657-659.<br />

7) «De Sanctissimo Corpore Christi», BAC, II, 517.<br />

8) «De Nativitate B. M. V.», BAC, IV, 947.<br />

9) «De Nativitate B. M. V.», BAC, IV, 927.<br />

S. S. Benedicto XVI<br />

ENSEÑANZAS SOBRE LA <strong>VIRGEN</strong> <strong>MARÍA</strong> (I)


.<br />

LA VISITACIÓN, PRIMERA «PROCESIÓN EUCARÍSTICA<br />

(En los jardines vaticanos, 31-V-2005)<br />

Queridos amigos, habéis subido hasta la Gruta de Lourde<br />

rezando el santo rosario, como respondiendo a la invitación d<br />

Virgen a elevar el corazón al cielo. La Virgen nos acompaña<br />

día en nuestra oración. En el Año especial de la Eucaristía,<br />

estamos viviendo, María nos ayuda sobre todo a descubrir c<br />

vez más el gran sacramento de la Eucaristía. El amado Papa<br />

Pablo II, en su última encíclica, Ecclesia de Eucharistia, nos


presentó como «mujer eucarística» en toda su vida (cf. n. 5<br />

«Mujer eucarística» en profundidad, desde su actitud interi<br />

desde la Anunciación, cuando se ofreció a sí misma para<br />

encarnación del Verbo de Dios, hasta la cruz y la resurrecci<br />

«mujer eucarística» en el tiempo después de Pentecostés, cu<br />

recibió en el Sacramento el Cuerpo que había concebido y lle<br />

en su seno.<br />

En particular hoy, con la liturgia, nos detenemos a meditar e<br />

misterio de la Visitación de la Virgen a santa Isabel. María<br />

llevando en su seno a Jesús recién concebido, va a casa de<br />

anciana prima Isabel, a la que todos consideraban estéril y qu<br />

cambio, había llegado al sexto mes de una gestación donada<br />

Dios (cf. Lc 1,36). Es una muchacha joven, pero no tiene mie<br />

porque Dios está con ella, dentro de ella. En cierto modo, pod<br />

decir que su viaje fue -queremos recalcarlo en este Año de<br />

Eucaristía- la primera «procesión eucarística» de la historia. M<br />

sagrario vivo del Dios encarnado, es el Arca de la alianza, e<br />

que el Señor visitó y redimió a su pueblo. La presencia de Jes<br />

colma del Espíritu Santo. Cuando entra en la casa de Isabel<br />

saludo rebosa de gracia: Juan salta de alegría en el seno de<br />

madre, como percibiendo la llegada de Aquel a quien un d


deberá anunciar a Israel. Exultan los hijos, exultan las madr<br />

Este encuentro, impregnado de la alegría del Espíritu, encue<br />

su expresión en el cántico del Magníficat.<br />

¿No es esta también la alegría de la Iglesia, que acoge sin ce<br />

Cristo en la santa Eucaristía y lo lleva al mundo con el testim<br />

de la caridad activa, llena de fe y de esperanza? Sí, acoge<br />

Jesús y llevarlo a los demás es la verdadera alegría del cristi<br />

Queridos hermanos y hermanas, sigamos e imitemos a María<br />

alma profundamente eucarística, y toda nuestra vida podr<br />

transformarse en un Magníficat (cf. Ecclesia de Eucharistia, 5<br />

una alabanza de Dios. En esta noche, al final del mes de ma<br />

pidamos juntos esta gracia a la Virgen santísima. Imparto a t<br />

mi bendición.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

LA ASUNCIÓN <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

(Ángelus del 15-VIII-05)<br />

En esta solemnidad de la Asunción de la Virgen contemplam<br />

3-V


misterio del tránsito de María de este mundo al Paraíso: podrí<br />

decir que celebramos su «pascua». Como Cristo resucitó de<br />

los muertos con su cuerpo glorioso y subió al cielo, así tambi<br />

Virgen santísima, a él asociada plenamente, fue elevada a la<br />

celestial con toda su persona. También en esto la Madre sig<br />

más de cerca a su Hijo y nos precedió a todos nosotros. Jun<br />

Jesús, nuevo Adán, que es la «primicia» de los resucitados (<br />

Co 15,20.23), la Virgen, nueva Eva, aparece como «figura<br />

primicia de la Iglesia» (Prefacio), «señal de esperanza cierta»<br />

todos los cristianos en la peregrinación terrena (cf. Lumen gen<br />

68).<br />

La fiesta de la Asunción de la Virgen María, tan arraigada e<br />

tradición popular, constituye para todos los creyentes una oca<br />

propicia para meditar sobre el sentido verdadero y sobre el v<br />

de la existencia humana en la perspectiva de la eternidad<br />

Queridos hermanos y hermanas, el cielo es nuestra morad<br />

definitiva. Desde allí María, con su ejemplo, nos anima a acep<br />

voluntad de Dios, a no dejarnos seducir por las sugestiones fa<br />

de todo lo que es efímero y pasajero, a no ceder ante las<br />

tentaciones del egoísmo y del mal que apagan en el corazó<br />

alegría de la vida.


[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

LA ASUNCIÓN <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

(Homilía del 15-VIII-05)<br />

19-V<br />

La fiesta de la Asunción es un día<br />

alegría. Dios ha vencido. El amor h<br />

vencido. Ha vencido la vida. Se ha pu<br />

de manifiesto que el amor es más fu<br />

que la muerte, que Dios tiene la verda<br />

fuerza, y su fuerza es bondad y am<br />

María fue elevada al cielo en cuerp<br />

alma: en Dios también hay lugar par<br />

cuerpo. El cielo ya no es para nosotro<br />

esfera muy lejana y desconocida. E<br />

cielo tenemos una madre. Y la Madr<br />

Dios, la Madre del Hijo de Dios, es nuestra madre. Él mismo lo<br />

La hizo madre nuestra cuando dijo al discípulo y a todos noso<br />

«He aquí a tu madre». En el cielo tenemos una madre. El c<br />

está abierto; el cielo tiene un corazón.


En el evangelio de hoy hemos escuchado el Magníficat, esta<br />

poesía que brotó de los labios, o mejor, del corazón de Mar<br />

inspirada por el Espíritu Santo. En este canto maravilloso se r<br />

toda el alma, toda la personalidad de María. Podemos decir<br />

este canto es un retrato, un verdadero icono de María, en el<br />

podemos verla tal cual es.<br />

Quisiera destacar sólo dos puntos de este gran canto. Comie<br />

con la palabra Magníficat: mi alma «engrandece» al Señor,<br />

decir, proclama que el Señor es grande. María desea que Dio<br />

grande en el mundo, que sea grande en su vida, que esté pre<br />

en todos nosotros. No tiene miedo de que Dios sea un<br />

«competidor» en nuestra vida, de que con su grandeza pue<br />

quitarnos algo de nuestra libertad, de nuestro espacio vital.<br />

sabe que, si Dios es grande, también nosotros somos grande<br />

oprime nuestra vida, sino que la eleva y la hace grande:<br />

precisamente entonces se hace grande con el esplendor de D<br />

El hecho de que nuestros primeros padres pensaran lo contr<br />

fue el núcleo del pecado original. Temían que, si Dios era<br />

demasiado grande, quitara algo a su vida. Pensaban que de<br />

apartar a Dios a fin de tener espacio para ellos mismos. Esta<br />

sido también la gran tentación de la época moderna, de los úl


tres o cuatro siglos. Cada vez más se ha pensado y dicho: «<br />

Dios no nos deja libertad, nos limita el espacio de nuestra vid<br />

todos sus mandamientos. Por tanto, Dios debe desaparece<br />

queremos ser autónomos, independientes. Sin este Dios nos<br />

seremos dioses, y haremos lo que nos plazca».<br />

Este era también el pensamiento del hijo pródigo, el cual n<br />

entendió que, precisamente por el hecho de estar en la casa<br />

padre, era «libre». Se marchó a un país lejano, donde malgas<br />

vida. Al final comprendió que, en vez de ser libre, se había he<br />

esclavo, precisamente por haberse alejado de su padre;<br />

comprendió que sólo volviendo a la casa de su padre podría<br />

libre de verdad, con toda la belleza de la vida.<br />

Lo mismo sucede en la época moderna. Antes se pensaba y<br />

creía que, apartando a Dios y siendo nosotros autónomos<br />

siguiendo nuestras ideas, nuestra voluntad, llegaríamos a s<br />

realmente libres, para poder hacer lo que nos apetezca sin te<br />

que obedecer a nadie. Pero cuando Dios desaparece, el hom<br />

no llega a ser más grande; al contrario, pierde la dignidad div<br />

pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final se convierte<br />

en el producto de una evolución ciega, del que se puede us<br />

abusar. Eso es precisamente lo que ha confirmado la experie


de nuestra época.<br />

El hombre es grande, sólo si Dios es grande. Con María debe<br />

comenzar a comprender que es así. No debemos alejarnos<br />

Dios, sino hacer que Dios esté presente, hacer que Dios s<br />

grande en nuestra vida; así también nosotros seremos divin<br />

tendremos todo el esplendor de la dignidad divina.<br />

Apliquemos esto a nuestra vida. Es importante que Dios se<br />

grande entre nosotros, en la vida pública y en la vida privada.<br />

vida pública, es importante que Dios esté presente, por ejem<br />

mediante la cruz en los edificios públicos; que Dios esté pres<br />

en nuestra vida común, porque sólo si Dios está presente ten<br />

una orientación, un camino común; de lo contrario, los contra<br />

se hacen inconciliables, pues ya no se reconoce la dignida<br />

común. Engrandezcamos a Dios en la vida pública y en la v<br />

privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada día en nue<br />

vida, comenzando desde la mañana con la oración y luego d<br />

tiempo a Dios, dando el domingo a Dios. No perdemos nues<br />

tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nues<br />

tiempo, todo el tiempo se hace más grande, más amplio, más<br />

Una segunda reflexión. Esta poesía de María -el Magníficat


totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un «tej<br />

hecho completamente con «hilos» del Antiguo Testamento, h<br />

de palabra de Dios. Se puede ver que María, por decirlo así,<br />

sentía como en su casa» en la palabra de Dios, vivía de la pa<br />

de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efect<br />

hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios<br />

pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras<br />

las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por<br />

era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bond<br />

María vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la pa<br />

de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tan<br />

familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz int<br />

de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien h<br />

con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para toda<br />

cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiem<br />

bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de D<br />

que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.<br />

Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos inv<br />

conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir<br />

la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podem<br />

hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escrit


sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del a<br />

santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo<br />

a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.<br />

Pero pienso también en el Compendio del Catecismo de la Ig<br />

católica, que hemos publicado recientemente, en el que la pa<br />

de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nue<br />

vida, nos ayuda a entrar en el gran «templo» de la palabra de<br />

a aprender a amarla y a impregnarnos, como María, de es<br />

palabra. Así la vida resulta luminosa y tenemos el criterio p<br />

juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo.<br />

María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con<br />

es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada d<br />

nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en D<br />

está muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en<br />

tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar<br />

Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está «dentro<br />

todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios. Al e<br />

en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotr<br />

conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oracion<br />

puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada<br />

«madre» -así lo dijo el Señor-, a la que podemos dirigirnos en


momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca d<br />

nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hij<br />

su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en ma<br />

de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de noso<br />

En este día de fiesta demos gracias al Señor por el don de e<br />

Madre y pidamos a María que nos ayude a encontrar el bu<br />

camino cada día. Amén.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

19-V


LA INMACULADA CONCEPCIÓN<br />

(Homilía del 8-XII-05)<br />

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; que<br />

hermanos y hermanas:<br />

Hace cuarenta años, el 8 de diciembre de 1965, en la plaza de<br />

Pedro, junto a esta basílica, el Papa Pablo VI concluyó<br />

solemnemente el concilio Vaticano II. Había sido inaugurado


decisión de Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962, entonces fi<br />

de la Maternidad de María, y concluyó el día de la Inmaculada<br />

marco mariano rodea al Concilio. En realidad, es mucho más<br />

un marco: es una orientación de todo su camino. Nos remite,<br />

remitía entonces a los padres del Concilio, a la imagen de la V<br />

que escucha, que vive de la palabra de Dios, que guarda en<br />

corazón las palabras que le vienen de Dios y, uniéndolas com<br />

un mosaico, aprende a comprenderlas (cf. Lc 2,19.51); nos re<br />

a la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las ma<br />

de Dios, abandonándose a su voluntad; nos remite a la hum<br />

Madre que, cuando la misión del Hijo lo exige, se aparta; y,<br />

mismo tiempo, a la mujer valiente que, mientras los discípu<br />

huyen, está al pie de la cruz.<br />

Pablo VI, en su discurso con ocasión de la promulgación de<br />

constitución conciliar sobre la Iglesia, había calificado a Ma<br />

como «tutrix huius Concilii», «protectora de este Concilio», y,<br />

una alusión inconfundible al relato de Pentecostés, transmitid<br />

san Lucas (cf. Hch 1,12-14), había dicho que los padres se ha<br />

reunido en la sala del Concilio «con María, Madre de Jesús»,<br />

también en su nombre saldrían ahora.<br />

Permanece indeleble en mi memoria el momento en que, oye


sus palabras: «Declaramos a María santísima Madre de la Igle<br />

los padres se pusieron espontáneamente de pie y aplaudier<br />

rindiendo homenaje a la Madre de Dios, a nuestra Madre, a<br />

Madre de la Iglesia. De hecho, con este título el Papa resum<br />

doctrina mariana del Concilio y daba la clave para su compren<br />

María no sólo tiene una relación singular con Cristo, el Hijo<br />

Dios, que como hombre quiso convertirse en hijo suyo. Al e<br />

totalmente unida a Cristo, nos pertenece también totalment<br />

nosotros. Sí, podemos decir que María está cerca de nosot<br />

como ningún otro ser humano, porque Cristo es hombre para<br />

hombres y todo su ser es un «ser para nosotros».<br />

Cristo, dicen los Padres, como Cabeza es inseparable de<br />

Cuerpo que es la Iglesia, formando con ella, por decirlo así,<br />

único sujeto vivo. La Madre de la Cabeza es también la Madr<br />

toda la Iglesia; ella está, por decirlo así, por completo despoja<br />

sí misma; se entregó totalmente a Cristo, y con él se nos da c<br />

don a todos nosotros. En efecto, cuanto más se entrega la pe<br />

humana, tanto más se encuentra a sí misma.<br />

El Concilio quería decirnos esto: María está tan unida al gr<br />

misterio de la Iglesia, que ella y la Iglesia son inseparables, c


lo son ella y Cristo. María refleja a la Iglesia, la anticipa en<br />

persona y, en medio de todas las turbulencias que afligen a<br />

Iglesia sufriente y doliente, ella sigue siendo siempre la estrel<br />

la salvación. Ella es su verdadero centro, del que nos fiamo<br />

aunque muy a menudo su periferia pesa sobre nuestra alm<br />

El Papa Pablo VI, en el contexto de la promulgación de la<br />

constitución sobre la Iglesia, puso de relieve todo esto median<br />

nuevo título profundamente arraigado en la Tradición,<br />

precisamente con el fin de iluminar la estructura interior de<br />

enseñanza sobre la Iglesia desarrollada en el Concilio. El Vat<br />

II debía expresarse sobre los componentes institucionales d<br />

Iglesia: sobre los obispos y sobre el Pontífice, sobre los<br />

sacerdotes, los laicos y los religiosos en su comunión y en s<br />

relaciones; debía describir a la Iglesia en camino, la cual<br />

«abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa<br />

siempre necesitada de purificación...» (Lumen gentium, 8). P<br />

este aspecto «petrino» de la Iglesia está incluido en el «maria<br />

En María, la Inmaculada, encontramos la esencia de la Iglesi<br />

un modo no deformado. De ella debemos aprender a convert<br />

nosotros mismos en «almas eclesiales» -así se expresaban<br />

Padres-, para poder presentarnos también nosotros, según


palabra de san Pablo, «inmaculados» delante del Señor, tal c<br />

él nos quiso desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4).<br />

Pero ahora debemos preguntarnos: ¿Qué significa «María,<br />

Inmaculada»? ¿Este título tiene algo que decirnos? La liturgi<br />

hoy nos aclara el contenido de esta palabra con dos grand<br />

imágenes. Ante todo, el relato maravilloso del anuncio a Mar<br />

Virgen de Nazaret, de la venida del Mesías.<br />

El saludo del ángel está entretejido con hilos del Antiguo<br />

Testamento, especialmente del profeta Sofonías. Nos hac<br />

comprender que María, la humilde mujer de provincia, qu<br />

proviene de una estirpe sacerdotal y lleva en sí el gran patrim<br />

sacerdotal de Israel, es el «resto santo» de Israel, al que hac<br />

referencia los profetas en todos los períodos turbulentos<br />

tenebrosos. En ella está presente la verdadera Sión, la pura<br />

morada viva de Dios. En ella habita el Señor, en ella encuent<br />

lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios, que no ha<br />

en edificios de piedra, sino en el corazón del hombre vivo<br />

Ella es el retoño que, en la oscura noche invernal de la histo<br />

florece del tronco abatido de David. En ella se cumplen la<br />

palabras del salmo: «La tierra ha dado su fruto» (Sal 67,7). E


el vástago, del que deriva el árbol de la redención y de lo<br />

redimidos. Dios no ha fracasado, como podía parecer al inicio<br />

historia con Adán y Eva, o durante el período del exilio babiló<br />

y como parecía nuevamente en el tiempo de María, cuando I<br />

se había convertido en un pueblo sin importancia en una reg<br />

ocupada, con muy pocos signos reconocibles de su santidad.<br />

no ha fracasado. En la humildad de la casa de Nazaret vive<br />

Israel santo, el resto puro. Dios salvó y salva a su pueblo. D<br />

tronco abatido resplandece nuevamente su historia, convirtién<br />

en una nueva fuerza viva que orienta e impregna el mundo. M<br />

es el Israel santo; ella dice «sí» al Señor, se pone plenamente<br />

disposición, y así se convierte en el templo vivo de Dios.<br />

La segunda imagen es mucho más difícil y oscura. Esta metá<br />

tomada del libro del Génesis, nos habla de una gran distan<br />

histórica, que sólo con esfuerzo se puede aclarar; sólo a lo la<br />

de la historia ha sido posible desarrollar una comprensión m<br />

profunda de lo que allí se refiere. Se predice que, durante tod<br />

historia, continuará la lucha entre el hombre y la serpiente,<br />

decir, entre el hombre y las fuerzas del mal y de la muerte. P<br />

también se anuncia que «el linaje» de la mujer un día vence<br />

aplastará la cabeza de la serpiente, la muerte; se anuncia qu


linaje de la mujer -y en él la mujer y la madre misma- vencer<br />

así, mediante el hombre, Dios vencerá. Si junto con la Igles<br />

creyente y orante nos ponemos a la escucha ante este tex<br />

entonces podemos comenzar a comprender qué es el peca<br />

original, el pecado hereditario, y también cuál es la defensa c<br />

este pecado hereditario, qué es la redención.<br />

¿Cuál es el cuadro que se nos presenta en esta página? E<br />

hombre no se fía de Dios. Tentado por las palabras de la serp<br />

abriga la sospecha de que Dios, en definitiva, le quita algo d<br />

vida, que Dios es un competidor que limita nuestra libertad, y<br />

sólo seremos plenamente seres humanos cuando lo dejemo<br />

lado; es decir, que sólo de este modo podemos realizar<br />

plenamente nuestra libertad.<br />

El hombre vive con la sospecha de que el amor de Dios crea<br />

dependencia y que necesita desembarazarse de esta depend<br />

para ser plenamente él mismo. El hombre no quiere recibir de<br />

su existencia y la plenitud de su vida. Él quiere tomar por sí m<br />

del árbol del conocimiento el poder de plasmar el mundo, d<br />

hacerse dios, elevándose a su nivel, y de vencer con sus fuer<br />

la muerte y las tinieblas. No quiere contar con el amor que n<br />

parece fiable; cuenta únicamente con el conocimiento, puesto


le confiere el poder. Más que el amor, busca el poder, con el<br />

quiere dirigir de modo autónomo su vida. Al hacer esto, se fía<br />

mentira más que de la verdad, y así se hunde con su vida e<br />

vacío, en la muerte.<br />

Amor no es dependencia, sino don que nos hace vivir. La libe<br />

de un ser humano es la libertad de un ser limitado y, por tant<br />

limitada ella misma. Sólo podemos poseerla como liberta<br />

compartida, en la comunión de las libertades: la libertad sólo p<br />

desarrollarse si vivimos, como debemos, unos con otros y u<br />

para otros. Vivimos como debemos, si vivimos según la verda<br />

nuestro ser, es decir, según la voluntad de Dios. Porque l<br />

voluntad de Dios no es para el hombre una ley impuesta de<br />

fuera, que lo obliga, sino la medida intrínseca de su naturale<br />

una medida que está inscrita en él y lo hace imagen de Dios,<br />

criatura libre.<br />

Si vivimos contra el amor y contra la verdad -contra Dios-<br />

entonces nos destruimos recíprocamente y destruimos el mu<br />

Así no encontramos la vida, sino que obramos en interés de<br />

muerte. Todo esto está relatado, con imágenes inmortales, e<br />

historia de la caída original y de la expulsión del hombre d<br />

Paraíso terrestre.


Queridos hermanos y hermanas, si reflexionamos sincerame<br />

sobre nosotros mismos y sobre nuestra historia, debemos d<br />

que con este relato no sólo se describe la historia del inicio,<br />

también la historia de todos los tiempos, y que todos llevam<br />

dentro de nosotros una gota del veneno de ese modo de pen<br />

reflejado en las imágenes del libro del Génesis. Esta gota<br />

veneno la llamamos pecado original.<br />

Precisamente en la fiesta de la Inmaculada Concepción brot<br />

nosotros la sospecha de que una persona que no peca para n<br />

en el fondo es aburrida; que le falta algo en su vida: la dimen<br />

dramática de ser autónomos; que la libertad de decir no, el ba<br />

las tinieblas del pecado y querer actuar por sí mismos forma<br />

del verdadero hecho de ser hombres; que sólo entonces se p<br />

disfrutar a fondo de toda la amplitud y la profundidad del hech<br />

ser hombres, de ser verdaderamente nosotros mismos; qu<br />

debemos poner a prueba esta libertad, incluso contra Dios, p<br />

llegar a ser realmente nosotros mismos. En una palabra,<br />

pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitam<br />

menos un poco, para experimentar la plenitud del ser. Pensa<br />

que Mefistófeles -el tentador- tiene razón cuando dice que e<br />

fuerza «que siempre quiere el mal y siempre obra el bien» (Jo


Wolfgang von Goethe, Fausto I, 3). Pensamos que pactar un<br />

con el mal, reservarse un poco de libertad contra Dios, en el f<br />

está bien, e incluso que es necesario.<br />

Pero al mirar el mundo que nos rodea, podemos ver que no e<br />

es decir, que el mal envenena siempre, no eleva al hombre,<br />

que lo envilece y lo humilla; no lo hace más grande, más pu<br />

más rico, sino que lo daña y lo empequeñece. En el día de<br />

Inmaculada debemos aprender más bien esto: el hombre qu<br />

abandona totalmente en las manos de Dios no se convierte e<br />

títere de Dios, en una persona aburrida y conformista; no pier<br />

libertad. Sólo el hombre que se pone totalmente en manos de<br />

encuentra la verdadera libertad, la amplitud grande y creativa<br />

libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se h<br />

más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y junto<br />

él se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamen<br />

mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se alej<br />

los demás, retirándose a su salvación privada; al contrario, s<br />

entonces su corazón se despierta verdaderamente y él se<br />

transforma en una persona sensible y, por tanto, benévola<br />

abierta.<br />

Cuanto más cerca está el hombre de Dios, tanto más cerca es


los hombres. Lo vemos en María. El hecho de que está totalm<br />

en Dios es la razón por la que está también tan cerca de lo<br />

hombres. Por eso puede ser la Madre de todo consuelo y de<br />

ayuda, una Madre a la que todos, en cualquier necesidad, pu<br />

osar dirigirse en su debilidad y en su pecado, porque ella<br />

comprende todo y es para todos la fuerza abierta de la bond<br />

creativa.<br />

En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que<br />

la oveja perdida hasta las montañas y hasta los espinos y ab<br />

de los pecados de este mundo, dejándose herir por la coron<br />

espinas de estos pecados, para tomar a la oveja sobre su<br />

hombros y llevarla a casa. Como Madre que se compadece, M<br />

es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y a<br />

vemos que también la imagen de la Dolorosa, de la Madre q<br />

comparte el sufrimiento y el amor, es una verdadera imagen<br />

Inmaculada. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios<br />

ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca m<br />

a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de cons<br />

de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: «T<br />

valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Te<br />

valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar co


ondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro<br />

Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente<br />

vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llen<br />

infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se a<br />

jamás».<br />

En este día de fiesta queremos dar gracias al Señor por el g<br />

signo de su bondad que nos dio en María, su Madre y Madre<br />

Iglesia. Queremos implorarle que ponga a María en nuest<br />

camino como luz que nos ayude a convertirnos también noso<br />

en luz y a llevar esta luz en las noches de la historia. Amé<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

HOMENAJE A LA INMACULADA<br />

(Roma, Plaza de España, 8-XII-05)<br />

16-X<br />

En este día dedicado a María he venido, por primera vez co<br />

Sucesor de Pedro, al pie de la estatua de la Inmaculada, aqu<br />

la plaza de España, recorriendo idealmente la peregrinación<br />

han realizado tantas veces mis predecesores. Siento que m


acompaña la devoción y el afecto de la Iglesia que vive en e<br />

ciudad de Roma y en el mundo entero. Traigo conmigo los an<br />

y las esperanzas de la humanidad de nuestro tiempo, y veng<br />

depositarlas a los pies de la Madre celestial del Redentor<br />

En este día singular, que recuerda el 40° aniversario de la cla<br />

del concilio Vaticano II, vuelvo con el pensamiento al 8 de<br />

diciembre de 1965, cuando, precisamente al final de la homil<br />

la celebración eucarística en la plaza de San Pedro, el siervo<br />

Dios Pablo VI dirigió su pensamiento a la Virgen, «la Madre<br />

Dios y la Madre espiritual nuestra, (...) la criatura en la cual<br />

refleja la imagen de Dios, con total nitidez, sin ninguna turbac<br />

como sucede, en cambio, con las otras criaturas humanas»<br />

Papa afirmó también: «Así, fijando nuestra mirada en esta m<br />

humilde, hermana nuestra, y al mismo tiempo celestial, Mad<br />

Reina nuestra, espejo nítido y sagrado de la infinita Belleza, p<br />

(...) comenzar nuestro trabajo posconciliar. De esa forma, e<br />

belleza de María Inmaculada se convierte para nosotros en<br />

modelo inspirador, en una esperanza confortadora». Y conc<br />

«Así lo pensamos para nosotros y para vosotros, y este es nu<br />

saludo más expresivo, y, Dios lo quiera, el más eficaz». Pab<br />

proclamó a María «Madre de la Iglesia» y le encomendó con v


al futuro la fecunda aplicación de las decisiones conciliare<br />

Recordando los numerosos acontecimientos que han marcad<br />

cuarenta años transcurridos, ¿cómo no revivir hoy los diver<br />

momentos que han caracterizado el camino de la Iglesia en<br />

período? La Virgen ha sostenido durante estos cuatro decen<br />

los pastores y, en primer lugar, a los Sucesores de Pedro en<br />

exigente ministerio al servicio del Evangelio; ha guiado a la Ig<br />

hacia la fiel comprensión y aplicación de los documentos<br />

conciliares. Por eso, haciéndome portavoz de toda la comun<br />

eclesial, quisiera dar las gracias a la Virgen santísima y dirigir<br />

ella con los mismos sentimientos que animaron a los padre<br />

conciliares, los cuales dedicaron precisamente a María el últ<br />

capítulo de la constitución dogmática Lumen gentium, subray<br />

la relación inseparable que une a la Virgen con la Iglesia<br />

Sí, queremos agradecerte, Virgen Madre de Dios y Madre nu<br />

amadísima, tu intercesión en favor de la Iglesia. Tú, que abraz<br />

sin reservas la voluntad divina, te consagraste con todas tu<br />

energías a la persona y a la obra de tu Hijo, enséñanos a gua<br />

en nuestro corazón y a meditar en silencio, como hiciste tú,<br />

misterios de la vida de Cristo.


Tú, que avanzaste hasta el Calvario, siempre unida profundam<br />

a tu Hijo, que en la cruz te donó como madre al discípulo Juan<br />

que siempre te sintamos también cerca de nosotros en cad<br />

instante de la existencia, sobre todo en los momentos de oscu<br />

y de prueba.<br />

Tú, que en Pentecostés, junto con los Apóstoles en oració<br />

imploraste el don del Espíritu Santo para la Iglesia nacient<br />

ayúdanos a perseverar en el fiel seguimiento de Cristo. A<br />

dirigimos nuestra mirada con confianza, como «señal de<br />

esperanza segura y de consuelo, hasta que llegue el día d<br />

Señor» (Lumen gentium, 68).<br />

A ti, María, te invocan con insistente oración los fieles de toda<br />

partes del mundo, para que, exaltada en el cielo entre los áng<br />

y los santos, intercedas por nosotros ante tu Hijo, «hasta<br />

momento en que todas las familias de los pueblos, los que<br />

honran con el nombre de cristianos, así como los que todaví<br />

conocen a su Salvador, puedan verse felizmente reunidos en<br />

concordia en el único pueblo de Dios, para gloria de la santísi<br />

indivisible Trinidad» (ib., 69). Amén.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español


<strong>MARÍA</strong>, EJEMPLO <strong>DE</strong> CARIDAD<br />

(De la Encíclica "Deus cáritas est", 25-XII-05)<br />

16-X<br />

40. Contemplemos, por último, a los santos, a quienes han eje<br />

de modo ejemplar la caridad. (...)<br />

41. Entre los santos, sobresale María, Madre del Señor y espe<br />

toda santidad. El Evangelio de Lucas la muestra comprometid<br />

un servicio de caridad a su prima Isabel, con la cual perman


«unos tres meses» (Lc 1,56) para atenderla durante la fase<br />

del embarazo. «Magnificat anima mea Dominum», -«proclam<br />

alma la grandeza del Señor» (Lc 1,46)-, dice con ocasión de<br />

visita, y con ello expresa todo el programa de su vida: no pon<br />

a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quie<br />

encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo;<br />

entonces el mundo se hace bueno. María es grande precisam<br />

porque quiere enaltecer a Dios y no a sí misma. Ella es hum<br />

no quiere ser sino la sierva del Señor (cf. Lc 1,38.48). Sabe<br />

contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya,<br />

sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de<br />

Es una mujer de esperanza: sólo porque cree en las promesa<br />

Dios y espera la salvación de Israel, el ángel puede presenta<br />

ella y llamarla al servicio total de estas promesas. Es una muj<br />

fe: «¡Dichosa tú, que has creído!», le dice Isabel (Lc 1,45<br />

El Magníficat -un retrato de su alma, por decirlo así- está<br />

completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada<br />

Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que<br />

Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cua<br />

y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra<br />

Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su pa


nace de la Palabra de Dios. Además, así se pone de manifie<br />

que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento<br />

Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimame<br />

penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madr<br />

la Palabra encarnada. María es, en fin, una mujer que am<br />

¿Cómo podría ser de otro modo? Como creyente, que en la<br />

piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad<br />

Dios, no puede ser más que una mujer que ama.<br />

Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los rel<br />

evangélicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la<br />

en Caná se percata de la necesidad en la que se encuentran<br />

esposos, y la hace presente a Jesús. Lo vemos en la humilda<br />

que acepta ser como olvidada en el período de la vida públic<br />

Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nue<br />

familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el mom<br />

de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cf. Jn 2,4; 1<br />

Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanece<br />

pie de la cruz (cf. Jn 19,25-27); más tarde, en el momento<br />

Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella<br />

espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14).<br />

42. La vida de los santos no comprende sólo su biografía terr


sino también su vida y actuación en Dios después de la muert<br />

los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja d<br />

hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos. En nad<br />

vemos mejor que en María. La palabra del Crucificado al disc<br />

-a Juan y, por medio de él, a todos los discípulos de Jesús: «<br />

tienes a tu madre» (Jn 19,27)- se hace de nuevo verdadera<br />

cada generación. María se ha convertido efectivamente en M<br />

de todos los creyentes. A su bondad materna, así como a<br />

pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos l<br />

tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidade<br />

esperanzas, en sus alegrías y sufrimientos, en su soledad y e<br />

convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad<br />

experimentan el amor inagotable que derrama desde lo má<br />

profundo de su corazón.<br />

Los testimonios de gratitud, que le manifiestan en todos lo<br />

continentes y en todas las culturas, son el reconocimiento de<br />

amor puro que no se busca a sí mismo, sino que sencillame<br />

quiere el bien. La devoción de los fieles muestra al mismo tie<br />

la intuición infalible de cómo es posible este amor: se alcan<br />

merced a la unión más íntima con Dios, en virtud de la cual se<br />

impregnado totalmente de él, una condición que permite a qui


ebido en el manantial del amor de Dios convertirse él mism<br />

un manantial «del que manarán torrentes de agua viva» (Jn 7<br />

María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor, dónde<br />

su origen y de dónde le viene su fuerza siempre nueva. A e<br />

confiamos la Iglesia, su misión al servicio del amor:<br />

Santa María, Madre de Dios,<br />

tú has dado al mundo la verdadera luz,<br />

Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios.<br />

Te has entregado por completo<br />

a la llamada de Dios<br />

y te has convertido así en fuente<br />

de la bondad que mana de Él.<br />

Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él.<br />

Enséñanos a conocerlo y amarlo,<br />

para que también nosotros<br />

seamos capaces<br />

de un verdadero amor<br />

y ser fuentes de agua viva<br />

en medio de un mundo sediento.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

27


LA ANUNCIACIÓN <strong>DE</strong>L SEÑOR<br />

(Homilía del 25-III-06)<br />

Señores cardenales y patriarcas; venerados hermanos en<br />

episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y herman<br />

Es para mí motivo de gran alegría presidir esta concelebració<br />

los nuevos cardenales, después del consistorio de ayer, y<br />

considero providencial que se realice en la solemnidad litúrgic<br />

la Anunciación del Señor y bajo el sol que el Señor nos da.<br />

efecto, en la encarnación del Hijo de Dios reconocemos lo<br />

comienzos de la Iglesia. De allí proviene todo. Cada realizac<br />

histórica de la Iglesia y también cada una de sus institucion<br />

deben remontarse a aquel Manantial originario. Deben remon


a Cristo, Verbo de Dios encarnado. Es él a quien siempre<br />

celebramos: el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, por medio<br />

cual se ha cumplido la voluntad salvífica de Dios Padre. Y,<br />

embargo (precisamente hoy contemplamos este aspecto d<br />

Misterio) el Manantial divino fluye por un canal privilegiado:<br />

Virgen María. Con una imagen elocuente san Bernardo habl<br />

respecto, de aquaeductus («acueducto») (cf. Sermo in Nativita<br />

V. Mariae: PL 183, 437-448). Por tanto, al celebrar la encarna<br />

del Hijo no podemos por menos de honrar a la Madre. A ella<br />

dirigió el anuncio angélico; ella lo acogió y, cuando desde lo<br />

hondo del corazón respondió: «He aquí la esclava del Señ<br />

hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), en ese momento<br />

Verbo eterno comenzó a existir como ser humano en el tiem<br />

De generación en generación sigue vivo el asombro ante e<br />

misterio inefable. San Agustín, imaginando que se dirigía al á<br />

de la Anunciación, pregunta: «¿Dime, oh ángel, por qué h<br />

sucedido esto en María?». La respuesta, dice el mensajero,<br />

contenida en las mismas palabras del saludo: «Alégrate, llen<br />

gracia» (cf. Sermo 291,6). De hecho, el ángel, «entrando en<br />

presencia», no la llama por su nombre terreno, María, sino po<br />

nombre divino, tal como Dios la ve y la califica desde siemp


«Llena de gracia (gratia plena)», que en el original griego e<br />

kecharitoméne, «llena de gracia», y la gracia no es más que<br />

amor de Dios; por eso, en definitiva, podríamos traducir es<br />

palabra así: «amada» por Dios (cf. Lc 1,28).<br />

Orígenes observa que semejante título jamás se dio a un s<br />

humano y que no se encuentra en ninguna otra parte de la sa<br />

Escritura (cf. In Lucam 6,7). Es un título expresado en voz pa<br />

pero esta «pasividad» de María, que desde siempre y par<br />

siempre es la «amada» por el Señor, implica su libre<br />

consentimiento, su respuesta personal y original: al ser amad<br />

recibir el don de Dios, María es plenamente activa, porque ac<br />

con disponibilidad personal la ola del amor de Dios que se der<br />

en ella. También en esto ella es discípula perfecta de su Hijo<br />

cual realiza totalmente su libertad en la obediencia al Padre<br />

precisamente obedeciendo ejercita su libertad.<br />

En la segunda lectura hemos escuchado la estupenda página<br />

que el autor de la carta a los Hebreos interpreta el salmo 3<br />

precisamente a la luz de la encarnación de Cristo: «Cuando C<br />

entró en el mundo dijo: (...) "Aquí estoy, oh Dios, para hace<br />

voluntad"» (Hb 10,5-7). Ante el misterio de estos dos «Aquí es<br />

el «Aquí estoy» del Hijo y el «Aquí estoy» de la Madre, que


eflejan uno en el otro y forman un único Amén a la voluntad<br />

amor de Dios, quedamos asombrados y, llenos de gratitud<br />

adoramos.<br />

¡Qué gran don, hermanos, poder realizar esta sugestiva<br />

celebración en la solemnidad de la Anunciación del Señor! ¡C<br />

luz podemos recibir de este misterio para nuestra vida de min<br />

de la Iglesia! En particular vosotros, queridos nuevos carden<br />

¡qué apoyo podréis tener para vuestra misión de eminent<br />

«Senado» del Sucesor de Pedro!<br />

Esta coincidencia providencial nos ayuda a considerar e<br />

acontecimiento de hoy, en el que resalta de modo particula<br />

principio petrino de la Iglesia, a la luz de otro principio, el mar<br />

que es aún más originario y fundamental. La importancia d<br />

principio mariano en la Iglesia fue puesta de relieve de mo<br />

particular, después del Concilio, por mi amado predecesor el<br />

Juan Pablo II, coherentemente con su lema Totus tuus. En<br />

enfoque espiritual y en su incansable ministerio resultaba evid<br />

a los ojos de todos la presencia de María como Madre y Rein<br />

la Iglesia.<br />

Esta presencia materna la sintió más que nunca en el atentad


13 de mayo de 1981, aquí, en la plaza de San Pedro. Com<br />

recuerdo de aquel trágico suceso, quiso que dominara la plaz<br />

San Pedro, desde lo alto del palacio apostólico, un mosaico c<br />

imagen de la Virgen, para acompañar los momentos culminan<br />

la trama ordinaria de su largo pontificado, que hace precisam<br />

un año entraba en su última fase, dolorosa y al mismo tiem<br />

triunfal, verdaderamente pascual.<br />

El icono de la Anunciación, mejor que cualquier otro, nos per<br />

percibir con claridad cómo todo en la Iglesia se remonta a e<br />

misterio de acogida del Verbo divino, donde, por obra del Esp<br />

Santo, se selló de modo perfecto la alianza entre Dios y l<br />

humanidad. Todo en la Iglesia, toda institución y ministerio, in<br />

el de Pedro y sus sucesores, está «puesto» bajo el manto d<br />

Virgen, en el espacio lleno de gracia de su «sí» a la voluntad<br />

Dios. Se trata de un vínculo que en todos nosotros tiene<br />

naturalmente una fuerte resonancia afectiva, pero que tiene,<br />

todo, un valor objetivo. En efecto, entre María y la Iglesia exis<br />

vínculo connatural, que el concilio Vaticano II subrayó fuertem<br />

con la feliz decisión de poner el tratado sobre la santísima Vi<br />

como conclusión de la constitución Lumen gentium sobre la Ig<br />

El tema de la relación entre el principio petrino y el marian


podemos encontrarlo también en el símbolo del anillo, que de<br />

de poco os entregaré. El anillo es siempre un signo nupcial.<br />

todos vosotros ya lo habéis recibido el día de vuestra ordena<br />

episcopal, como expresión de fidelidad y de compromiso d<br />

custodiar la santa Iglesia, esposa de Cristo (cf. Rito de la<br />

ordenación de los obispos). El anillo que hoy os entrego, prop<br />

la dignidad cardenalicia, quiere confirmar y reforzar dicho<br />

compromiso partiendo, una vez más, de un don nupcial, que<br />

recuerda que estáis ante todo íntimamente unidos a Cristo, p<br />

cumplir la misión de esposos de la Iglesia.<br />

Por tanto, que recibir el anillo sea para vosotros como reno<br />

vuestro «sí», vuestro «aquí estoy», dirigido al mismo tiempo<br />

Señor Jesús, que os ha elegido y constituido, y a su santa Igl<br />

a la que estáis llamados a servir con amor esponsal. Así pues<br />

dos dimensiones de la Iglesia, mariana y petrina, coinciden e<br />

que constituye la plenitud de ambas, es decir, en el valor sup<br />

de la caridad, el carisma «superior», el «camino más excelen<br />

como escribe el apóstol san Pablo (1 Co 12,31; 13,13).<br />

Todo pasa en este mundo. En la eternidad, sólo el Amor<br />

permanece. Por eso, hermanos, aprovechando el tiempo pro<br />

de la Cuaresma, esforcémonos por verificar que todas las co


tanto en nuestra vida personal como en la actividad eclesial e<br />

que estamos insertados, estén impulsadas por la caridad y tie<br />

a la caridad. Para ello, nos ilumina también el misterio que h<br />

celebramos. En efecto, lo primero que hizo María después<br />

acoger el mensaje del ángel fue ir «con prontitud» a casa de<br />

prima Isabel para prestarle su servicio (cf. Lc 1,39). La iniciati<br />

la Virgen brotó de una caridad auténtica, humilde y valient<br />

movida por la fe en la palabra de Dios y por el impulso interio<br />

Espíritu Santo. Quien ama se olvida de sí mismo y se pone<br />

servicio del prójimo.<br />

He aquí la imagen y el modelo de la Iglesia. Toda comunid<br />

eclesial, como la Madre de Cristo, está llamada a acoger con<br />

disponibilidad el misterio de Dios que viene a habitar en ella<br />

impulsa por las sendas del amor. Este es el camino por el qu<br />

querido comenzar mi pontificado, invitando a todos, con mi pr<br />

encíclica, a edificar la Iglesia en la caridad, como «comunida<br />

amor» (cf. Deus caritas est, segunda parte). Al buscar est<br />

finalidad, venerados hermanos cardenales, vuestra cercan<br />

espiritual y activa es para mí un gran apoyo y consuelo. Os do<br />

gracias por ello, a la vez que os invito a todos, sacerdotes<br />

diáconos, religiosos y laicos, a unirnos en la invocación del Es


Santo, a fin de que la caridad pastoral del Colegio de carden<br />

sea cada vez más ardiente, para ayudar a toda la Iglesia a irr<br />

en el mundo el amor de Cristo, para alabanza y gloria de<br />

santísima Trinidad. Amén.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

DISCURSO AL FINAL <strong>DE</strong>L REZO <strong>DE</strong>L ROSARIO<br />

31-<br />

EN EL SANTUARIO ROMANO <strong>DE</strong>L AMOR DIVINO (1-V-0<br />

Queridos hermanos y hermanas: (...)<br />

Hemos rezado el santo rosario, recorriendo los cinco mister<br />

«gozosos», que nos han ayudado a revivir en nuestro corazó<br />

inicios de nuestra salvación, desde la concepción de Jesús<br />

obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María hasta<br />

misterio del Niño Jesús, a los doce años, perdido y encontrad<br />

el templo de Jerusalén mientras escuchaba e interrogaba a<br />

doctores.<br />

Hemos repetido y hecho nuestras las palabras del ángel: «Di<br />

salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo» y tambié


exclamación con que santa Isabel acogió a la Virgen, que ha<br />

acudido prontamente a su casa para ayudarle y servirle: «¡Be<br />

tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!»<br />

Hemos contemplado la fe dócil de María, que se fía sin reserv<br />

Dios y se pone totalmente en sus manos. También nos hem<br />

acercado, como los pastores, al Niño Jesús recostado en<br />

pesebre y hemos reconocido y adorado en él al Hijo eterno de<br />

que, por amor, se ha hecho nuestro hermano y así también nu<br />

único Salvador.<br />

Juntamente con María y José, también nosotros hemos entra<br />

el templo para ofrecer a Dios al Niño y cumplir el rito de la<br />

purificación; y aquí el anciano Simeón, con sus palabras, no<br />

anticipado la salvación, pero también la contradicción y la cru<br />

espada que, bajo la cruz del Hijo, traspasaría el alma de la Ma<br />

precisamente así la hará no sólo madre de Dios sino tambi<br />

nuestra madre común.<br />

Queridos hermanos y hermanas, en este santuario veneram<br />

María santísima con el título de Virgen del Amor Divino. Así q<br />

plenamente de manifiesto el vínculo que une a María con<br />

Espíritu Santo, ya desde el inicio de su existencia, cuando e


concepción, el Espíritu, el Amor eterno del Padre y del Hijo, hi<br />

ella su morada y la preservó de toda sombra de pecado; lue<br />

cuando por obra del mismo Espíritu concibió en su seno al Hi<br />

Dios; después, también a lo largo de toda su vida, durante la<br />

con la gracia del Espíritu, se cumplió en plenitud la exclamaci<br />

María: «He aquí la esclava del Señor»; y, por último, cuando<br />

la fuerza del Espíritu Santo, María fue llevada a los cielos con<br />

su humanidad concreta para estar junto a su Hijo en la gloria<br />

Dios Padre.<br />

«María -escribí en la encíclica Deus caritas est- es una mujer<br />

ama. Como creyente, que en la fe piensa con el pensamient<br />

Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que<br />

mujer que ama» (n. 41). Sí, queridos hermanos y hermanas, M<br />

es el fruto y el signo del amor que Dios nos tiene, de su ternu<br />

de su misericordia. Por eso, juntamente con nuestros herman<br />

la fe de todos los tiempos y lugares, recurrimos a ella en nue<br />

necesidades y esperanzas, en las vicisitudes alegres y dolor<br />

de la vida. Mi pensamiento va, en este momento, con profun<br />

participación, a la familia de la isla de Ischia, afectada por<br />

desgracia que aconteció ayer.<br />

Con el mes de mayo aumenta el número de los que, desde


parroquias de Roma y también desde muchos otros sitios, vie<br />

aquí en peregrinación para orar y para gozar de la belleza y d<br />

serenidad de estos lugares, que ayuda a descansar. Así pu<br />

desde aquí, desde este santuario del Amor Divino esperamos<br />

fuerte ayuda y un apoyo espiritual para la diócesis de Roma,<br />

mí, su Obispo, y para los demás obispos colaboradores míos,<br />

los sacerdotes, para las familias, para las vocaciones, para<br />

pobres, para los que sufren y los enfermos, para los niños y<br />

ancianos, para toda la nación italiana.<br />

En especial, esperamos la fuerza interior para cumplir el voto<br />

hicieron los romanos el 4 de junio de 1944, cuando pidiero<br />

solemnemente a la Virgen del Amor Divino que esta ciudad f<br />

preservada de los horrores de la guerra, y fueron escuchado<br />

voto y la promesa de corregir y mejorar su conducta moral, p<br />

hacerla más conforme a la del Señor Jesús.<br />

También hoy es necesaria la conversión a Dios, a Dios Amor,<br />

que el mundo se vea libre de las guerras y del terrorismo. No<br />

recuerdan, por desgracia, las víctimas, como los militares q<br />

murieron el jueves pasado en Nassiriya, Irak, a los que<br />

encomendamos a la maternal intercesión de María, Reina d<br />

paz.


Por tanto, queridos hermanos y hermanas, desde este santua<br />

la Virgen del Amor Divino renuevo la invitación que hice en<br />

encíclica Deus caritas est (n. 39): vivamos el amor y así haga<br />

entrar la luz de Dios en el mundo. Amén.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

EN LA ESCUELA <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

A los religiosos, seminaristas y movimientos eclesiales<br />

(Czestochowa, 26 de mayo de 2006)<br />

Queridos religiosos, religiosas, personas consagradas, tod<br />

5-


vosotros que, movidos por la voz de Jesús, lo habéis seguido<br />

amor; queridos seminaristas, que os estáis preparando para<br />

ministerio sacerdotal; queridos representantes de los Movimie<br />

eclesiales, que lleváis la fuerza del Evangelio al mundo de vue<br />

familias, de vuestros lugares de trabajo, de las universidade<br />

mundo de los medios de comunicación social y de la cultura<br />

vuestras parroquias:<br />

Como los Apóstoles con María «subieron a la estancia superi<br />

allí «perseveraban en la oración con un mismo espíritu» (H<br />

1,12.14), así también hoy nos hemos reunido aquí, en Jasna<br />

que es para nosotros, en esta hora, la «estancia superior», d<br />

María, la Madre del Señor, está en medio de nosotros. Hoy<br />

guía nuestra meditación; nos enseña a orar. Nos indica cómo<br />

nuestra mente y nuestro corazón a la fuerza del Espíritu Sa<br />

que viene a nosotros para que lo llevemos a todo el mundo.<br />

Queridos hermanos, necesitamos un momento de silencio<br />

recogimiento para entrar en la escuela de María, a fin de que<br />

enseñe cómo vivir de fe, cómo crecer en ella, cómo permanec<br />

contacto con el misterio de Dios en los acontecimientos ordin<br />

diarios, de nuestra vida. Con delicadeza femenina y con «<br />

capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra


apoyo y de estímulo» (Redemptoris Mater, 46), María sostuvo<br />

de Pedro y de los Apóstoles en el Cenáculo, y hoy sostiene m<br />

la vuestra.<br />

«La fe es un contacto con el misterio de Dios», dijo el Santo P<br />

Juan Pablo II (ib., 17), porque creer «quiere decir "abandona<br />

en la verdad misma de la palabra del Dios viviente, sabiend<br />

reconociendo humildemente "cuán insondables son sus desig<br />

e inescrutables sus caminos"» (ib., 14). La fe es el don, recibi<br />

el bautismo, que hace posible nuestro encuentro con Dios. Di<br />

oculta en el misterio: pretender comprenderlo significaría qu<br />

circunscribirlo en nuestros conceptos y en nuestro saber, y<br />

perderlo irremediablemente. En cambio, mediante la fe pode<br />

abrirnos paso a través de los conceptos, incluso los teológico<br />

podemos «tocar» al Dios vivo. Y Dios, una vez tocado, no<br />

transmite inmediatamente su fuerza. Cuando nos abandonam<br />

Dios vivo, cuando en la humildad de la mente recurrimos a él<br />

invade interiormente como un torrente escondido de vida div<br />

¡Cuán importante es para nosotros creer en la fuerza de la fe<br />

su capacidad de entablar una relación directa con el Dios vi<br />

Debemos cuidar con esmero el desarrollo de nuestra fe, para<br />

penetre realmente todas nuestras actitudes, nuestros


pensamientos, nuestras acciones e intenciones. La fe ocupa<br />

lugar no sólo en los estados de ánimo y en las experiencia<br />

religiosas, sino ante todo en el pensamiento y en la acción, e<br />

trabajo diario, en la lucha contra sí mismos, en la vida comun<br />

y en el apostolado, puesto que hace que nuestra vida est<br />

impregnada de la fuerza de Dios mismo. La fe puede llevarn<br />

siempre a Dios, incluso cuando nuestro pecado nos hace da<br />

En el Cenáculo los Apóstoles no sabían lo que les esperab<br />

Atemorizados, estaban preocupados por su futuro. Seguía<br />

experimentado aún el asombro provocado por la muerte<br />

resurrección de Jesús, y estaban angustiados por habers<br />

quedado solos después de su ascensión al cielo. María, «la<br />

había creído que se cumplirían las palabras del Señor» (cf.<br />

1,45), asidua con los Apóstoles en la oración, enseñaba l<br />

perseverancia en la fe. Con toda su actitud los convencía de q<br />

Espíritu Santo, con su sabiduría, conocía bien el camino por e<br />

los estaba conduciendo y que, por tanto, podían poner su<br />

confianza en Dios, entregándose sin reservas a él, y entregán<br />

también sus talentos, sus límites y su futuro.<br />

RELIGIOSOS Y CONSAGRADOS


Muchos de vosotros habéis reconocido esta llamada secreta<br />

Espíritu Santo y habéis respondido con todo el entusiasmo<br />

vuestro corazón. El amor a Jesús, «derramado en vuestro<br />

corazones por el Espíritu Santo que os ha sido dado» (cf. Rm<br />

os ha indicado el camino de la vida consagrada. No lo habé<br />

buscado vosotros. Ha sido Jesús quien os ha llamado, invitán<br />

a una unión más profunda con él. En el sacramento del san<br />

bautismo habéis renunciado a Satanás y a sus obras, y hab<br />

recibido las gracias necesarias para la vida cristiana y la sant<br />

Desde ese momento brotó en vosotros la gracia de la fe, que<br />

permitido uniros a Dios.<br />

En el momento de la profesión religiosa o de la promesa, la f<br />

llevó a una adhesión total al misterio del Corazón de Jesús, c<br />

tesoros habéis descubierto. Renunciasteis entonces a cos<br />

buenas, a disponer libremente de vuestra vida, a formar un<br />

familia, a acumular bienes, para poder ser libres de entregaro<br />

reservas a Cristo y a su reino. ¿Recordáis vuestro entusias<br />

cuando emprendisteis la peregrinación de la vida consagra<br />

confiando en la ayuda de la gracia? Procurad no perder el im<br />

originario, y dejad que María os conduzca a una adhesión c<br />

vez más plena.


Queridos religiosos, queridas religiosas, queridas persona<br />

consagradas, cualquiera que sea la misión que se os ha<br />

encomendado, cualquiera que sea el servicio conventual<br />

apostólico que estéis prestando, conservad en el corazón<br />

primado de vuestra vida consagrada. Que ella renueve vuest<br />

La vida consagrada, vivida en la fe, une íntimamente a Dios,<br />

los carismas y confiere una extraordinaria fecundidad a vue<br />

servicio.<br />

CANDIDATOS AL SACERDOCIO<br />

Amadísimos candidatos al sacerdocio, la reflexión sobre el m<br />

como María aprendía de Jesús puede ayudaros en gran me<br />

también a vosotros. Desde su primer «fiat», durante los larg<br />

ordinarios años de su vida oculta, mientras educaba a Jesú<br />

cuando en Caná de Galilea solicitaba el primer milagro, o p<br />

último cuando en el Calvario al pie de la cruz contemplaba a J<br />

lo «aprendía» en cada momento. Había acogido, primero en l<br />

después en su seno, el Cuerpo de Jesús y lo había dado a luz<br />

a día lo había adorado extasiada, lo había servido con am<br />

responsable, había cantado en su corazón el Magníficat.<br />

En vuestro camino y en vuestro futuro ministerio sacerdotal d


guiar por María para «aprender» a Jesús. Contempladlo, deja<br />

él os forme, para que un día, en vuestro ministerio, seáis cap<br />

de mostrarlo a todos los que se acerquen a vosotros. Cuan<br />

toméis en vuestras manos el Cuerpo eucarístico de Jesús p<br />

alimentar con él al pueblo de Dios, y cuando asumáis la<br />

responsabilidad de la parte del Cuerpo místico que se os<br />

encomiende, recordad la actitud de asombro y de adoración<br />

caracterizó la fe de María. Del mismo modo que ella en su a<br />

responsable y materno a Jesús conservó el amor virginal llen<br />

asombro, así también vosotros, al arrodillaros litúrgicamente<br />

momento de la consagración, conservad en vuestro corazón<br />

capacidad de asombraros y de adorar. Reconoced en el pueb<br />

Dios que se os encomiende los signos de la presencia de Cr<br />

Estad atentos para percibir los signos de santidad que Dios<br />

muestre entre los fieles. No temáis por los deberes y las incóg<br />

del futuro. No temáis que os falten las palabras o que os rech<br />

El mundo y la Iglesia necesitan sacerdotes, santos sacerdo<br />

MIEMBROS <strong>DE</strong> LOS NUEVOS<br />

MOVIMIENTOS ECLESIALES<br />

Queridos representantes de los nuevos Movimientos en la Igl<br />

la vitalidad de vuestras comunidades es un signo de la prese


activa del Espíritu Santo. Vuestra misión ha nacido de la fe d<br />

Iglesia y de la riqueza de los frutos del Espíritu Santo. Deseo<br />

seáis cada vez más numerosos, para servir a la causa del rein<br />

Dios en el mundo de hoy. Creed en la gracia de Dios que o<br />

acompaña, y llevadla al entramado vivo de la Iglesia y, de m<br />

particular, a donde no puede llegar el sacerdote, el religioso<br />

religiosa. Son numerosos los Movimientos a los que pertene<br />

Os alimentáis de doctrina proveniente de diversas escuelas<br />

espiritualidad, reconocidas por la Iglesia. Aprovechad la sabid<br />

de los santos, recurrid a la herencia que han dejado. Form<br />

vuestra mente y vuestro corazón en las obras de los grand<br />

maestros y de los testigos de la fe, recordando que las escuel<br />

espiritualidad no deben ser un tesoro encerrado en las bibliot<br />

de los conventos. La sabiduría evangélica, leída en las obra<br />

los grandes santos y verificada en la propia vida, se ha de llev<br />

modo maduro, no infantil ni agresivo, al mundo de la cultura<br />

trabajo, al mundo de los medios de comunicación social y d<br />

política, al mundo de la vida familiar y social. Para verificar<br />

autenticidad de vuestra fe y de vuestra misión, que no atrae<br />

atención hacia sí, sino que realmente irradia en torno a sí la f<br />

amor, confrontadla con la fe de María. Reflejaos en su coraz<br />

Permaneced en su escuela.


Cuando los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, se dispersaro<br />

todo el mundo para anunciar el Evangelio, uno de ellos, Jua<br />

apóstol del amor, de modo particular «acogió a María en su c<br />

(cf. Jn 19,27). Precisamente gracias a su profunda relación<br />

Jesús y con María pudo insistir tan eficazmente en la verdad<br />

que «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Yo mismo quise tomar es<br />

palabras como inicio de la primera encíclica de mi pontifica<br />

Deus caritas est. Esta verdad sobre Dios es la más importan<br />

más central. A todos aquellos a quienes resulta difícil creer<br />

Dios, les repito hoy: «Dios es amor». Sed vosotros mismo<br />

queridos amigos, testigos de esta verdad. Lo seréis eficazme<br />

permanecéis en la escuela de María. Junto a ella experiment<br />

vosotros mismos que Dios es amor y transmitiréis su mensa<br />

mundo con la riqueza y la variedad que el mismo Espíritu Sa<br />

sabrá suscitar.<br />

¡Alabado sea Jesucristo!<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

2-V


S. S. Benedicto XVI<br />

ENSEÑANZAS SOBRE LA <strong>VIRGEN</strong> <strong>MARÍA</strong> (II)


.<br />

LA VISITACIÓN. GRATITUD A <strong>MARÍA</strong><br />

(En los jardines vaticanos, 31-V-06)<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

Me alegra unirme a vosotros al final de este sugestivo encue<br />

de oración mariana. Así, ante la gruta de Lourdes que se<br />

encuentra en los jardines vaticanos, concluimos el mes de m<br />

caracterizado este año por la acogida de la imagen de la Virg<br />

Fátima en la plaza de San Pedro, con motivo del 25° anivers


del atentado contra el amado Juan Pablo II, y marcado tambié<br />

el viaje apostólico que el Señor me permitió realizar a Polon<br />

donde pude visitar los lugares queridos por mi gran predece<br />

De esta peregrinación, de la que hablé esta mañana durant<br />

audiencia general, me vuelve ahora a la mente, en particula<br />

visita al santuario de Jasna Góra, en Czestochowa, dond<br />

comprendí más profundamente cómo nuestra Abogada cele<br />

acompaña el camino de sus hijos y no deja de escuchar la<br />

súplicas que se le dirigen con humildad y confianza. Deseo d<br />

una vez más las gracias, juntamente con vosotros, por habe<br />

acompañado durante la visita a la querida tierra de Poloni<br />

También quiero expresar a María mi gratitud porque me sost<br />

en mi servicio diario a la Iglesia. Sé que puedo contar con<br />

ayuda en toda situación; más aún, sé que ella previene con<br />

intuición materna todas las necesidades de sus hijos e interv<br />

eficazmente para sostenerlos: esta es la experiencia del pue<br />

cristiano desde sus primeros pasos en Jerusalén.<br />

Hoy, en la fiesta de la Visitación, como en todas las páginas<br />

Evangelio, vemos a María dócil a los planes divinos y en actit<br />

amor previsor a los hermanos. La humilde joven de Nazaret,


sorprendida por lo que el ángel Gabriel le había anunciado -<br />

será la madre del Mesías prometido-, se entera de que tambié<br />

anciana prima Isabel espera un hijo en su vejez. Sin demora<br />

pone en camino, como dice el evangelista (cf. Lc 1,39), para l<br />

«con prontitud» a la casa de su prima y ponerse a su disposi<br />

en un momento de particular necesidad.<br />

¡Cómo no notar que, en el encuentro entre la joven María y l<br />

anciana Isabel, el protagonista oculto es Jesús! María lo llev<br />

su seno como en un sagrario y lo ofrece como el mayor don<br />

Zacarías, a su esposa Isabel y también al niño que está creci<br />

en el seno de ella. «Apenas llegó a mis oídos la voz de tu sal<br />

le dice la madre de Juan Bautista-, saltó de gozo el niño en<br />

seno» (Lc 1,44). Donde llega María, está presente Jesús. Qu<br />

abre su corazón a la Madre, encuentra y acoge al Hijo y se lle<br />

su alegría. La verdadera devoción mariana nunca ofusca<br />

menoscaba la fe y el amor a Jesucristo, nuestro Salvador, ú<br />

mediador entre Dios y los hombres. Al contrario, consagrarse<br />

Virgen es un camino privilegiado, que han recorrido numero<br />

santos, para seguir más fielmente al Señor. Así pues,<br />

consagrémonos a ella con filial abandono.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español


* * *<br />

LA ASUNCIÓN <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

(Homilía del 15-VIII-06)<br />

9-V<br />

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio<br />

queridos hermanos y hermanas:<br />

En el Magníficat, el gran canto de la Virgen que acabamos<br />

escuchar en el evangelio, encontramos unas palabras<br />

sorprendentes. María dice: «Desde ahora me felicitarán toda<br />

generaciones». La Madre del Señor profetiza las alabanza<br />

marianas de la Iglesia para todo el futuro, la devoción marian<br />

pueblo de Dios hasta el fin de los tiempos. Al alabar a María<br />

Iglesia no ha inventado algo «ajeno» a la Escritura: ha respon<br />

a esta profecía hecha por María en aquella hora de gracia<br />

Y estas palabras de María no eran sólo palabras personales<br />

vez arbitrarias. Como dice san Lucas, Isabel había exclama<br />

llena de Espíritu Santo: «Dichosa la que ha creído». Y Mar<br />

también llena de Espíritu Santo, continúa y completa lo que<br />

Isabel, afirmando: «Me felicitarán todas las generaciones». Es


auténtica profecía, inspirada por el Espíritu Santo, y la Iglesi<br />

venerar a María, responde a un mandato del Espíritu Sant<br />

cumple un deber.<br />

Nosotros no alabamos suficientemente a Dios si no alabamo<br />

sus santos, sobre todo a la «Santa» que se convirtió en su mo<br />

en la tierra, María. La luz sencilla y multiforme de Dios sólo se<br />

manifiesta en su variedad y riqueza en el rostro de los santos<br />

son el verdadero espejo de su luz. Y precisamente viendo el r<br />

de María podemos ver mejor que de otras maneras la bellez<br />

Dios, su bondad, su misericordia. En este rostro podemos pe<br />

realmente la luz divina.<br />

«Me felicitarán todas las generaciones». Nosotros podemos a<br />

a María, venerar a María, porque es «feliz», feliz para siempr<br />

este es el contenido de esta fiesta. Feliz porque está unida a<br />

porque vive con Dios y en Dios. El Señor, en la víspera de<br />

Pasión, al despedirse de los suyos, dijo: «Voy a prepararos<br />

morada en la gran casa del Padre. Porque en la casa de mi P<br />

hay muchas moradas» (cf. Jn 14,2). María, al decir: «He aqu<br />

esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra», preparó<br />

en la tierra la morada para Dios; con cuerpo y alma se transfo


en su morada, y así abrió la tierra al cielo.<br />

San Lucas, en el pasaje evangélico que acabamos de escuc<br />

nos da a entender de diversas maneras que María es la verda<br />

Arca de la alianza, que el misterio del templo -la morada de D<br />

aquí en la tierra- se realizó en María. En María Dios habit<br />

realmente, está presente aquí en la tierra. María se convierte<br />

tienda. Lo que desean todas las culturas, es decir, que Dios h<br />

entre nosotros, se realiza aquí. San Agustín dice: «Antes d<br />

concebir al Señor en su cuerpo, ya lo había concebido en<br />

alma». Había dado al Señor el espacio de su alma y así s<br />

convirtió realmente en el verdadero Templo donde Dios s<br />

encarnó, donde Dios se hizo presente en esta tierra.<br />

Así, al ser la morada de Dios en la tierra, ya está preparada e<br />

su morada eterna, ya está preparada esa morada para siemp<br />

este es todo el contenido del dogma de la Asunción de María<br />

gloria del cielo en cuerpo y alma, expresado aquí en esta<br />

palabras. María es «feliz» porque se ha convertido -totalmente<br />

cuerpo y alma, y para siempre- en la morada del Señor. Si es<br />

verdad, María no sólo nos invita a la admiración, a la venerac<br />

además, nos guía, nos señala el camino de la vida, nos mue<br />

cómo podemos llegar a ser felices, a encontrar el camino de


felicidad.<br />

Escuchemos una vez más las palabras de Isabel, que se<br />

completan en el Magníficat de María: «Dichosa la que ha cre<br />

El acto primero y fundamental para transformarse en morada<br />

Dios y encontrar así la felicidad definitiva es creer, es la fe en<br />

en el Dios que se manifestó en Jesucristo y que se nos revela<br />

palabra divina de la sagrada Escritura.<br />

Creer no es añadir una opinión a otras. Y la convicción, la fe<br />

que Dios existe, no es una información como otras. Mucha<br />

informaciones no nos importa si son verdaderas o falsas, pue<br />

cambian nuestra vida. Pero, si Dios no existe, la vida es vací<br />

futuro es vacío. En cambio, si Dios existe, todo cambia, la vid<br />

luz, nuestro futuro es luz y tenemos una orientación para sa<br />

cómo vivir.<br />

Por eso, creer constituye la orientación fundamental de nue<br />

vida. Creer, decir: «Sí, creo que tú eres Dios, creo que en el<br />

encarnado estás presente entre nosotros», orienta mi vida,<br />

impulsa a adherirme a Dios, a unirme a Dios y a encontrar a<br />

lugar donde vivir, y el modo como debo vivir. Y creer no es s<br />

una forma de pensamiento, una idea; como he dicho, es u


acción, una forma de vivir. Creer quiere decir seguir la sen<br />

señalada por la palabra de Dios.<br />

María, además de este acto fundamental de la fe, que es un<br />

existencial, una toma de posición para toda la vida, añade e<br />

palabras: «Su misericordia llega a todos los que le temen d<br />

generación en generación». Con toda la Escritura, habla d<br />

«temor de Dios». Tal vez conocemos poco esta palabra, o no<br />

gusta mucho. Pero el «temor de Dios» no es angustia, es algo<br />

diferente. Como hijos, no tenemos miedo del Padre, pero tene<br />

temor de Dios, la preocupación por no destruir el amor sobr<br />

que está construida nuestra vida. Temor de Dios es el sentid<br />

responsabilidad que debemos tener; responsabilidad por la po<br />

del mundo que se nos ha encomendado en nuestra vida<br />

responsabilidad de administrar bien esta parte del mundo y d<br />

historia que somos nosotros, contribuyendo así a la auténti<br />

edificación del mundo, a la victoria del bien y de la paz.<br />

«Me felicitarán todas las generaciones»: esto quiere decir qu<br />

futuro, el porvenir, pertenece a Dios, está en las manos de Dio<br />

decir, que Dios vence. Y no vence el dragón, tan fuerte, del<br />

habla hoy la primera lectura: el dragón que es la representaci<br />

todas las fuerzas de la violencia del mundo. Parecen invenci


pero María nos dice que no son invencibles. La Mujer, como<br />

muestran la primera lectura y el evangelio, es más fuerte por<br />

Dios es más fuerte.<br />

Ciertamente, en comparación con el dragón, tan armado, e<br />

Mujer, que es María, que es la Iglesia, parece indefensa,<br />

vulnerable. Y realmente Dios es vulnerable en el mundo, porq<br />

el Amor, y el amor es vulnerable. A pesar de ello, él tiene el f<br />

en la mano; vence el amor y no el odio; al final vence la pa<br />

Este es el gran consuelo que entraña el dogma de la Asunció<br />

María en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Damos gracias<br />

Señor por este consuelo, pero también vemos que este cons<br />

nos compromete a estar del lado del bien, de la paz.<br />

Oremos a María, la Reina de la paz, para que ayude a la vic<br />

de la paz hoy: «Reina de la paz, ¡ruega por nosotros!». Am


CATEQUESIS SOBRE LA ASUNCIÓN <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

(Miércoles, 16 de agosto de 2006)<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

Nuestro tradicional encuentro semanal del miércoles se realiz<br />

todavía en el clima de la solemnidad de la Asunción de la<br />

santísima Virgen María. Por tanto, quisiera invitaros a dirigi<br />

mirada, una vez más, a nuestra Madre celestial, que ayer la li


nos hizo contemplar triunfante con Cristo en el cielo.<br />

Es una fiesta muy arraigada en el pueblo cristiano, ya desde<br />

primeros siglos del cristianismo. Como es sabido, en ella s<br />

celebra la glorificación, también corporal, de la criatura que Di<br />

escogió como Madre y que Jesús en la cruz dio como Madr<br />

toda la humanidad.<br />

La Asunción evoca un misterio que nos afecta a cada uno<br />

nosotros, porque, como afirma el concilio Vaticano II, María «<br />

ante el pueblo de Dios en marcha como señal de esperanza c<br />

y de consuelo» (Lumen gentium, 68). Ahora bien, estamos<br />

inmersos en las vicisitudes de cada día, que a veces olvidam<br />

esta consoladora realidad espiritual, que constituye una impor<br />

verdad de fe.<br />

Entonces, ¿cómo hacer que todos nosotros y la sociedad ac<br />

percibamos cada vez más esta señal luminosa de esperanza?<br />

quienes viven como si no tuvieran que morir o como si todo<br />

acabara con la muerte; algunos se comportan como si el hom<br />

fuera el único artífice de su propio destino, como si Dios n<br />

existiera, llegando en ocasiones incluso a negar que haya esp<br />

para él en nuestro mundo.


Sin embargo, los grandes progresos de la técnica y de la cie<br />

que han mejorado notablemente la condición de la humanid<br />

dejan sin resolver los interrogantes más profundos del alm<br />

humana. Sólo la apertura al misterio de Dios, que es Amor, p<br />

colmar la sed de verdad y felicidad de nuestro corazón. Sólo<br />

perspectiva de la eternidad puede dar valor auténtico a lo<br />

acontecimientos históricos y sobre todo al misterio de la fragi<br />

humana, del sufrimiento y de la muerte.<br />

Contemplando a María en la gloria celestial, comprendemos<br />

tampoco para nosotros la tierra es una patria definitiva y que<br />

vivimos orientados hacia los bienes eternos, un día compartir<br />

su misma gloria y así se hace más hermosa también la tierra<br />

esto, aun entre las numerosas dificultades diarias, no debem<br />

perder la serenidad y la paz.<br />

La señal luminosa de la Virgen María elevada al cielo brilla<br />

más cuando parecen acumularse en el horizonte sombras tri<br />

de dolor y violencia. Tenemos la certeza de que desde lo a<br />

María sigue nuestros pasos con dulce preocupación, nos<br />

tranquiliza en los momentos de oscuridad y tempestad, nos se<br />

con su mano maternal. Sostenidos por esta certeza, prosiga<br />

confiados nuestro camino de compromiso cristiano adonde


lleva la Providencia. Sigamos adelante en nuestra vida guiado<br />

María. ¡Gracias!<br />

* * *<br />

SANTA <strong>MADRE</strong> <strong>DE</strong> <strong>DIOS</strong>,<br />

GUÍANOS SIEMPRE HACIA JESÚS<br />

(Homilía en el santuario mariano de Altötting, 11-IX-06)<br />

Queridos hermanos en el ministerio episcopal y sacerdota<br />

queridos hermanos y hermanas:<br />

En la primera lectura, en el salmo responsorial y en el pasa<br />

evangélico de hoy, se nos presenta tres veces y en forma sie<br />

diferente a María, la Madre del Señor, como una mujer que or<br />

el libro de los Hechos de los Apóstoles la encontramos en m<br />

de la comunidad de los Apóstoles reunidos en el Cenáculo<br />

invocando al Señor, que ascendió al Padre, para que cumpla<br />

promesa: «Seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de p<br />

días» (Hch 1,5). María guía a la Iglesia naciente en la oración<br />

casi la Iglesia orante en persona. Y así, juntamente con la g<br />

comunidad de los santos y como su centro, está también hoy<br />

Dios intercediendo por nosotros, pidiendo a su Hijo que enví<br />

Espíritu una vez más a la Iglesia y al mundo, y que renueve l


de la tierra.<br />

Hemos respondido a esta lectura cantando con María el gr<br />

himno de alabanza que ella entonó cuando Isabel la llam<br />

bienaventurada a causa de su fe. Es una oración de acción<br />

gracias, de alegría en Dios, de bendición por sus grandes haz<br />

El tenor de este himno es claro desde sus primeras palabra<br />

«Proclama mi alma la grandeza del Señor». Proclamar la gran<br />

del Señor significa darle espacio en el mundo, en nuestra vi<br />

permitirle entrar en nuestro tiempo y en nuestro obrar: esta e<br />

esencia más profunda de la verdadera oración. Donde se proc<br />

la grandeza de Dios, el hombre no queda empequeñecido:<br />

también el hombre queda engrandecido y el mundo result<br />

luminoso.<br />

Por último, en el pasaje evangélico, María pide a su Hijo un f<br />

para unos amigos que pasan dificultades. A primera vista, e<br />

puede parecer una conversación enteramente humana entr<br />

Madre y su Hijo; y, en efecto, también es un diálogo lleno d<br />

profunda humanidad. Pero María no se dirige a Jesús simplem<br />

como a un hombre, contando con su habilidad y disponibilida<br />

ayudar. Ella confía una necesidad humana a su poder, a un p


que supera la habilidad y la capacidad humanas.<br />

En este diálogo con Jesús la vemos realmente como Madre<br />

pide, que intercede. Conviene profundizar un poco en este pa<br />

del evangelio, para entender mejor a Jesús y a María, y tam<br />

para aprender de María el modo correcto de orar. María<br />

propiamente no hace una petición a Jesús; simplemente le d<br />

«No tienen vino» (Jn 2,3). Las bodas en Tierra Santa se<br />

celebraban durante una semana entera; todo el pueblo partici<br />

y, por consiguiente, se consumía mucho vino. Los esposos<br />

encuentran en dificultades y María simplemente se lo dice a J<br />

No le pide nada en particular, y mucho menos, que Jesús utili<br />

poder, que realice un milagro produciendo vino. Simplemen<br />

informa a Jesús y le deja decidir lo que conviene hacer.<br />

Así pues, en las sencillas palabras de la Madre de Jesús pod<br />

apreciar dos cosas: por una parte, su afectuosa solicitud por<br />

hombres, la atención maternal que la lleva a percibir los probl<br />

de los demás. Vemos su cordial bondad y su disponibilidad<br />

ayudar. Esta es la Madre a la que tantas personas, desde h<br />

muchas generaciones, han venido aquí a Altötting en<br />

peregrinación. A ella confiamos nuestras preocupaciones, nue<br />

necesidades y nuestras dificultades. Aquí aparece, por primer


en la sagrada Escritura, la bondad y disponibilidad a ayudar d<br />

Madre, en la que confiamos. Pero además de este primer asp<br />

que a todos nos resulta muy familiar, hay otro, que podría<br />

pasarnos fácilmente desapercibido: María lo deja todo al juic<br />

Dios. En Nazaret, entregó su voluntad, sumergiéndola en la<br />

Dios: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según<br />

palabra» (Lc 1,38). Esta sigue siendo su actitud fundamental<br />

nos enseña a rezar: no querer afirmar ante Dios nuestra volun<br />

nuestros deseos, por muy importantes o razonables que n<br />

parezcan, sino presentárselos a él y dejar que él decida lo q<br />

quiera hacer. De María aprendemos la bondad y la disposici<br />

ayudar, pero también la humildad y la generosidad para acep<br />

voluntad de Dios, confiando en él, convencidos de que su<br />

respuesta, sea cual sea, será lo mejor para nosotros.<br />

Podemos comprender muy bien la actitud y las palabras de M<br />

pero nos resulta difícil entender la respuesta de Jesús. Pa<br />

comenzar, no nos gusta la palabra con que se dirige a ella<br />

«Mujer». ¿Por qué no le dice «Madre»? En realidad, este tít<br />

expresa el lugar que ocupa María en la historia de la salvac<br />

Remite al futuro, a la hora de la crucifixión, cuando Jesús le<br />

«Mujer, ahí tienes a tu hijo», «Hijo, ahí tienes a tu madre» (c


19,26-27). Por tanto, indica anticipadamente la hora en que<br />

convertirá a la mujer, a su Madre, en Madre de todos sus<br />

discípulos. Por otra parte, ese título evoca el relato de la crea<br />

de Eva: Adán, en medio de la creación, con toda su magnifice<br />

como ser humano se siente solo. Entonces Dios crea a Eva,<br />

ella Adán encuentra la compañera que buscaba y le da el nom<br />

de «mujer». Así, en el evangelio según san Juan, María repre<br />

la mujer nueva, la mujer definitiva, la compañera del Reden<br />

nuestra Madre: ese título, en apariencia poco afectuoso, exp<br />

realmente la grandeza de su misión perenne.<br />

Nos gusta menos aún lo que Jesús dice luego a María en Ca<br />

«¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi ho<br />

(Jn 2,4). Quisiéramos objetar: ¡tienes mucho con ella! Fue e<br />

quien te dio la carne y la sangre, tu cuerpo; y no sólo tu cue<br />

con su «sí», que pronunció desde lo más hondo de su coraz<br />

ella te engendró en su vientre; con amor maternal te dio la vid<br />

introdujo en la comunidad del pueblo de Israel.<br />

Si así le hablamos a Jesús, ya vamos por buen camino pa<br />

entender su respuesta. Porque todo esto debe hacernos reco<br />

que en el contexto de la encarnación de Jesús hay dos diálo<br />

que van juntos y se funden, se hacen uno. Está ante todo


diálogo de María con el arcángel Gabriel, en el que ella dic<br />

«Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Pero existe un t<br />

paralelo a este, podríamos decir un diálogo dentro de Dios, qu<br />

encuentra recogido en la carta a los Hebreos, cuando dice qu<br />

palabras del salmo 40 son como un diálogo entre el Padre y<br />

Hijo, un diálogo con el que se inicia la Encarnación. El Hijo et<br />

dice al Padre: «Sacrificio y oblación no quisiste; pero me h<br />

formado un cuerpo. (...) He aquí que vengo (...) para hacer,<br />

Dios, tu voluntad» (Hb 10,5-7; cf. Sal 40,6-8).<br />

El «sí» del Hijo -«He aquí que vengo para hacer tu voluntad»<br />

«sí» de María -«Hágase en mí según tu palabra»- se conviert<br />

un único «sí». De esta manera el Verbo se hace carne en M<br />

En este doble «sí» la obediencia del Hijo se hace cuerpo, M<br />

con su «sí» le da el cuerpo. «¿Qué tengo yo contigo, mujer?»<br />

relación más profunda que tienen Jesús y María es este do<br />

«sí», gracias a cuya coincidencia se realizó la encarnación. C<br />

respuesta nuestro Señor alude a este punto de su profundís<br />

unidad. A él remite a su Madre. Ahí, en este común «sí» a<br />

voluntad del Padre, se encuentra la solución. También noso<br />

debemos aprender a encaminarnos hacia este punto; ah<br />

encontraremos la respuesta a nuestras preguntas.


Partiendo de ahí comprendemos ahora también la segunda f<br />

de la respuesta de Jesús: «Todavía no ha llegado mi hora». J<br />

nunca actúa solamente por sí mismo; nunca actúa para agrad<br />

los otros. Actúa siempre partiendo del Padre, y esto es<br />

precisamente lo que lo une a María, porque ahí, en esa unida<br />

voluntad con el Padre, ha querido poner también ella su petic<br />

Por eso, después de la respuesta de Jesús, que parece rech<br />

la petición, ella sorprendentemente puede decir a los servido<br />

con sencillez: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).<br />

Jesús no hace un prodigio, no juega con su poder en un asu<br />

que, en el fondo, es totalmente privado. No; él realiza un signo<br />

el que anuncia su hora, la hora de las bodas, la hora de la u<br />

entre Dios y el hombre. Él no se limita a «producir» vino, sino<br />

transforma las bodas humanas en una imagen de las boda<br />

divinas, a las que el Padre invita mediante el Hijo y en las que<br />

plenitud del bien, representada por la abundancia del vino. L<br />

bodas se convierten en imagen del momento en que Jesús lle<br />

amor hasta el extremo, permite que le desgarren el cuerpo, y<br />

se entrega a nosotros para siempre, se hace uno con nosot<br />

bodas entre Dios y el hombre.<br />

La hora de la cruz, la hora de la que brota el Sacramento, e


que él se nos da realmente en carne y sangre, pone su cuerp<br />

nuestras manos y en nuestro corazón; esta es la hora de l<br />

bodas.<br />

Así, de un modo verdaderamente divino, se resuelve la neces<br />

del momento y se rebasa ampliamente la petición inicial. La<br />

de Jesús no ha llegado aún, pero en el signo de la conversió<br />

agua en vino, en el signo del don festivo, anticipa su hora ya<br />

este momento.<br />

Su «hora» es la cruz; su hora definitiva será su vuelta al final d<br />

tiempos. Él anticipa continuamente esta hora definitiva<br />

precisamente en la Eucaristía, en la cual ya ahora viene siemp<br />

lo sigue haciendo siempre por intercesión de su Madre, po<br />

intercesión de la Iglesia, que lo invoca en las plegarias<br />

eucarísticas: «¡Ven, Señor Jesús!». En el canon, la Iglesia im<br />

siempre nuevamente esta anticipación de la «hora», pide q<br />

venga ya ahora y se entregue a nosotros.<br />

Así queremos dejarnos guiar por María, por la Madre de la<br />

gracias de Altötting, por la Madre de todos los fieles, hacia<br />

«hora» de Jesús. Pidámosle a él el don de reconocerlo y<br />

comprenderlo cada vez más. Y no nos limitemos a recibirlo só


el momento de la Comunión. Él permanece presente en la H<br />

santa y nos espera continuamente. En Altötting la adoración<br />

Señor en la Eucaristía ha encontrado un lugar nuevo en la an<br />

capilla del tesoro. María y Jesús siempre van juntos. Mediant<br />

queremos permanecer en diálogo con el Señor, aprendiendo<br />

recibirlo mejor.<br />

¡Santa Madre de Dios, ruega por nosotros, como rogaste en C<br />

por los esposos! Guíanos siempre hacia Jesús. Amén.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

LA INMACULADA CONCEPCIÓN<br />

(Ángelus del 8-XII-06)<br />

22-I


Queridos hermanos y hermanas:<br />

Hoy celebramos una de las fiestas de la santísima Virgen m<br />

bellas y populares: la Inmaculada Concepción. María no sólo<br />

cometió pecado alguno, sino que fue preservada incluso de<br />

herencia común del género humano que es la culpa original, p<br />

misión a la que Dios la destinó desde siempre: ser la Madre<br />

Redentor.<br />

Todo esto está contenido en la verdad de fe de la «Inmacula<br />

Concepción». El fundamento bíblico de este dogma se encue<br />

en las palabras que el ángel dirigió a la joven de Nazaret<br />

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). «


de gracia» -en el original griego kecharitoméne- es el nombre<br />

hermoso de María, un nombre que le dio Dios mismo para in<br />

que desde siempre y para siempre es la amada, la elegida,<br />

escogida para acoger el don más precioso, Jesús, «el am<br />

encarnado de Dios» (Deus caritas est, 12).<br />

Podemos preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres D<br />

escogió precisamente a María de Nazaret? La respuesta e<br />

oculta en el misterio insondable de la voluntad divina. Sin emb<br />

hay un motivo que el Evangelio pone de relieve: su humildad<br />

subraya bien Dante Alighieri en el último canto del «Paraíso<br />

«Virgen Madre, hija de tu Hijo, la más humilde y más alta de t<br />

las criaturas, término fijo del designio eterno» (Paraíso XXXIII<br />

Lo dice la Virgen misma en el Magníficat, su cántico de alaba<br />

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, (...) porque ha mira<br />

humildad de su esclava» (Lc 1,46.48). Sí, Dios quedó prendad<br />

la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (cf. Lc 1<br />

Así llegó a ser la Madre de Dios, imagen y modelo de la Igle<br />

elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Seño<br />

difundirla a toda la familia humana.<br />

Esta «bendición» es Jesucristo. Él es la fuente de la gracia, d<br />

que María quedó llena desde el primer instante de su existen


Acogió con fe a Jesús y con amor lo donó al mundo. Esta<br />

también nuestra vocación y nuestra misión, la vocación y la m<br />

de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y donarlo al mu<br />

«para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17).<br />

Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de la Inmaculada ilu<br />

como un faro el período de Adviento, que es un tiempo de vig<br />

y confiada espera del Salvador. Mientras salimos al encuentr<br />

Dios que viene, miramos a María que «brilla como signo d<br />

esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios e<br />

camino» (Lumen gentium, 68). Con esta certeza os invito a u<br />

a mí cuando, por la tarde, renueve en la plaza de España<br />

tradicional homenaje a esta dulce Madre por gracia y de la gr<br />

A ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anu<br />

del ángel.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

HOMENAJE A LA INMACULADA<br />

(Roma, Plaza de España, 8-XII-06)<br />

15-X


Oh María, Virgen Inmaculada: También este año nos volvem<br />

encontrar con amor filial al pie de tu imagen para renovarte<br />

homenaje de la comunidad cristiana y de la ciudad de Rom<br />

Hemos venido a orar, siguiendo la tradición iniciada por los P<br />

anteriores, en el día solemne en el que la liturgia celebra t<br />

Inmaculada Concepción, misterio que es fuente de alegría y<br />

esperanza para todos los redimidos.<br />

Te saludamos y te invocamos con las palabras del ángel: «L<br />

de gracia» (Lc 1,28), el nombre más bello, con el que Dios m<br />

te llamó desde la eternidad.<br />

«Llena de gracia» eres tú, María, colmada del amor divino des<br />

primer instante de tu existencia, providencialmente predestina<br />

ser la Madre del Redentor e íntimamente asociada a él en<br />

misterio de la salvación.<br />

En tu Inmaculada Concepción resplandece la vocación de<br />

discípulos de Cristo, llamados a ser, con su gracia, santos<br />

inmaculados en el amor (cf. Ef 1,4).<br />

En ti brilla la dignidad de todo ser humano, que siempre e<br />

precioso a los ojos del Creador.


Quien fija en ti su mirada, Madre toda santa, no pierde la<br />

serenidad, por más duras que sean las pruebas de la vida<br />

Aunque es triste la experiencia del pecado, que desfigura<br />

dignidad de los hijos de Dios, quien recurre a ti redescubre<br />

belleza de la verdad y del amor, y vuelve a encontrar el cam<br />

que lleva a la casa del Padre.<br />

«Llena de gracia» eres tú, María, que al acoger con tu «sí»<br />

proyectos del Creador, nos abriste el camino de la salvació<br />

Enséñanos a pronunciar también nosotros, siguiendo tu ejem<br />

nuestro «sí» a la voluntad del Señor.<br />

Un «sí» que se une a tu «sí» sin reservas y sin sombras, qu<br />

Padre quiso necesitar para engendrar al Hombre nuevo, Cri<br />

único Salvador del mundo y de la historia.<br />

Danos la valentía para decir «no» a los engaños del poder,<br />

dinero y del placer; a las ganancias ilícitas, a la corrupción y<br />

hipocresía, al egoísmo y a la violencia.<br />

«No» al Maligno, príncipe engañador de este mundo.<br />

«Sí» a Cristo, que destruye el poder del mal con la omnipote


del amor.<br />

Sabemos que sólo los corazones convertidos al Amor, que<br />

Dios, pueden construir un futuro mejor para todos.<br />

«Llena de gracia» eres tú, María. Tu nombre es para todas<br />

generaciones prenda de esperanza segura.<br />

Sí, porque, como escribe el sumo poeta Dante, para nosotros<br />

mortales, tú «eres fuente viva de esperanza» (Paraíso, XXXIII<br />

Como peregrinos confiados, acudimos una vez más a esta fu<br />

al manantial de tu Corazón inmaculado, para encontrar en ella<br />

consuelo, alegría y amor, seguridad y paz.<br />

Virgen «llena de gracia», muéstrate Madre tierna y solícita co<br />

habitantes de esta ciudad tuya, para que el auténtico espír<br />

evangélico anime y oriente su comportamiento.<br />

Muéstrate Madre y guardiana vigilante de Italia y Europa, para<br />

de las antiguas raíces cristianas los pueblos sepan tomar nu<br />

linfa para construir su presente y su futuro.<br />

Muéstrate Madre providente y misericordiosa con el mundo en<br />

para que, respetando la dignidad humana y rechazando toda<br />

de violencia y de explotación, se pongan bases firmes para


civilización del amor.<br />

Muéstrate Madre especialmente de los más necesitados: de<br />

indefensos, de los marginados y los excluidos, de las víctima<br />

una sociedad que con demasiada frecuencia sacrifica al hom<br />

por otros fines e intereses.<br />

Muéstrate Madre de todos, oh María, y danos a Cristo, esper<br />

del mundo.<br />

«Monstra te esse Matrem», oh Virgen Inmaculada, llena de gr<br />

Amén.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

LA MATERNIDAD Y VIRGINIDAD <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

Jornada mundial de la paz<br />

(Homilía del 1-I-07)<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

15-X<br />

La liturgia de hoy contempla, como en un mosaico, varios hec<br />

realidades mesiánicas, pero la atención se concentra de mo


especial en María, Madre de Dios. Ocho días después de<br />

nacimiento de Jesús recordamos a su Madre, la Theotókos<br />

«Madre del Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de<br />

siglos» (Antífona de entrada; cf. Sedulio). La liturgia medita ho<br />

el Verbo hecho hombre y repite que nació de la Virgen. Refle<br />

sobre la circuncisión de Jesús como rito de agregación a<br />

comunidad, y contempla a Dios que dio a su Hijo unigénito c<br />

cabeza del «pueblo nuevo» por medio de María. Recuerda<br />

nombre que dio al Mesías y lo escucha pronunciado con tie<br />

dulzura por su Madre. Invoca para el mundo la paz, la paz<br />

Cristo, y lo hace a través de María, mediadora y cooperador<br />

Cristo (cf. Lumen gentium, 60-61).<br />

Comenzamos un nuevo año solar, que es un período ulterio<br />

tiempo que nos ofrece la divina Providencia en el contexto d<br />

salvación inaugurada por Cristo. Pero ¿el Verbo eterno no en<br />

el tiempo precisamente por medio de María? Lo recuerda e<br />

segunda lectura, que acabamos de escuchar, el apóstol san P<br />

afirmando que Jesús nació «de una mujer» (cf. Ga 4,4). En<br />

liturgia de hoy destaca la figura de María, verdadera Madre<br />

Jesús, hombre-Dios. Por tanto, en esta solemnidad no se cel<br />

una idea abstracta, sino un misterio y un acontecimiento histó


Jesucristo, persona divina, nació de María Virgen, la cual es,<br />

sentido más pleno, su madre.<br />

Además de la maternidad, hoy también se pone de relieve<br />

virginidad de María. Se trata de dos prerrogativas que siempr<br />

proclaman juntas y de manera inseparable, porque se integran<br />

califican mutuamente. María es madre, pero madre virgen; M<br />

es virgen, pero virgen madre. Si se descuida uno u otro aspe<br />

no se comprende plenamente el misterio de María, tal como n<br />

presentan los Evangelios. María, Madre de Cristo, es tamb<br />

Madre de la Iglesia, como mi venerado predecesor el siervo<br />

Dios Pablo VI proclamó el 21 de noviembre de 1964, durant<br />

concilio Vaticano II. María es, por último, Madre espiritual de<br />

la humanidad, porque en la cruz Jesús dio su sangre por tod<br />

desde la cruz a todos encomendó a sus cuidados materno<br />

Así pues, contemplando a María comenzamos este nuevo a<br />

que recibimos de las manos de Dios como un «talento» prec<br />

que hemos de hacer fructificar, como una ocasión providen<br />

para contribuir a realizar el reino de Dios. En este clima de or<br />

y de gratitud al Señor por el don de un nuevo año, me alegra<br />

mi cordial saludo a... (...) Con ocasión de la actual Jornada mu<br />

de la paz, dirigí a los gobernantes y a los responsables de


naciones, así como a todos los hombres y mujeres de bue<br />

voluntad, el tradicional Mensaje, que este año tiene por tema<br />

persona humana, corazón de la paz».<br />

Estoy profundamente convencido de que «respetando a la pe<br />

se promueve la paz, y de que construyendo la paz se ponen<br />

bases para un auténtico humanismo integral» (Mensaje, 15-X<br />

n. 1). Este compromiso compete de modo peculiar al cristia<br />

llamado «a ser un incansable artífice de paz y un valiente defe<br />

de la dignidad de la persona humana y de sus derechos<br />

inalienables» (ib., n. 16). Precisamente por haber sido cread<br />

imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27), todo individuo hum<br />

sin distinción de raza, cultura y religión, está revestido de la m<br />

dignidad de persona. Por eso ha de ser respetado, y ninguna<br />

puede justificar jamás que se disponga de él a placer, como<br />

fuera un objeto.<br />

Ante las amenazas contra la paz, lamentablemente siemp<br />

presentes; ante las situaciones de injusticia y de violencia, q<br />

permanecen en varias regiones de la tierra; ante la persistenc<br />

conflictos armados, a menudo olvidados por la mayor parte d<br />

opinión pública; y ante el peligro del terrorismo, que perturb<br />

seguridad de los pueblos, resulta más necesario que nunc


trabajar juntos en favor de la paz. Como recordé en el Mensa<br />

paz es «al mismo tiempo un don y una tarea» (n. 3): un don q<br />

preciso invocar con la oración, y una tarea que hay que real<br />

con valentía, sin cansarse jamás.<br />

El relato evangélico que hemos escuchado muestra la escen<br />

los pastores de Belén que se dirigen a la cueva para adora<br />

Niño, después de recibir el anuncio del ángel (cf. Lc 2,16). ¿C<br />

no dirigir la mirada una vez más a la dramática situación q<br />

caracteriza precisamente esa Tierra donde nació Jesús? ¿C<br />

no implorar con oración insistente que también a esa región ll<br />

cuanto antes el día de la paz, el día en que se resuelva<br />

definitivamente el conflicto actual, que persiste ya desde ha<br />

demasiado tiempo? Un acuerdo de paz, para ser duradero, d<br />

apoyarse en el respeto de la dignidad y de los derechos de t<br />

persona.<br />

El deseo que formulo ante los representantes de las naciones<br />

presentes es que la comunidad internacional aúne sus esfue<br />

para que en nombre de Dios se construya un mundo en el qu<br />

derechos esenciales del hombre sean respetados por todos.<br />

embargo, para que esto acontezca, es necesario que el<br />

fundamento de esos derechos sea reconocido no en simpl


pactos humanos, sino «en la naturaleza misma del hombre y<br />

dignidad inalienable de persona creada por Dios» (Mensaje, n<br />

En efecto, si los elementos constitutivos de la dignidad hum<br />

quedan dependiendo de opiniones humanas mudables, tam<br />

sus derechos, aunque sean proclamados solemnemente, aca<br />

por debilitarse y por interpretarse de modos diversos. «Por ta<br />

es importante que los Organismos internacionales no pierda<br />

vista el fundamento natural de los derechos del hombre. Eso<br />

pondría a salvo del peligro, por desgracia siempre al acecho,<br />

cayendo hacia una interpretación meramente positivista de<br />

mismos» (ib.).<br />

«El Señor te bendiga y te proteja, (...). El Señor se fije en ti<br />

conceda la paz» (Nm 6,24.26). Esta es la fórmula de bendició<br />

hemos escuchado en la primera lectura. Está tomada del libr<br />

los Números; en ella se repite tres veces el nombre del Señor<br />

significar la intensidad y la fuerza de la bendición, cuya últim<br />

palabra es «paz».<br />

El término bíblico shalom, que traducimos por «paz», indica<br />

conjunto de bienes en que consiste «la salvación» traída p<br />

Cristo, el Mesías anunciado por los profetas. Por eso los crist


econocemos en él al Príncipe de la paz. Se hizo hombre y n<br />

en una cueva, en Belén, para traer su paz a los hombres de b<br />

voluntad, a los que lo acogen con fe y amor. Así, la paz e<br />

verdaderamente el don y el compromiso de la Navidad: un d<br />

que es preciso acoger con humilde docilidad e invocar<br />

constantemente con oración confiada; y un compromiso qu<br />

convierte a toda persona de buena voluntad en un «canal de<br />

Pidamos a María, Madre de Dios, que nos ayude a acoger a<br />

Hijo y, en él, la verdadera paz. Pidámosle que ilumine nuest<br />

ojos, para que sepamos reconocer el rostro de Cristo en el ro<br />

de toda persona humana, corazón de la paz.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

5


LA MATERNIDAD DIVINA <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

Y EL DON <strong>DE</strong> LA PAZ<br />

(Ángelus del 1-I-07)<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

Al inicio del nuevo año me alegra dirigiros a todos vosotro<br />

presentes en la plaza de San Pedro, y a cuantos están unido<br />

nosotros mediante la radio y la televisión, mis más cordiale<br />

deseos de paz y de bien. ¡Felicidades a todos! Os deseo pa<br />

bien. Que la luz de Cristo, Sol que surgió en el horizonte de<br />

humanidad, ilumine vuestro camino y os acompañe durante to<br />

año 2007.


Con una feliz intuición, mi venerado predecesor el siervo de<br />

Pablo VI quiso que el año comenzara bajo la protección de M<br />

santísima, venerada como Madre de Dios. La comunidad cris<br />

que durante estos días ha permanecido en oración y adorac<br />

ante el belén, mira hoy con particular amor a la Virgen Madre<br />

identifica con ella mientras contempla al Niño recién nacid<br />

envuelto en pañales y recostado en el pesebre. Como Mar<br />

también la Iglesia permanece en silencio para captar y custo<br />

las resonancias interiores del Verbo encarnado, conservand<br />

calor divino y humano que emana de su presencia. Él es l<br />

bendición de Dios. La Iglesia, como la Virgen, no hace más<br />

mostrar a todos a Jesús, el Salvador, y sobre cada uno refle<br />

luz de su Rostro, esplendor de bondad y de verdad.<br />

Hoy contemplamos a Jesús, nacido de María Virgen, en s<br />

prerrogativa de verdadero «Príncipe de la paz» (Is 9,5). Él<br />

«nuestra paz»; vino para derribar el «muro de separación» q<br />

divide a los hombres y a los pueblos, es decir, «la enemistad<br />

2,14). Por eso, el mismo Papa Pablo VI, de venerada memo<br />

quiso que el 1 de enero fuera también la Jornada mundial d<br />

paz: para que cada año comience con la luz de Cristo, el gr<br />

pacificador de la humanidad.


Renuevo hoy mi deseo de paz a los gobernantes y a los<br />

responsables de las naciones y de los <strong>org</strong>anismos internacion<br />

y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Lo hago<br />

particular con el Mensaje especial que preparé juntamente co<br />

colaboradores del Consejo pontificio Justicia y paz, y que este<br />

tiene por tema: «La persona humana, corazón de la paz». E<br />

Mensaje aborda un punto esencial, el valor de la persona hum<br />

la columna que sostiene todo el gran edificio de la paz.<br />

Hoy se habla mucho de derechos humanos, pero a menudo<br />

olvida que necesitan un fundamento estable, no relativo, n<br />

opinable. Y ese fundamento sólo puede ser la dignidad de<br />

persona. El respeto a esta dignidad comienza con el<br />

reconocimiento y la protección de su derecho a vivir y a prof<br />

libremente su religión.<br />

A la santa Madre de Dios dirigimos con confianza nuestra ora<br />

para que se desarrolle en las conciencias el respeto sagrad<br />

toda persona humana y el firme rechazo de la guerra y de<br />

violencia.<br />

María, tú que diste al mundo a Jesús, ayúdanos a acoger de<br />

don de la paz y a ser sinceros y valientes constructores de p


[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

ORACIÓN A LA <strong>VIRGEN</strong> <strong>DE</strong> LORETO<br />

(Audiencia general del 14-II-07)<br />

María, Madre del «sí»,<br />

tú escuchaste a Jesús<br />

y conoces el timbre de su voz<br />

y el latido de su corazón.<br />

Estrella de la mañana,<br />

háblanos de él<br />

y descríbenos tu camino<br />

para seguirlo por la senda de la fe.<br />

María, que en Nazaret habitaste con Jesús,<br />

imprime en nuestra vida tus sentimientos,<br />

tu docilidad, tu silencio que escucha<br />

y hace florecer la Palabra<br />

en opciones de auténtica libertad.<br />

María, háblanos de Jesús,<br />

5


para que el frescor de nuestra fe<br />

brille en nuestros ojos<br />

y caliente el corazón de aquellos<br />

con quienes nos encontremos,<br />

como tú hiciste al visitar a Isabel,<br />

que en su vejez se alegró contigo<br />

por el don de la vida.<br />

María, Virgen del Magníficat,<br />

ayúdanos a llevar la alegría al mundo<br />

y, como en Caná, impulsa a todos los jóvenes<br />

comprometidos en el servicio a los hermanos<br />

a hacer sólo lo que Jesús les diga.<br />

María, dirige tu mirada al ágora de los jóvenes,<br />

para que sea el terreno fecundo de la Iglesia italiana.<br />

Ora para que Jesús, muerto y resucitado,<br />

renazca en nosotros<br />

y nos transforme en una noche llena de luz,<br />

llena de él.<br />

María, Virgen de Loreto, puerta del cielo,<br />

ayúdanos a elevar nuestra mirada a las alturas.


Queremos ver a Jesús, hablar con él<br />

y anunciar a todos su amor.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

LA ANUNCIACIÓN <strong>DE</strong> LA <strong>VIRGEN</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

(Ángelus del 25-III-07)<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

El 25 de marzo se celebra la solemnidad de la Anunciación d<br />

16


Bienaventurada Virgen María. Este año coincide con un dom<br />

de Cuaresma y por eso se celebrará mañana. De todas form<br />

quisiera reflexionar ahora sobre este estupendo misterio de l<br />

que contemplamos todos los días en el rezo del Ángelus. L<br />

Anunciación, narrada al inicio del evangelio de san Lucas, e<br />

acontecimiento humilde, oculto -nadie lo vio, nadie lo conoc<br />

salvo María-, pero al mismo tiempo decisivo para la historia d<br />

humanidad. Cuando la Virgen dijo su «sí» al anuncio del án<br />

Jesús fue concebido y con él comenzó la nueva era de la his<br />

que se sellaría después en la Pascua como «nueva y etern<br />

alianza».<br />

En realidad, el «sí» de María es el reflejo perfecto del de Cr<br />

mismo cuando entró en el mundo, como escribe la carta a<br />

Hebreos interpretando el Salmo 39: «He aquí que vengo -pue<br />

mí está escrito en el rollo del libro- a hacer, oh Dios, tu volun<br />

(Hb 10,7). La obediencia del Hijo se refleja en la obediencia d<br />

Madre, y así, gracias al encuentro de estos dos «sí», Dios p<br />

asumir un rostro de hombre. Por eso la Anunciación es tamb<br />

una fiesta cristológica, porque celebra un misterio central de C<br />

su Encarnación.<br />

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra


espuesta de María al ángel se prolonga en la Iglesia, llamad<br />

manifestar a Cristo en la historia, ofreciendo su disponibilidad<br />

que Dios pueda seguir visitando a la humanidad con su<br />

misericordia. De este modo, el «sí» de Jesús y de María s<br />

renueva en el «sí» de los santos, especialmente de los márt<br />

que son asesinados a causa del Evangelio. Lo subrayo record<br />

que ayer, 24 de marzo, aniversario del asesinato de monse<br />

Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, se celebró la Jor<br />

de oración y ayuno por los misioneros mártires: obispos,<br />

sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos asesinados en e<br />

cumplimiento de su misión de evangelización y promoció<br />

humana.<br />

Los misioneros mártires, como reza el tema de este año, s<br />

«esperanza para el mundo», porque testimonian que el amo<br />

Cristo es más fuerte que la violencia y el odio. No buscaron<br />

martirio, pero estuvieron dispuestos a dar la vida para perman<br />

fieles al Evangelio. El martirio cristiano solamente se justifica<br />

acto supremo de amor a Dios y a los hermanos.<br />

En este tiempo cuaresmal contemplamos con mayor frecuen<br />

la Virgen, que en el Calvario sella el «sí» pronunciado en Naz<br />

Unida a Jesús, el Testigo del amor del Padre, María vivió


martirio del alma. Invoquemos con confianza su intercesión,<br />

que la Iglesia, fiel a su misión, dé al mundo entero testimon<br />

valiente del amor de Dios.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

VISITACIÓN <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong> A SU PRIMA ISABEL<br />

(En los jardines vaticanos, 31-V-07)<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

30-<br />

Con alegría me uno a vosotros al término de esta vigilia mari<br />

siempre sugestiva, con la que se concluye en el Vaticano el<br />

de mayo en la fiesta litúrgica de la Visitación de la santísima V<br />

María. (...)<br />

Meditando los misterios luminosos del santo rosario, habéis s<br />

a esta colina donde habéis revivido espiritualmente, en el rela<br />

evangelista san Lucas, la experiencia de María, que desde Na<br />

de Galilea «se puso en camino hacia la montaña» (Lc 1,39)<br />

llegar a la aldea de Judea donde vivía Isabel con su marid<br />

Zacarías.


¿Qué impulsó a María, una joven, a afrontar aquel viaje? So<br />

todo, ¿qué la llevó a olvidarse de sí misma, para pasar lo<br />

primeros tres meses de su embarazo al servicio de su prim<br />

necesitada de ayuda? La respuesta está escrita en un Salm<br />

«Corro por el camino de tus mandamientos (Señor), pues tú<br />

corazón dilatas» (Sal 118,32). El Espíritu Santo, que hizo pres<br />

al Hijo de Dios en la carne de María, ensanchó su corazón ha<br />

dimensión del de Dios y la impulsó por la senda de la carid<br />

La Visitación de María se comprende a la luz del acontecimi<br />

que, en el relato del evangelio de san Lucas, precede<br />

inmediatamente: el anuncio del ángel y la concepción de Jesú<br />

obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo descendió sobre<br />

Virgen, el poder del Altísimo la cubrió con su sombra (cf. Lc 1<br />

Ese mismo Espíritu la impulsó a «levantarse» y partir sin tard<br />

(cf. Lc 1,39), para ayudar a su anciana pariente.<br />

Jesús acaba de comenzar a formarse en el seno de María, pe<br />

Espíritu ya ha llenado el corazón de ella, de forma que la Mad<br />

empieza a seguir al Hijo divino: en el camino que lleva de Gal<br />

Judea es el mismo Jesús quien «impulsa» a María, infundién<br />

el ímpetu generoso de salir al encuentro del prójimo que tie<br />

necesidad, el valor de no anteponer sus legítimas exigencias


dificultades y los peligros para su vida. Es Jesús quien la ayu<br />

superar todo, dejándose guiar por la fe que actúa por la carida<br />

Ga 5,6).<br />

Meditando este misterio, comprendemos bien por qué la car<br />

cristiana es una virtud «teologal». Vemos que el corazón de M<br />

es visitado por la gracia del Padre, es penetrado por la fuerza<br />

Espíritu e impulsado interiormente por el Hijo; o sea, vemos<br />

corazón humano perfectamente insertado en el dinamismo d<br />

santísima Trinidad. Este movimiento es la caridad, que en Ma<br />

perfecta y se convierte en modelo de la caridad de la Iglesia,<br />

manifestación del amor trinitario (cf. Deus caritas est, 19)<br />

Todo gesto de amor genuino, incluso el más pequeño, contien<br />

sí un destello del misterio infinito de Dios: la mirada de atenci<br />

hermano, estar cerca de él, compartir su necesidad, curar s<br />

heridas, responsabilizarse de su futuro, todo, hasta en los m<br />

mínimos detalles, se hace «teologal» cuando está animado p<br />

Espíritu de Cristo.<br />

Que María nos obtenga el don de saber amar como ella su<br />

amar. A María encomendamos esta singular porción de la Ig<br />

que vive y trabaja en el Vaticano; le encomendamos la Cu


omana y las instituciones vinculadas a ella, para que el Espír<br />

Cristo anime todo deber y todo servicio. Pero desde esta co<br />

ampliamos la mirada a Roma y al mundo entero, y oramos<br />

todos los cristianos, para que puedan decir con san Pablo:<br />

amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14), y con la ayuda de M<br />

sepan difundir en el mundo el dinamismo de la caridad.<br />

Os agradezco nuevamente vuestra devota y fervorosa<br />

participación. Transmitid mi saludo a los enfermos, a los anci<br />

y a cada uno de vuestros seres queridos. A todos imparto<br />

corazón mi bendición.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

15-V


LA ASUNCIÓN <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

(Homilía del 15-VIII-07)<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

En su gran obra «La ciudad de Dios», san Agustín dice una<br />

que toda la historia humana, la historia del mundo, es una lu<br />

entre dos amores: el amor a Dios hasta la pérdida de sí mis<br />

hasta la entrega de sí mismo, y el amor a sí mismo hasta<br />

desprecio de Dios, hasta el odio a los demás. Esta misma<br />

interpretación de la historia como lucha entre dos amores, en<br />

amor y el egoísmo, aparece también en la lectura tomada d


Apocalipsis, que acabamos de escuchar. Aquí estos dos am<br />

se presentan en dos grandes figuras. Ante todo, está el dragó<br />

fortísimo, con una manifestación impresionante e inquietante<br />

poder sin gracia, sin amor, del egoísmo absoluto, del terror, d<br />

violencia.<br />

Cuando san Juan escribió el Apocalipsis, para él este drag<br />

personificaba el poder de los emperadores romanos anticristia<br />

desde Nerón hasta Domiciano. Este poder parecía ilimitado<br />

poder militar, político y propagandístico del Imperio romano er<br />

grande que ante él la fe, la Iglesia, parecía una mujer inerme<br />

posibilidad de sobrevivir, y mucho menos de vencer. ¿Quién p<br />

oponerse a este poder omnipresente, que aparentemente e<br />

capaz de hacer todo? Y, sin embargo, sabemos que al final v<br />

la mujer inerme; no venció el egoísmo ni el odio, sino el amo<br />

Dios, y el Imperio romano se abrió a la fe cristiana.<br />

Las palabras de la sagrada Escritura trascienden siempre<br />

momento histórico. Así, este dragón no sólo indica el pode<br />

anticristiano de los perseguidores de la Iglesia de aquel tiem<br />

sino también las dictaduras materialistas anticristianas de todo<br />

tiempos. Vemos de nuevo que este poder, esta fuerza del dra<br />

rojo, se personifica en las grandes dictaduras del siglo pasad


dictadura del nazismo y la dictadura de Stalin tenían todo el p<br />

penetraban en todos los lugares, hasta los últimos rincone<br />

Parecía imposible que, a largo plazo, la fe pudiera sobrevivir<br />

ese dragón tan fuerte, que quería devorar al Dios hecho niño<br />

mujer, a la Iglesia. Pero en realidad, también en este caso, al<br />

el amor fue más fuerte que el odio.<br />

También hoy el dragón existe con formas nuevas, diversas. E<br />

en la forma de ideologías materialistas, que nos dicen: es abs<br />

pensar en Dios; es absurdo cumplir los mandamientos de Dio<br />

algo del pasado. Lo único que importa es vivir la vida para<br />

mismo, tomar en este breve momento de la vida todo lo que n<br />

posible tomar. Sólo importa el consumo, el egoísmo, la diver<br />

Esta es la vida. Así debemos vivir. Y, de nuevo, parece absu<br />

parece imposible oponerse a esta mentalidad dominante, con<br />

su fuerza mediática, propagandística. Parece imposible aún<br />

pensar en un Dios que ha creado al hombre, que se ha hecho<br />

y que sería el verdadero dominador del mundo.<br />

También ahora este dragón parece invencible, pero también a<br />

sigue siendo verdad que Dios es más fuerte que el dragón,<br />

triunfa el amor y no el egoísmo.


Habiendo considerado así las diversas representaciones histó<br />

del dragón, veamos ahora la otra imagen: la mujer vestida de<br />

con la luna bajo sus pies, coronada por doce estrellas. Tamb<br />

esta imagen presenta varios aspectos. Sin duda, un prime<br />

significado es que se trata de la Virgen María vestida totalmen<br />

sol, es decir, de Dios; es María, que vive totalmente en Dio<br />

rodeada y penetrada por la luz de Dios. Está coronada por d<br />

estrellas, es decir, por las doce tribus de Israel, por todo el pu<br />

de Dios, por toda la comunión de los santos, y tiene bajo sus<br />

la luna, imagen de la muerte y de la mortalidad. María super<br />

muerte; está totalmente vestida de vida, elevada en cuerpo y<br />

a la gloria de Dios; así, en la gloria, habiendo superado la mu<br />

nos dice: «¡Ánimo, al final vence el amor! En mi vida dije: "¡He<br />

la esclava del Señor!". En mi vida me entregué a Dios y al pró<br />

Y esta vida de servicio llega ahora a la vida verdadera. Ten<br />

confianza; tened también vosotros la valentía de vivir así co<br />

todas las amenazas del dragón».<br />

Este es el primer significado de la mujer, es decir, María. La «<br />

vestida de sol» es el gran signo de la victoria del amor, de<br />

victoria del bien, de la victoria de Dios. Un gran signo de<br />

consolación. Pero esta mujer que sufre, que debe huir, que d


luz con gritos de dolor, también es la Iglesia, la Iglesia peregri<br />

todos los tiempos. En todas las generaciones debe dar a luz<br />

nuevo a Cristo, darlo al mundo con gran dolor, con gran<br />

sufrimiento. Perseguida en todos los tiempos, vive casi en<br />

desierto perseguida por el dragón. Pero en todos los tiempo<br />

Iglesia, el pueblo de Dios, también vive de la luz de Dios y -c<br />

dice el Evangelio- se alimenta de Dios, se alimenta con el pa<br />

la sagrada Eucaristía. Así, la Iglesia, sufriendo, en todas la<br />

tribulaciones, en todas las situaciones de las diversas épocas<br />

las diferentes partes del mundo, vence. Es la presencia, la ga<br />

del amor de Dios contra todas las ideologías del odio y de<br />

egoísmo.<br />

Ciertamente, vemos cómo también hoy el dragón quiere devo<br />

Dios que se hizo niño. No temáis por este Dios aparenteme<br />

débil. La lucha es algo ya superado. También hoy este Dios<br />

es fuerte: es la verdadera fuerza. Así, la fiesta de la Asunció<br />

María es una invitación a tener confianza en Dios y también<br />

invitación a imitar a María en lo que ella misma dijo: «¡He aq<br />

esclava del Señor!, me pongo a disposición del Señor». Esta<br />

lección: seguir su camino; dar nuestra vida y no tomar la vid<br />

Precisamente así estamos en el camino del amor, que consis


perderse, pero en realidad este perderse es el único camino<br />

encontrarse verdaderamente, para encontrar la verdadera v<br />

Contemplemos a María elevada al cielo. Renovemos nuestra<br />

celebremos la fiesta de la alegría: Dios vence. La fe,<br />

aparentemente débil, es la verdadera fuerza del mundo. El am<br />

más fuerte que el odio. Y digamos con Isabel: «Bendita tú e<br />

entre todas las mujeres». Te invocamos con toda la Iglesia: S<br />

María, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora d<br />

nuestra muerte. Amén.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

LA ASUNCIÓN <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

(Ángelus del 15-VIII-07)<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

24-V<br />

Celebramos hoy la solemnidad de la Asunción de la santísi<br />

Virgen María. Se trata de una fiesta antigua, que tiene su<br />

fundamento último en la sagrada Escritura. En efecto, la sag<br />

Escritura presenta a la Virgen María íntimamente unida a su


divino y siempre solidaria con él. Madre e Hijo aparecen<br />

estrechamente asociados en la lucha contra el enemigo infe<br />

hasta la plena victoria sobre él. Esta victoria se manifiesta,<br />

particular, con la derrota del pecado y de la muerte, es decir, c<br />

derrota de aquellos enemigos que san Pablo presenta siem<br />

unidos (cf. Rm 5,12.15-21; 1 Co 15,21-26). Por eso, como<br />

resurrección gloriosa de Cristo fue el signo definitivo de es<br />

victoria, así la glorificación de María, también en su cuerpo vir<br />

constituye la confirmación final de su plena solidaridad con su<br />

tanto en la lucha como en la victoria.<br />

De este profundo significado teológico del misterio se hiz<br />

intérprete el siervo de Dios Papa Pío XII, al pronunciar, el 1<br />

noviembre de 1950, la solemne definición dogmática de es<br />

privilegio mariano. Declaró: «Por eso, la augusta Madre de D<br />

misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad,<br />

un solo y mismo decreto" de predestinación, inmaculada en<br />

concepción, virgen integérrima en su divina maternidad,<br />

generosamente asociada al Redentor divino, que alcanzó pl<br />

triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, consiguió, al<br />

como corona suprema de sus privilegios, ser conservada inm<br />

de la corrupción del sepulcro y, del mismo modo que antes su


vencida la muerte, ser levantada en cuerpo y alma a la supre<br />

gloria del cielo, donde brillaría como Reina a la derecha de<br />

propio Hijo, Rey inmortal de los siglos» (Const. Munificentiss<br />

Deus: AAS 42 [1950] 768-769).<br />

Queridos hermanos y hermanas, María, al ser elevada a los c<br />

no se alejó de nosotros, sino que está aún más cercana, y su<br />

se proyecta sobre nuestra vida y sobre la historia de la human<br />

entera. Atraídos por el esplendor celestial de la Madre de<br />

Redentor, acudimos con confianza a ella, que desde el cielo<br />

mira y nos protege.<br />

Todos necesitamos su ayuda y su consuelo para afrontar l<br />

pruebas y los desafíos de cada día. Necesitamos sentirla ma<br />

hermana en las situaciones concretas de nuestra existencia<br />

para poder compartir, un día, también nosotros para siempre<br />

mismo destino, imitémosla ahora en el dócil seguimiento de C<br />

y en el generoso servicio a los hermanos. Este es el único m<br />

de gustar, ya durante nuestra peregrinación terrena, la alegría<br />

paz que vive en plenitud quien llega a la meta inmortal del par<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

17-V


S. S. Benedicto XVI<br />

ENSEÑANZAS SOBRE LA <strong>VIRGEN</strong> <strong>MARÍA</strong> (III)


.<br />

DISCURSO DURANTE LA VIGILIA <strong>DE</strong> ORACIÓN<br />

CELEBRADA CON LOS JÓVENES EN LORETO (1-IX-07<br />

Queridos jóvenes, que constituís la esperanza de la Iglesia<br />

Italia:<br />

Me alegra encontrarme con vosotros en este lugar tan singula<br />

esta velada especial, en la que se entrelazan oraciones, can<br />

silencios, una velada llena de esperanzas y profundas emocio<br />

Este valle, donde en el pasado también mi amado predece


Juan Pablo II se encontró con muchos de vosotros, ya se h<br />

convertido en vuestra «ágora», en vuestra plaza sin muros y<br />

barreras, donde convergen y de donde parten mil caminos.<br />

Cualquiera que sea el motivo que os ha traído aquí, quiero de<br />

que quien nos ha reunido aquí, aunque hace falta valentía p<br />

decirlo, es el Espíritu Santo. Sí, esto es lo que ha sucedido. Q<br />

os ha guiado hasta aquí es el Espíritu. Habéis venido con vue<br />

dudas y vuestras certezas, con vuestras alegrías y vuestra<br />

preocupaciones. Ahora nos toca a todos nosotros, a todo<br />

vosotros, abrir el corazón y ofrecer todo a Jesús.<br />

Decidle: «Heme aquí. Ciertamente no soy todavía como t<br />

quisieras que fuera; ni siquiera logro entenderme a fondo a<br />

mismo, pero con tu ayuda estoy dispuesto a seguirte. Señ<br />

Jesús, esta tarde quisiera hablarte, haciendo mía la actitud in<br />

y el abandono confiado de aquella joven que hace dos mil a<br />

pronunció su "sí" al Padre, que la escogía para ser tu Madre<br />

Padre la eligió porque era dócil y obediente a su voluntad». C<br />

ella, como la pequeña María, cada uno de vosotros, querid<br />

jóvenes amigos, diga con fe a Dios: «Heme aquí, hágase en<br />

según tu palabra».


¡Qué espectáculo tan admirable de fe joven y comprometed<br />

estamos viviendo esta tarde! Esta tarde, gracias a vosotros, L<br />

se ha convertido en la capital espiritual de los jóvenes, en el c<br />

hacia el que convergen idealmente las multitudes de jóvenes<br />

pueblan los cinco continentes. (...)<br />

Permitidme que os repita esta tarde: cada uno de vosotros<br />

permanece unido a Cristo, puede realizar grandes cosas. Por<br />

queridos amigos, no debéis tener miedo de soñar, con los o<br />

abiertos, en grandes proyectos de bien y no debéis desalent<br />

ante las dificultades. Cristo confía en vosotros y desea qu<br />

realicéis todos vuestros sueños más nobles y elevados d<br />

auténtica felicidad.<br />

Nada es imposible para quien se fía de Dios y se entrega a D<br />

Mirad a la joven María. El ángel le propuso algo realment<br />

inconcebible: participar del modo más comprometedor posibl<br />

el más grandioso de los planes de Dios, la salvación de la<br />

humanidad. Como hemos escuchado en el evangelio, ante<br />

propuesta María se turbó, pues era consciente de la pequeñe<br />

su ser frente a la omnipotencia de Dios, y se preguntó: ¿Cóm<br />

posible? ¿Por qué precisamente yo? Sin embargo, dispuest<br />

cumplir la voluntad divina, pronunció prontamente su «sí», q


cambió su vida y la historia de la humanidad entera. Gracias<br />

«sí» hoy también nosotros nos encontramos reunidos esta ta<br />

Me pregunto y os pregunto: lo que Dios nos pide, por más ar<br />

que pueda parecernos, ¿podrá equipararse a lo que pidió a<br />

joven María? Queridos muchachos y muchachas, aprendamo<br />

María a pronunciar nuestro «sí», porque ella sabe de verda<br />

que significa responder con generosidad a lo que pide el Se<br />

María, queridos jóvenes, conoce vuestras aspiraciones má<br />

nobles y profundas. Conoce bien, sobre todo, vuestro gran an<br />

de amor, vuestra necesidad de amar y ser amados. Mirándo<br />

ella, siguiéndola dócilmente, descubriréis la belleza del amor,<br />

no de un amor que se usa y se tira, pasajero y engañoso<br />

prisionero de una mentalidad egoísta y materialista, sino del a<br />

verdadero y profundo.<br />

En lo más íntimo del corazón, todo muchacho y toda mucha<br />

que se abre a la vida cultiva el sueño de un amor que dé ple<br />

sentido a su futuro. Para muchos este sueño se realiza en<br />

opción del matrimonio y en la formación de una familia, dond<br />

amor entre un hombre y una mujer se vive como don recípro<br />

fiel, como entrega definitiva, sellada por el «sí» pronunciado<br />

Dios el día del matrimonio, un «sí» para toda la vida.


Sé bien que este sueño hoy es cada vez más difícil de realiz<br />

¡Cuántos fracasos del amor contempláis en vuestro entorn<br />

¡Cuántas parejas inclinan la cabeza, rindiéndose, y se sepa<br />

¡Cuántas familias se desintegran! ¡Cuántos muchachos, incl<br />

entre vosotros, han visto la separación y el divorcio de sus pa<br />

A quienes se encuentran en situaciones tan delicadas y comp<br />

quisiera decirles esta tarde: la Madre de Dios, la comunidad d<br />

creyentes, el Papa están cerca de vosotros y oran para que<br />

crisis que afecta a las familias de nuestro tiempo no se transf<br />

en un fracaso irreversible. Ojalá que las familias cristianas, c<br />

ayuda de la gracia divina, se mantengan fieles al solemne<br />

compromiso de amor asumido con alegría ante el sacerdote y<br />

la comunidad cristiana el día solemne del matrimonio.<br />

Frente a tantos fracasos con frecuencia se formula esta preg<br />

«¿Soy yo mejor que mis amigos y que mis parientes, que lo<br />

intentado y han fracasado? ¿Por qué yo, precisamente yo, de<br />

triunfar donde tantos otros se rinden?». Este temor humano p<br />

frenar incluso a los corazones más valientes, pero en esta no<br />

que nos espera, a los pies de su Santa Casa, María os repet<br />

cada uno de vosotros, queridos jóvenes amigos, las palabras<br />

el ángel le dirigió a ella: «¡No temáis! ¡No tengáis miedo! E


Espíritu Santo está con vosotros y no os abandona jamás. N<br />

es imposible para quien confía en Dios».<br />

Eso vale para quien está llamado a la vida matrimonial, y mu<br />

más para aquellos a quienes Dios propone una vida de tot<br />

desprendimiento de los bienes de la tierra a fin de entregars<br />

tiempo completo a su reino. Algunos de entre vosotros hab<br />

emprendido el camino del sacerdocio, de la vida consagrad<br />

algunos aspiráis a ser misioneros, conscientes de cuántos<br />

cuáles peligros implica. Pienso en los sacerdotes, en las relig<br />

y en los laicos misioneros que han caído en la trinchera del a<br />

al servicio del Evangelio.<br />

Nos podría decir muchas cosas al respecto el padre Gianca<br />

Bossi, por el que oramos durante el tiempo de su secuestro<br />

Filipinas, y hoy nos alegramos de que esté aquí con nosotro<br />

través de él quisiera saludar y dar las gracias a todos los q<br />

consagran su vida a Cristo en las fronteras de la evangelizac<br />

Queridos jóvenes, si el Señor os llama a vivir más íntimamen<br />

su servicio, responded con generosidad. Tened la certeza de<br />

la vida dedicada a Dios nunca se gasta en vano. Querido<br />

jóvenes, antes de concluir estas palabras, quiero abrazaros<br />

corazón de padre. Os abrazo a cada uno, y os saludo


cordialmente. (...)<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

A LOS JÓVENES:<br />

«TENED LA VALENTÍA <strong>DE</strong> LA HUMILDAD»<br />

7-I<br />

(Homilía del 2-IX-07 en Loreto)<br />

Queridos hermanos y hermanas; que<br />

jóvenes amigos:<br />

Después de la vigilia de anoche, nue<br />

encuentro en Loreto se concluye aho<br />

torno al altar con la solemne celebra<br />

eucarística. Una vez más os salud<br />

cordialmente a todos. (...)<br />

Este es realmente un día de gracia.<br />

lecturas que acabamos de escuchar<br />

ayudan a comprender cuán maravillo<br />

la obra que ha realizado el Señor<br />

reunirnos aquí, en Loreto, en tan gran número y en un clim


jubiloso de oración y de fiesta. Con nuestro encuentro en<br />

santuario de la Virgen se hacen realidad, en cierto sentido,<br />

palabras de la carta a los Hebreos: «Os habéis acercado al m<br />

Sión, a la ciudad de Dios vivo» (Hb 12,22).<br />

Al celebrar la Eucaristía a la sombra de la Santa Casa, tamb<br />

nosotros nos hemos acercado a la «reunión solemne y asam<br />

de los primogénitos inscritos en los cielos» (Hb 12,23). As<br />

podemos experimentar la alegría de encontrarnos ante «Dios<br />

universal, y los espíritus de los justos llegados ya a su<br />

consumación» (Hb 12,23). Con María, Madre del Redentor<br />

Madre nuestra, vamos sobre todo al encuentro del «mediado<br />

la nueva Alianza» (Hb 12,24).<br />

El Padre celestial, que muchas veces y de muchos modos ha<br />

los hombres (cf. Hb 1,1), ofreciendo su alianza y encontrand<br />

menudo resistencias y rechazos, en la plenitud de los tiemp<br />

quiso establecer con los hombres un pacto nuevo, definitivo<br />

irrevocable, sellándolo con la sangre de su Hijo unigénito, mu<br />

resucitado para la salvación de la humanidad entera.<br />

Jesucristo, Dios hecho hombre, asumió en María nuestra mi<br />

carne, tomó parte en nuestra vida y quiso compartir nuest


historia. Para realizar su alianza, Dios buscó un corazón jove<br />

encontró en María, «una joven».<br />

También hoy Dios busca corazones jóvenes, busca jóvenes<br />

corazón grande, capaces de hacerle espacio a él en su vida<br />

ser protagonistas de la nueva Alianza. Para acoger una propu<br />

fascinante como la que nos hace Jesús, para establecer u<br />

alianza con él, hace falta ser jóvenes interiormente, capaces<br />

dejarse interpelar por su novedad, para emprender con él cam<br />

nuevos.<br />

Jesús tiene predilección por los jóvenes, como lo pone de<br />

manifiesto el diálogo con el joven rico (cf. Mt 19,16-22; Mc 10<br />

22); respeta su libertad, pero nunca se cansa de proponerl<br />

metas más altas para su vida: la novedad del Evangelio y<br />

belleza de una conducta santa. Siguiendo el ejemplo de su S<br />

la Iglesia tiene esa misma actitud. Por eso, queridos jóvenes<br />

mira con inmenso afecto; está cerca de vosotros en los mome<br />

de alegría y de fiesta, al igual que en los de prueba y desvarí<br />

sostiene con los dones de la gracia sacramental y os acomp<br />

en el discernimiento de vuestra vocación.<br />

Queridos jóvenes, dejaos implicar en la vida nueva que brota


encuentro con Cristo y podréis ser apóstoles de su paz e<br />

vuestras familias, entre vuestros amigos, en el seno de vues<br />

comunidades eclesiales y en los diversos ambientes en los<br />

vivís y actuáis.<br />

Pero, ¿qué es lo que hace realmente «jóvenes» en sentid<br />

evangélico? Este encuentro, que tiene lugar a la sombra de<br />

santuario mariano, nos invita a contemplar a la Virgen. Por e<br />

nos preguntamos: ¿Cómo vivió María su juventud? ¿Por qué<br />

ella se hizo posible lo imposible? Nos lo revela ella misma e<br />

cántico del Magníficat: Dios «ha puesto los ojos en la humilda<br />

su esclava» (Lc 1,48).<br />

Dios aprecia en María la humildad, más que cualquier otra co<br />

precisamente de la humildad nos hablan las otras dos lectura<br />

la liturgia de hoy. ¿No es una feliz coincidencia que se nos d<br />

este mensaje precisamente aquí, en Loreto? Aquí, nuestr<br />

pensamiento va naturalmente a la Santa Casa de Nazaret, qu<br />

el santuario de la humildad: la humildad de Dios, que se hi<br />

carne, se hizo pequeño; y la humildad de María, que lo acogi<br />

su seno. La humildad del Creador y la humildad de la criatu<br />

De ese encuentro de humildades nació Jesús, Hijo de Dios e


del hombre. «Cuanto más grande seas, tanto más debes<br />

humillarte, y ante el Señor hallarás gracia, pues grande es<br />

poderío del Señor, y por los humildes es glorificado», nos dic<br />

pasaje del Sirácida (Si 3,18-20); y Jesús, en el evangelio, des<br />

de la parábola de los invitados a las bodas, concluye: «Todo<br />

que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será<br />

ensalzado» (Lc 14,11).<br />

Esta perspectiva que nos indican las Escrituras choca fuertem<br />

hoy con la cultura y la sensibilidad del hombre contemporáne<br />

humilde se le considera un abandonista, un derrotado, uno qu<br />

tiene nada que decir al mundo. Y, en cambio, este es el cam<br />

real, y no sólo porque la humildad es una gran virtud huma<br />

sino, en primer lugar, porque constituye el modo de actuar de<br />

mismo. Es el camino que eligió Cristo, el mediador de la nue<br />

Alianza, el cual, «actuando como un hombre cualquiera, se re<br />

hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz»<br />

2,8).<br />

Queridos jóvenes, me parece que en estas palabras de Dios s<br />

la humildad se encierra un mensaje importante y muy actual<br />

vosotros, que queréis seguir a Cristo y formar parte de su Igl<br />

El mensaje es este: no sigáis el camino del <strong>org</strong>ullo, sino el d


humildad. Id contra corriente: no escuchéis las voces interesa<br />

persuasivas que hoy, desde muchas partes, proponen modelo<br />

vida marcados por la arrogancia y la violencia, por la prepoten<br />

el éxito a toda costa, por el aparecer y el tener, en detrimento<br />

ser.<br />

Vosotros sois los destinatarios de numerosos mensajes, que<br />

llegan sobre todo a través de los medios de comunicación so<br />

Estad vigilantes. Sed críticos. No vayáis tras la ola producida<br />

esa poderosa acción de persuasión. No tengáis miedo, quer<br />

amigos, de preferir los caminos «alternativos» indicados po<br />

amor verdadero: un estilo de vida sobrio y solidario; relacion<br />

afectivas sinceras y puras; un empeño honrado en el estudio<br />

el trabajo; un interés profundo por el bien común.<br />

No tengáis miedo de ser considerados diferentes y de se<br />

criticados por lo que puede parecer perdedor o pasado de m<br />

vuestros coetáneos, y también los adultos, especialmente los<br />

parecen más alejados de la mentalidad y de los valores d<br />

Evangelio, tienen profunda necesidad de ver a alguien que<br />

atreva a vivir de acuerdo con la plenitud de humanidad<br />

manifestada por Jesucristo.


Así pues, queridos jóvenes, el camino de la humildad no es<br />

camino de renuncia, sino de valentía. No es resultado de u<br />

derrota, sino de una victoria del amor sobre el egoísmo y de<br />

gracia sobre el pecado. Siguiendo a Cristo e imitando a Ma<br />

debemos tener la valentía de la humildad; debemos<br />

encomendarnos humildemente al Señor, porque sólo así<br />

podremos llegar a ser instrumentos dóciles en sus manos, y<br />

permitiremos hacer en nosotros grandes cosas.<br />

En María y en los santos el Señor obró grandes prodigios. Pie<br />

por ejemplo, en san Francisco de Asís y santa Catalina de Si<br />

patronos de Italia. Pienso también en jóvenes espléndidos, c<br />

santa Gema Galgani, san Gabriel de la Dolorosa, san Lui<br />

Gonzaga, santo Domingo Savio, santa María Goretti, que na<br />

cerca de aquí, y los beatos Piergi<strong>org</strong>io Frassati y Alberto Mar<br />

Y pienso también en numerosos muchachos y muchachas q<br />

pertenecen a la legión de santos «anónimos», pero que no<br />

anónimos para Dios. Para él cada persona es única, con s<br />

nombre y su rostro. Como sabéis bien, todos estamos llamad<br />

ser santos.<br />

Como veis, queridos jóvenes, la humildad que el Señor nos<br />

enseñado y que los santos han testimoniado, cada uno segú


originalidad de su vocación, no es ni mucho menos un modo<br />

vivir abandonista. Contemplemos sobre todo a María: en s<br />

escuela, también nosotros podemos experimentar, como ella<br />

«sí» de Dios a la humanidad del que brotan todos los «sí»<br />

nuestra vida.<br />

En verdad, son numerosos y grandes los desafíos que deb<br />

afrontar. Pero el primero sigue siendo siempre seguir a Cris<br />

fondo, sin reservas ni componendas. Y seguir a Cristo signi<br />

sentirse parte viva de su cuerpo, que es la Iglesia. No podem<br />

llamarnos discípulos de Jesús si no amamos y no seguimos<br />

Iglesia. La Iglesia es nuestra familia, en la que el amor al Señ<br />

los hermanos, sobre todo en la participación en la Eucaristía,<br />

hace experimentar la alegría de poder gustar ya desde ahor<br />

vida futura, que estará totalmente iluminada por el Amor.<br />

Nuestro compromiso diario debe consistir en vivir aquí abajo c<br />

si estuviéramos allá arriba. Por tanto, sentirse Iglesia es pa<br />

todos una vocación a la santidad; es compromiso diario d<br />

construir la comunión y la unidad venciendo toda resistenci<br />

superando toda incomprensión. En la Iglesia aprendemos a a<br />

educándonos en la acogida gratuita del prójimo, en la atenc<br />

solícita a quienes atraviesan dificultades, a los pobres y a l


últimos.<br />

La motivación fundamental de todos los creyentes en Cristo n<br />

el éxito, sino el bien, un bien que es tanto más auténtico cua<br />

más se comparte, y que no consiste principalmente en el ten<br />

en el poder, sino en el ser. Así se edifica la ciudad de Dios co<br />

hombres, una ciudad que crece desde la tierra y a la vez<br />

desciende del cielo, porque se desarrolla con el encuentro y<br />

colaboración entre los hombres y Dios (cf. Ap 21,2-3).<br />

Seguir a Cristo, queridos jóvenes, implica además un esfue<br />

constante por contribuir a la edificación de una sociedad más<br />

y solidaria, donde todos puedan gozar de los bienes de la tie<br />

Sé que muchos de vosotros os dedicáis con generosidad<br />

testimoniar vuestra fe en varios ámbitos sociales, colaborand<br />

el voluntariado, trabajando por la promoción del bien común,<br />

paz y de la justicia en cada comunidad. Uno de los campos e<br />

que parece urgente actuar es, sin duda, el de la conservació<br />

la creación.<br />

A las nuevas generaciones está encomendado el futuro d<br />

planeta, en el que son evidentes los signos de un desarrollo<br />

no siempre ha sabido tutelar los delicados equilibrios de l


naturaleza. Antes de que sea demasiado tarde, es preciso to<br />

medidas valientes, que puedan restablecer una fuerte alian<br />

entre el hombre y la tierra. Es necesario un «sí» decisivo a<br />

tutela de la creación y un compromiso fuerte para invertir l<br />

tendencias que pueden llevar a situaciones de degradació<br />

irreversible.<br />

Por eso, he apreciado la iniciativa de la Iglesia italiana de<br />

promover la sensibilidad frente a los problemas de la conserv<br />

de la creación estableciendo una Jornada nacional, que se ce<br />

precisamente el 1 de septiembre. Este año la atención se ce<br />

sobre todo en el agua, un bien preciosísimo que, si no se<br />

comparte de modo equitativo y pacífico, se convertirá po<br />

desgracia en motivo de duras tensiones y ásperos conflicto<br />

Queridos jóvenes amigos, después de escuchar vuestras<br />

reflexiones de ayer por la tarde y de esta noche, dejándome<br />

por la palabra de Dios, he querido comunicaros ahora esta<br />

consideraciones, que pretenden ser un estímulo paterno a se<br />

Cristo para ser testigos de su esperanza y de su amor. Por<br />

parte, seguiré acompañándoos con mi oración y con mi afec<br />

para que prosigáis con entusiasmo el camino del Ágora, es<br />

singular itinerario trienal de escucha, diálogo y misión. Al con


hoy el primer año con este estupendo encuentro, no puedo<br />

menos de invitaros a mirar ya a la gran cita de la Jornada mu<br />

de la juventud, que se celebrará en julio del año próximo e<br />

Sydney.<br />

Os invito a prepararos para esa gran manifestación de fe juv<br />

meditando en mi Mensaje, que profundiza el tema del Espí<br />

Santo, para vivir juntos una nueva primavera del Espíritu. O<br />

espero, por tanto, en gran número también en Australia, al co<br />

vuestro segundo año del Ágora.<br />

Por último, volvamos una vez más nuestra mirada a María, m<br />

de humildad y de valentía. Ayúdanos, Virgen de Nazaret, a<br />

dóciles a la obra del Espíritu Santo, como lo fuiste tú. Ayúdan<br />

ser cada vez más santos, discípulos enamorados de tu Hijo J<br />

Sostén y acompaña a estos jóvenes, para que sean misione<br />

alegres e incansables del Evangelio entre sus coetáneos, en<br />

los lugares de Italia. Amén.<br />

[El Papa pronunció las siguientes palabras antes de imparti<br />

bendición apostólica:]<br />

Queridos hermanos y hermanas, estamos para despedirnos<br />

este lugar en el que hemos celebrado los santos misterios, lu


donde se hace memoria de la encarnación del Verbo. El sant<br />

lauretano nos recuerda también hoy que para acoger plenam<br />

la Palabra de vida no basta conservar el don recibido: tambié<br />

que ir, con solicitud, por otros caminos y a otras ciudades,<br />

comunicarlo con gozo y agradecimiento, como la joven Marí<br />

Nazaret. Queridos jóvenes, conservad en el corazón el recue<br />

de este lugar y, como los setenta y dos discípulos designado<br />

Jesús, id con determinación y libertad de espíritu: comunica<br />

paz, sostened al débil, preparad los corazones a la novedad<br />

Cristo. Anunciad que el reino de Dios está cerca.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

ENCUENTRO <strong>DE</strong> ORACIÓN<br />

ANTE LA «COLUMNA <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong>»<br />

(Plaza «Am Hof», Viena, 7-IX-07)<br />

Venerado y querido señor cardenal; ilustre señor alcalde; que<br />

hermanos y hermanas:<br />

Como primera etapa de mi peregrinación hacia Mariazell h<br />

7-I


elegido la Mariensäule («Columna de María») para reflexiona<br />

momento con vosotros sobre el significado de la Madre de D<br />

para la Austria del pasado y del presente, así como sobre<br />

significado para cada uno de nosotros. (...)<br />

Ya desde los primeros tiempos, a la fe en Jesucristo, el Hijo<br />

Dios encarnado, está unida una veneración particular a su M<br />

la Mujer en cuyo seno asumió la naturaleza humana,<br />

compartiendo incluso el latido de su corazón, la Mujer que<br />

acompañó con delicadeza y respeto durante su vida, hasta<br />

muerte en cruz, y a cuyo amor materno él, al final, encomend<br />

discípulo predilecto y con él a toda la humanidad.<br />

Con su sentimiento materno, María acoge también hoy bajo<br />

protección a personas de todas las lenguas y culturas, par<br />

llevarlas a Cristo juntas, en una multiforme unidad. A ella pod<br />

recurrir en nuestras preocupaciones y necesidades. Pero tam<br />

debemos aprender de ella a acogernos mutuamente con el m<br />

amor con que ella nos acoge a todos: a cada uno en su<br />

singularidad, querido como tal y amado por Dios. En la fam<br />

universal de Dios, en la que cada persona tiene reservado<br />

puesto, cada uno debe desarrollar sus dones para el bien<br />

todos.


La «Columna de María», erigida por el emperador Fernando<br />

acción de gracias por la liberación de Viena de un gran pelig<br />

por él inaugurada hace exactamente 360 años, debe ser tam<br />

para nosotros hoy un signo de esperanza. ¡Cuántas person<br />

desde entonces, se han detenido ante esta columna y, oran<br />

han elevado los ojos hacia María! ¡Cuántos han experimentad<br />

las dificultades personales la fuerza de su intercesión! Per<br />

nuestra esperanza cristiana va mucho más allá de la realiza<br />

de nuestros deseos pequeños y grandes. Nosotros elevamos<br />

ojos hacia María, que nos muestra a qué esperanza estam<br />

llamados (cf. Ef 1,18), pues ella personifica lo que el hombre<br />

verdad.<br />

Como hemos escuchado en la lectura bíblica, ya antes de<br />

creación del mundo Dios nos había elegido en Cristo. Él n<br />

conoce y ama a cada uno desde la eternidad. Y ¿para qué no<br />

elegido? Para ser santos e inmaculados en su presencia, en<br />

amor. Y eso no es una tarea imposible de cumplir, ya que Dio<br />

ha concedido, en Cristo, su realización. Hemos sido redimido<br />

virtud de nuestra comunión con Cristo resucitado, Dios nos<br />

bendecido con toda clase de bendiciones espirituales.<br />

Abramos nuestro corazón; acojamos esa herencia tan valio


Entonces podremos entonar, juntamente con María, el himno<br />

alabanza de su gracia. Y si seguimos poniendo nuestras<br />

preocupaciones diarias ante la Madre inmaculada de Cristo,<br />

nos ayudará a abrir siempre nuestras pequeñas esperanzas h<br />

la esperanza grande y verdadera, que da sentido a nuestra v<br />

puede colmarnos de una alegría profunda e indestructible<br />

En este sentido, quisiera ahora, juntamente con vosotros, ele<br />

los ojos hacia la Inmaculada, para encomendarle a ella la<br />

oraciones que acabáis de rezar y pedirle su protección mate<br />

para este país y para sus habitantes:<br />

Santa María,<br />

Madre inmaculada de nuestro Señor Jesucristo,<br />

en ti Dios nos ha dado el prototipo de la Iglesia<br />

y el modo mejor de realizar nuestra humanidad.<br />

A ti te encomiendo a Austria y a sus habitantes:<br />

ayúdanos a todos a seguir tu ejemplo<br />

y a orientar totalmente nuestra vida hacia Dios.<br />

Haz que, contemplando a Cristo,<br />

lleguemos a ser cada vez más semejantes a él,<br />

verdaderos hijos de Dios.<br />

Entonces también nosotros,


llenos de toda clase de bendiciones espirituales,<br />

podremos corresponder cada vez mejor a su voluntad<br />

y ser así instrumentos de paz para Austria,<br />

para Europa y para el mundo. Amén.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

LA ANUNCIACIÓN <strong>DE</strong> LA <strong>VIRGEN</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

14-I


(Ángelus del 9-IX-07)<br />

Queridos hermanos y hermanas: (...)<br />

En la homilía he tratado de decir algo sobre el sentido del dom<br />

y sobre el pasaje evangélico de hoy, y creo que esto nos h<br />

llevado a descubrir que el amor de Dios, que «se perdió a<br />

mismo» por nosotros entregándose a nosotros, nos da la libe<br />

interior para «perder» nuestra vida, para encontrar de este m<br />

la vida verdadera.<br />

La participación en este amor dio a María la fuerza para su «<br />

sin reservas. Ante el amor respetuoso y delicado de Dios, q<br />

para la realización de su proyecto de salvación espera la<br />

colaboración libre de su criatura, la Virgen superó toda vacila<br />

y, con vistas a ese proyecto grande e inaudito, se puso<br />

confiadamente en sus manos. Plenamente disponible, totalm<br />

abierta en lo íntimo de su alma y libre de sí, permitió a Dio<br />

colmarla con su Amor, con el Espíritu Santo. Así María, la m<br />

sencilla, pudo recibir en sí misma al Hijo de Dios y dar al mun<br />

Salvador que se había donado a ella.<br />

También a nosotros, en la celebración eucarística, se nos<br />

donado hoy el Hijo de Dios. Quien ha recibido la Comunión l


ahora en sí de un modo particular al Señor resucitado. Com<br />

María lo llevó en su seno -un ser humano pequeño, inerme<br />

totalmente dependiente del amor de la madre-, así Jesucristo<br />

la especie del pan, se ha entregado a nosotros, queridos<br />

hermanos y hermanas. Amemos a este Jesús que se pon<br />

totalmente en nuestras manos. Amémoslo como lo amó Mar<br />

llevémoslo a los hombres como María lo llevó a Isabel, suscit<br />

alegría y gozo. La Virgen dio al Verbo de Dios un cuerpo hum<br />

para que pudiera entrar en el mundo. Demos también nosot<br />

nuestro cuerpo al Señor, hagamos que nuestro cuerpo sea c<br />

vez más un instrumento del amor de Dios, un templo del Esp<br />

Santo. Llevemos el domingo con su Don inmenso al mund<br />

Pidamos a María que nos enseñe a ser, como ella, libres d<br />

nosotros mismos, para encontrar en la disponibilidad a Dio<br />

nuestra verdadera libertad, la verdadera vida y la alegría auté<br />

y duradera.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

<strong>MARÍA</strong>, ESTRELLA <strong>DE</strong> LA ESPERANZA<br />

21-I


(De la Encíclica "Spe salvi", 30-XI-07)<br />

49. Con un himno del siglo VIII/IX, por tanto de hace más de<br />

años, la Iglesia saluda a María, la Madre de Dios, como «est<br />

del mar»: Ave maris stella. La vida humana es un camino. ¿H<br />

qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como<br />

viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso<br />

viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la r<br />

Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas qu<br />

sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesuc<br />

es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre<br />

las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta él necesita<br />

también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la lu<br />

Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿q<br />

mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperan<br />

Ella, que con su «sí» abrió la puerta de nuestro mundo a D<br />

mismo; ella, que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza<br />

la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó<br />

tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14).<br />

50. Por eso, la invocamos: Santa María, tú fuiste una de aqu<br />

almas humildes y grandes en Israel que, como Simeón, espe<br />

«el consuelo de Israel» (Lc 2,25) y esperaron, como Ana, «


edención de Jerusalén» (Lc 2,38). Tú viviste en contacto ínt<br />

con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la<br />

esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descende<br />

(cf. Lc 1,55). Así comprendemos el santo temor que te sobre<br />

cuando el ángel de Dios entró en tu aposento y te dijo que da<br />

luz a Aquel que era la esperanza de Israel y la esperanza d<br />

mundo. Por ti, por tu «sí», la esperanza de milenios debía hac<br />

realidad, entrar en este mundo y en su historia. Tú te inclina<br />

ante la grandeza de esta misión y pronunciaste tu «sí»: «He<br />

la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,<br />

Cuando llena de santa alegría, fuiste aprisa por los montes<br />

Judea para visitar a tu pariente Isabel, te convertiste en la im<br />

de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del m<br />

por los montes de la historia.<br />

Pero junto con la alegría que en tu Magnificat, con las palabr<br />

el canto, has difundido a lo largo de los siglos, conocías tam<br />

las afirmaciones oscuras de los profetas sobre el sufrimiento<br />

siervo de Dios en este mundo. Sobre su nacimiento en el est<br />

de Belén brilló el resplandor de los ángeles que llevaron la bu<br />

nueva a los pastores, pero al mismo tiempo se hizo de sob<br />

palpable la pobreza de Dios en este mundo. El anciano Sime


habló de la espada que traspasaría tu corazón (cf. Lc 2,35),<br />

signo de contradicción que tu Hijo sería en este mundo. Cua<br />

comenzó después la actividad pública de Jesús, debiste qued<br />

a un lado para que pudiera crecer la nueva familia que él ha<br />

venido a instituir y que se desarrollaría con la aportación de<br />

que escucharían y cumplirían su palabra (cf. Lc 11,27-28).<br />

obstante toda la grandeza y la alegría de los primeros pasos<br />

actividad de Jesús, ya en la sinagoga de Nazaret experiment<br />

la verdad de aquellas palabras sobre el «signo de contradicc<br />

(cf. Lc 4,28ss). Así viste el poder creciente de la hostilidad y<br />

rechazo que progresivamente fue creándose en torno a Jes<br />

hasta la hora de la cruz, en la que viste morir como un fracas<br />

expuesto al escarnio, entre los delincuentes, al Salvador d<br />

mundo, el heredero de David, el Hijo de Dios.<br />

Acogiste entonces las palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»<br />

19,26). Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de<br />

cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre<br />

todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo. La es<br />

del dolor traspasó tu corazón. ¿Había muerto la esperanza?<br />

había quedado el mundo definitivamente sin luz, la vida sin m<br />

Probablemente en aquella hora habrás escuchado de nuevo


interior las palabras del ángel, con las que respondió a tu tem<br />

el momento de la anunciación: «No temas, María» (Lc 1,30<br />

¡Cuántas veces el Señor, tu Hijo, dijo lo mismo a sus discípu<br />

«No temáis»! En la noche del Gólgota, oíste una vez más es<br />

palabras en tu corazón. A sus discípulos, antes de la hora d<br />

traición, él les dijo: «Tened valor: Yo he vencido al mundo»<br />

16,33). «No tiemble vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14,<br />

«No temas, María».<br />

En la hora de Nazaret el ángel también te dijo: «Su reino no te<br />

fin» (Lc 1,33). ¿Acaso había terminado antes de empezar?<br />

junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te conve<br />

en madre de los creyentes. Con esta fe, que en la oscuridad<br />

Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, llegaste<br />

mañana de Pascua. La alegría de la resurrección conmovió<br />

corazón y te unió de modo nuevo a los discípulos, destinado<br />

convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste<br />

comunidad de los creyentes que en los días después de l<br />

Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu S<br />

(cf. Hch 1,14), que recibieron el día de Pentecostés. El «reino<br />

Jesús era distinto de como lo habían podido imaginar los hom<br />

Este «reino» comenzó en aquella hora y ya nunca tendría fin


eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, co<br />

Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Mad<br />

nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícan<br />

camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotro<br />

guíanos en nuestro camino.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

LA INMACULADA CONCEPCIÓN<br />

(Ángelus del 8-XII-07)<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

7-X<br />

En el camino del Adviento brilla la estrella de María Inmacula<br />

«señal de esperanza cierta y de consuelo» (Lumen gentium,<br />

Para llegar a Jesús, luz verdadera, sol que disipó todas la<br />

tinieblas de la historia, necesitamos luces cercanas a nosotr<br />

personas humanas que reflejen la luz de Cristo e iluminen a<br />

camino por recorrer. ¿Y qué persona es más luminosa que M<br />

¿Quién mejor que ella, aurora que anunció el día de la salva<br />

(cf. Spe salvi, 49), puede ser para nosotros estrella de espera


Por eso la liturgia nos hace celebrar hoy, cerca de la Navida<br />

fiesta solemne de la Inmaculada Concepción de María: el mis<br />

de la gracia de Dios que envolvió desde el primer instante de<br />

existencia a la criatura destinada a convertirse en la Madre<br />

Redentor, preservándola del contagio del pecado original.<br />

contemplarla, reconocemos la altura y la belleza del proyecto<br />

Dios para todo hombre: ser santos e inmaculados en el amo<br />

Ef 1,4), a imagen de nuestro Creador.<br />

¡Qué gran don tener por madre a María Inmaculada! Una ma<br />

resplandeciente de belleza, transparente al amor de Dios. Pie<br />

en los jóvenes de hoy, que han crecido en un ambiente satu<br />

de mensajes que proponen falsos modelos de felicidad. Es<br />

muchachos y muchachas corren el peligro de perder la esper<br />

porque a menudo parecen huérfanos del verdadero amor, q<br />

colma de significado y alegría la vida.<br />

Este era uno de los temas preferidos de mi venerado predec<br />

Juan Pablo II, el cual propuso en repetidas ocasiones a la juv<br />

de nuestro tiempo a María como «Madre del amor hermoso»<br />

desgracia, muchas experiencias nos demuestran que los<br />

adolescentes, los jóvenes e incluso los niños son víctimas fá<br />

de la corrupción del amor, engañados por adultos sin escrúp


que, mintiéndose a sí mismos y a ellos, los atraen a los callej<br />

sin salida del consumismo. Incluso las realidades más sagra<br />

como el cuerpo humano, templo del Dios del amor y de la vid<br />

convierten así en objetos de consumo; y esto cada vez má<br />

pronto, ya en la pre-adolescencia. ¡Qué tristeza cuando lo<br />

muchachos pierden el asombro, el encanto de los sentimien<br />

más hermosos, el valor del respeto del cuerpo, manifestación<br />

persona y de su misterio insondable!<br />

A todo esto nos exhorta María, la Inmaculada, a la que<br />

contemplamos en toda su hermosura y santidad. Desde la c<br />

Jesús la encomendó a Juan y a todos los discípulos (cf. Jn 19<br />

y desde entonces se ha convertido para toda la humanidad<br />

Madre, Madre de la esperanza. A ella le dirigimos con fe nue<br />

oración, mientras vamos idealmente en peregrinación a Lour<br />

donde precisamente hoy comienza un año jubilar especial c<br />

ocasión del 150° aniversario de sus apariciones en la gruta<br />

Massabielle. María Inmaculada, «estrella del mar, brilla sob<br />

nosotros y guíanos en nuestro camino» (Spe salvi, 50).<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

14-X


* * *<br />

HOMENAJE A LA INMACULADA<br />

<strong>MARÍA</strong>, SIGNO <strong>DE</strong> ESPERANZA<br />

(Roma, Plaza de España, 8-XII-07<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

En una cita que ya ha llegado a se<br />

tradicional, nos volvemos a encontrar<br />

en la plaza de España, para ofrec<br />

nuestra ofrenda floral a la Virgen, en e<br />

en el que toda la Iglesia celebra la fi<br />

de su Inmaculada Concepción. Siguie<br />

los pasos de mis predecesores, tam<br />

yo me uno a vosotros, queridos fiele<br />

Roma, para recogerme con afecto y a<br />

filiales ante María, que desde hace ciento cincuenta años v<br />

sobre nuestra ciudad desde lo alto de esta columna. Por tant<br />

trata de un gesto de fe y de devoción que nuestra comunid<br />

cristiana repite cada año, como para reafirmar su compromis<br />

fidelidad con respecto a María, que en todas las circunstancia<br />

la vida diaria nos garantiza su ayuda y su protección mater


Esta manifestación religiosa es, al mismo tiempo, una ocas<br />

para brindar a cuantos viven en Roma o pasan en ella algun<br />

días como peregrinos y turistas, la oportunidad de sentirse, au<br />

medio de la diversidad de las culturas, una única familia que<br />

reúne en torno a una Madre que compartió las fatigas diarias<br />

toda mujer y madre de familia.<br />

Pero se trata de una madre del todo singular, elegida por D<br />

para una misión única y misteriosa, la de engendrar para la<br />

terrena al Verbo eterno del Padre, que vino al mundo para<br />

salvación de todos los hombres. Y María, Inmaculada en s<br />

concepción virginal -así la veneramos hoy con devoción y gra<br />

, realizó su peregrinación terrena sostenida por una fe intrép<br />

una esperanza inquebrantable y un amor humilde e ilimitad<br />

siguiendo las huellas de su hijo Jesús. Estuvo a su lado co<br />

solicitud materna desde el nacimiento hasta el Calvario, don<br />

asistió a su crucifixión agobiada por el dolor, pero inquebrant<br />

en la esperanza. Luego experimentó la alegría de la resurrec<br />

al alba del tercer día, del nuevo día, cuando el Crucificado de<br />

sepulcro venciendo para siempre y de modo definitivo el pode<br />

pecado y de la muerte.<br />

María, en cuyo seno virginal Dios se hizo hombre, es nues


Madre. En efecto, desde lo alto de la cruz Jesús, antes de<br />

consumar su sacrificio, nos la dio como madre y a ella no<br />

encomendó como hijos suyos. Misterio de misericordia y de a<br />

don que enriquece a la Iglesia con una fecunda maternida<br />

espiritual.<br />

Queridos hermanos y hermanas, sobre todo hoy, dirijamos nu<br />

mirada a ella e, implorando su ayuda, dispongámonos a ates<br />

todas sus enseñanzas maternas. ¿No nos invita nuestra Ma<br />

celestial a evitar el mal y a hacer el bien, siguiendo dócilmen<br />

ley divina inscrita en el corazón de todo hombre, de todo crist<br />

Ella, que conservó la esperanza aun en la prueba extrema,<br />

nos pide que no nos desanimemos cuando el sufrimiento y<br />

muerte llaman a la puerta de nuestra casa? ¿No nos pide q<br />

miremos con confianza a nuestro futuro? ¿No nos exhorta<br />

Virgen Inmaculada a ser hermanos unos de otros, todos uni<br />

por el compromiso de construir juntos un mundo más justo<br />

solidario y pacífico?<br />

Sí, queridos amigos. Una vez más, en este día solemne, la Ig<br />

señala al mundo a María como signo de esperanza cierta y<br />

victoria definitiva del bien sobre el mal. Aquella a quien invoca<br />

como «llena de gracia» nos recuerda que todos somos herm


y que Dios es nuestro Creador y nuestro Padre. Sin él, o peor<br />

contra él, los hombres no podremos encontrar jamás el cam<br />

que conduce al amor, no podremos derrotar jamás el poder<br />

odio y de la violencia, no podremos construir jamás una pa<br />

estable.<br />

Es necesario que los hombres de todas las naciones y cultu<br />

acojan este mensaje de luz y de esperanza: que lo acojan co<br />

don de las manos de María, Madre de toda la humanidad. S<br />

vida es un camino, y este camino a menudo resulta oscuro, d<br />

fatigoso, ¿qué estrella podrá iluminarlo? En mi encíclica Spe<br />

publicada al inicio del Adviento, escribí que la Iglesia mira a M<br />

y la invoca como «Estrella de esperanza» (n. 49).<br />

Durante nuestro viaje común por el mar de la historia necesita<br />

«luces de esperanza», es decir, personas que reflejen la luz<br />

Cristo, «ofreciendo así orientación para nuestra travesía» (ib.<br />

quién mejor que María puede ser para nosotros «Estrella d<br />

esperanza»? Ella, con su «sí», con la ofrenda generosa de<br />

libertad recibida del Creador, permitió que la esperanza d<br />

milenios se hiciera realidad, que entrara en este mundo y en<br />

historia. Por medio de ella, Dios se hizo carne, se convirtió en<br />

de nosotros, puso su tienda en medio de nosotros.


Por eso, animados por una confianza filial, le decimos:<br />

«Enséñanos, María, a creer, a esperar y a amar contigo; indíc<br />

el camino que conduce a la paz, el camino hacia el reino de J<br />

Tú, Estrella de esperanza, que con conmoción nos esperas e<br />

luz sin ocaso de la patria eterna, brilla sobre nosotros y guían<br />

los acontecimientos de cada día, ahora y en la hora de nues<br />

muerte. Amén».<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

LA MATERNIDAD DIVINA <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

(Homilía del 1-I-08)<br />

14-X<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

Hoy comenzamos un año nuevo y n<br />

lleva de la mano la esperanza cristian<br />

comenzamos invocando sobre él<br />

bendición divina e implorando, po<br />

intercesión de María, Madre de Dios<br />

don de la paz para nuestras familias,


nuestras ciudades y para el mundo entero. Con este deseo<br />

saludo a todos. (...)<br />

Nuestro pensamiento se dirige ahora, naturalmente, a la Vir<br />

María, a la que hoy invocamos como Madre de Dios. Fue el P<br />

Pablo VI quien trasladó al día 1 de enero la fiesta de la Mater<br />

divina de María, que antes caía el 11 de octubre. En efecto, a<br />

de la reforma litúrgica realizada después del concilio Vatican<br />

en el primer día del año se celebraba la memoria de la circunc<br />

de Jesús en el octavo día después de su nacimiento -como s<br />

de sumisión a la ley, su inserción oficial en el pueblo elegido-<br />

domingo siguiente se celebraba la fiesta del nombre de Jes<br />

De esas celebraciones encontramos algunas huellas en la pá<br />

evangélica que acabamos de proclamar, en la que san Luc<br />

refiere que, ocho días después de su nacimiento, el Niño f<br />

circuncidado y le pusieron el nombre de Jesús, «el que le di<br />

ángel antes de ser concebido en el seno de su madre» (Lc 2<br />

Por tanto, esta solemnidad, además de ser una fiesta mariana<br />

significativa, conserva también un fuerte contenido cristológ<br />

porque, podríamos decir, antes que a la Madre, atañe<br />

precisamente al Hijo, a Jesús, verdadero Dios y verdader<br />

hombre.


Al misterio de la maternidad divina de María, la Theotokos, h<br />

referencia el apóstol san Pablo en la carta a los Gálatas. «Al l<br />

la plenitud de los tiempos -escribe- envió Dios a su Hijo, nacid<br />

mujer, nacido bajo la ley» (Ga 4,4). En pocas palabras se<br />

encuentran sintetizados el misterio de la encarnación del Ve<br />

eterno y la maternidad divina de María: el gran privilegio de<br />

Virgen consiste precisamente en ser Madre del Hijo, que es D<br />

Así pues, ocho días después de la Navidad, esta fiesta mari<br />

encuentra su lugar más lógico y adecuado. En efecto, en la n<br />

de Belén, cuando «dio a luz a su hijo primogénito» (Lc 2,7),<br />

cumplieron las profecías relativas al Mesías. «Una virgen<br />

concebirá y dará a luz un hijo», había anunciado Isaías (Is 7<br />

«Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo» (Lc 1,31), dij<br />

María el ángel Gabriel. Y también un ángel del Señor -narra<br />

evangelista san Mateo-, apareciéndose en sueños a José,<br />

tranquilizó diciéndole: «No temas tomar contigo a María tu m<br />

porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a lu<br />

hijo» (Mt 1,20-21).<br />

El título de Madre de Dios es, juntamente con el de Virgen sa<br />

el más antiguo y constituye el fundamento de todos los dem<br />

títulos con los que María ha sido venerada y sigue siendo


invocada de generación en generación, tanto en Oriente com<br />

Occidente. Al misterio de su maternidad divina hacen refere<br />

muchos himnos y numerosas oraciones de la tradición cristia<br />

como por ejemplo una antífona mariana del tiempo navideño<br />

Alma Redemptoris Mater, con la que oramos así: «Tu qua<br />

genuisti, natura mirante, tuum sanctum Genitorem, Virgo priu<br />

posterius», «Tú, ante el asombro de toda la creación, engend<br />

a tu Creador, Madre siempre virgen».<br />

Queridos hermanos y hermanas, contemplemos hoy a Mar<br />

Madre siempre virgen del Hijo unigénito del Padre. Aprendam<br />

de ella a acoger al Niño que por nosotros nació en Belén. Si<br />

Niño nacido de ella reconocemos al Hijo eterno de Dios y<br />

acogemos como nuestro único Salvador, podemos ser llamad<br />

seremos realmente, hijos de Dios: hijos en el Hijo. El Após<br />

escribe: «Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo l<br />

para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que<br />

recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4,4-5).<br />

El evangelista san Lucas repite varias veces que la Virge<br />

meditaba silenciosamente esos acontecimientos extraordinari<br />

los que Dios la había implicado. Lo hemos escuchado tambié<br />

el breve pasaje evangélico que la liturgia nos vuelve a propo


hoy. «María conservaba todas estas cosas meditándolas en<br />

corazón» (Lc 2,19). El verbo griego usado, sumbállousa, en<br />

sentido literal significa «poner juntamente», y hace pensar e<br />

gran misterio que es preciso descubrir poco a poco.<br />

El Niño que emite vagidos en el pesebre, aun siendo en apari<br />

semejante a todos los niños del mundo, al mismo tiempo e<br />

totalmente diferente: es el Hijo de Dios, es Dios, verdadero D<br />

verdadero hombre. Este misterio -la encarnación del Verbo<br />

maternidad divina de María- es grande y ciertamente no es fá<br />

comprender con la sola inteligencia humana.<br />

Sin embargo, en la escuela de María podemos captar con<br />

corazón lo que los ojos y la mente por sí solos no logran perc<br />

pueden contener. En efecto, se trata de un don tan grande q<br />

sólo con la fe podemos acoger, aun sin comprenderlo todo. Y<br />

precisamente en este camino de fe donde María nos sale<br />

encuentro, nos ayuda y nos guía. Ella es madre porque enge<br />

en la carne a Jesús; y lo es porque se adhirió totalmente a<br />

voluntad del Padre. San Agustín escribe: «Ningún valor hub<br />

tenido para ella la misma maternidad divina, si no hubiera lle<br />

a Cristo en su corazón, con una suerte mayor que cuando<br />

concibió en la carne» (De sancta Virginitate 3,3). Y en su cor


María siguió conservando, «poniendo juntamente», los<br />

acontecimientos sucesivos de los que fue testigo y protagon<br />

hasta la muerte en la cruz y la resurrección de su Hijo Jesú<br />

Queridos hermanos y hermanas, sólo conservando en el cora<br />

es decir, poniendo juntamente y encontrando una unidad de<br />

lo que vivimos, podemos entrar, siguiendo a María, en el mis<br />

de un Dios que por amor se hizo hombre y nos llama a segu<br />

por la senda del amor, un amor que es preciso traducir cada<br />

en un servicio generoso a los hermanos.<br />

Ojalá que el nuevo año, que hoy comenzamos con confianza<br />

un tiempo en el que progresemos en ese conocimiento de<br />

corazón, que es la sabiduría de los santos. Oremos para qu<br />

como hemos escuchado en la primera lectura, el Señor «ilum<br />

su rostro sobre nosotros» y nos «sea propicio» (cf. Nm 6,25)<br />

bendiga.<br />

Podemos estar seguros de que, si buscamos sin descanso<br />

rostro, si no cedemos a la tentación del desaliento y de la dud<br />

incluso en medio de las numerosas dificultades que encontra<br />

permanecemos siempre anclados en él, experimentaremos<br />

fuerza de su amor y de su misericordia. El frágil Niño que la V


muestra hoy al mundo nos haga agentes de paz, testigos de<br />

Príncipe de la paz. Amén.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

LA MATERNIDAD DIVINA <strong>DE</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

(Catequesis del miércoles 2 de enero de 2008)<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

Una fórmula de bendición muy antigua, recogida en el libro d<br />

Números, reza así: «El Señor te bendiga y te guarde. El Se<br />

ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio. El Señor te muest<br />

rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26). Con estas palabra<br />

4


la liturgia nos hizo volver a escuchar ayer, primer día del año<br />

expreso mis mejores deseos a vosotros, aquí presentes, y a t<br />

los que en estas fiestas navideñas me han enviado testimonio<br />

afectuosa cercanía espiritual.<br />

Ayer celebramos la solemne fiesta de María, Madre de Dio<br />

«Madre de Dios», Theotokos, es el título que se atribuyó<br />

oficialmente a María en el siglo V, exactamente en el concilio<br />

Éfeso, del año 431, pero que ya se había consolidado en<br />

devoción del pueblo cristiano desde el siglo III, en el context<br />

las fuertes disputas de ese período sobre la persona de Cris<br />

Con ese título se subrayaba que Cristo es Dios y que realme<br />

nació como hombre de María. Así se preservaba su unidad<br />

verdadero Dios y de verdadero hombre. En verdad, aunque<br />

debate parecía centrarse en María, se refería esencialment<br />

Hijo. Algunos Padres, queriendo salvaguardar la plena human<br />

de Jesús, sugerían un término más atenuado: en vez de<br />

Theotokos, proponían Christotokos, Madre de Cristo. Per<br />

precisamente eso se consideró una amenaza contra la doctrin<br />

la plena unidad de la divinidad con la humanidad de Cristo.<br />

eso, después de una larga discusión, en el concilio de Éfeso<br />

año 431, como he dicho, se confirmó solemnemente, por u


parte, la unidad de las dos naturalezas, la divina y la humana<br />

la persona del Hijo de Dios (cf. DS 250) y, por otra, la legitim<br />

de la atribución a la Virgen del título de Theotokos, Madre de<br />

(cf. ib., 251).<br />

Después de ese concilio se produjo una auténtica explosión<br />

devoción mariana, y se construyeron numerosas iglesias<br />

dedicadas a la Madre de Dios. Entre ellas sobresale la basílic<br />

Santa María la Mayor, aquí en Roma. La doctrina relativa a M<br />

Madre de Dios, fue confirmada de nuevo en el concilio de<br />

Calcedonia (año 451), en el que Cristo fue declarado «verda<br />

Dios y verdadero hombre (...), nacido por nosotros y por nue<br />

salvación de María, Virgen y Madre de Dios, en su humanid<br />

(DS 301). Como es sabido, el concilio Vaticano II recogió en<br />

capítulo de la constitución dogmática Lumen gentium sobre<br />

Iglesia, el octavo, la doctrina acerca de María, reafirmando<br />

maternidad divina. El capítulo se titula: «La bienaventurada V<br />

María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesi<br />

El título de Madre de Dios, tan profundamente vinculado a<br />

festividades navideñas, es, por consiguiente, el apelativo<br />

fundamental con que la comunidad de los creyentes honra<br />

podríamos decir, desde siempre a la Virgen santísima. Expr


muy bien la misión de María en la historia de la salvación. To<br />

los demás títulos atribuidos a la Virgen se fundamentan en<br />

vocación de Madre del Redentor, la criatura humana elegida<br />

Dios para realizar el plan de la salvación, centrado en el gr<br />

misterio de la encarnación del Verbo divino.<br />

En estos días de fiesta nos hemos detenido a contemplar e<br />

belén la representación del Nacimiento. En el centro de es<br />

escena encontramos a la Virgen Madre que ofrece al Niño Je<br />

la contemplación de quienes acuden a adorar al Salvador:<br />

pastores, la gente pobre de Belén, los Magos llegados de Ori<br />

Más tarde, en la fiesta de la «Presentación del Señor», qu<br />

celebraremos el 2 de febrero, serán el anciano Simeón y l<br />

profetisa Ana quienes recibirán de las manos de la Madre<br />

pequeño Niño y lo adorarán. La devoción del pueblo cristia<br />

siempre ha considerado el nacimiento de Jesús y la materni<br />

divina de María como dos aspectos del mismo misterio de<br />

encarnación del Verbo divino. Por eso, nunca ha considerad<br />

Navidad como algo del pasado. Somos «contemporáneos» d<br />

pastores, de los Magos, de Simeón y Ana, y mientras vamos<br />

ellos nos sentimos llenos de alegría, porque Dios ha querido<br />

Dios con nosotros y tiene una madre, que es nuestra madr


Del título de «Madre de Dios» derivan luego todos los dem<br />

títulos con los que la Iglesia honra a la Virgen, pero este es<br />

fundamental. Pensemos en el privilegio de la «Inmaculad<br />

Concepción», es decir, en el hecho de haber sido inmune d<br />

pecado desde su concepción. María fue preservada de tod<br />

mancha de pecado, porque debía ser la Madre del Redentor<br />

mismo vale con respecto a la «Asunción»: no podía estar suj<br />

la corrupción que deriva del pecado original la Mujer que ha<br />

engendrado al Salvador.<br />

Y todos sabemos que estos privilegios no fueron concedido<br />

María para alejarla de nosotros, sino, al contrario, para qu<br />

estuviera más cerca. En efecto, al estar totalmente con Dios,<br />

Mujer se encuentra muy cerca de nosotros y nos ayuda com<br />

madre y como hermana. También el puesto único e irrepetible<br />

María ocupa en la comunidad de los creyentes deriva de es<br />

vocación suya fundamental a ser la Madre del Redentor.<br />

Precisamente en cuanto tal, María es también la Madre del Cu<br />

místico de Cristo, que es la Iglesia. Así pues, justamente, dur<br />

el concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964, Pablo<br />

atribuyó solemnemente a María el título de «Madre de la Igle<br />

Precisamente por ser Madre de la Iglesia, la Virgen es tamb


Madre de cada uno de nosotros, que somos miembros del Cu<br />

místico de Cristo. Desde la cruz Jesús encomendó a su Mad<br />

cada uno de sus discípulos y, al mismo tiempo, encomendó a<br />

uno de sus discípulos al amor de su Madre. El evangelista s<br />

Juan concluye el breve y sugestivo relato con las palabras:<br />

desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19<br />

Así es la traducción española del texto griego: eis ta ídia; la a<br />

en su propia realidad, en su propio ser. Así forma parte de su<br />

y las dos vidas se compenetran. Este aceptarla en la propia<br />

(eis ta ídia) es el testamento del Señor. Por tanto, en el mom<br />

supremo del cumplimiento de la misión mesiánica, Jesús de<br />

cada uno de sus discípulos, como herencia preciosa, a su m<br />

Madre, la Virgen María.<br />

Queridos hermanos y hermanas, en estos primeros días del<br />

se nos invita a considerar atentamente la importancia de l<br />

presencia de María en la vida de la Iglesia y en nuestra existe<br />

personal. Encomendémonos a ella, para que guíe nuestros p<br />

en este nuevo período de tiempo que el Señor nos concede v<br />

nos ayude a ser auténticos amigos de su Hijo, y así tambié<br />

valientes artífices de su reino en el mundo, reino de luz y d<br />

verdad.


¡Feliz año a todos! Este es el deseo que os expreso a vosot<br />

aquí presentes, y a vuestros seres queridos durante esta prim<br />

audiencia general del año 2008. Que el nuevo año, iniciado b<br />

signo de la Virgen María, nos haga sentir más vivamente s<br />

presencia materna, de forma que, sostenidos y confortados p<br />

protección de la Virgen, podamos contemplar con ojos renov<br />

el rostro de su Hijo Jesús y caminar más ágilmente por la se<br />

del bien.<br />

Una vez más: ¡Feliz año a todos!<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * *<br />

MENSAJE PARA LA XVI JORNADA<br />

MUNDIAL <strong>DE</strong>L ENFERMO<br />

que se celebrará el 11 de febrero de 2008 (11-I-08)<br />

Queridos hermanos y hermanas:<br />

1. El 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora d<br />

Lourdes, se celebra la Jornada mundial del enfermo, ocasi<br />

propicia para reflexionar sobre el sentido del dolor y sobre el d<br />

4


cristiano de salir a su encuentro en cualquier circunstancia qu<br />

presente. Este año, en esa fecha coinciden dos importante<br />

acontecimientos para la vida de la Iglesia, como se puede apr<br />

ya en el tema elegido -«La Eucaristía, Lourdes y la atenció<br />

pastoral a los enfermos»-: el 150° aniversario de las aparicio<br />

de la Inmaculada en Lourdes y la celebración del Congres<br />

eucarístico internacional en Quebec (Canadá). De ese modo<br />

brinda una ocasión singular para considerar la íntima unión<br />

existe entre el misterio eucarístico, el papel de María en el p<br />

salvífico y la realidad del dolor y del sufrimiento del hombr<br />

El 150° aniversario de las apariciones de Lourdes nos invita<br />

dirigir la mirada hacia la Virgen santísima, cuya Inmaculad<br />

Concepción constituye el don sublime y gratuito de Dios a u<br />

mujer, para que pudiera adherirse plenamente a los design<br />

divinos con fe firme e inquebrantable, a pesar de las pruebas<br />

sufrimientos que debía afrontar.<br />

Por eso, María es modelo de abandono total a la voluntad de<br />

acogió en su corazón al Verbo eterno y lo concibió en su se<br />

virginal; se fió de Dios y, con el alma traspasada por la espad<br />

dolor (cf. Lc 2,35), no dudó en compartir la pasión de su Hi<br />

renovando en el Calvario, al pie de la cruz, el «sí» de la


Anunciación.<br />

Meditar en la Inmaculada Concepción de María es, por<br />

consiguiente, dejarse atraer por el «sí» que la unió<br />

admirablemente a la misión de Cristo, Redentor de la human<br />

es dejarse asir y guiar por su mano, para pronunciar el mism<br />

a la voluntad de Dios con toda la existencia entretejida de ale<br />

y tristezas, de esperanzas y desilusiones, convencidos de qu<br />

pruebas, el dolor y el sufrimiento dan un sentido profundo<br />

nuestra peregrinación en la tierra.<br />

2. No se puede contemplar a María sin ser atraídos por Cristo<br />

se puede mirar a Cristo sin descubrir inmediatamente la prese<br />

de María. Existe un nexo inseparable entre la Madre y el H<br />

engendrado en su seno por obra del Espíritu Santo, y este vín<br />

lo percibimos, de manera misteriosa, en el sacramento de<br />

Eucaristía, como pusieron de relieve desde los primeros siglo<br />

Padres de la Iglesia y los teólogos.<br />

«La carne nacida de María, procediendo del Espíritu Santo, e<br />

pan bajado del cielo», afirma san Hilario de Poitiers; y en<br />

Sacramentario Bergomense, del siglo IX, leemos: «Su seno<br />

florecer un fruto, un pan que nos ha colmado de un don angé


María restituyó a la salvación lo que Eva destruyó con su cul<br />

Asimismo, san Pedro Damián dice: «Aquel cuerpo que la<br />

santísima Virgen engendró y alimentó en su seno con solici<br />

materna, aquel cuerpo sin duda, y no otro, ahora lo recibimos<br />

sagrado altar y bebemos la sangre como sacramento de nue<br />

redención. Esto es lo que nos dice la fe católica; esto es lo q<br />

enseña fielmente la santa Iglesia».<br />

El vínculo de la Virgen santísima con su Hijo, Cordero inmol<br />

que quita el pecado del mundo, se extiende a la Iglesia, Cue<br />

místico de Cristo. Como afirma el siervo de Dios Juan Pablo<br />

María es «mujer eucarística» con toda su vida, por lo cual<br />

Iglesia, contemplándola a ella como su modelo, «ha de imita<br />

también en su relación con este santísimo Misterio» (Ecclesi<br />

Eucharistia, 53).<br />

Desde esta perspectiva se comprende mucho mejor por qué<br />

Lourdes el culto a la santísima Virgen María va unido a un fue<br />

constante culto a la Eucaristía, con celebraciones eucarístic<br />

diarias, con la adoración del santísimo Sacramento y la bend<br />

a los enfermos, que constituye uno de los momentos más fue<br />

de la visita de los peregrinos a la gruta de Massabielle.


La presencia en Lourdes de muchos peregrinos enfermos y<br />

voluntarios que los acompañan ayuda a reflexionar sobre<br />

solicitud materna y tierna que la Virgen manifiesta con respec<br />

dolor y a los sufrimientos del hombre. La comunidad cristia<br />

siente que María, Mater dolorosa, asociada al sacrificio de C<br />

sufriendo al pie de la cruz con su Hijo divino, está particularm<br />

cerca de ella cuando se congrega en torno a sus miembros<br />

sufren, llevando los signos de la pasión del Señor.<br />

María sufre con quienes pasan por la prueba, con ellos espe<br />

es su consuelo, sosteniéndolos con su ayuda materna. ¿No<br />

verdad que la experiencia espiritual de tantos enfermos llev<br />

comprender cada vez más que «el divino Redentor quiere pen<br />

en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su Ma<br />

santísima, primicia y vértice de todos los redimidos»? (Salv<br />

doloris, 26).<br />

3. Si Lourdes nos impulsa a meditar en el amor materno de<br />

Virgen Inmaculada por sus hijos enfermos y que sufren, el pró<br />

Congreso eucarístico internacional será ocasión para adora<br />

Jesucristo presente en el Sacramento del altar, para<br />

encomendarnos a él como Esperanza que no defrauda y pa<br />

recibirlo como medicina de inmortalidad que cura el cuerpo


alma. (...)<br />

5. (...) La próxima Jornada mundial del enfermo ha de ser<br />

además, una circunstancia propicia para invocar de modo esp<br />

la protección materna de María sobre quienes se encuentr<br />

probados por la enfermedad, sobre los agentes sanitarios y s<br />

todos los que trabajan en la pastoral de la salud. Pienso, e<br />

particular, en los sacerdotes comprometidos en este campo, e<br />

religiosas y en los religiosos, en los voluntarios y en todos los<br />

con una entrega efectiva se dedican a servir, en cuerpo y alm<br />

los enfermos y a los necesitados.<br />

Encomiendo a todos a María, Madre de Dios y Madre nues<br />

Inmaculada Concepción. Que ella ayude a cada uno a testim<br />

que la única respuesta válida al dolor y al sufrimiento human<br />

Cristo, el cual al resucitar venció la muerte y nos dio la vida qu<br />

tiene fin.<br />

Con estos sentimientos, imparto de corazón a todos una bend<br />

apostólica especial.<br />

Vaticano, 11 de enero de 2008<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español


.<br />

Devoción de San Francisco a María Santísima<br />

por Kajetan Esser, o.f.m.<br />

Mucho se ha solido hablar del amor de san Francisco a Mar<br />

muchos han sido los que en tono encendido lo han celebrado<br />

Las más de las veces los que han tratado el tema se han limit<br />

reunir con más o menos sentido crítico lo que las diversa<br />

tradiciones franciscanas nos han legado acerca de la devoc<br />

25<br />

mariana del santo. Como es natural, en estos trabajos se h<br />

podido atribuir a Francisco lo que generaciones posteriores


uen grado hubieran querido ver en él para poder ensalzarlo<br />

esto se ha de añadir que con frecuencia se ha considerad<br />

demasiado aisladamente la devoción mariana del santo. Ni<br />

trataba de situarla en el conjunto de la vida espiritual de sa<br />

Francisco, ni se buscaban en la vida de la Iglesia las raíces d<br />

devoción que se hundía en tiempos más remotos que los d<br />

Bernardo de Claraval (3). Por todo ello, puede parecer conven<br />

dedicar una particular atención a la piedad mariana del santo<br />

Asís (4).<br />

Este estudio no se propone «a priori» metas muy elevadas, po<br />

se ha de reconocer honradamente que san Francisco no fu<br />

teólogo de escuela. No se puede, por consiguiente, esperar d<br />

expresiones claramente formuladas a nivel de escuela teoló<br />

acerca de María. Carece de sentido pretenderlo de un santo<br />

letras. También en éste, como en otros campos, Francisco es<br />

de su tiempo, fuertemente condicionado por la vida espiritua<br />

religiosa contemporánea. A través de la predicación y con un<br />

absoluta va él asimilando las verdades acerca de la Madre<br />

Dios; sobre ellas va creciendo su piedad mariana.<br />

Por testimonios unánimes de sus biógrafos, sabemos que<br />

Francisco era amartelado devoto de la Virgen, y que su devo


era superior a la corriente. Su piedad mariana no era product<br />

la ciencia de los libros, sino de la oración y la meditación cada<br />

más profunda del misterio de María y del puesto excepcional<br />

ella ocupa en la obra de la salvación (5).<br />

Lo que él dijo e hizo como fruto de esa oración y devoción, lle<br />

sello tan personal y está acuñado de tal forma con su origina<br />

espiritual, que aún hoy se merece una atención especial<br />

I. Estructura teológica de la devoción mariana de San Franc<br />

«Rodeaba de amor indecible a la madre de Jesús, por haber h<br />

hermano nuestro al Señor de la majestad» (2 Cel 198), «y p<br />

habernos alcanzado misericordia» (LM 9,3).<br />

1.-- María y Cristo<br />

Estas sencillas<br />

palabras de sus<br />

biógrafos expresan el<br />

motivo más profundo<br />

de la devoción de san<br />

Francisco a la Virgen.<br />

Puesto que la


encarnación del Hijo de Dios constituía el fundamento de tod<br />

vida espiritual, y a lo largo de su vida se esforzó con toda dilig<br />

en seguir en todo las huellas del Verbo encarnado, debía mo<br />

un amor agradecido a la mujer que no sólo nos trajo a Dios<br />

forma humana, sino que hizo «hermano nuestro al Señor de<br />

majestad» (6). Esto hacía que ella estuviera en íntima relació<br />

la obra de nuestra redención; y le agradecemos el que por<br />

medio hayamos conseguido la misericordia de Dios.<br />

Francisco expresa esta gratitud en su gran Credo, cuando,<br />

proclamar las obras de salvación, dice: «Omnipotente, santís<br />

altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey del cielo<br />

la tierra, te damos gracias por ti mismo... Por el santo amor<br />

que nos amaste, quisiste que Él, verdadero Dios y verdade<br />

hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima sa<br />

María» (1 R 23,1-3).<br />

Aquí, «el homenaje que el hombre rinde a la majestad divina d<br />

lo más profundo de su ser», característica de la antigua ed<br />

media, se funde en desbordante plenitud con el amor recono<br />

del hombre atraído a la intimidad de Dios. Otro tanto sucede<br />

salmo navideño que Francisco, a tono con la piedad sálmica<br />

primera edad media, compuso valiéndose de los himnos


edactados por los cantores del Antiguo Testamento: «Glorific<br />

Dios, nuestra ayuda; cantad al Señor, Dios vivo y verdadero,<br />

voz de alegría. Porque el Señor es excelso, terrible, rey gra<br />

sobre toda la tierra. Porque el santísimo Padre del cielo, nue<br />

rey antes de los siglos, envió a su amado Hijo de lo alto, y nac<br />

la bienaventurada Virgen santa María. Él me invocó: "Tú ere<br />

Padre"; y yo lo haré mi primogénito, el más excelso de los rey<br />

la tierra» (7).<br />

Con alabanza desbordante de alegría, Francisco da gracias<br />

Padre celestial por el don de la maternidad divina concedid<br />

María. Este es el primero y más importante motivo de su devo<br />

mariana: «Escuchad, hermanos míos; si la bienaventurada V<br />

es tan honrada, como es justo, porque lo llevó en su santísi<br />

seno...» (CtaO 21). En aquella época campeaba por sus resp<br />

la herejía cátara, que, aferrada a su principio dualista, explica<br />

encarnación del Hijo de Dios en sentido docetista y, por<br />

consiguiente, anulaba la participación de María en la obra d<br />

salvación. Para manifestar su oposición a la herejía, Francis<br />

devoto de María, no se cansaba de proclamar, con extrem<br />

claridad, la verdad de la maternidad divina real de María: «E<br />

Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándo


santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo altísimo Pad<br />

desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y e<br />

recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad»<br />

Y en el Saludo a la bienaventurada Virgen María celebra es<br />

verdadera y real maternidad con frases siempre nuevas,<br />

dirigiéndose a ella de un modo exquisitamente concreto y<br />

expresivo, llamándola: «palacio de Dios», «tabernáculo de D<br />

«casa de Dios», «vestidura de Dios», «esclava de Dios», «M<br />

de Dios» (9).<br />

Estos calificativos, tan altamente realistas, nos dan a compre<br />

con qué celo tan grande defiende ortodoxamente Francisco<br />

figura auténtica de María en una cristiandad tan fuertemen<br />

amenazada por la herejía.<br />

No estará de más recordar aquí que el santo no trató de com<br />

la herejía con la lucha o la confrontación, sino con la oración<br />

vez también en esto seguía el mismo principio que estable<br />

respecto al honor de Dios: «Y si vemos u oímos decir o hace<br />

o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos, hagamos bie<br />

alabemos a Dios, que es bendito por los siglos» (1 R 17,19<br />

Cosa sorprendente: la mayor parte de las afirmaciones de


Francisco sobre la Madre de Dios se encuentran en sus oraci<br />

y cantos espirituales. A su aire, sigue con sencillez y simplicid<br />

exhortación del Apóstol: «No os dejéis vencer por el mal, s<br />

venced el mal con el bien» (Rom 12,21).<br />

Tal vez esto explique su exquisita predilección por la fiesta<br />

navidad y su amor al misterio navideño: «Con preferencia a<br />

demás solemnidades, celebraba con inefable alegría la de<br />

nacimiento del niño Jesús; la llamaba fiesta de las fiestas, e<br />

que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de m<br />

humana» (10).<br />

Esta «preferencia» parece advertirse también en su ya<br />

mencionado salmo de navidad: «En aquel día, el Señor Dios<br />

su misericordia, y en la noche su canto. Este es el día que hi<br />

Señor; alegrémonos y gocémonos en él. Porque se nos ha d<br />

un niño santísimo amado y nació por nosotros fuera de casa<br />

colocado en un pesebre, porque no había sitio en la posada. G<br />

al Señor Dios de las alturas, y en la tierra, paz a los hombres<br />

buena voluntad. Alégrese el cielo y exulte la tierra, conmuéva<br />

mar y cuanto lo llena; se gozarán los campos y todo lo que ha<br />

ellos. Cantadle un cántico nuevo, cante al Señor toda la tier<br />

(11).


Pero Francisco da todavía un paso más importante. En la con<br />

celebración de la navidad en Greccio trata de explicar a los f<br />

con evidencia tangible este misterio, y habla profundamen<br />

emocionado del Niño de Belén (véase el relato completo en 1<br />

84-86). A este propósito es de una claridad meridiana la concl<br />

del relato de Tomás de Celano: «Un varón virtuoso tiene u<br />

admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recosta<br />

el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como d<br />

sopor de sueño». Y prosigue: «No carece esta visión de sen<br />

puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en mucho<br />

corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo<br />

Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones<br />

enamorados» (12). Mediante el amor que él tenía al Hijo de<br />

hecho hombre y a su Madre la Virgen, y que lo hizo paten<br />

precisamente ese día, encendió en muchos corazones el amo<br />

se había enfriado por completo. Lo que hizo en Greccio y cu<br />

manifestó en muchos detalles de su pensamiento y<br />

comportamiento (cf. 2 Cel 199-200), no era más que la<br />

concretización de su principio general: «Tenemos que amar m<br />

el amor del que nos ha amado mucho» (2 Cel 196).<br />

Si intentamos con todo cuidado explicar la siempre válida


significación de este primer rasgo fundamental de la devoc<br />

mariana de Francisco, tendremos primero que subrayar que<br />

ve a María aisladamente, separadamente del misterio de s<br />

maternidad divina, que es la que justifica la importancia de M<br />

en el cristianismo. Para san Francisco la veneración de la Vi<br />

quiere decir colocar en su lugar preciso el misterio divino-hum<br />

de Cristo. Hasta podría tal vez decirse, para salvar ortodoxam<br />

este misterio, que «se ha hecho nuestro hermano el Señor d<br />

majestad». Por otro lado, bien podemos añadir que, al subra<br />

con vigor la maternidad física de María respecto de Dios, se<br />

sin más afirmando el Jesucristo histórico, que, no pudiendo s<br />

la Escritura ser disociado del Jesús resucitado y glorificado,<br />

presente y actúa operante en la vida cristiana, en la oración,<br />

el seguimiento. Por eso, la devoción de Francisco a María ca<br />

de toda abstracción y era todo menos conocimiento concept<br />

ella brota siempre y fundamentalmente de algo que es palpab<br />

concreto e histórico, y, por consiguiente, de la revelación de<br />

que se manifiesta en hechos tangibles y concretos de la histo<br />

la salvación. Será esto precisamente lo que posibilitará a<br />

devoción mariana de Francisco su influencia viva en el futuro<br />

Iglesia.


2.-- María y la santísima Trinidad<br />

El misterio de la maternidad divina eleva a María sobre todas<br />

demás criaturas y la coloca en una relación vital única con<br />

santísima Trinidad.<br />

María lo recibió todo de Dios. Francisco lo comprende mu<br />

claramente. Jamás brota de sus labios una alabanza de María<br />

no sea al mismo tiempo alabanza de Dios, uno y trino, que<br />

escogió con preferencia a toda otra criatura y la colmó de gra<br />

Francisco no ve ni contempla a María en sí misma, sino que<br />

considera siempre en esa relación vital concreta que la vincul<br />

la santísima Trinidad: «¡Salve, Señora, santa Reina, santa M<br />

de Dios, María, Virgen hecha iglesia, y elegida por el santís<br />

Padre del cielo, consagrada por Él con su santísimo Hijo ama<br />

el Espíritu Santo Paráclito; que tuvo y tiene toda la plenitud d<br />

gracia y todo bien!» (13). También esto nos deja ver que cua<br />

Francisco dice de la Virgen y las alabanzas que le dirige, todo<br />

de ese misterio central de la vida de María, de su maternid<br />

divina; pero ésta es la obra de Dios en ella, la Virgen. Inclus<br />

perpetua virginidad de María ha de ser comprendida sólo e<br />

relación con su maternidad divina. La virginidad hace de ella<br />

vaso «puro», donde Dios puede derramarse con la plenitud d


gracia, para realizar el gran misterio de la encarnación. L<br />

virginidad no es, pues, un valor en sí -muy fácilmente podr<br />

significar esterilidad-, sino pura disponibilidad para la acción d<br />

que la hace fecunda de forma incomprensible para el homb<br />

«consagrada por Él con su santísimo Hijo amado y el Espír<br />

Santo Paráclito».<br />

Esta fecundidad es mantenida por la acción de Dios-Trinidad:<br />

tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia y todo bien».<br />

Esta relación vital entre María y la Trinidad la expresa Franc<br />

aún más claramente en la antífona compuesta por el santo pa<br />

oficio, llamado con poca exactitud Oficio de la pasión del Se<br />

antífona que quería se rezara en todas las horas canónica<br />

«Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mu<br />

ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sum<br />

Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucris<br />

esposa del Espíritu Santo» (OfP Ant). También estas afirmac<br />

se fundan en lo que la gracia de Dios ha obrado en María. L<br />

alabanzas a la Virgen son al mismo tiempo alabanzas y<br />

glorificación de aquel que tuvo a bien realizar tantas maravilla<br />

una criatura humana.


Si los dos primeros atributos son claros e inteligibles sin más,<br />

usaron con frecuencia en la tradición anterior de la Iglesia<br />

tendremos que detenernos un poco más en el tercero, «espos<br />

Espíritu Santo», tan común hoy día. Lampen, después de<br />

minucioso estudio de los seiscientos títulos aplicados a María<br />

autores eclesiásticos de Oriente y Occidente, recogidos por<br />

Passaglia en su obra De Immaculato Deiparae Virginis conc<br />

(14), hace constar que no aparece entre ellos este título. Est<br />

hace suponer con un cierto derecho que fue san Francisco<br />

primero en emplearlo (15). Como tantas otras veces, tambié<br />

este caso pudo Francisco haber penetrado con profundidad e<br />

que el evangelio dice de María, y haber expresado clarament<br />

su oración lo que veladamente se contenía en el anuncio del<br />

según san Lucas (Lc 1,35). María se convierte en madre de<br />

por obra del Espíritu Santo. Ya que ella, la Virgen, se abrió<br />

reservas -o, para decirlo con san Francisco, en «total pureza<br />

esta acción del Espíritu, en calidad de «esposa del Espíritu Sa<br />

llegó a ser madre del Hijo de Dios. Esta manera de ver est<br />

misterios nos puede descubrir en Francisco un fruto de su ora<br />

contemplativa. Según Tomás de Celano, «tenía tan presente<br />

memoria la humildad de la encarnación..., que difícilmente qu<br />

pensar en otra cosa» (1 Cel 84). Por eso no se cansaba d


sumergirse en este misterio por medio de la oración. Podía p<br />

toda la noche en oración «alabando al Señor y a la gloriosís<br />

Virgen, su madre» (1 Cel 24).<br />

Todo esto lo inundaba de una inmensa veneración y era para<br />

más íntima y pura realidad de Dios. En todo esto redescubr<br />

Dios en su acción incomparable; y esta consideración lo hacía<br />

de rodillas para una oración de alabanza y agradecimiento. E<br />

acción del divino amor, que María había acogido y aceptado<br />

un corazón tan creyente, la elevaba, según Francisco, sobre t<br />

las criaturas a la más íntima proximidad de Dios. Por esto<br />

Francisco ensalzaba tanto a la «Señora, santa Reina»,<br />

proclamándola «Señora del mundo» (LM 2,8).<br />

3.-- María y el plan de la salvación


Siendo María la madre<br />

Jesús, Francisco la honr<br />

especialmente como «m<br />

de toda bondad» (1 Cel<br />

Fue lo que le indujo a<br />

establecerse junto a la e<br />

de la Madre de Dios en<br />

Porciúncula. Todo lo espe<br />

de su bondad. «Despué<br />

Cristo, depositaba<br />

principalmente en ella<br />

confianza» (LM 9,3)<br />

Según esta profunda fras<br />

san Buenaventura, Franc<br />

concibió y dio a luz el es<br />

de la verdad evangélica en esta iglesita, por los méritos de<br />

madre de la misericordia. El santo doctor subraya esta explica<br />

aludiendo a que esto ocurrió al amparo de aquella que «enge<br />

al Verbo lleno de gracia y de verdad» (LM 3,1; cf. Lm 7,3). C<br />

esta alusión se ha tocado con seguridad lo más profundo ac<br />

del amor y veneración marianos en Francisco. Esta devoción


termina en ardientes oraciones ni en cánticos de alabanza;<br />

realiza más bien y llega a su culminación en el esfuerzo d<br />

Francisco por asimilar en todo la actitud de María ante el Verb<br />

Dios (16). Como primera cosa, el «concepit», «concibió»: co<br />

María, el hombre debe acoger al Verbo de Dios, aceptarlo<br />

actitud de obediencia creyente y dejarse llenar totalmente de<br />

Pero el «concepit» -y este es el segundo momento- debe<br />

convertirse en «peperit», «dio a luz»: el hombre, obediente<br />

creyente, de nuevo como María, debe dar a luz al Verbo de D<br />

darle vida y forma. San Buenaventura atribuye estos dos<br />

momentos a María y Francisco. No podía él expresar y expl<br />

con mayor acierto y profundidad la fundamental actitud mari<br />

que existía en la vida evangélica de san Francisco.<br />

No; san Buenaventura no introdujo en la vida de Francisc<br />

pensamientos teológicos extraños. Lo demuestra palmariame<br />

magnífica carta que Francisco escribió a los fieles de todo<br />

mundo, en la que desarrolló abundantemente los pensamient<br />

su corazón (2CtaF 4-15, 15-60-, 63-71). En ella (v. 4) el san<br />

describe el nacimiento del Verbo divino de las entrañas de la<br />

y gloriosa Virgen María. Pero este nacimiento divino no acon<br />

sólo en María; debe realizarse también en los corazones de


fieles. Los Padres de la Iglesia, desde Hipólito y Orígenes<br />

meditaron largamente sobre este íntimo misterio de la vid<br />

cristiana y trataron de aclararlo con explicaciones siempre nu<br />

(H. Rahner). En la misma citada carta (v. 53), Francisco hac<br />

comentario muy condensado en un lenguaje que le es prop<br />

somos «madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nue<br />

cuerpo por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo<br />

alumbramos por las obras santas, que deben ser luz para eje<br />

de otros».<br />

En un primer momento podría parecer que estas palabra<br />

representan una visión ascética del misterio, que remontaría a<br />

Ambrosio y que fue la que privó en el occidente hasta la ed<br />

media (H. Rahner). Pero se ha de tener en cuenta que poco a<br />

(v. 51) Francisco ha dicho algo que no se puede separar de lo<br />

ha afirmado acerca de la maternidad espiritual: «Somos espo<br />

[de Cristo] cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo<br />

Jesucristo». El misterio de la maternidad espiritual se funda<br />

radica en el misterio del desposorio que se le regala al alma<br />

mediante el Espíritu Santo (17) y que no se desarrolla por<br />

esfuerzo voluntarista y ascético. Es un don gratuito del amo<br />

Dios en el Espíritu Santo.


Si Francisco canta a la Madre de Dios como «esposa del Esp<br />

Santo», también coloca junto a la maternidad del alma fiel<br />

desposorio en el Espíritu Santo (18). Es Él quien por su grac<br />

por su iluminación infunde todas las virtudes en los corazone<br />

los fieles, para de infieles hacerlos fieles (SalVM 6). Tampoc<br />

de casualidad que esta alusión se encuentre en el Saludo a<br />

bienaventurada Virgen María. Así como por la acción del Esp<br />

Santo el Verbo del Padre se hizo carne en María, de modo an<br />

la gracia y la iluminación del mismo Espíritu engendran a Cris<br />

las almas, y las van conformando a una vida cada vez má<br />

cristiana (19), hasta que, como dice la misma carta en su v. 6<br />

tener en sí al Hijo de Dios, llegan a poseer la sabiduría espiri<br />

pues el Hijo es la sabiduría del Padre.<br />

Pero el nacimiento de Dios en el corazón de los fieles es sól<br />

aspecto de esta maternidad. Francisco indica también otro:<br />

fuerza de esta vida cristiana, es decir, «por las obras santas,<br />

deben ser luz para ejemplo de otros», Cristo es engendrado e<br />

otros hombres. De esta forma, la función maternal de la vid<br />

cristiana, como testimonio vivo, se extiende a la Iglesia (20<br />

Francisco habló de buen grado y con frecuencia acerca de e<br />

misión maternal de los fieles en la Iglesia; así, por ejemplo


cuando, aplicando a sus hermanos, sencillos e ignorantes,<br />

palabras de la sagrada Escritura: «la estéril tuvo muchos hijo<br />

Sam 2,5), las explica de la forma siguiente: «Estéril es mi herm<br />

pobrecillo, que no tiene el cargo de engendrar hijos en la Igle<br />

Ese parirá muchos en el día del juicio, porque a cuantos conv<br />

ahora con sus oraciones privadas, el Juez los inscribirá enton<br />

gloria de él» (21).<br />

Lo que se realizó en la maternidad de María para la salvación<br />

mundo se prolonga en los corazones de los fieles, por la acc<br />

sobrenatural del Espíritu Santo. En última instancia se trata<br />

misterio mismo de la Iglesia, del que participan los fieles. Fran<br />

se sabe agraciado con el mismo don gratuito que admira en M<br />

Y este don, concedido a él y a sus hermanos, lo considera c<br />

tarea en la Iglesia. María es para él, ante todo y sobre todo, M<br />

de Cristo, y por esto la ama amarteladamente. Madre de Crist<br />

también para él los fieles «que escuchan la palabra de Dios<br />

ponen en práctica» (Lc 8,21), y de esta manera participan d<br />

misión de la Madre Iglesia.<br />

Así vista la devoción mariana de Francisco, la podemos cond<br />

en esta fórmula: vivir en la Iglesia como vivió María.


La realización de la obra de la salvación y su transmisión -de<br />

se trata en la devoción mariana de Francisco- tiene como fin h<br />

visible en el misterio de la encarnación del Verbo la divinid<br />

invisible. Pero Francisco conoce otra forma de hacerse visib<br />

Dios invisible: la que él tanto aprecia y venera en la santísim<br />

eucaristía. Tal como dice en su primera Admonición, donde<br />

una clara oposición a la herejía cátara contemporánea, en<br />

eucaristía se ha de ver en fe a aquel que, siendo hombre, di<br />

sus discípulos: «El que me ve a mí, ve también a mi Padre»<br />

14,9). Por eso exclama san Francisco: «Por eso, ¡oh hijos de<br />

hombres!, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón? ¿Por qu<br />

reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? Ved que<br />

diariamente se humilla (22), como cuando desde el trono re<br />

descendió al seno de la Virgen; diariamente viene a nosotro<br />

mismo en humilde apariencia; diariamente desciende del sen<br />

Padre al altar en manos del sacerdote». Pero también aquí in<br />

Francisco que depende del «Espíritu del Señor», «que habit<br />

sus fieles», el poder participar de ese misterio, el poder creer<br />

«secundum spiritum», «según el espíritu». Esta advertencia<br />

muestra que no ha sido por casualidad que Francisco haya h<br />

mención de la encarnación de Cristo en María. Porque se abr<br />

reservas a la acción del Espíritu Santo -podemos recordar


nuevo a la «esposa del Espíritu Santo»-, pudo mediante Ma<br />

convertirse en visible y palpable el Dios invisible. Y el que, c<br />

ella, se abre con fe al Espíritu del Señor, contemplará «con<br />

espirituales» al mismo Señor en el misterio de la eucaristía,<br />

colmado por Él y se hará un espíritu con Él (cf. 1 Cor 6,17).<br />

este misterio verá unitariamente el comienzo y el fin de la obr<br />

la salvación, pues «de esta manera está siempre el Señor co<br />

fieles, como Él mismo dice: Ved que estoy con vosotros has<br />

consumación del siglo» (Adm 1,22).<br />

II. Expresiones concretas de la piedad mariana de San Franc<br />

Las formas prácticas de la piedad mariana de san Francisco<br />

inspiran en lo que de concreto conocemos de la vida históric<br />

María. También en esto deja de lado todo lo abstracto y gené<br />

Su piedad se inflama y aviva en la contemplación de los hec<br />

históricos de la vida de María unida a la de Cristo y del pue<br />

concreto que ella ocupa en los planes salvíficos de Dios.<br />

1.-- María, la «Señora pobre»<br />

Francisco no se limita a contemplar las relaciones íntimas d<br />

vida cristiana con la vida de María; quiere asemejársele tambi<br />

la vida externa. Por eso destaca en primer lugar su maternid


divina, y, como consecuencia de ella, subraya fuertemente o<br />

título de gloria de María: es para él «la Señora pobre» (23<br />

Tampoco este título tiene para él un valor independiente;<br />

pobreza de María es una concretización de la pobreza de Cris<br />

señal de que ella, como madre, ha compartido el destino de s<br />

y ha participado plenamente en él (24).<br />

En la Carta a los fieles, después de describir el misterio de<br />

encarnación (cf. 2CtaF 4), inmediatamente prosigue el Santo<br />

siendo Él sobremanera rico, quiso, junto con la bienaventura<br />

Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza» (25). E<br />

texto revela en Francisco una plena conciencia de la funció<br />

redentora de la pobreza, como aparece en este versículo de<br />

Pablo que cita tan a menudo: «Conocéis la obra de gracia<br />

nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por voso<br />

para enriqueceros con su pobreza» (26).<br />

María y los discípulos participan de esta pobreza redentora<br />

Cristo; también Francisco quiere compartirla, como la debe<br />

compartir todos los que quieran seguirle. Cuando, en<br />

consecuencia, exige de sus hermanos una vida en pobrez<br />

mendicante, les pone delante el ejemplo de Cristo, que «vivi


limosna tanto Él como la Virgen bienaventurada y sus discípu<br />

(1 R 9,5). Y en la Última voluntad a santa Clara y sus herma<br />

reafirma expresamente: «Yo el hermano Francisco, pequeñu<br />

quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Seño<br />

Jesucristo y de su santísima Madre y perseverar en ella has<br />

fin»; y las hermanas deben atenerse a ella a pesar de todas<br />

dificultades (UltVol). Por eso, llamaba a la pobreza reina de<br />

virtudes, «pues con tal prestancia había resplandecido en el<br />

de los reyes y en la Reina, su madre» (27).<br />

Siempre le impresionaba profundamente la pobreza compar<br />

por María con Cristo en su vida terrena, y lo estimulaba a u<br />

participación total en la misma: «Frecuentemente evocaba -n<br />

lágrimas- la pobreza de Cristo Jesús y de su madre» (LM 7,1<br />

navidad no podía menos de llorar recordando a la Virgen po<br />

que en aquel día sufrió las más amargas privaciones: «Suce<br />

una vez que, al sentarse a la mesa para comer, un herman<br />

recuerda la pobreza de la bienaventurada Virgen y hace<br />

consideraciones sobre la falta de todo lo necesario en Cristo<br />

Hijo. Se levanta al momento de la mesa, no cesan los solloz<br />

doloridos, y, bañado en lágrimas, termina de comer sentado s<br />

la desnuda tierra» (2 Cel 200).


Tampoco aquí se trataba simplemente de sentimientos de<br />

compasión, sino de crudeza y de realismo en una responsabi<br />

cristiana que afloraba en él cuando consideraba tales sufrimie<br />

La pobreza de Cristo y de su madre no eran para él sólo hec<br />

históricos dignos de compasión; eran realidad presente en<br />

Iglesia. En una interacción mutua, la realidad presente sirve<br />

evocar la pobreza de Cristo y de su madre, y ésta a su vez e<br />

al pobre de nuestros días. «El alma de Francisco desfallecía<br />

vista de los pobres; y a los que no podía echar una mano,<br />

mostraba el afecto. Toda indigencia, toda penuria que veía<br />

arrebataba hacia Cristo, centrándolo plenamente en Él. En to<br />

los pobres veía al Hijo de la Señora pobre llevando desnudo<br />

corazón a quien ella llevaba desnudo en los brazos» (28). A<br />

ojos de Francisco, el pobre tiene la misión de reflejar la pobre<br />

Cristo y de su madre. Cuando alguno de sus hermanos er<br />

descortés con algún pobre, le castigaba severamente y despu<br />

amonestaba: «Hermano, cuando ves a un pobre, ves un espe<br />

Señor y de su madre pobre» (29). Así, pues, cuando la<br />

contemplación de la vida pobre de Cristo y de su madre no<br />

estimula al amor, ese amor debe volcarse en los pobres que<br />

«los hijos de la Señora pobre».


Francisco ve en María a la enamorada de la vida evangélica<br />

pobreza. Según él la Virgen estima más una vida en pobreza<br />

cualquier otro culto exterior que se le rinda: «El hermano Pe<br />

Cattani, vicario del santo, venía observando que eran muchís<br />

los hermanos que llegaban a Santa María de la Porciúncula y<br />

no bastaban las limosnas para atenderlos en lo indispensable<br />

día le dijo a san Francisco: "Hermano, no sé qué hacer cuand<br />

alcanzo a atender como conviene a los muchos hermanos qu<br />

concentran aquí de todas partes en tanto número. Te pido q<br />

tengas a bien que se reserven algunas cosas de los novicios<br />

entran como recurso para poder distribuirlas en ocasione<br />

semejantes". "Lejos de nosotros esa piedad, carísimo herma<br />

respondió el santo-, que, por favorecer a los hombres, actue<br />

impíamente contra la regla". "Y ¿qué hacer?", replicó el vicari<br />

no puedes atender de otro modo a los que vienen -le respon<br />

quita los atavíos y las variadas galas a la Virgen. Créeme:<br />

Virgen verá más a gusto observado el evangelio de su Hijo<br />

despojado su altar, que adornado su altar y despreciado su H<br />

Señor enviará quien restituya a la Madre lo que ella nos h<br />

prestado"» (30).<br />

Estas palabras, que revelan una profunda confianza, muest


también con claridad meridiana la seriedad con que Francis<br />

tomaba la imitación de la pobreza de María y la importancia q<br />

pobreza tenía para él en el conjunto de la vida según el evang<br />

Se ha de reconocer también que la piedad mariana de sa<br />

Francisco no era un elemento extraño y aislado en su vida.<br />

estaba fundida en una sólida unidad con el ideal de imitaci<br />

exterior e interior de la vida de Cristo, a través sobre todo de<br />

amor a la altísima pobreza.<br />

2.-- María, protectora de la Orden<br />

Las reflexiones precedentes han demostrado que en toda su<br />

interior y exterior Francisco se sentía particularmente ligado<br />

Madre de Dios. El santo expresó esta vinculación en la form<br />

propia del tiempo y según le nacía de su personalidad.<br />

San Buenaventura cuenta que en los primeros años después<br />

conversión, Francisco vivía a gusto en la Porciúncula, la igles<br />

la Virgen Madre de Dios, y le pedía en sus fervorosas oracio<br />

que fuera para él una «abogada» llena de misericordia (LM 3<br />

Poniendo en ella toda su confianza, «la constituyó abogada s<br />

de todos sus hermanos» (LM 9,3). Tomás de Celano refiere<br />

mismo al hablar de los últimos años del santo: «Pero lo que


alegra es que la constituyó abogada de la orden y puso bajo<br />

alas, para que los nutriese y protegiese hasta el fin, los hijos<br />

estaba a punto de abandonar» (2 Cel 198).<br />

En el lenguaje medieval la palabra «advocata» tenía el sentid<br />

protectora. El protector representaba en el tribunal secular<br />

monasterio a él confiado. Debía protegerlo y, en caso de<br />

necesidad, defenderlo de las violencias y usurpaciones exteri<br />

Sin embargo, con el tiempo hubo abusos e inconvenientes.<br />

eso los Cistercienses renunciaron sistemáticamente, no siem<br />

con fortuna, a dichos protectores. Y eligieron a la Virgen co<br />

protectora de su orden. Es verdad que este título, aplicado a M<br />

(31), aparecía en la antífona que comienza «Salve, Regin<br />

misericordiae» (32) y que es anterior a este hecho. No obsta<br />

parece que tiene su importancia recordar que los Cisterciense<br />

su capítulo general de 1218 determinaron cantar diariamente<br />

antífona. San Francisco la conocía y la tenía en alta estima, c<br />

nos demuestra el relato de Celano al que todavía hemos d<br />

referirnos (3 Cel 106).<br />

Para Francisco y para los hermanos menores, que había<br />

renunciado a toda propiedad terrena, este término podía te<br />

desde luego sólo una significación espiritual. María debía


epresentar a los hermanos menores ante el Señor; debía cu<br />

de los mismos y protegerlos en todas las circunstancias difíci<br />

problemas de su vida (33). Debía intervenir en su favor, cua<br />

ellos no pudieran valerse. Francisco se dirige a la «gloriosa m<br />

y beatísima Virgen María» para pedirle que junto con todos<br />

ángeles y santos le ayuden a él y a todos los hermanos meno<br />

dar gracias al sumo Dios verdadero, eterno y vivo, como a É<br />

agrada (1 R 23,6), por el beneficio de la redención y salvación<br />

ella, en la cumbre de toda la Iglesia triunfante, presente en lu<br />

nuestro este agradecimiento a la eterna Trinidad. Después q<br />

Dios, trino y único Señor, y antes que a todos los santos con<br />

él «a la bienaventurada María, perpetua virgen» todos su<br />

pecados, particularmente las faltas cometidas contra la vida s<br />

el evangelio tal como lo exige la regla, y en lo referente a<br />

alabanza de Dios por no haber dicho el oficio, según manda<br />

regla, por negligencia, o por enfermedad, o por ser ignorant<br />

indocto (34). Por estas faltas contra Dios, lleno de confianza<br />

dirige a su «abogada», para que interceda ella en su favo<br />

Esta petición aparece también en la Paráfrasis del Padrenue<br />

que, aunque con seguridad no es obra de san Francisco, s<br />

embargo la ha rezado el santo muy a placer y con mucha


frecuencia: «Y perdónanos nuestras deudas: por tu inefab<br />

misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y, po<br />

méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tu<br />

elegidos» (ParPN 7). Suplica insistentemente a ella, la criat<br />

elegida y colmada de gracia con preferencia a toda otra, q<br />

interceda en su favor ante el «santísimo Hijo amado, Seño<br />

maestro» (OfP Ant 2). La única vez que Francisco alude a C<br />

como a «Señor y maestro» en el Oficio de la pasión, que recit<br />

diario (OfP introducción), es en la antífona de dicho oficio<br />

ciertamente la razón es que, en la oración que hace mediante<br />

oficio, no busca él sino la imitación de Cristo, cuya fiel realiza<br />

pide por intercesión de María, ya que la identificación que se<br />

entre María y Cristo era para Francisco la meta última de su<br />

evangélica.<br />

Estos pensamientos tomados de los escritos del santo coinc<br />

en cuanto al contenido con lo que en rimas artísticas cantó el<br />

de Francisco, Enrique de Avranches, pocos decenios despué<br />

la muerte del santo. Cuando los hermanos piden a Francisco<br />

les enseñe a orar, él les responde: «Al estar todos envueltos<br />

pecados, no puede vuestra oración elevarse al cielo por mér<br />

vuestros. Tendrá ella que apoyarse en el patrocinio de los sa


Ante todo sea la bienaventurada Virgen la mediadora ante Cri<br />

sea Cristo el mediador ante el Padre» (35). Sin duda ha qued<br />

aquí formulado lo que Francisco intentó expresar en aquel len<br />

rudo que era con frecuencia el suyo.<br />

Este segundo aspecto de la piedad práctica de Francisco re<br />

también que en toda su piedad hay una ordenación verdade<br />

viva: María, la «abogada», es para él la que maternalmen<br />

conduce a Cristo, el Dios-hombre, y Cristo es para él el medi<br />

único en todas las cosas ante el Padre. ¿Puede haber una fór<br />

más exacta y precisa: María «mediatrix ad Christum» y Cris<br />

«mediator ad Patrem»?<br />

3.-- Vivencia de la piedad mariana<br />

Las biografías destacan con acentos particulares la predilecci<br />

Francisco por los lugares marianos, por las iglesias puestas b<br />

protección de la Virgen. Tres de estas iglesitas las restaur<br />

personalmente. La más significativa e importante para la vi<br />

futura de Francisco y de su orden fue la ermita de Santa Mar<br />

los Angeles, cerca de Asís, llamada Porciúncula. El santo no<br />

cansaba de contárselo a sus hermanos: «Solía decir que p<br />

revelación de Dios sabía que la Virgen santísima amaba c


especial amor aquella iglesia entre todas las construidas en<br />

honor a lo ancho del mundo, y por eso el santo la amaba más<br />

a todas» (2 Cel 19). Este relato resalta inequívocamente q<br />

Francisco se afanaba con infantil sencillez en amar todo lo q<br />

sabía que María amaba. Y este amor era particularmente prem<br />

precisamente en la Porciúncula (36). Por eso, lleno de confia<br />

llevó a sus doce primeros hermanos a esta iglesita, «con el fi<br />

que allí donde, por los méritos de la madre de Dios, había te<br />

su origen la orden de los menores, recibiera también -con<br />

auxilio- un renovado incremento» (37). Y aquí fijó su prime<br />

residencia, por su entrañable amor a la Madre bendita del Sal<br />

(38). Y cuando se sintió morir, se hizo conducir allá, para m<br />

«donde por mediación de la Virgen madre de Dios había conc<br />

el espíritu de perfección y de gracia» (Lm 7,3).<br />

Por así decirlo, quiso pasar toda su vida en la casa de María,<br />

encontrarse siempre cerca de su solicitud maternal. Y lo de<br />

también para sus seguidores. Por eso, ya moribundo, recome<br />

de modo especialísimo a sus hermanos este lugar santo: «M<br />

hijos míos, que nunca abandonéis este lugar. Si os expulsan<br />

un lado, volved a entrar por el otro» (1 Cel 106; cf. LM 2,8<br />

Sintiéndose muy íntimamente vinculado a la Madre de Dios y


profundamente obligado con ella a lo largo de su vida, se mos<br />

particularmente agradecido: «Le tributaba peculiarmente<br />

alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tanto<br />

tales como no puede expresar lengua humana» (2 Cel 198). C<br />

lo demuestran las rúbricas para el Oficio de la pasión, diariam<br />

rezaba especiales «salmos a santa María» (OfP introducción)<br />

probablemente el así llamado Officium parvum beatae Mar<br />

Virginis, compuesto ya en el siglo XII y que con frecuencia<br />

rezaba juntamente con las horas canónicas. Enseñaba a s<br />

hermanos a decir también el Ave María, en la forma breve d<br />

edad media, cuando rezaban el Pater noster. Debían medi<br />

particularmente las alegrías de María, «para que Cristo le<br />

concediese un día las alegrías eternas» (39).<br />

Parece que entre todas las fiestas de la Virgen, Francisco te<br />

predilección por la de la Asunción. Acostumbraba prepararse<br />

con un ayuno especial de cuarenta días (40). Puede que se d<br />

él el que los hermanos de la penitencia (los terciarios) estuvi<br />

dispensados de la abstinencia este día, como ocurría en las fi<br />

más grandes, si coincidía con alguno de los días que según<br />

regla fueran de abstinencia. En esta fiesta debía prevalece<br />

alegría por el honor concedido a María.


Poseído por la más completa confianza en la Virgen, Franci<br />

realizó obras maravillosas. Así, cierto día cogió unas migas de<br />

las amasó con un poco de aceite tomado de la lámpara que «<br />

junto al altar de la Virgen» y se lo mandó a un enfermo, que «<br />

fuerza de Cristo» curó perfectamente (LM 4,8). Se aparec<br />

también a una señora, aquejada por los dolores de un par<br />

dificilísimo, y le dijo que rezara la «Salve, Regina misericordi<br />

Mientras la rezaba, dio felizmente a luz un niño (3 Cel 106<br />

Aunque estos relatos pudieran ser dejados de lado por<br />

legendarios, demuestran cuando menos hasta qué punto l<br />

contemporáneos de Francisco apreciaban su confianza en Ma<br />

con qué delicadeza la han asociado a su imagen.<br />

La piedad mariana de Francisco, acuñada en muchos detalle<br />

la corriente de la tradición cristiana, pero nacida especialmen<br />

la espiritualidad de este gran santo, fue recogida vitalmente p<br />

orden, y transmitida a través de los siglos. Si un examen m<br />

amplio y una reflexión más profunda han aportado alguna<br />

novedades y han introducido algunas diferencias, con tod<br />

permanecen como columnas firmes aquellas verdades qu<br />

Francisco transmitió con tanta convicción a los hermanos men<br />

María es la madre de Jesús, y, como tal, es el instrument


escogido por la Trinidad para su obra de salvación; María e<br />

«Señora pobre», y, como tal, la protectora de la orden. Su cul<br />

la historia es la actualización de una corta y admirable orac<br />

compuesta por Tomás de Celano: «¡Ea, abogada de los pob<br />

cumple en nosotros tu misión de tutora hasta el día señalado<br />

Padre» (2 Cel 198).<br />

1. Cf. la abundante literatura sobre el tema en B. Kleinschm<br />

Maria und Franziskus in Kunst und Geschichte, Düsseldorf 19<br />

136; y, en parte, también en H. Felder, Los ideales de san<br />

Francisco de Asís, Buenos Aires 1948, p. 409s.<br />

2. Entre muchos ejemplos, citamos el señalado por Kleinsch<br />

(o.c., p. 137s) o por Felder (o.c., p. 411 n. 76): Wadingo ha<br />

remontar a san Francisco la misa sabatina en honor de la Vir<br />

cuando se sabe que fue introducida por san Buenaventura.<br />

estudioso de la tradición franciscana encontrará numerosa<br />

«transposiciones» parecidas. Por eso, en este capítulo no<br />

basaremos sobre todo en los Escritos de san Francisco,<br />

consultaremos además las fuentes franciscanas del siglo X<br />

solamente así puede haber un sólido fundamento histórico


3. Pueden servir de ejemplo las indicaciones ofrecidas por Fe<br />

o.c., pp. 409-413.<br />

4. M. Brlek, Legislatio ordinis fratrum minorum de Immacula<br />

Conceptione B. V. Mariae, en Antonianum 20 (1954) 3-44, cre<br />

ser necesario tal estudio porque considera resueltas todas<br />

cuestiones relativas al tema.<br />

5. Ya Kleinschmidt (o.c., XIII) distingue entre los grandes doc<br />

y panegiristas de la Virgen y sus sencillos devotos. Su libro tra<br />

demostrar que el arte cristiano ha concedido a san Francisco<br />

palma del amor a María dentro del grupo de los que la ha<br />

venerado con sencillez de corazón».<br />

6. Este pensamiento precisamente nos muestra a Francisco c<br />

a quien ha llevado a la cumbre la piedad medieval y como a q<br />

ha impreso una orientación a esa misma piedad. Al igual que<br />

la piedad precedente, ve todavía a Cristo como al «Domin<br />

maiestatis», al Señor que domina sobre todos y sobre todas<br />

cosas; así está representado en la «maiestas Domini» del a<br />

cristiano antiguo y del alto medievo. Pero Francisco sabe tam<br />

y con ello queda ligado a la nueva forma de piedad cristiana-<br />

según el evangelio (Mt 12,50; 25,40.45), el Hijo de Dios encar


es el hermano de todos los redimidos (cf. 1 R 22). La matern<br />

divina de María le ha dado la posibilidad de unir y fusionar los<br />

aspectos.<br />

7. OfP 15,1-4. No insistimos sobre la expresión «el santísim<br />

Padre del cielo... antes de los siglos envió a su amado Hijo d<br />

alto», que parece ser como un preludio de la doctrina de Ju<br />

Duns Escoto sobre la predestinación absoluta de Cristo. Ta<br />

pensamientos evidentemente no eran extraños a Francisco, c<br />

lo insinúa el texto de la Adm 5: «Repara, ¡oh hombre!, en cu<br />

grande excelencia te ha constituido el Señor Dios, pues te cr<br />

formó a imagen de su querido Hijo según el cuerpo y a su<br />

semejanza según el espíritu».<br />

8. 2CtaF 4.-- También aquí marchan unidos los dos aspectos<br />

Señor de la majestad», hecho en todo semejante a nosotros.<br />

interesante estudiar más detalladamente en qué medida la im<br />

de Cristo como «Señor glorificado», contemplado solamente<br />

esplendor de su majestad divina, favoreció el brote de la her<br />

docetista cátara en los albores de la edad media; cf. Fr. He<br />

Aufgang Europas, Wien-Zürich, 1949, p. 110: «Es muy signific<br />

que, desde los días de Notker hasta el comienzo del siglo X<br />

nunca encontremos en la literatura alemana el nombre de Je


que Cristo llevaba como hombre». En todo caso puede pare<br />

sorprendente que, con la expansión del catarismo y frente a<br />

amenazas, se desarrollase dentro de la Iglesia una forma d<br />

piedad que tratase de comprender de nuevo seriamente l<br />

naturaleza humana de Cristo, que ayudó a la Iglesia a vence<br />

herejía desde dentro. Vale lo mismo para la devoción a la<br />

eucaristía, floreciente en aquel tiempo, que para los cátaros<br />

algo abominable por la vinculación estrecha de lo divino con<br />

material. Para la cristología y mariología de los cátaros cf. A. B<br />

Die Katharer, Stuttgart 1953). No podemos imaginar la raigam<br />

de la herejía cátara y los daños que ella hubiera podido caus<br />

la alta edad media de no haberse producido en la piedad popu<br />

evolución a la que hemos aludido, y de la que Francisco fue u<br />

los representantes más importantes e influyentes. Este proc<br />

jugó un papel relevante incluso dentro del arte cristiano. Per<br />

podemos detenernos a estudiar esta influencia; sería salirno<br />

los límites de nuestro propósito.<br />

9. SalVM.-- W. Lampen, De s. Francisci cultu angelorum e<br />

sanctorum, en AFH 20 (1957) 3-23, afirma que diversas<br />

expresiones usadas en esta alabanza se encuentran ya en<br />

literatura de la primera edad media, particularmente en Ped


Damiano (p. 13s). Lampen reúne también todos los títulos co<br />

que Francisco honra a María, y llega a la curiosa constatació<br />

que jamás ha usado el mismo título dos veces. Ve en ello u<br />

señal de una originalidad poética y de un amor lleno de inven<br />

en Francisco.<br />

10. 2 Cel 199.-- Véase también en este texto el realismo de<br />

expresiones que hacen imposible cualquier sublimación<br />

espiritualizante y toda interpretación docetista.<br />

11. OfP 15,5-10.-- En estos textos escogidos no se puede pa<br />

por alto que todo, hasta el mundo material, in<strong>org</strong>ánico, particip<br />

la alabanza de la encarnación; muy lejos están de la posició<br />

los cátaros, para quienes el mundo inanimado era obra del prí<br />

del mal y estaba en sí condenado.<br />

12. 1 Cel 86.-- Naturalmente no queremos afirmar que la<br />

celebración de Greccio tuviese el carácter de una demostrac<br />

anticátara. Está demasiado profundamente enraizada en la pi<br />

de san Francisco (cf. 1 Cel 84). Pero a su vez es innegable qu<br />

los planes de la divina Providencia pudo tener gran importan<br />

aun cuando san Francisco no tuviese conciencia de ello.<br />

13. SalVM 1-3.-- Tal vez no sea inútil advertir una vez por to


que cuanto conservamos de san Francisco está desprovisto<br />

todo sentimentalismo y que en cambio está informado de un<br />

sobria que penetra siempre hasta lo más hondo de los miste<br />

14. Tomo I, Nápoles 1855.<br />

15. W. Lampen, o.c., p. 15.<br />

16. «Y mientras no llevaba a la práctica lo que había concebid<br />

su corazón, no hallaba descanso» (1 Cel 6). Cf. también 1Ce<br />

17. Parece que estos pensamientos no se encuentran entre<br />

Padres sino en Cirilo de Alejandría, aunque en forma un po<br />

distinta. Cf. Hugo Rahner.<br />

18. También la Forma de vida para santa Clara, demuestra q<br />

había comprendido muy vivamente esta idea.<br />

19. Los escritos de santa Clara, la más fiel discípula de Franc<br />

demuestran cómo la primera generación franciscana vivió es<br />

verdades.<br />

20. Hugo Rahner aporta un solo testimonio de la literatura<br />

patrística y de la primera edad media: de Gregorio Magno:<br />

mater eius efficitur, si per eius vocem amor Dei in proximi me<br />

generatur». Pero este texto se refiere sólo a la proclamación


palabra de Dios, mientras que Francisco se refiere a toda la<br />

cristiana como tal.<br />

21. 2 Cel 164.-- Expresiones análogas en 2 Cel 174; LM 8,1;<br />

22. Cf. 1 Cel 84: «la humildad de la encarnación».<br />

23. 2 Cel 83; cf. 2 Cel 85, 200, etc.<br />

24. Por eso no podemos compartir la opinión de Felder, segú<br />

cual la vida pobre de María, como modelo particular de lo<br />

hermanos menores, fue un motivo especial del amor de Fran<br />

hacia ella (o.c., p. 410). La «Señora pobre» no debe separars<br />

la «Madre de Dios». Los dos aspectos van inseparablemen<br />

unidos.<br />

25. 2CtaF 5.-- Nótese que en ésta y en las citas siguiente<br />

Francisco habla siempre al mismo tiempo de la pobreza de Cr<br />

de la de María.<br />

26. 2 Cor 8,9.-- Cf. 2 Cel 73,74, etc. Respecto al sentido rede<br />

de la pobreza cristiana, como pobreza de Cristo, cf. el capít<br />

Mysterium paupertatis en este mismo libro, pp. 73-96.<br />

27. LM 7,1; cf. también 2 Cel 200.-- Para comprender el ple<br />

significado de este pensamiento, hay que considerarlo dentr


una visión total de la pobreza de san Francisco (Cf. el capít<br />

Mysterium paupertatis de este mismo libro, pp. 73-96.<br />

28. 2 Cel 83.-- Pocas veces se ha visto tan claramente como<br />

la presencia de la pobreza de Cristo y de su madre en el mis<br />

de la Iglesia.<br />

29. 2 Cel 85.-- Para Celano, speculum significa siempre lo q<br />

hace visible y permite ver en sí otra cosa.<br />

30. 2 Cel 67.-- El pasaje de la regla a que se alude en el rela<br />

el de 1 R 2.<br />

31. Sobre María como «protectora» en la piedad del siglo XI<br />

Fr. Heer, o.c., p. 113s. Para el hombre del siglo XII la «abog<br />

nuestra» era una «poderosa protectora». Con ella se estable<br />

una relación estrictamente vinculante: la reina prometía prote<br />

y gracia a cambio de que el hombre se empeñara en servirla<br />

la tierra (p. 116). En Francisco no se aprecia rastro alguno de<br />

relación. La relación jurídica queda transformada en relación<br />

amor y de confianza. Por otra parte Celano nota expresament<br />

los hermanos menores no buscaban «la protección de nadie<br />

Cel 40).


32. Así comienza la antífona en la edad media. La palabra «m<br />

fue añadida más tarde.<br />

33. Francisco nunca llama a María «patrona» de la orden.<br />

patrono principal es el mismo Señor, como claramente aparec<br />

el relato de 2 Cel 158. Para él, María es la «abogada». Esto s<br />

también a través de otros muchos testimonios sobre la vida d<br />

Francisco.<br />

34. CtaO 38-39.-- Felder (o.c., p. 413) reduce esta confesión<br />

pecados a los que «él creía haber cometido». Pero, ¿tenem<br />

derecho a atenuar tan honrada declaración del santo?<br />

35. Analecta Franciscana X, p. 418: «Immo mediatrix Virgo b<br />

ad Christum, Christus ad Patrem sit mediator».<br />

36. No vamos a estudiar aquí los problemas históricos referen<br />

la indulgencia de la Porciúncula. Nos remitimos a la literatura<br />

existente.<br />

37. LM 4,5.-- No se ve por qué Felder (o.c., p. 411) tenga q<br />

extender a los demás hermanos lo que san Buenaventura dice<br />

de los doce primeros.<br />

38. 1 Cel 21; cf. también LM 2,8.


.<br />

39. Enrique de Avranches, Legenda versificata 7, v. 9-15 (AF<br />

449). Este pasaje es el testimonio más antiguo de la devoció<br />

los hermanos menores a las «alegrías de María», y permi<br />

suponer que esta devoción se remonta al mismo san Franci<br />

40. LM 9,3; cf. la nota escrita por el hermano León en el perga<br />

que le entregó san Francisco, y que contiene dos breves esc<br />

del santo, las Alabanzas de Dios y la Bendición al hermano L<br />

Francisco y Clara de Asís contemplan el misterio de María<br />

por Michel Hubaut, o.f.m.<br />

En los escritos de Francisco y de Clara aparece una<br />

contemplación equilibrada, profunda, teológicamente<br />

certera y en ocasiones original del misterio de María. Ella<br />

«la Virgen pobrecilla», será el faro luminoso que alumbre<br />

la vida cristiana de Clara y de Francisco.<br />

1. Aquella por quien Dios recibió la carne de nuestra humanid<br />

fragilidad


En los escritos de Francisco y de<br />

Clara no hay indicio alguno de<br />

«mariolatría» o de devoción<br />

sensiblera. En ellos aparece una<br />

contemplación equilibrada y<br />

profunda de María, esa mujer que<br />

ocupa un lugar único en la historia<br />

de la salvación. Francisco expresa lo<br />

esencial de su piedad mariana en<br />

dos textos admirables por su<br />

concisión y densidad espiritual.<br />

El primero es una antífona que él<br />

recitaba al principio y al final de cada una de las Horas de su<br />

de la Pasión:<br />

«Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mu<br />

ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sum<br />

Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucris<br />

esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros, junto con e<br />

arcángel san Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos<br />

santos, ante tu santísimo Hijo amado, Señor y maestro.»<br />

La oración de Francisco asocia inmediatamente a la Virgen M<br />

a la obra de la salvación realizada por Dios trino. Nunca l


contempla sola; siempre la ve en relación con las tres divin<br />

personas. Es la hija elegida del Padre creador, el gran logro d<br />

creación. Dios quiso a María para darle la carne a su Hijo. Ma<br />

la esclava del plan de amor del Padre. Es, título bastante rar<br />

esposa del Espíritu Santo, llena de gracia y totalmente dispon<br />

su acción creadora (1). Y es, sobre todo, la madre del santís<br />

Señor Jesucristo, el Hijo amado del Padre. Si Clara se sien<br />

hondamente conmovida porque «un Señor tan grande y de<br />

calidad» quiso encarnarse «en el seno de la Virgen» (cf. Car<br />

3b), Francisco, por su parte, rebosa de gratitud a la mujer que<br />

posible este abajamiento de Dios y en cuyo seno «recibió la c<br />

verdadera de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4; cf. C<br />

21; 1 R 23,3).<br />

En María, Dios plantó su tienda entre nosotros. María es e<br />

tabernáculo de la Nueva Alianza (cf. Carta III, 3). María no e<br />

mito ni un ídolo, sino nuestra humanidad que recibe a Cristo<br />

nombre de todos y antes que todos. Ella da nuestra humanid<br />

Dios y Dios a nuestra humanidad. ¡María es la humanización<br />

inculturación carnal de Dios! ¡No le da una naturaleza huma<br />

ficticia o aparente! Como todo hijo, Cristo recibe de María s<br />

rasgos, sus gestos, sus actitudes, su entonación... María hac<br />

Cristo un hombre. «Naturaliza» a Dios en la condición humana


mismo tiempo, diviniza nuestra naturaleza. María es, de hech<br />

modelo perfecto de la Iglesia y de todo cristiano, cuya misi<br />

consiste en «humanizar» a Dios y en «divinizar» al hombr<br />

Así, pues, Francisco y Clara contemplan en María ese realis<br />

permanente del misterio de la encarnación. En efecto, si l<br />

separamos de su madre, Jesús corre peligro de perder su<br />

humanidad y convertirse en el mito de un rey glorioso sin<br />

consistencia ni raíces históricas, o en la mera ideología de<br />

reformador genial sin ascendencia divina. Sin María, dejan<br />

unirse en Cristo Dios y la humanidad. En María, todo está<br />

relación con Cristo y depende de Cristo. Es imposible compre<br />

la misión de la Madre sin contemplar la del Hijo.<br />

Por todas estas razones, Francisco «rodeaba de amor indeci<br />

la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señ<br />

la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplica<br />

oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no pued<br />

expresar lengua humana» (2 Cel 198).<br />

El segundo texto, el Saludo a la bienaventurada Virgen María<br />

a la vez, un ejemplo de la creación lírica de Francisco en hon<br />

María y una expresión de su veneración filial. Utiliza en él<br />

método preferido, la oración litánica, y casi todas sus imáge<br />

expresan la maternidad de María, es decir, su excepciona


intimidad con Dios:<br />

«¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios,<br />

María,<br />

que eres virgen hecha Iglesia,<br />

y elegida por el santísimo Padre del cielo,<br />

consagrada por Él con su santísimo Hijo amado<br />

y el Espíritu Santo Paráclito;<br />

en la que estuvo y está toda la plenitud de la gracia y tod<br />

bien!<br />

¡Salve, palacio de Dios!<br />

¡Salve, tabernáculo de Dios!<br />

¡Salve, casa de Dios!<br />

¡Salve, vestidura de Dios!<br />

¡Salve, esclava de Dios!<br />

¡Salve, Madre de Dios!<br />

¡Salve también todas vosotras, santas virtudes,<br />

que, por la gracia e iluminación del Espíritu Santo,<br />

sois infundidas en los corazones de los fieles,<br />

para hacerlos, de infieles, fieles a Dios!»<br />

La alabanza de Francisco, como su contemplación, se centra<br />

función materna de María. ¡Ella es el palacio, el tabernáculo


casa, la vestidura de Dios! Francisco no se cansa de salud<br />

cortésmente a esta santa Señora que tuvo la gracia inaudita<br />

acoger en su seno al Dios tres veces santo, a Aquel que es<br />

Bien. En el Saludo a la bienaventurada Virgen María oímos c<br />

un eco del Saludo a las virtudes:<br />

«¡Salve, reina sabiduría, el Señor te salve con tu herman<br />

la santa sencillez!<br />

¡Señora santa pobreza, el Señor te salve con tu hermana<br />

la santa humildad!<br />

¡Señora santa caridad, el Señor te salve con tu hermana<br />

la santa obediencia!<br />

¡Santísimas virtudes, a todas os salve el Señor, de quien<br />

venís y procedéis!<br />

Nadie hay absolutamente en el mundo entero que pueda<br />

poseer a una de vosotras si antes no muere. Quien posee<br />

una y no ofende a las otras, las posee todas...» (SalVir 1<br />

Para Francisco, hombre concreto y visual, las virtudes evangé<br />

no son simples conceptos o ejercicios morales, sino dones<br />

Espíritu Santo, dinámicos y llenos de vida (2). A sus ojos, la V<br />

María es el espejo y ejemplo perfecto de todas las virtudes.<br />

6).


María, Francisco y Clara contemplan todas las virtudes de la<br />

cristiana. El paralelismo entre ambos Saludos se manifiesta in<br />

en la elección del vocabulario. María es Señora, como la pob<br />

la humildad, la caridad y la obediencia. Es Reina, como la<br />

sabiduría y su hermana la pura sencillez. María es la<br />

personificación suma de todas las cualidades evangélicas. Un<br />

más, Francisco se aproxima a la gran tradición ortodoxa, que<br />

la Virgen María a «Santa Sofía», la Sabiduría encarnada<br />

La Virgen María, pura, disponible, simplificada y unificada po<br />

amor, es la morada de «Aquel que es todo Bien», de «Aque<br />

quien los cielos no pueden contener». A los ojos asombrado<br />

Francisco y de Clara, María realiza lo que ellos pretendiero<br />

buscaron y anhelaron durante toda su vida: ser ese corazón<br />

convertido en pura casa de adoración donde el Espíritu ora<br />

espíritu y en verdad. Contemplan en esta mujer a la Virgen e<br />

sentido profundo del término: la criatura virgen de todo replie<br />

sobre sí misma, de cualquier pecado de apropiación de los d<br />

de Dios. Su deseo es puro impulso, puro retorno al Creador.<br />

es la tierra virgen fecundada por la semilla de la Palabra de D<br />

la que, excepcionalmente, le dio carne, consistencia human


2. Vivir el Evangelio a la sombra deMaría<br />

La fecundidad de María es una realidad espiritual permanente<br />

intimidad, única, con Dios, la convierte en mediadora privileg<br />

en fuente de gracia actual. En ella «estuvo y está toda la plen<br />

de la gracia», escribe Francisco (SalVM 3).<br />

¿Fue una casualidad que él y Clara vivieran el principio de<br />

aventura humana y espiritual a la sombra materna de esta m<br />

de misericordia? De hecho, junto a ella acogió Francisco y dio<br />

el Evangelio. Junto a ella recibió también su misión apostóli


Tras haber reparado dos iglesias en ruinas, llegó al lugar llam<br />

«Porciúncula» o Santa María de los Ángeles, «una antigua ig<br />

construida en honor de la beatísima Virgen María, que entonc<br />

hallaba abandonada, sin que nadie se hiciera cargo de la mis<br />

Al verla el varón de Dios en semejante situación, movido po<br />

ferviente devoción que sentía hacia la Señora del mundo, com<br />

a morar de continuo en aquel lugar con intención de emprend<br />

reparación...» (LM 2, 8a). «Mientras moraba en la iglesia de<br />

Virgen, madre de Dios, su siervo Francisco insistía, con conti<br />

gemidos ante aquella que engendró al Verbo lleno de gracia<br />

verdad, en que se dignara ser su abogada, y al fin logró -por<br />

méritos de la madre de misericordia- concebir y dar a luz el es<br />

de la verdad evangélica» (LM 3, 1a). «Amó el varón santo d<br />

lugar con preferencia a todos los demás del mundo -escribe<br />

biógrafo-, pues aquí comenzó humildemente, aquí progresó e<br />

virtud, aquí terminó felizmente el curso de su vida; en fin, e<br />

lugar lo encomendó encarecidamente a sus hermanos a la ho<br />

su muerte, como una mansión muy querida de la Virgen» (LM<br />

8a; cf. LM 4, 5; 14, 3).<br />

También fue en este santuario donde Francisco y sus herma<br />

recibieron a Clara, cuando ésta abandonó la casa paterna. A<br />

despojó Clara de todas sus joyas y consagró su vida a Cristo


este modo -comenta su biógrafo- quedaba bien de manifiesto<br />

era la Madre de la misericordia la que en su morada daba a<br />

ambas Órdenes» (LCl 8b). Esta iglesia de Santa María de<br />

Ángeles es, pues, la cuna de toda la familia franciscana.<br />

Por eso, María será siempre para Francisco y para Clara u<br />

camino privilegiado, una mediación materna que conduce a<br />

Hijo. Aunque fuertemente unidos a Cristo como único Salva<br />

jamás dudarán en recurrir a la intercesión de esta madre d<br />

bondad. «Ruega por nosotros... ante tu santísimo Hijo ama<br />

Señor y maestro», repitieron varias veces al día (3).<br />

3. La permanente fecundidad de María<br />

La contemplación del misterio de la madre de Dios enrique<br />

constantemente la vida evangélica y la oración de Francisco<br />

Clara. María es la inspiradora de su vida. ¿No fue ella la prim<br />

en dejarse transformar por la imprevisible irrupción del Espíri<br />

Dios en su vida? ¿No fue acaso ella la primera en conocer<br />

alegrías y las angustias, las certezas e interrogantes de to<br />

buscador de Dios? ¿No tuvo que caminar también María en<br />

claroscuro de la fe: «¿Cómo será esto, puesto que no cono<br />

varón?» (Lc 1,13); «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira<br />

padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (Lc 2,39)?<br />

tuvo que caminar, también ella, en la noche de la duda y de


pruebas hasta llegar al alba de Pascua? De la anunciación a<br />

asunción gloriosa, pasando por el Calvario, María es ya tod<br />

aventura de la Iglesia y de cada uno de los creyentes. Co<br />

asombrosa y precoz intuición teológica, Francisco escribe: «¡S<br />

Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres v<br />

hecha Iglesia!» (SalVM 1). Esta intuición será ampliament<br />

desarrollada en el concilio Vaticano II (LG VIII).<br />

María, ejemplo perfecto de todas las virtudes evangélicas, e<br />

primera criatura humana que acoge con fe y con amor<br />

incondicional el don de la salvación y los bienes del reino. De<br />

que, habiendo recibido en plenitud todas las «santas virtudes,<br />

por la gracia e iluminación del Espíritu Santo, son infundidas e<br />

corazones de los fieles, para hacerlos, de infieles, fieles a D<br />

(SalVM 6), María sea para Francisco y para Clara el faro lumi<br />

de su vida cristiana. María, espejo purísimo de las exigencias<br />

Evangelio de Cristo, nos arrastra a seguir sus huellas.<br />

Ella ilumina los dos grandes polos de la misión de la Iglesia<br />

cada uno de nosotros. El primero de ellos consiste en acoge<br />

Cristo y los tesoros de su reino. El segundo es el deber de d<br />

luz a Cristo en el corazón de los hombres mediante la radiació<br />

nuestra vida. Francisco y Clara comparan con frecuencia, con<br />

realismo, la misión del cristiano y la maternidad de María. Inv


sus hermanos y hermanas a vivir espiritualmente lo que la Vi<br />

vivió en su carne.<br />

Escribe Clara a Inés de Praga: «La gloriosa Virgen de las vírg<br />

lo llevó materialmente: tú, siguiendo sus huellas, principalmen<br />

de la humildad y la pobreza, puedes llevarlo espiritualmen<br />

siempre, fuera de toda duda, en tu cuerpo casto y virginal» (C<br />

III, 4b; cf. Carta I, 2b y 3b).<br />

Por su parte, Francisco no duda en afirmar: Somos «madre<br />

cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo por el<br />

y por una conciencia pura y sincera; lo damos a luz por las o<br />

santas, que deben ser luz para ejemplo de otros» (2CtaF 5<br />

Según Francisco y Clara, toda vida cristiana, abierta y fiel a<br />

fuerza del Espíritu, es teofanía de Dios, portadora de vida.<br />

mismo san Pablo empleó este lenguaje refiriéndose a su<br />

apostolado entre sus hermanos: «Yo... os engendré en Cris<br />

Jesús» (1 Cor 4,15).<br />

Si Clara se declara con frecuencia esclava de Cristo, no tem<br />

llamarse también madre, en el Espíritu, de sus hermanas: «<br />

bendigo en mi vida y después de mi muerte, en cuanto pued<br />

más aún de lo que puedo, con todas las bendiciones... con la<br />

el padre y la madre espirituales bendijeron y bendecirán a sus<br />

e hijas espirituales» (BendCl).


Y uno de los biógrafos de Francisco escribe refiriéndose a é<br />

«Alza en todo momento las manos al cielo por los verdader<br />

israelitas, y, aun olvidándose de sí, busca, antes que todo,<br />

salvación de los hermanos... compadece con amor a la pequ<br />

grey atraída en pos de él... Le parecía desmerecer la gloria pa<br />

si no hacía gloriosos a una con él a los que se le habían conf<br />

a quienes su espíritu engendraba más trabajosamente que<br />

entrañas de la madre cuando los había dado a luz» (2 Cel 1<br />

Así, contemplando la virginidad y la maternidad de María<br />

Francisco y Clara comprendieron mejor la misteriosa y secr<br />

fecundidad de la paternidad y de la maternidad espiritual. S<br />

celibato consagrado no es esterilidad. La multitud de herman<br />

hermanas que ellos han engendrado desde hace siete sigl<br />

manifiesta que la fecundidad de una vida supera la simple<br />

procreación carnal. A sus ojos, la maternidad de María reba<br />

ampliamente el misterio de la Natividad. Ella es la figura vivien<br />

la Iglesia, esclava y pobre, que da a Jesús al mundo y, luego<br />

eclipsa. Junto a la Virgen descubrieron los fundamentos de t<br />

vida misionera y contemplativa: el amor, la fe, la adoración<br />

pobreza (cf. 2 Cel 164). Como la Virgen madre, vivir para da<br />

Cristo al mundo: ¡He aquí toda la piedad mariana de Francis<br />

de Clara!


4. Por los caminos del mundo en compañía de María<br />

Francisco es incapaz de centrar su oración en abstracciones<br />

eso, su contemplación no disocia nunca el rostro de María<br />

rostro de Cristo, su Hijo. Cristo es el siervo. María, la esclava.<br />

el Pobre (el Poverello). Ella es la Poverella. Él es el Seño<br />

(Dominus). Ella, la Señora (Domina). Ignora, sin duda, palab<br />

eruditas como «corredentora», pero sabe que, sin María,<br />

redención hubiera sido imposible. Esta hija de nuestra raza<br />

nuestra humanidad que acepta la redención de Dios y se abr<br />

fin enteramente a su iniciativa salvadora. Por eso, a Francisc<br />

gusta contemplar en sus meditaciones a María viviendo junto<br />

Hijo todos los misterios de la salvación. Incluso se la imagi<br />

«misionando» por los caminos con Jesús y los apóstoles<br />

compartiendo la precariedad de su situación.<br />

De buena gana compara su propia pobreza itinerante y la de<br />

hermanos con la de Jesús y María: «Y, cuando sea menest<br />

vayan los hermanos por limosna. Y no se avergüencen, y más<br />

recuerden que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios vi<br />

omnipotente, puso su faz como piedra durísima y no se averg<br />

y fue pobre y huésped y vivió de limosna tanto Él como la vir<br />

bienaventurada y sus discípulos» (1 R 9,3-5).<br />

Francisco asocia, pues, a María a la pobreza y la misión itine


de su Hijo. Para él, María será siempre la madre pobre de C<br />

pobre. La «Dama pobrecilla» se adhiere al destino de su H<br />

Comparte su anonadamiento, como compartirá su gloria. «Si<br />

Él sobremanera rico, quiso, junto con la bienaventurada Virge<br />

Madre, escoger en el mundo la pobreza», escribe tambié<br />

Francisco (2CtaF 5).<br />

Clara tiene idéntica visión. Asocia con frecuencia la pobreza<br />

María a la de su Hijo, considerando a la Virgen como el mode<br />

las «Damas Pobres» que ella y sus hermanas quieren ser.<br />

cuida bien de insertar en su Regla una de las últimas volunta<br />

de Francisco: «Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quie<br />

seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucris<br />

de su santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin; y os r<br />

mis señoras, y os aconsejo que viváis siempre en esta santís<br />

vida y pobreza. Y estad muy alerta para que de ninguna mane<br />

apartéis jamás de ella por la enseñanza o consejo de quien s<br />

(RCl 6,18a).<br />

De hecho, Clara concluye su Regla deseando que ella y su<br />

hermanas observen siempre «la pobreza y humildad de nue<br />

Señor Jesucristo y de su santísima Madre» (RCl 12,31a) (4)<br />

como Francisco, tampoco puede disociar a la Madre del Hijo<br />

misterio de nuestra redención: «Meditad asiduamente en l


misterios de su Pasión y en los dolores que sufrió su santís<br />

Madre al pie de la cruz», escribe a Ermentrudis de Brujas (Ca<br />

12).<br />

En fin, numerosos relatos biográficos ilustran esta peculiarida<br />

su piedad mariana. Francisco está convencido de que Mar<br />

atribuye más valor a la pobreza evangélica de su Hijo que<br />

cualquier signo de veneración hacia ella, su Madre. A pesar d<br />

fervor mariano, Francisco nunca convertirá a la Virgen en u<br />

diosa pagana cubierta de oro y joyas. Cuando el hermano<br />

responsable de la comunidad de Santa María de la Porciúncu<br />

pide conservar parte de los bienes de los novicios para aten<br />

convenientemente a los numerosos hermanos de paso por<br />

santuario, Francisco le responde: «Si no puedes atender de<br />

modo a los que vienen, quita los atavíos y las variadas galas<br />

Virgen. Créeme: la Virgen verá más a gusto observado e<br />

Evangelio de su Hijo y despojado su altar, que adornado su a<br />

despreciado su Hijo. El Señor enviará quien restituya a la Mad<br />

que ella nos ha prestado» (2 Cel 67).<br />

Francisco enraíza su vida apostólica, y Clara su vida monástic<br />

la contemplación del despojamiento y de la simplicidad de la<br />

de Cristo Jesús y de su Madre. ¡Ser pobres de todo y ricos<br />

Dios! ¡Ahí radica su alegría! Puede, pues, afirmarse sin


exageración que la pobreza de Cristo y de su madre ocupa<br />

lugar muy importante en la contemplación franciscana. Es<br />

pobreza asombra y fascina al Pobre de Asís. Relata uno de<br />

biógrafos: «Con preferencia a las demás solemnidades, cele<br />

con inefable alegría la del nacimiento del niño Jesús; la llam<br />

fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, s<br />

a los pechos de madre humana... Quería que en ese día los<br />

den de comer en abundancia a los pobres y hambrientos y qu<br />

bueyes y los asnos tengan más pienso y hierba de lo<br />

acostumbrado... No recordaba sin lágrimas la penuria que ro<br />

aquel día a la Virgen pobrecilla. Así, sucedió una vez que,<br />

sentarse para comer, un hermano recuerda la pobreza de<br />

bienaventurada Virgen y hace consideraciones sobre la falta<br />

todo lo necesario en Cristo, su Hijo. Se levanta al momento d<br />

mesa, no cesan los sollozos doloridos, y, bañado en lágrim<br />

termina de comer el pan sentado sobre la desnuda tierra. De<br />

que afirmase que esta virtud es virtud regia, pues ha brillado<br />

tales resplandores en el Rey y en la Reina» (2 Cel 199-200<br />

Su predilección por los pobres brota también de esta<br />

contemplación: «Hermano, cuando ves a un pobre, ves un es<br />

del Señor y de su madre pobre. Y mira igualmente en los enfe<br />

las enfermedades que tomó Él sobre sí por nosotros» (2 Cel


En la Regla de Clara oímos como un eco de esta idea: «Y p<br />

amor del santísimo y amadísimo Niño, envuelto en pobrísim<br />

pañales y reclinado en el pesebre, y de su santísima Madr<br />

amonesto, ruego y exhorto a mis hermanas que se vistan sie<br />

de vestiduras viles» (RCl 2,6b; cf. TestCl 7).<br />

Por último, Clara no olvida que, poco antes de morir, Francisc<br />

escribió a ella y sus hermanas un último mensaje que empez<br />

con estas palabras: «Ya que, por divina inspiración, os hab<br />

hecho hijas y siervas del altísimo sumo Rey Padre celestial<br />

habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir segú<br />

perfección del santo Evangelio...» (RCl 6,17b). Hijas y sierva<br />

Padre, esposas del Espíritu Santo, son, como vimos antes,<br />

títulos que Francisco daba a la Virgen María en su oració<br />

cotidiana. No podía expresarse mejor la semejanza entre la vi<br />

María y la de Clara y sus hermanas.<br />

* * *<br />

Para estos dos místicos, la piedad mariana no es en absoluto<br />

devocioncilla suplementaria; al contrario, está vitalmente integ<br />

en su contemplación del misterio de la salvación, en su vid<br />

cristiana y en su misión. Sí, María tiene su propio lugar en<br />

espiritualidad franciscana, puesto que, «después de Cristo<br />

Francisco depositaba principalmente en la misma su confianz


eso la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos» (<br />

9,3a). De ahí que sus hermanos y hermanas celebren las fie<br />

marianas con particular devoción. Por lo demás, conociendo<br />

austeridad de Clara, Francisco le pedirá que las Damas Pobre<br />

ayunen «en las festividades de santa María» (Carta III, 5)<br />

Se comprende que teólogos, músicos y poetas de la gran fam<br />

franciscana pongan su talento al servicio de la madre de Cri<br />

San Buenaventura y Duns Escoto serán los primeros en defe<br />

cuatro siglos antes de la proclamación oficial por parte de<br />

Iglesia, la Inmaculada Concepción. San Bernardino, san Lore<br />

de Brindis y san Leonardo de Porto Mauricio serán predicad<br />

convencidos de la fecundidad pastoral de una buena mariolo<br />

Fray Jacopone de Todi escribirá el Stabat Mater. Los herma<br />

introducirán y harán populares la fiesta de la Visitación, el rez<br />

Ángelus, la petición del Avemaría «Ruega por nosotros,<br />

pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte», haciendo<br />

María la compañera materna de nuestro camino en seguimien<br />

las huellas de su Hijo, hasta el umbral del Reino.<br />

1) Según los historiadores, a excepción de san Ildefonso, ob<br />

de Toledo en el siglo VII, Francisco sería el primero en atribui<br />

Virgen María el título de «Esposa del Espíritu Santo». El Esp


Santo es la fuente de la intimidad que, en distintos grados, u<br />

los creyentes con Cristo. Francisco escribe en otro lugar: «Y<br />

esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo. So<br />

esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo,<br />

Jesucristo» (2CtaF 50-51). Cf. I. Pyfferoen - O. Van Asseldo<br />

OFMCap, María santísima y el Espíritu Santo en san Francisc<br />

Asís, en Selecciones de Franciscanismo n. 47 (1987) 187-2<br />

2) Es verosímil que ambos Saludos, a la Virgen y a las virtud<br />

constituyeran un conjunto. Así lo atestiguarían dos manuscr<br />

que titulaban el Saludo a las virtudes: «Saludo a las virtudes<br />

que fue adornada Santa María Virgen, y que deberían adorn<br />

toda alma santa». Téngase en cuenta, además, que la pala<br />

latina «virtus» tiene un sentido dinámico y no simplemente m<br />

En san Pablo, la virtud es una energía espiritual, una fuerza in<br />

recibida del Espíritu que inclina al hombre hacia el bien y lo q<br />

bueno para él según el designio de Dios. Sobre este Saludo p<br />

verse: M. Steiner, El «Saludo a las virtudes» de san Francisc<br />

Asís, en Selecciones de Franciscanismo n. 46 (1987) 129-1<br />

3) Antífona del Oficio de la Pasión que compuso Francisco y<br />

Clara adoptó. Cf. también TestCl 11c.<br />

4) Clara repite varias veces esta expresión en su Regla y en<br />

Testamento: RCl 2,6b; 6,18a; 8,20a; TestCl 7; 11b-c.


<strong>MARÍA</strong>, «LA <strong>VIRGEN</strong> HECHA<br />

IGLESIA»[1]<br />

En la época de Francisco de Asís<br />

el culto y la devoción a la Madre<br />

de Dios había alcanzado una<br />

grande expansión y había hallado<br />

una noble manifestación en la<br />

poesía religiosa de los<br />

trovadores, de la cual hará suyas<br />

el santo algunas expresiones de<br />

loor a santa María.[2]<br />

Efectivamente, después de su<br />

conversión «entonaba loores al Señor y a la gloriosa<br />

Virgen su Madre» (1 Cel 24). El motivo por el cual<br />

escogió para restaurar, en tercer lugar, la iglesia de<br />

la Porciúncula fue, como dice el biógrafo, «por la<br />

grande devoción que profesaba a la Madre de toda<br />

bondad» (1 Cel 21). Más tarde se sentirá feliz de<br />

poder fijar junto a Santa María de los Ángeles el<br />

centro de encuentro de su fraternidad. Y fue aquí,


«en la iglesia de la Virgen Madre de Dios -observa<br />

san Buenaventura- donde él suplicaba<br />

insistentemente, con gemidos continuados, a aquella<br />

que concibió al Verbo lleno de gracia y de verdad,<br />

que se dignara ser su abogada. Y la Madre de la<br />

misericordia obtuvo con sus méritos que él mismo<br />

concibiera y diera a luz el espíritu de la verdad<br />

evangélica».[3]<br />

Allí, ante el altar de la misma iglesita, bajo la mirada<br />

de la imagen de María, la joven Clara, aquella noche<br />

de la fuga de la casa paterna, prometió obediencia a<br />

Francisco y se comprometió en el seguimiento del<br />

Señor crucificado.<br />

Trataremos de trazar, a base de los escritos<br />

personales de Francisco y de Clara y de otros datos<br />

históricos, las líneas fundamentales de la que<br />

podemos llamar la espiritualidad mariana<br />

franciscana.


ELEGIDA Y CONSAGRADA POR LA TRINIDAD<br />

Francisco considera a la Virgen como el instrumento<br />

privilegiado del don central de la Encarnación. La<br />

contempla formando parte del designio salvífico de<br />

la Trinidad:<br />

«Te damos gracias porque, así como nos<br />

creaste por medio de tu Hijo, así también,<br />

por el santo amor tuyo con que nos amaste,<br />

hiciste nacer a ese mismo verdadero Dios y<br />

verdadero hombre de la gloriosa siempre


Virgen la beatísima santa María y, mediante<br />

la cruz, la sangre y la muerte de él, quisiste<br />

rescatarnos de nuestra cautividad» (1 R<br />

23,3).<br />

De la meditación del evangelio de la Anunciación<br />

toma Francisco los conceptos que después él<br />

asimila y expresa en formas diversas. Así cuando<br />

habla a los cristianos de ese mismo gran don del<br />

Padre, su Palabra, Jesucristo:<br />

«Esta Palabra del Padre, tan digna, tan<br />

santa y gloriosa, la anunció el altísimo<br />

Padre desde el cielo por medio de su<br />

arcángel san Gabriel a la santa y gloriosa<br />

Virgen María, de cuyo seno recibió la<br />

verdadera carne de nuestra humanidad y<br />

fragilidad. Siendo rico, quiso por encima de<br />

todo elegir la pobreza en este mundo,<br />

juntamente con la beatísima Virgen María,<br />

su Madre» (2CtaF 4-5).


En los salmos natalicios del Oficio de la Pasión<br />

canta a este don del Hijo que el Padre nos ha<br />

mandado, haciéndolo «nacer de la bienaventurada<br />

Virgen María» (OfP 15,3). Y es precisamente esta<br />

excelsa maternidad el título por el cual María debe<br />

ser honrada: «Escuchad, hermanos míos: si la<br />

bienaventurada Virgen es tan honrada, y muy<br />

justamente, porque le llevó en su santísimo seno...»<br />

(CtaO 21).<br />

En cierto sentido Francisco halla el origen de la<br />

hermandad de la familia de Dios en la misma<br />

maternidad de María:<br />

«Rodeaba de amor indecible a la Madre de<br />

Jesús, por haber hecho hermano nuestro al<br />

Señor de la majestad. Le tributaba<br />

peculiares alabanzas (cf. SalVM y OfP ant),<br />

le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos,<br />

tantos y tales como no puede expresar<br />

lengua humana. Pero lo que más alegra es<br />

que la constituyó abogada de la Orden y<br />

puso bajo sus alas, para que los nutriese y


protegiese hasta el fin, a los hijos que<br />

estaba a punto de abandonar. ¡Ea,<br />

Abogada de los pobres!, cumple con<br />

nosotros tu misión de tutora hasta el día<br />

señalado por el Padre (Gal 4,2)».[4]<br />

De esas alabanzas o loores -laudas trovadorescas-<br />

han sido conservadas dos de profundo contenido<br />

teológico: el Saludo a la Virgen María y la Antífona<br />

que Francisco recitaba al final de cada hora del<br />

Oficio de la Pasión. En ambas cabe destacar la<br />

relación singular de María con las tres personas de<br />

la santísima Trinidad, tipo y modelo de la relación<br />

que Dios quiere establecer con cada uno de los<br />

creyentes:<br />

«¡Salve, Señora, Reina santa, Madre santa<br />

de Dios, María! Eres Virgen hecha Iglesia,<br />

elegida por el santísimo Padre del cielo,<br />

consagrada por él con su santísimo amado<br />

Hijo y con el Espíritu Santo Paráclito. En ti<br />

existió y existe la plenitud de toda gracia y<br />

todo el bien. ¡Salve, palacio de Dios! ¡Salve,


tabernáculo suyo! ¡Salve, casa suya!<br />

¡Salve, vestidura suya! ¡Salve, esclava<br />

suya! ¡Salve, madre suya! ¡Salve, también<br />

vosotras, santas virtudes todas, que, por<br />

gracia e iluminación del Espíritu Santo, sois<br />

infundidas en los corazones de los fieles,<br />

para hacerlos, de infieles, fieles a Dios!»<br />

(SalVM).<br />

«Santa Virgen María, no ha nacido en el<br />

mundo ninguna semejante a ti entre las<br />

mujeres, hija y esclava del altísimo y sumo<br />

Rey, el Padre celestial, Madre de nuestro<br />

santísimo Señor Jesucristo, esposa del<br />

Espíritu Santo: ruega por nosotros con san<br />

Miguel arcángel y con todas las virtudes de<br />

los cielos y con todos los santos ante tu<br />

santísimo amado Hijo, Señor y Maestro»<br />

(OfP Ant).<br />

La santa Virgen, en efecto, es proclamada: elegida<br />

por el santísimo Padre del cielo y por él, con su<br />

santísimo amado Hijo y con el Espíritu Santo,


consagrada. Conceptos que derivan de la<br />

contemplación del diálogo de Gabriel con María (cf.<br />

Lc 1,26-38).<br />

De la misma contemplación evangélica ha extraído<br />

el sentido, tan fecundo para él, de las expresiones<br />

del otro texto, si bien no han sido inventadas por él:<br />

Hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre<br />

celestial; Madre de nuestro santísimo Señor<br />

Jesucristo; Esposa del Espíritu Santo.<br />

Parece que Francisco haya sido el primero, entre los<br />

escritores, en dar a la Virgen María el título de<br />

Esposa del Espíritu Santo, hoy normal en la teología<br />

mariana. No sólo en María, sino aun en la unión<br />

mística de cada cristiano con Dios, la relación<br />

nupcial se realiza, según un concepto repetidamente<br />

expresado por él, por obra del Espíritu Santo. Es<br />

interesante, a este respecto, el paralelismo con la<br />

Forma de vida dada a Clara y a las hermanas<br />

pobres: «Por inspiración divina os habéis hecho hijas<br />

y esclavas del altísimo sumo Rey el Padre celestial y<br />

os habéis desposado con el Espíritu Santo» (FVCl<br />

1). La elección divina de una mujer consagrada es


vista por Francisco según el tipo ideal de la Virgen<br />

María. Más aún, parece directamente inspirada en la<br />

misma Forma de vida la hermosa carta de Gregorio<br />

IX de 1228, ya citada, a Clara y a las hermanas, que<br />

comienza: «Dios Padre, al cual os habéis ofrecido<br />

como esclavas, os ha adoptado en su misericordia<br />

como hijas, y os ha desposado, por obra y gracia del<br />

Espíritu Santo, con su Hijo unigénito<br />

Jesucristo...».[5]


ASOCIADA AL MISTERIO <strong>DE</strong> LA POBREZA <strong>DE</strong>L<br />

HIJO<br />

Son muy numerosos los textos en que presenta<br />

Francisco a la Virgen pobrecita compartiendo con<br />

Jesús la condición de los pobres, en conformidad


con la opción hecha por el Hijo de Dios desde la<br />

Encarnación:<br />

«Siendo rico (2Cor 8, 9), quiso él por<br />

encima de todo elegir la pobreza en este<br />

mundo, juntamente con la beatísima Virgen<br />

María, su Madre» (2CtaF 5; cf. OfP 15,7).<br />

«Recuerden los hermanos que nuestro<br />

Señor Jesucristo, hijo de Dios vivo y<br />

omnipotente..., fue pobre y huésped, y vivió<br />

de limosna, tanto él como la<br />

bienaventurada Virgen y sus discípulos».[6]<br />

Esta motivación la repetía para animar a los<br />

hermanos que se avergonzaban de ir pidiendo<br />

limosna:<br />

«Carísimos hermanos, no os avergoncéis<br />

de salir por la limosna, pues el Señor se<br />

hizo pobre por nosotros en este mundo. A<br />

ejemplo suyo y de su Madre santísima<br />

hemos escogido el camino de una pobreza<br />

verdadera» (LP 51).


Como hemos visto, era sobre todo el misterio del<br />

Nacimiento el que más le hablaba de la situación en<br />

que se halló la Virgen por falta de lo necesario:<br />

«No recordaba sin lágrimas la penuria en<br />

que se vio aquel día [el de Navidad] la<br />

Virgen pobrecita. Sucedió que una vez, al<br />

sentarse para comer, un hermano hizo<br />

mención de la pobreza de la<br />

bienaventurada Virgen y de Cristo su hijo.<br />

Se levantó al momento de la mesa, estalló<br />

en sollozos y, bañado en lágrimas, terminó<br />

de comer el pan sobre la desnuda tierra. De<br />

ahí que llamase a la pobreza virtud regia,<br />

porque brilló con tanto esplendor en el Rey<br />

y en la Reina» (2 Cel 200).<br />

Enseñaba a saber descubrir en cada necesitado, no<br />

sólo al Cristo pobre, sino también a su Madre pobre:<br />

«En cada pobre reconocía al Hijo de la<br />

Señora pobre y llevaba desnudo en el


corazón a aquel que ella había llevado<br />

desnudo en sus brazos» (2 Cel 83).<br />

«Hermano, cuando ves a un pobre -decía-,<br />

se te pone delante el espejo del Señor y de<br />

su Madre pobre» (2 Cel 85).<br />

De modo especial menciona la pobreza de María al<br />

proponer el compromiso de la pobreza evangélica a<br />

Clara y las hermanas, y así escribe en el testamento<br />

dictado para ellas:<br />

«Yo, el hermano Francisco, el pequeñuelo,<br />

quiero seguir la vida y pobreza del altísimo<br />

Señor nuestro Jesucristo y de su santísima<br />

Madre, y perseverar en ella hasta el fin. Y<br />

os ruego a vosotras, señoras mías, y os<br />

recomiendo que viváis siempre en esta<br />

santísima vida y pobreza» (UltVol 1-2).<br />

Por su parte, santa Clara se identificó de lleno con<br />

esa manera de ver la pobreza evangélica, como<br />

aparece en su Regla y en su Testamento. El<br />

cardenal protector, Rinaldo, escribió en la


aprobación de la Regla: «Siguiendo las huellas de<br />

Cristo y de su santísima Madre, habéis elegido<br />

vivir... en pobreza suma». En el texto de la Regla se<br />

hace mención expresa cuatro veces de la pobreza<br />

de Cristo y de su santísima Madre, aun en aquellos<br />

lugares en que san Francisco, en su Regla, habla<br />

sólo de la de Cristo:<br />

«Y, por amor del santísimo y amadísimo<br />

Niño, envuelto en pobrísimos pañales y<br />

reclinado en un pesebre (cf. Lc 2,7.12) y de<br />

su santísima Madre, amonesto, ruego y<br />

exhorto que se vistan siempre de vestidos<br />

viles» (RCl 2,25).<br />

«Y, a fin de que jamás nos separásemos de<br />

la santísima pobreza que habíamos<br />

abrazado, ni tampoco las que habían de<br />

venir después de nosotras, poco antes de<br />

su muerte el bienaventurado Francisco nos<br />

escribió de nuevo su última voluntad, con<br />

estas palabras: "Yo, el hermano Francisco,<br />

el pequeñuelo, quiero seguir la vida y


pobreza del altísimo Señor Jesucristo y de<br />

su santísima Madre, y perseverar en ella<br />

hasta el fin"» (RCl 6,6-7).<br />

«Ésta es la celsitud de la altísima pobreza...<br />

Sea ésta vuestra porción... Adheríos a ella<br />

totalmente, amadísimas hermanas, y, por el<br />

nombre de nuestro Señor Jesucristo y de su<br />

santísima Madre, ninguna otra cosa queráis<br />

tener jamás bajo el cielo» (RCl 8,4-6).<br />

«... a fin de que, sumisas y sujetas siempre<br />

a los pies de la misma santa Iglesia, firmes<br />

en la fe católica (cf. Col 1, 23), observemos<br />

perpetuamente la pobreza y humildad de<br />

nuestro Señor Jesucristo y de su santísima<br />

Madre, y el santo Evangelio que firmemente<br />

hemos prometido» (RCl 12,13).<br />

En su Testamento, santa Clara indica como<br />

compromiso fundamental «la pobreza y la humildad<br />

de Cristo y de la gloriosa Virgen María su Madre»<br />

(TestCl 46-47). Y también ella, en su primera carta a


santa Inés de Praga, contempla la misión maternal<br />

de María marcada con la pobreza en el punto mismo<br />

de la Encarnación:<br />

«Si, pues, tal y tan gran señor,<br />

descendiendo al seno de la Virgen, quiso<br />

aparecer en el mundo hecho despreciable,<br />

indigente y pobre, a fin de que los<br />

hombres... llegaran a ser ricos..., regocijaos<br />

y alegraos grandemente... una vez que<br />

habéis preferido el desprecio del mundo a<br />

los honores, la pobreza a las riquezas..., y<br />

os habéis hecho merecedora de ser<br />

llamada hermana, esposa y madre del Hijo<br />

del Padre altísimo y de la gloriosa Virgen»<br />

(1CtaCl 19-24).<br />

Así escribe en la primera carta a Inés de Praga; y en<br />

la tercera, siempre en el contexto del anonadamiento<br />

de la Encarnación, le dice:<br />

«Llégate a esta dulcísima Madre, que<br />

engendró un Hijo que los cielos no podían


contener, pero ella lo acogió en el estrecho<br />

claustro de su vientre sagrado y lo llevó en<br />

su seno virginal» (3CtaCl 18-19).<br />

El biógrafo de la santa recuerda las fervorosas<br />

exhortaciones que hacía ella a las hermanas,<br />

presentando como ejemplo Belén:<br />

«Mediante pláticas frecuentes inculca a las<br />

hermanas que su comunidad sería<br />

agradable a Dios cuando viviera rebosante<br />

de pobreza, y que perduraría firme a<br />

perpetuidad si estuviera defendida con la<br />

torre de la altísima pobreza. Anímalas a<br />

conformarse, en el pequeño nido de la<br />

pobreza, con Cristo pobre, a quien su<br />

pobrecilla Madre acostó niño en un mísero<br />

pesebre» (LCl 14).


TIPO Y MO<strong>DE</strong>LO <strong>DE</strong> RESPUESTA A <strong>DIOS</strong><br />

En el Saludo a la Virgen aparece una invocación<br />

poco común, que debió de antojárseles inverosímil a<br />

los copistas de los antiguos manuscritos, y se<br />

tomaron la libertad de modificarla. Pero la crítica<br />

textual la ha restablecido en su forma original: Ave<br />

Domina..., quae es virgo Ecclesia facta, esto es:<br />

Virgen hecha Iglesia.[7]<br />

Semejante concepto teológico no era extraño a la<br />

tradición patrística, tradición que ha recogido el<br />

concilio Vaticano II para afirmar: «La Madre de Dios,<br />

como ya enseñaba san Ambrosio, es tipo de la<br />

Iglesia, por lo que hace a la fe, a la caridad y a la<br />

perfecta unión con Cristo... En tanto que la Iglesia ha


alcanzado ya en la beatísima Virgen la perfección,<br />

con la cual ella es sin mancha, los fieles se<br />

esfuerzan todavía por crecer en la santidad luchando<br />

contra el pecado; por esto elevan sus ojos a María,<br />

que refulge como modelo de virtud ante toda la<br />

comunidad de los elegidos...» (LG 63 y 65).<br />

Así se comprende por qué Francisco asocia al<br />

Saludo a la Virgen el de «todas las santas virtudes<br />

que, por gracia e iluminación del Espíritu Santo, son<br />

infundidas en los corazones de los fieles»; María, en<br />

efecto, es cifra y modelo de toda virtud. Santa Clara<br />

escribe a santa Inés de Praga, en un contexto muy<br />

semejante al de la carta de san Francisco a los fieles<br />

sobre la morada de la Trinidad en nosotros:<br />

«A la manera que la gloriosa Virgen de las<br />

vírgenes llevó a Cristo materialmente en su<br />

seno, así también tú, siguiendo sus huellas,<br />

especialmente las de su humildad y<br />

pobreza, puedes llevarlo siempre<br />

espiritualmente en tu cuerpo casto y<br />

virginal...» (3CtaCl 24-25).


Clara proponía a la Virgen María como modelo de<br />

entrega a Dios y de fidelidad a Cristo, pero las<br />

hermanas y los demás vieron en ella una perfecta<br />

imitadora de la misma santa Virgen. Dei Matris<br />

vestigium -impronta de la Madre de Dios- la<br />

designan el autor de la Leyenda y el antiguo oficio<br />

litúrgico; con el tiempo, lo mismo que Francisco fue<br />

llamado alter Christus, Clara será celebrada como<br />

altera Maria.[8]<br />

ABOGADA Y PROTECTORA


Francisco y Clara invocan frecuentemente la<br />

intercesión y los méritos de la Virgen María.[9]<br />

Escribe Tomás de Celano:<br />

«Pero lo que más alegra es que la<br />

constituyó abogada de la Orden y puso bajo<br />

sus alas, para que los nutriese y protegiese<br />

hasta el fin, a los hijos que estaba a punto<br />

de abandonar. ¡Ea, Abogada de los<br />

pobres!, cumple con nosotros tu misión de<br />

tutora hasta el día señalado por el Padre<br />

(Gal 4,2)» (2 Cel 198).<br />

Santa Clara, que había invocado sobre sus<br />

hermanas pobres, en el Testamento y en la<br />

Bendición última, la protección de María, tuvo el<br />

consuelo de ser visitada por la Virgen de las<br />

vírgenes, acompañada de un coro de santas<br />

vírgenes: la envolvió con un velo blanco finísimo y la<br />

besó dulcemente, tres días antes de su muerte,<br />

según la visión tenida por sor Benvenuta:


« Mientras la testigo se entretenía<br />

pensando e imaginando esto, vio de pronto<br />

con los ojos de su cuerpo una gran multitud<br />

de vírgenes, vestidas de blanco, con<br />

coronas sobre sus cabezas, que se<br />

acercaban y entraban por la puerta de la<br />

habitación en que yacía la dicha madre<br />

santa Clara. Y en medio de estas vírgenes<br />

había una más alta, y, por encima de lo que<br />

se puede decir, bellísima entre todas las<br />

otras, la cual tenía en la cabeza una corona<br />

mayor que las demás. Y sobre la corona<br />

tenía una bola de oro, a modo de un<br />

incensario, del que salía tal resplandor, que<br />

parecía iluminar toda la casa. Y las<br />

vírgenes se acercaron al lecho de la dicha<br />

madonna santa Clara. Y la que parecía más<br />

alta la cubrió primero en el lecho con una<br />

tela finísima, tan fina que, por su sutileza,<br />

se veía a madonna Clara, aun estando<br />

cubierta con ella. Luego, la Virgen de las<br />

vírgenes, la más alta, inclinó su rostro sobre


NOTAS:<br />

el rostro de la virgen santa Clara, o quizá<br />

sobre su pecho, pues la testigo no pudo<br />

distinguir bien si sobre el uno o sobre el<br />

otro. Hecho esto, desaparecieron todas.<br />

Preguntada sobre si la testigo entonces<br />

velaba o dormía, contestó que estaba<br />

despierta, y bien despierta, y que eso fue<br />

entrando la noche, como se ha dicho».[10]


[1] Pueden verse varios estudios sobre el tema en<br />

La Virgen María, Madre de Dios.- R. Brown, Notre<br />

Dame et St. François, Montreal 1960; Feliciano de<br />

Ventosa, La devoción a María en la espiritualidad de<br />

san Francisco, en Estudios Franciscanos 62 (1961)<br />

5-21, 227-296; AA. VV., La Madonna nella spiritualità<br />

francescana, en Quaderni di Spiritualità Francescana<br />

5, Asís 1963; K. Esser, Devoción de san Francisco a<br />

María santísima, en Temas espirituales, Aránzazu<br />

1980, 281-309; H. Pyfferoen, Ave... Dei Genitrix,<br />

quae est Virgo Ecclesia facta, en Laurentianum 12<br />

(1971) 413-434; H. Pyfferoen - O. van Asseldonk,<br />

María santissima e lo Spirito Santo in san Francesco<br />

d'Assisi, en Laurentianum 16 (1975) 446-474; O. Van<br />

Asseldonk, María, sposa dello Spirito Santo,<br />

secondo san Francesco, en Laurentianum 23 (1982)<br />

414-423; una refundición de los dos artículos<br />

precedentes: María santísima y el Espíritu Santo en<br />

san Francisco de Asís, en Selecciones de<br />

Franciscanismo, vol. XVI, núm. 47 (1987) 187-216,<br />

que puede verse también en versión informática; F.<br />

Uricchio, S. Francesco e il vangelo dell'Infanzia di


Luca, en AA. VV., Parola di Dio e Francesco d'Assisi,<br />

Asís 1982, 90-154; A. Pompei, María, en DF, 931-<br />

952.<br />

[2] Cf. F. X. Cheriyapattaparambil, Francesco<br />

d'Assisi e i trovatori, Perusa 1985, 65-72.<br />

[3] LM 3, 1. Sobre el significado mariano de la<br />

Porciúncula, como centro de la Orden, en los<br />

primeros biógrafos véase: 1 Cel 106; 2 Cel 18-20;<br />

LM 2,8; 3,1; TC 54-56; LP 56; EP 55 y 82-84.<br />

[4] 2 Cel 198. Este pensamiento no era extraño a la<br />

piedad medieval. En la Oratio 52, atribuida a san<br />

Anselmo, se lee: O. María per quam talem fratrem<br />

habemus [María por la que tal hermano tenemos]<br />

(PL 158, 958).<br />

[5] I. Omaechevarría, Escritos de santa Clara...,<br />

Madrid, BAC, 1999 4 , 360-361.<br />

[6] 1 R 9,4-5; cf. 2 R 6,2-3. No consta en los<br />

evangelios canónicos que Cristo y María hayan<br />

practicado la mendicidad.<br />

[7] SalVM 1. Hay quienes transcriben ecclesia, con<br />

minúscula, en el sentido de la iglesia material o<br />

templo, sentido que encajaría en la serie de figuras


que luego siguen -«tabernáculo suyo, casa suya»-,<br />

pero precisamente porque no forma parte de esa<br />

enumeración, sino de los conceptos teológicos<br />

iniciales, es más seguro el sentido de Iglesia<br />

universal. Cf. H. Pyfferoen, Ave... Dei Genitrix, quae<br />

est Virgo Ecclesia facta, en Laurentianum 12 (1971)<br />

413-434.<br />

[8] LCl Introducción: «... imiten las doncellas a Clara,<br />

impronta de la Madre de Dios, nueva capitana de<br />

mujeres» (Omaechevarría, p. 134). La expresión se<br />

halla en el himno Concinat plebs fidelium, de<br />

Alejandro IV, de las primeras vísperas del Oficio<br />

antiguo de santa Clara.<br />

[9] 1 R 23,6; ParPN 7; OfP Ant 3; TestCl 77; BenCl 7.<br />

[10] Proc 11, 4. Tomás de Celano refiere ese mismo<br />

hecho en la Leyenda de Santa Clara de la siguiente<br />

manera: «La mano del Señor se posó también sobre<br />

otra de las hermanas, quien con sus ojos corporales,<br />

entre lágrimas, contempló esta feliz visión: estando<br />

en verdad traspasada por el dardo del más hondo<br />

dolor, dirige su mirada hacia la puerta de la<br />

habitación, y he aquí que ve entrar una procesión de


vírgenes vestidas de blanco, llevando todas en sus<br />

cabezas coronas de oro. Marcha entre ellas una que<br />

deslumbra más que las otras, de cuya corona, que<br />

en su remate presenta una especie de incensario<br />

con orificios, irradia tanto esplendor que convierte la<br />

noche en día luminoso dentro de la casa. Se<br />

adelanta hasta el lecho donde yace la esposa de su<br />

Hijo e, inclinándose amorosísimamente sobre ella, le<br />

da un dulcísimo abrazo. Las vírgenes llevan un palio<br />

de maravillosa belleza y, extendiéndolo entre todas a<br />

porfía, dejan el cuerpo de Clara cubierto y el tálamo<br />

adornado» (LCl 46).<br />

.<br />

María en la Anunciación del Señor<br />

Catequesis de Juan Pablo II<br />

Relato de la Anunciación<br />

Evangelio según San Lucas (Lc 1,26-38)<br />

Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciud


de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un<br />

hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la vi<br />

era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Se<br />

está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría<br />

significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María,<br />

porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en<br />

seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Je<br />

Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dio<br />

dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jac<br />

por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al áng<br />

«¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel<br />

respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del<br />

Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer<br />

santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu<br />

pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sex<br />

mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es<br />

imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señ<br />

hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel, dejándola, se fue<br />

La fe de la Virgen María<br />

Catequesis de Juan Pablo II (3-VII-96)


1. En la narración evangélica de la Visitación, Isabel, «llena<br />

Espíritu Santo», acogiendo a María en su casa, exclama: «¡Fe<br />

que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dicha<br />

parte del Señor!» (Lc 1,45). Esta bienaventuranza, la primera<br />

refiere el evangelio de san Lucas, presenta a María como la m<br />

que con su fe precede a la Iglesia en la realización del espírit<br />

las bienaventuranzas.<br />

El elogio que Isabel hace de la fe de María se refuerza<br />

comparándolo con el anuncio del ángel a Zacarías. Una lect<br />

superficial de las dos anunciaciones podría considerar semeja<br />

las respuestas de Zacarías y de María al mensajero divino: «<br />

qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada<br />

edad», dice Zacarías; y María: «¿Cómo será esto, puesto qu<br />

conozco varón?» (Lc 1,18.34). Pero la profunda diferencia ent<br />

disposiciones íntimas de los protagonistas de los dos relatos<br />

manifiesta en las palabras del ángel, que reprocha a Zacaría<br />

incredulidad, mientras que da inmediatamente una respuesta<br />

pregunta de María. A diferencia del esposo de Isabel, María<br />

adhiere plenamente al proyecto divino, sin subordinar su<br />

consentimiento a la concesión de un signo visible.<br />

Al ángel que le propone ser madre, María le hace presente


propósito de virginidad. Ella, creyendo en la posibilidad de<br />

cumplimiento del anuncio, interpela al mensajero divino sólo s<br />

la modalidad de su realización, para corresponder mejor a<br />

voluntad de Dios, a la que quiere adherirse y entregarse con<br />

disponibilidad. «Buscó el modo; no dudó de la omnipotencia<br />

Dios», comenta san Agustín (Sermo 291).<br />

2. También el contexto en el que se realizan las dos anunciac<br />

contribuye a exaltar la excelencia de la fe de María. En la narr<br />

de san Lucas captamos la situación más favorable de Zacaría<br />

inadecuado de su respuesta. Recibe el anuncio del ángel en<br />

templo de Jerusalén, en el altar delante del «Santo de los San<br />

(cf. Ex 30,6-8); el ángel se dirige a él mientras ofrece el incie<br />

por tanto, durante el cumplimiento de su función sacerdotal, e<br />

momento importante de su vida; se le comunica la decisión d<br />

durante una visión. Estas circunstancias particulares favorece<br />

comprensión más fácil de la autenticidad divina del mensaje y<br />

un motivo de aliento para aceptarlo prontamente.<br />

Por el contrario, el anuncio a María tiene lugar en un contexto<br />

simple y ordinario, sin los elementos externos de carácter sag<br />

que están presentes en el anuncio a Zacarías. San Lucas no i<br />

el lugar preciso en el que se realiza la anunciación del nacim


del Señor; refiere, solamente, que María se hallaba en Naza<br />

aldea poco importante, que no parece predestinada a ese<br />

acontecimiento. Además, el evangelista no atribuye espec<br />

importancia al momento en que el ángel se presenta, dado qu<br />

precisa las circunstancias históricas. En el contacto con e<br />

mensajero celestial, la atención se centra en el contenido de<br />

palabras, que exigen a María una escucha intensa y una fe p<br />

Esta última consideración nos permite apreciar la grandeza de<br />

de María, sobre todo si la comparamos con la tendencia a p<br />

con insistencia, tanto ayer como hoy, signos sensibles para c<br />

Al contrario, la aceptación de la voluntad divina por parte de<br />

Virgen está motivada sólo por su amor a Dios.<br />

3. A María se le propone que acepte una verdad mucho más<br />

que la anunciada a Zacarías. Éste fue invitado a creer en u<br />

nacimiento maravilloso que se iba a realizar dentro de una u<br />

matrimonial estéril, que Dios quería fecundar. Se trata de u<br />

intervención divina análoga a otras que habían recibido algu<br />

mujeres del Antiguo Testamento: Sara (Gn 17,15-21; 18,10-<br />

Raquel (Gn 30,22), la madre de Sansón (Jc 13,1-7) y Ana,<br />

madre de Samuel (1 S 1,11-20). En estos episodios se subra<br />

sobre todo, la gratuidad del don de Dios.


María es invitada a creer en una maternidad virginal, de la qu<br />

Antiguo Testamento no recuerda ningún precedente. En real<br />

el conocido oráculo de Isaías: «He aquí que una doncella e<br />

encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre<br />

Emmanuel» (Is 7,14), aunque no excluye esta perspectiva, ha<br />

interpretado explícitamente en este sentido sólo después de<br />

venida de Cristo, y a la luz de la revelación evangélica.<br />

A María se le pide que acepte una verdad jamás enunciada a<br />

Ella la acoge con sencillez y audacia. Con la pregunta: «¿Có<br />

será esto?», expresa su fe en el poder divino de conciliar<br />

virginidad con su maternidad única y excepcional.<br />

Respondiendo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder<br />

Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1,35), el ángel da la ine<br />

solución de Dios a la pregunta formulada por María. La virgin<br />

que parecía un obstáculo, resulta ser el contexto concreto en<br />

el Espíritu Santo realizará en ella la concepción del Hijo de D<br />

encarnado. La respuesta del ángel abre el camino a la cooper<br />

de la Virgen con el Espíritu Santo en la generación de Jesú<br />

4. En la realización del designio divino se da la libre colabora<br />

de la persona humana. María, creyendo en la palabra del Se


coopera en el cumplimiento de la maternidad anunciada.<br />

Los Padres de la Iglesia subrayan a menudo este aspecto d<br />

concepción virginal de Jesús. Sobre todo san Agustín, comen<br />

el evangelio de la Anunciación, afirma: «El ángel anuncia, la V<br />

escucha, cree y concibe» (Sermo 13 in Nat. Dom.). Y añad<br />

«Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la fe le trae<br />

seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a su<br />

entrañas la fecundidad maternal» (Sermo 293).<br />

El acto de fe de María nos recuerda la fe de Abraham, que<br />

comienzo de la antigua alianza creyó en Dios, y se convirtió a<br />

padre de una descendencia numerosa (cf. Gn 15,6; Redemp<br />

Mater, 14). Al comienzo de la nueva alianza también María, c<br />

fe, ejerce un influjo decisivo en la realización del misterio de<br />

Encarnación, inicio y síntesis de toda la misión redentora de J<br />

La estrecha relación entre fe y salvación, que Jesús puso d<br />

relieve durante su vida pública (cf. Mc 5,34; 10,52; etc.), nos a<br />

a comprender también el papel fundamental que la fe de Mar<br />

desempeñado y sigue desempeñando en la salvación del gé<br />

humano.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español


La esclava obediente del Señor<br />

Catequesis de Juan Pablo II (4-IX-96)<br />

5-V<br />

1. Las palabras de María en la Anunciación: «He aquí la esc<br />

del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), ponen<br />

manifiesto una actitud característica de la religiosidad hebre<br />

Moisés, al comienzo de la antigua alianza, como respuesta


llamada del Señor, se había declarado su siervo (cf. Ex 4,1<br />

14,31). Al llegar la nueva alianza, también María responde a<br />

con un acto de libre sumisión y de consciente abandono a<br />

voluntad, manifestando plena disponibilidad a ser «la esclava<br />

Señor».<br />

La expresión «siervo» de Dios se aplica en el Antiguo Testam<br />

a todos los que son llamados a ejercer una misión en favor<br />

pueblo elegido: Abraham (Gn 26,24), Isaac (Gn 24,14) Jacob<br />

32,13; Ez 37,25), Josué (Jos 24,29), David (2 Sm 7,8) etc. S<br />

siervos también los profetas y los sacerdotes, a quienes s<br />

encomienda la misión de formar al pueblo para el servicio fie<br />

Señor. El libro del profeta Isaías exalta en la docilidad del «S<br />

sufriente» un modelo de fidelidad a Dios con la esperanza<br />

rescate por los pecados del pueblo (cf, Is 42-53). También alg<br />

mujeres brindan ejemplos de fidelidad, como la reina Ester, q<br />

antes de interceder por la salvación de los hebreos, dirige u<br />

oración a Dios, llamándose varias veces «tu sierva» (Est 4,1<br />

2. María, la «llena de gracia», al proclamarse «esclava del Se<br />

desea comprometerse a realizar personalmente de modo per<br />

el servicio que Dios espera de todo su pueblo. Las palabras:<br />

aquí la esclava del Señor» anuncian a Aquel que dirá de sí m


«El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir<br />

dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45; cf. Mt 20,<br />

Así, el Espíritu Santo realiza entre la Madre y el Hijo una arm<br />

de disposiciones íntimas, que permitirá a María asumir plenam<br />

su función materna con respecto a Jesús, acompañándolo e<br />

misión de Siervo.<br />

En la vida de Jesús, la voluntad de servir es constante y<br />

sorprendente. En efecto, como Hijo de Dios, hubiera podido<br />

razón hacer que le sirvieran. Al atribuirse el título de «Hijo d<br />

hombre», a propósito del cual el libro de Daniel afirma: «Todo<br />

pueblos, naciones y lenguas le servirán» (Dn 7,14), hubiera p<br />

exigir el dominio sobre los demás. Por el contrario, al rechaz<br />

mentalidad de su tiempo manifestada mediante la aspiración d<br />

discípulos a ocupar los primeros lugares (cf. Mc 9,34) y medi<br />

la protesta de Pedro durante el lavatorio de los pies (cf. Jn 1<br />

Jesús no quiere ser servido, sino que desea servir hasta el p<br />

de entregar totalmente su vida en la obra de la redención<br />

3. También María, aun teniendo conciencia de la altísima dign<br />

que se le había concedido, ante el anuncio del ángel se decla<br />

forma espontánea «esclava del Señor». En este compromiso<br />

servicio ella incluye también su propósito de servir al prójimo,


lo demuestra la relación que guardan el episodio de la Anunci<br />

y el de la Visitación: cuando el ángel le informa de que Isab<br />

espera el nacimiento de un hijo, María se pone en camino y<br />

prisa» (Lc 1,39) acude a Galilea para ayudar a su prima en<br />

preparativos del nacimiento del niño, con plena disponibilidad<br />

brinda a los cristianos de todos los tiempos un modelo sublim<br />

servicio.<br />

Las palabras «Hágase en mi según tu palabra» (Lc 1,38)<br />

manifiestan en María, que se declara esclava del Señor, u<br />

obediencia total a la voluntad de Dios. El optativo «hágase<br />

(génoito), que usa san Lucas, no sólo expresa aceptación, s<br />

también acogida convencida del proyecto divino, hecho propio<br />

el compromiso de todos sus recursos personales.<br />

4. María, acogiendo plenamente la voluntad divina, anticipa y<br />

suya la actitud de Cristo que, según la carta a los Hebreos,<br />

entrar en el mundo, dice: «Sacrificio y oblación no quisiste; p<br />

me has formado un cuerpo (...). Entonces dije: ¡He aquí que v<br />

(...) a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10,5-7; Sal 40,7-9<br />

Además, la docilidad de María anuncia y prefigura la que<br />

manifestará Jesús durante su vida pública hasta el Calvario. C


dirá: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviad<br />

llevar a cabo su obra» (Jn 4,34). En esta misma línea, María<br />

de la voluntad del Padre el principio inspirador de toda su vi<br />

buscando en ella la fuerza necesaria para el cumplimiento d<br />

misión que se le confió.<br />

Aunque en el momento de la Anunciación María no conoce a<br />

sacrificio que caracterizará la misión de Cristo, la profecía<br />

Simeón le hará vislumbrar el trágico destino de su Hijo (cf. Lc<br />

35). La Virgen se asociará a él con íntima participación. Con<br />

obediencia plena a la voluntad de Dios, María está dispuesta<br />

todo lo que el amor divino tiene previsto para su vida, hasta<br />

«espada» que atravesará su alma.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

6-I


María, nueva Eva<br />

Catequesis de Juan Pablo II (18-IX-96)<br />

1. El concilio Vaticano II, comentando el episodio de la<br />

Anunciación, subraya de modo especial el valor del consentim<br />

de María a las palabras del mensajero divino. A diferencia<br />

cuanto sucede en otras narraciones bíblicas semejantes, el á<br />

lo espera expresamente: «El Padre de las misericordias quiso<br />

el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Ma<br />

precediera a la Encarnación para que, así como una muje<br />

contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera<br />

vida» (Lumen gentium, 56).


La Lumen gentium recuerda el contraste entre el modo de ac<br />

de Eva y el de María, que san Ireneo ilustra así: «De la mis<br />

manera que aquella -es decir, Eva- había sido seducida po<br />

discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios<br />

desobedeciendo a su palabra, así ésta -es decir, María- recib<br />

buena nueva por el discurso de un ángel, para llevar en su se<br />

Dios, obedeciendo a su palabra; y como aquélla había sid<br />

seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convence<br />

obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abo<br />

de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género huma<br />

había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, f<br />

librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una vi<br />

fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen...» (Adv. H<br />

5, 19, 1).<br />

2. Al pronunciar su «sí» total al proyecto divino, María es<br />

plenamente libre ante Dios. Al mismo tiempo, se siente<br />

personalmente responsable ante la humanidad, cuyo futuro<br />

vinculado a su respuesta.<br />

Dios pone el destino de todos en las manos de una joven. El<br />

de María es la premisa para que se realice el designio que Dio<br />

su amor, trazó para la salvación del mundo.


El Catecismo de la Iglesia católica resume de modo sintétic<br />

eficaz el valor decisivo para toda la humanidad del consentim<br />

libre de María al plan divino de la salvación: «La Virgen Ma<br />

colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de lo<br />

hombres. Ella pronunció su "fiat" "ocupando el lugar de toda<br />

naturaleza humana". Por su obediencia, ella se convirtió en<br />

nueva Eva, madre de los vivientes» (n. 511).<br />

3. Así pues, María, con su modo de actuar, nos recuerda la g<br />

responsabilidad que cada uno tiene de acoger el plan divino s<br />

la propia vida. Obedeciendo sin reservas a la voluntad salvífic<br />

Dios que se le manifestó a través de las palabras del ángel,<br />

presenta como modelo para aquellos a quienes el Señor proc<br />

bienaventurados, porque «oyen la palabra de Dios y la guard<br />

(Lc 11,28). Jesús, respondiendo a la mujer que, en medio d<br />

multitud, proclama bienaventurada a su madre, muestra l<br />

verdadera razón de ser de la bienaventuranza de María: s<br />

adhesión a la voluntad de Dios, que la llevó a aceptar la<br />

maternidad divina.<br />

En la encíclica Redemptoris Mater puse de relieve que la nu<br />

maternidad espiritual, de la que habla Jesús, se refiere ante<br />

precisamente a ella. En efecto, «¿no es tal vez María la prim


entre "aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen<br />

por consiguiente, ¿no se refiere sobre todo a ella aquella bend<br />

pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mu<br />

anónima?» (n. 20). Así, en cierto sentido, a María se la procla<br />

primera discípula de su Hijo (cf. ib.) y, con su ejemplo, invit<br />

todos los creyentes a responder generosamente a la gracia<br />

Señor.<br />

4. El concilio Vaticano II destaca la entrega total de María a<br />

persona y a la obra de Cristo: «Se entregó totalmente a sí mi<br />

como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. C<br />

y en dependencia de él, se puso, por la gracia de Dios<br />

todopoderoso, al servicio del misterio de la redención» (Lum<br />

gentium, 56).<br />

Para María, la entrega a la persona y a la obra de Jesús signi<br />

unión íntima con su Hijo, el compromiso materno de cuidar d<br />

crecimiento humano y la cooperación en su obra de salvaci<br />

María realiza este último aspecto de su entrega a Jesús e<br />

dependencia de él, es decir, en una condición de subordinac<br />

que es fruto de la gracia. Pero se trata de una verdadera<br />

cooperación, porque se realiza con él e implica, a partir de


.<br />

anunciación, una participación activa en la obra redentora. «<br />

razón, pues, -afirma el concilio Vaticano II- creen los santos P<br />

que Dios no utilizó a María como un instrumento puramen<br />

pasivo, sino que ella colaboró por su fe y obediencia libres a<br />

salvación de los hombres. Ella, en efecto, como dice san Ire<br />

"por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de<br />

el género humano" (Adv. Haer., 3, 22, 4)» (ib.)<br />

María, asociada a la victoria de Cristo sobre el pecado de nue<br />

primeros padres, aparece como la verdadera «madre de lo<br />

vivientes» (ib.). Su maternidad, aceptada libremente por<br />

obediencia al designio divino, se convierte en fuente de vida<br />

la humanidad entera.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

La Inmaculada Concepción de la Virgen María<br />

Catequesis de Juan Pablo II<br />

María en el Protoevangelio<br />

Catequesis de Juan Pablo II (24-I-96)<br />

20-


1. «Los libros del Antiguo Testamento describen la historia d<br />

salvación en la que se va preparando, paso a paso, la venid<br />

Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como se lee<br />

la Iglesia y se interpretan a la luz de la plena revelación ulte<br />

iluminan poco a poco con más claridad la figura de la mujer, M<br />

del Redentor» (Lumen gentium, 55).<br />

Con estas afirmaciones, el concilio Vaticano II nos recuerda c<br />

se fue delineando la figura de María desde los comienzos d<br />

historia de la salvación. Ya se vislumbra en los textos del Ant<br />

Testamento, pero sólo se entiende plenamente cuando es<br />

textos se leen en la Iglesia y se comprenden a la luz del Nu<br />

Testamento.<br />

En efecto, el Espíritu Santo, al inspirar a los diversos autor<br />

humanos, orientó la Revelación veterotestamentaria hacia Cr<br />

que se encarnaría en el seno de la Virgen María.<br />

2. Entre las palabras bíblicas que preanunciaron a la Madre<br />

Redentor, el Concilio cita, ante todo, aquellas con las que D<br />

después de la caída de Adán y Eva, revela su plan de salvac<br />

El Señor dice a la serpiente, figura del espíritu del mal:<br />

«Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su lin


él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gn 3<br />

Esas expresiones, denominadas por la tradición cristiana, des<br />

siglo XVI, Protoevangelio, es decir, primera buena nueva, de<br />

entrever la voluntad salvífica de Dios ya desde los orígenes d<br />

humanidad. En efecto, frente al pecado, según la narración<br />

autor sagrado, la primera reacción del Señor no consistió e<br />

castigar a los culpables, sino en abrirles una perspectiva d<br />

salvación y comprometerlos activamente en la obra redento<br />

mostrando su gran generosidad también hacia quienes lo ha<br />

ofendido.<br />

Las palabras del Protoevangelio revelan, además, el singu<br />

destino de la mujer que, a pesar de haber precedido al homb<br />

ceder ante la tentación de la serpiente, luego se convierte,<br />

virtud del plan divino, en la primera aliada de Dios. Eva fue<br />

aliada de la serpiente para arrastrar al hombre al pecado. D<br />

anuncia que, invirtiendo esta situación, él hará de la mujer<br />

enemiga de la serpiente.<br />

3. Los exegetas concuerdan en reconocer que el texto de<br />

Génesis, según el original hebreo, no atribuye directamente<br />

mujer la acción contra la serpiente, sino a su linaje. De tod


modos, el texto da gran relieve al papel que ella desempeñar<br />

la lucha contra el tentador: su linaje será el vencedor de l<br />

serpiente.<br />

¿Quién es esta mujer? El texto bíblico no refiere su nombr<br />

personal, pero deja vislumbrar una mujer nueva, querida por<br />

para reparar la caída de Eva: ella está llamada a restaurar el<br />

y la dignidad de la mujer, y a contribuir al cambio del destino<br />

humanidad, colaborando mediante su misión materna a la vic<br />

divina sobre Satanás.<br />

4. A la luz del Nuevo Testamento y de la tradición de la Igle<br />

sabemos que la mujer nueva anunciada por el Protoevangeli<br />

María, y reconocemos en «su linaje» (Gn 3,15), su hijo, Jes<br />

triunfador en el misterio de la Pascua sobre el poder de Sata<br />

Observemos, asimismo, que la enemistad puesta por Dios en<br />

serpiente y la mujer se realiza en María de dos maneras. E<br />

aliada perfecta de Dios y enemiga del diablo, fue librada<br />

completamente del dominio de Satanás en su concepción<br />

inmaculada, cuando fue modelada en la gracia por el Espír<br />

Santo y preservada de toda mancha de pecado. Además, M<br />

asociada a la obra salvífica de su Hijo, estuvo plenament


comprometida en la lucha contra el espíritu del mal.<br />

Así, los títulos de Inmaculada Concepción y Cooperadora d<br />

Redentor, que la fe de la Iglesia ha atribuido a María para<br />

proclamar su belleza espiritual y su íntima participación en la<br />

admirable de la Redención, manifiestan la oposición irreduct<br />

entre la serpiente y la nueva Eva.<br />

5. Los exegetas y teólogos consideran que la luz de la nueva<br />

María, desde las páginas del Génesis se proyecta sobre tod<br />

economía de la salvación, y ven ya en ese texto el vínculo q<br />

existe entre María y la Iglesia. Notemos aquí con alegría qu<br />

término mujer, usado en forma genérica por el texto del Gén<br />

impulsa a asociar con la Virgen de Nazaret y su tarea en la o<br />

de la salvación especialmente a las mujeres, llamadas, segú<br />

designio divino, a comprometerse en la lucha contra el espírit<br />

mal.<br />

Las mujeres que, como Eva, podrían ceder ante la seducció<br />

Satanás, por la solidaridad con María reciben una fuerza sup<br />

para combatir al enemigo, convirtiéndose en las primeras alia<br />

de Dios en el camino de la salvación.<br />

Esta alianza misteriosa de Dios con la mujer se manifiesta


múltiples formas también en nuestros días: en la asiduidad d<br />

mujeres a la oración personal y al culto litúrgico, en el servici<br />

la catequesis y en el testimonio de la caridad, en las numero<br />

vocaciones femeninas a la vida consagrada, en la educaci<br />

religiosa en familia...<br />

Todos estos signos constituyen una realización muy concreta<br />

oráculo del Protoevangelio, que, sugiriendo una extensión<br />

universal de la palabra mujer, dentro y más allá de los confi<br />

visibles de la Iglesia, muestra que la vocación única de Marí<br />

inseparable de la vocación de la humanidad y, en particular,<br />

de toda mujer, que se ilumina con la misión de María, proclam<br />

primera aliada de Dios contra Satanás y el mal.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

26


María, la «llena de gracia»<br />

Catequesis de Juan Pablo II (8-V-96)<br />

1. En el relato de la Anunciación, la primera palabra del salud<br />

ángel -Alégrate- constituye una invitación a la alegría que rem<br />

los oráculos del Antiguo Testamento dirigidos a la hija de Sió<br />

hemos puesto de relieve en la catequesis anterior, explican<br />

también los motivos en los que se funda esa invitación: la


presencia de Dios en medio de su pueblo, la venida del re<br />

mesiánico y la fecundidad materna. Estos motivos encuentra<br />

María su pleno cumplimiento.<br />

El ángel Gabriel, dirigiéndose a la Virgen de Nazaret, despué<br />

saludo «alégrate», la llama «llena de gracia». Esas palabras<br />

texto griego: «alégrate» y «llena de gracia», tienen entre sí<br />

profunda conexión: María es invitada a alegrarse sobre tod<br />

porque Dios la ama y la ha colmado de gracia con vistas a<br />

maternidad divina.<br />

La fe de la Iglesia y la experiencia de los santos enseñan qu<br />

gracia es la fuente de alegría y que la verdadera alegría vien<br />

Dios. En María, como en los cristianos, el don divino es caus<br />

un profundo gozo.<br />

2. «Llena de gracia»: esta palabra dirigida a María se prese<br />

como una calificación propia de la mujer destinada a conver<br />

en la madre de Jesús. Lo recuerda oportunamente la constitu<br />

Lumen gentium, cuando afirma: «La Virgen de Nazaret e<br />

saludada por el ángel de la Anunciación, por encargo de Di<br />

como "llena de gracia"» (n. 56).<br />

El hecho de que el mensajero celestial la llame así confiere


saludo angélico un valor más alto: es manifestación del miste<br />

plan salvífico de Dios con relación a María. Como escribí en<br />

encíclica Redemptoris Mater: «La plenitud de gracia indica<br />

dádiva sobrenatural, de la que se beneficia María porque ha<br />

elegida y destinada a ser Madre de Cristo» (n. 9).<br />

Llena de gracia es el nombre que María tiene a los ojos de D<br />

En efecto, el ángel, según la narración del evangelista san Lu<br />

lo usa incluso antes de pronunciar el nombre de María, ponie<br />

así de relieve el aspecto principal que el Señor ve en la<br />

personalidad de la Virgen de Nazaret.<br />

La expresión «llena de gracia» traduce la palabra griega<br />

"kexaritomene", la cual es un participio pasivo. Así pues, pa<br />

expresar con más exactitud el matiz del término griego, no<br />

debería decir simplemente llena de gracia, sino «hecha llena<br />

gracia» o «colmada de gracia», lo cual indicaría claramente q<br />

trata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término, en la f<br />

de participio perfecto, expresa la imagen de una gracia perfe<br />

duradera que implica plenitud. El mismo verbo, en el significa<br />

«colmar de gracia», es usado en la carta a los Efesios para in<br />

la abundancia de gracia que nos concede el Padre en su H<br />

amado (cf. Ef 1,6). María la recibe como primicia de la Reden


(cf. Redemptoris Mater, 10).<br />

3. En el caso de la Virgen, la acción de Dios resulta ciertame<br />

sorprendente. María no posee ningún título humano para reci<br />

anuncio de la venida del Mesías. Ella no es el sumo sacerdo<br />

representante oficial de la religión judía, y ni siquiera un hom<br />

sino una joven sin influjo en la sociedad de su tiempo. Ademá<br />

originaria de Nazaret, aldea que nunca cita el Antiguo Testam<br />

y que no debía gozar de buena fama, como lo dan a entende<br />

palabras de Natanael que refiere el evangelio de san Juan: «<br />

Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46).<br />

El carácter extraordinario y gratuito de la intervención de D<br />

resulta aún más evidente si se compara con el texto del evan<br />

de san Lucas que refiere el episodio de Zacarías. Ese pasaje<br />

de relieve la condición sacerdotal de Zacarías, así como l<br />

ejemplaridad de vida, que hace de él y de su mujer Isabel mo<br />

de los justos del Antiguo Testamento: «Caminaban sin tacha<br />

todos los mandamientos y preceptos del Señor» (Lc 1,6)<br />

En cambio, ni siquiera se alude al origen de María. En efecto<br />

expresión «de la casa de David» (Lc 1,27) se refiere sólo a J<br />

No se dice nada de la conducta de María. Con esa elecció


literaria, san Lucas destaca que en ella todo deriva de una gr<br />

soberana. Cuanto le ha sido concedido no proviene de ning<br />

título de mérito, sino únicamente de la libre y gratuita predilec<br />

divina.<br />

4. Al actuar así, el evangelista ciertamente no desea poner<br />

duda el excelso valor personal de la Virgen santa. Más bie<br />

quiere presentar a María como puro fruto de la benevolencia<br />

Dios, quien tomó de tal manera posesión de ella, que la hiz<br />

como dice el ángel, llena de gracia. Precisamente la abunda<br />

de gracia funda la riqueza espiritual oculta en María.<br />

En el Antiguo Testamento, Yahveh manifiesta la sobreabunda<br />

de su amor de muchas maneras y en numerosas circunstanc<br />

En María, en los albores del Nuevo Testamento, la gratuidad<br />

misericordia divina alcanza su grado supremo. En ella la<br />

predilección de Dios, manifestada al pueblo elegido y en parti<br />

a los humildes y a los pobres, llega a su culmen.<br />

La Iglesia, alimentada por la palabra del Señor y por la experi<br />

de los santos, exhorta a los creyentes a dirigir su mirada hac<br />

Madre del Redentor y a sentirse como ella amados por Dios.<br />

invita a imitar su humildad y su pobreza, para que, siguiendo


ejemplo y gracias a su intercesión, puedan perseverar en la g<br />

divina que santifica y transforma los corazones.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

La santidad perfecta de María<br />

Catequesis de Juan Pablo II (15-V-96)<br />

10-


1. En María, llena de gracia, la Iglesia ha reconocido a la «to<br />

santa, libre de toda mancha de pecado, (...) enriquecida desd<br />

primer instante de su concepción con una resplandecient<br />

santidad del todo singular» (Lumen gentium, 56).<br />

Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexió<br />

doctrinal, que llevó a la proclamación solemne del dogma d<br />

Inmaculada Concepción.<br />

El término «hecha llena de gracia» que el ángel aplica a Marí<br />

la Anunciación se refiere al excepcional favor divino concedid<br />

joven de Nazaret con vistas a la maternidad anunciada, pe<br />

indica más directamente el efecto de la gracia divina en Ma<br />

pues fue colmada, de forma íntima y estable, por la gracia div<br />

por tanto, santificada. El calificativo «llena de gracia» tiene<br />

significado densísimo, que el Espíritu Santo ha impulsado sie<br />

a la Iglesia a profundizar.<br />

2. En la catequesis anterior puse de relieve que en el saludo<br />

ángel la expresión llena de gracia equivale prácticamente a<br />

nombre: es el nombre de María a los ojos de Dios. Según<br />

costumbre semítica, el nombre expresa la realidad de las pers<br />

y de las cosas a que se refiere. Por consiguiente, el título llen


gracia manifiesta la dimensión más profunda de la personalid<br />

la joven de Nazaret: de tal manera estaba colmada de gracia<br />

objeto del favor divino, que podía ser definida por esta predile<br />

especial.<br />

El Concilio recuerda que a esa verdad aludían los Padres d<br />

Iglesia cuando llamaban a María la toda santa, afirmando al m<br />

tiempo que era «una criatura nueva, creada y formada por<br />

Espíritu Santo» (Lumen gentium, 56).<br />

La gracia, entendida en su sentido de gracia santificante que<br />

a cabo la santidad personal, realizó en María la nueva creac<br />

haciéndola plenamente conforme al proyecto de Dios.<br />

3. Así, la reflexión doctrinal ha podido atribuir a María una<br />

perfección de santidad que, para ser completa, debía abarc<br />

necesariamente el origen de su vida.<br />

A esta pureza original parece que se refería un obispo de<br />

Palestina, que vivió entre los años 550 y 650, Theoteknos<br />

Livias. Presentando a María como «santa y toda hermosa», «<br />

y sin mancha», alude a su nacimiento con estas palabras: «N<br />

como los querubines la que está formada por una arcilla pur<br />

inmaculada» (Panegírico para la fiesta de la Asunción, 5-6


Esta última expresión, recordando la creación del primer hom<br />

formado por una arcilla no manchada por el pecado, atribuy<br />

nacimiento de María las mismas características: también el o<br />

de la Virgen fue puro e inmaculado, es decir, sin ningún peca<br />

Además, la comparación con los querubines reafirma la excel<br />

de la santidad que caracterizó la vida de María ya desde el in<br />

de su existencia.<br />

La afirmación de Theoteknos marca una etapa significativa d<br />

reflexión teológica sobre el misterio de la Madre del Señor.<br />

Padres griegos y orientales habían admitido una purificació<br />

realizada por la gracia en María tanto antes de la Encarnac<br />

(san Gregorio Nacianceno, Oratio 38,16) como en el mome<br />

mismo de la Encarnación (san Efrén, Javeriano de Gabala<br />

Santiago de Sarug). Theoteknos de Livias parece exigir para M<br />

una pureza absoluta ya desde el inicio de su vida. En efecto<br />

mujer que estaba destinada a convertirse en Madre del Salv<br />

no podía menos de tener un origen perfectamente santo, s<br />

mancha alguna.<br />

4. En el siglo VIII, Andrés de Creta es el primer teólogo que v<br />

el nacimiento de María una nueva creación. Argumenta así: «<br />

la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmacula


ecibe su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habí<br />

oscurecido el esplendor y el atractivo de la naturaleza huma<br />

pero cuando nace la Madre del Hermoso por excelencia, es<br />

naturaleza recupera, en su persona, sus antiguos privilegios,<br />

formada según un modelo perfecto y realmente digno de Dios<br />

Hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mund<br />

envejecido, que sufre una transformación totalmente divina, r<br />

las primicias de la segunda creación» (Sermón I, sobre e<br />

nacimiento de María).<br />

Más adelante, usando la imagen de la arcilla primitiva, afirma<br />

cuerpo de la Virgen es una tierra que Dios ha trabajado, la<br />

primicias de la masa adamítica divinizada en Cristo, la imag<br />

realmente semejante a la belleza primitiva, la arcilla modelad<br />

las manos del Artista divino» (Sermón I, sobre la dormición<br />

María).<br />

La Concepción pura e inmaculada de María aparece así com<br />

inicio de la nueva creación. Se trata de un privilegio person<br />

concedido a la mujer elegida para ser la Madre de Cristo, q<br />

inaugura el tiempo de la gracia abundante, querido por Dios<br />

la humanidad entera.


Esta doctrina, recogida en el mismo siglo VIII por san Germá<br />

Constantinopla y por san Juan Damasceno, ilumina el valor d<br />

santidad original de María, presentada como el inicio de l<br />

redención del mundo.<br />

De este modo, la reflexión eclesial ha recibido y explicitado<br />

sentido auténtico del título llena de gracia, que el ángel atribu<br />

la Virgen santa. María está llena de gracia santificante, y lo e<br />

desde el primer momento de su existencia. Esta gracia, segú<br />

carta a los Efesios (Ef 1,6), es ot<strong>org</strong>ada en Cristo a todos l<br />

creyentes. La santidad original de María constituye el mode<br />

insuperable del don y de la difusión de la gracia de Cristo en<br />

mundo.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * * * *<br />

La Inmaculada Concepción<br />

Catequesis de Juan Pablo II (29-V-96)<br />

17-


1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia<br />

de Oriente, la expresión llena de gracia,<br />

como hemos visto en las anteriores<br />

catequesis, fue interpretada, ya desde<br />

el siglo VI, en el sentido de una<br />

santidad singular que reina en María<br />

durante toda su existencia. Ella<br />

inaugura así la nueva creación.<br />

Además del relato lucano de la<br />

Anunciación, la Tradición y el<br />

Magisterio han considerado el así<br />

llamado Protoevangelio (Gn 3,15) como<br />

una fuente escriturística de la verdad<br />

de la Inmaculada Concepción de María.<br />

Ese texto, a partir de la antigua versión latina: «Ella te aplasta<br />

cabeza», ha inspirado muchas representaciones de la Inmacu<br />

que aplasta a la serpiente bajo sus pies.<br />

Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción<br />

corresponde al texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza<br />

serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. E<br />

texto, por consiguiente, no atribuye a María, sino a su Hijo


victoria sobre Satanás. Sin embargo, dado que la concepci<br />

bíblica establece una profunda solidaridad entre el progenitor<br />

descendencia, es coherente con el sentido original del pasa<br />

representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, n<br />

virtud propia sino de la gracia del Hijo.<br />

2. En el mismo texto bíblico, además, se proclama la enemis<br />

entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y s<br />

descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresam<br />

establecida por Dios, que cobra un relieve singular si<br />

consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virg<br />

Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su lin<br />

María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y es<br />

desde el primer momento de su existencia.<br />

A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por<br />

Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de l<br />

definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argume<br />

así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen Ma<br />

hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sid<br />

contaminada en su concepción por la mancha hereditaria d<br />

pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos dura<br />

ese período de tiempo, por más breve que fuera- la enemis


eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta<br />

solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más<br />

cierta servidumbre» (AAS 45 [1953], 579).<br />

La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el dem<br />

exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir<br />

ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hi<br />

María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo benefi<br />

anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Co<br />

consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demo<br />

realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el<br />

notable efecto de su obra redentora.<br />

3. El apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nu<br />

atención hacia la santidad especial de María y hacia el hech<br />

que fue completamente librada del influjo de Satanás, nos ha<br />

intuir en el privilegio único concedido a María por el Señor el<br />

de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y q<br />

implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre l<br />

serpiente y los hombres.<br />

Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepció<br />

María, se suele citar también el capítulo 12 del Apocalipsis, e


que se habla de la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1). La exég<br />

actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad del pu<br />

de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero<br />

además de la interpretación colectiva, el texto sugiere también<br />

individual, cuando afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, e<br />

ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro» (Ap 12<br />

Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta identificació<br />

la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Me<br />

La mujer-comunidad está descrita con los rasgos de la muj<br />

Madre de Jesús.<br />

Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y g<br />

con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 1<br />

Esta observación remite a la Madre de Jesús al pie de la cruz<br />

Jn 19,25), donde participa, con el alma traspasada por la esp<br />

(cf. Lc 2,35), en los dolores del parto de la comunidad de l<br />

discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol,<br />

decir, lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como si<br />

grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo<br />

Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio<br />

Inmaculada Concepción, pueden interpretarse como expresió<br />

la solicitud amorosa del Padre que llena a María con la graci


Cristo y el esplendor del Espíritu.<br />

Por último, el Apocalipsis invita a reconocer más particularme<br />

dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer ves<br />

de sol representa la santidad de la Iglesia, que se realiza<br />

plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una graci<br />

singular.<br />

4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan<br />

Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de<br />

Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíb<br />

que afirman la universalidad del pecado.<br />

El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado qu<br />

afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50,7; Jb 14,2). En el Nu<br />

Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de<br />

culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo a<br />

sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5,12.18). P<br />

consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católi<br />

pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se<br />

encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado s<br />

transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, p<br />

transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad


la justicia originales» (n. 404). San Pablo admite una excepció<br />

esa ley universal: Cristo, que «no conoció pecado» (2 Cor 5,2<br />

así pudo hacer que sobreabundara la gracia «donde abund<br />

pecado» (Rm 5,20).<br />

Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que M<br />

forma parte de la humanidad pecadora. El paralelismo que<br />

Pablo establece entre Adán y Cristo se completa con el qu<br />

establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable e<br />

drama del pecado, lo es también en la redención de la human<br />

San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su<br />

su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia<br />

Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la ause<br />

de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo A<br />

también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera as<br />

apta para cooperar en la redención.<br />

El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se de<br />

ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferenci<br />

sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia qu<br />

su humanidad brota de la persona divina; y María es totalme<br />

santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salva


[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * * * *<br />

31-<br />

María Inmaculada, redimida por preservación del pecado<br />

Catequesis de Juan Pablo II (5-VI-96)<br />

1. La doctrina de la santidad perfecta de María desde el prim<br />

instante de su concepción encontró cierta resistencia en<br />

Occidente, y eso se debió a la consideración de las afirmacio<br />

de san Pablo sobre el pecado original y sobre la universalida<br />

pecado, recogidas y expuestas con especial vigor por san Ag<br />

El gran doctor de la Iglesia se daba cuenta, sin duda, de qu<br />

condición de María, madre de un Hijo completamente santo, e<br />

una pureza total y una santidad extraordinaria. Por esto, en<br />

controversia con Pelagio, declaraba que la santidad de Ma<br />

constituye un don excepcional de gracia, y afirmaba a est<br />

respecto: «Exceptuando a la santa Virgen María, acerca de<br />

cual, por el honor debido a nuestro Señor, cuando se trata<br />

pecados, no quiero mover absolutamente ninguna cuestió<br />

porque sabemos que a ella le fue conferida más gracia pa<br />

vencer por todos sus flancos al pecado, pues mereció conce


dar a luz al que nos consta que no tuvo pecado alguno» (D<br />

natura et gratia, 42).<br />

San Agustín reafirmó la santidad perfecta de María y la ause<br />

en ella de todo pecado personal a causa de la excelsa dignida<br />

Madre del Señor. Con todo, no logró entender cómo la afirma<br />

de una ausencia total de pecado en el momento de la concep<br />

podía conciliarse con la doctrina de la universalidad del pec<br />

original y de la necesidad de la redención para todos los<br />

descendientes de Adán. A esa consecuencia llegó, luego,<br />

inteligencia cada vez más penetrante de la fe de la Iglesia<br />

aclarando cómo se benefició María de la gracia redentora<br />

Cristo ya desde su concepción.<br />

2. En el siglo IX se introdujo también en Occidente la fiesta d<br />

Concepción de María, primero en el sur de Italia, en Nápole<br />

luego en Inglaterra.<br />

Hacia el año 1128, un monje de Cantorbery, Eadmero, escrib<br />

el primer tratado sobre la Inmaculada Concepción, lamentaba<br />

la relativa celebración litúrgica, grata sobre todo a aquellos «e<br />

que se encontraba una pura sencillez y una devoción más hu<br />

a Dios» (Tract. de conc. B.M.V., 1-2), había sido olvidada


suprimida. Deseando promover la restauración de la fiesta,<br />

piadoso monje rechaza la objeción de san Agustín contra<br />

privilegio de la Inmaculada Concepción, fundada en la doctrin<br />

la transmisión del pecado original en la generación human<br />

Recurre oportunamente a la imagen de la castaña «que e<br />

concebida, alimentada y formada bajo las espinas, pero qu<br />

pesar de eso queda al resguardo de sus pinchazos» (ib., 1<br />

Incluso bajo las espinas de una generación que de por sí deb<br />

transmitir el pecado original -argumenta Eadmero-, María<br />

permaneció libre de toda mancha, por voluntad explícita de D<br />

que «lo pudo, evidentemente, y lo quiso. Así pues, si lo quis<br />

hizo» (ib.).<br />

A pesar de Eadmero, los grandes teólogos del siglo XIII hicie<br />

suyas las dificultades de san Agustín, argumentando así:<br />

redención obrada por Cristo no sería universal si la condición<br />

pecado no fuese común a todos los seres humanos. Y si Mar<br />

hubiera contraído la culpa original, no hubiera podido ser<br />

rescatada. En efecto, la redención consiste en librar a quien<br />

encuentra en estado de pecado.<br />

3. Duns Escoto, siguiendo a algunos teólogos del siglo XII, br<br />

la clave para superar estas objeciones contra la doctrina de


Inmaculada Concepción de María. Sostuvo que Cristo, el med<br />

perfecto, realizó precisamente en María el acto de mediación<br />

excelso, preservándola del pecado original.<br />

De ese modo, introdujo en la teología el concepto de redenc<br />

preservadora, según la cual María fue redimida de modo aún<br />

admirable: no por liberación del pecado, sino por preservació<br />

pecado.<br />

La intuición del beato Juan Duns Escoto, llamado a continuac<br />

«doctor de la Inmaculada», obtuvo, ya desde el inicio del siglo<br />

una buena acogida por parte de los teólogos, sobre todo<br />

franciscanos. Después de que el Papa Sixto IV aprobara, en 1<br />

la misa de la Concepción, esa doctrina fue cada vez más ace<br />

en las escuelas teológicas.<br />

Ese providencial desarrollo de la liturgia y de la doctrina prepa<br />

definición del privilegio mariano por parte del Magisterio supr<br />

Ésta tuvo lugar sólo después de muchos siglos, bajo el impuls<br />

una intuición de fe fundamental: la Madre de Cristo debía s<br />

perfectamente santa desde el origen de su vida.<br />

4. La afirmación del excepcional privilegio concedido a María<br />

claramente de manifiesto que la acción redentora de Cristo no


.<br />

libera, sino también preserva del pecado. Esa dimensión d<br />

preservación, que es total en María, se halla presente en<br />

intervención redentora a través de la cual Cristo, liberando<br />

pecado, da al hombre también la gracia y la fuerza para venc<br />

influjo en su existencia.<br />

De ese modo, el dogma de la Inmaculada Concepción de Mar<br />

ofusca, sino que más bien contribuye admirablemente a po<br />

mejor de relieve los efectos de la gracia redentora de Cristo e<br />

naturaleza humana.<br />

A María, primera redimida por Cristo, que tuvo el privilegio d<br />

quedar sometida ni siquiera por un instante al poder del mal<br />

pecado, miran los cristianos como al modelo perfecto y a<br />

imagen de la santidad (cf. Lumen gentium, 65) que están llam<br />

a alcanzar, con la ayuda de la gracia del Señor, en su vida<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

La Virginidad de María, Madre de Dios<br />

Catequesis de Juan Pablo II<br />

7-V


La Virginidad de María, verdad de fe<br />

Catequesis de Juan Pablo II (10-VII-96)<br />

1. La Iglesia ha considerado constantemente la virginidad de M<br />

una verdad de fe, acogiendo y profundizando el testimonio d<br />

evangelios de san Lucas, san Marcos y, probablemente, tam<br />

san Juan.<br />

En el episodio de la Anunciación, el evangelista san Lucas lla<br />

María «virgen», refiriendo tanto su intención de perseverar e<br />

virginidad como el designio divino, que concilia ese propósito<br />

su maternidad prodigiosa. La afirmación de la concepción virg<br />

debida a la acción del Espíritu Santo, excluye cualquier hipót<br />

de partenogénesis natural y rechaza los intentos de explica<br />

narración lucana como explicitación de un tema judío o com<br />

derivación de una leyenda mitológica pagana.<br />

La estructura del texto lucano (cf. Lc 1,26-38; 2,19.51), no ad<br />

ninguna interpretación reductiva. Su coherencia no permit<br />

sostener válidamente mutilaciones de los términos o de la<br />

expresiones que afirman la concepción virginal por obra d<br />

Espíritu Santo.<br />

2. El evangelista san Mateo, narrando el anuncio del ángel a


afirma, al igual que san Lucas, la concepción por obra «de<br />

Espíritu Santo» (Mt 1,20), excluyendo las relaciones conyuga<br />

Además, a José se le comunica la generación virginal de Jesú<br />

un segundo momento: no se trata para él de una invitación a<br />

su consentimiento previo a la concepción del Hijo de María,<br />

de la intervención sobrenatural del Espíritu Santo y de la<br />

cooperación exclusiva de la madre. Sólo se le invita a acep<br />

libremente su papel de esposo de la Virgen y su misión pate<br />

con respecto al niño.<br />

San Mateo presenta el origen virginal de Jesús como cumplim<br />

de la profecía de Isaías: «Ved que la virgen concebirá y dará<br />

un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducid<br />

significa "Dios con nosotros"» (Mt 1,23; cf. Is 7,14). De ese m<br />

san Mateo nos lleva a la conclusión de que la concepción vir<br />

fue objeto de reflexión en la primera comunidad cristiana, q<br />

comprendió su conformidad con el designio divino de salvaci<br />

su nexo con la identidad de Jesús, «Dios con nosotros».<br />

3. A diferencia de san Lucas y san Mateo, el evangelio de s<br />

Marcos no habla de la concepción y del nacimiento de Jesús<br />

embargo, es digno de notar que san Marcos nunca mencion


José, esposo de María. La gente de Nazaret llama a Jesús «e<br />

de María» o, en otro contexto, muchas veces «el Hijo de Dio<br />

(Mc 3,11; 5,7; cf. 1,1.11; 9,7; 14,61-62; 15,39). Estos datos e<br />

en armonía con la fe en el misterio de su generación virginal.<br />

verdad, según un reciente redescubrimiento exegético, esta<br />

contenida explícitamente en el versículo 13 del Prólogo de<br />

evangelio de san Juan, que algunas voces antiguas autoriza<br />

(por ejemplo, Ireneo y Tertuliano) no presentan en la forma p<br />

usual, sino en la singular: «Él, que no nació de sangre, ni de d<br />

de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios». E<br />

traducción en singular convertiría el Prólogo del evangelio de<br />

Juan en uno de los mayores testimonios de la generación vir<br />

de Jesús, insertada en el contexto del misterio de la Encarna<br />

La afirmación paradójica de Pablo: «Al llegar la plenitud de<br />

tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (…), para q<br />

recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4,4-5), abre el camin<br />

interrogante sobre la personalidad de ese Hijo y, por tanto, s<br />

su nacimiento virginal.<br />

Este testimonio uniforme de los evangelios confirma que la fe<br />

concepción virginal de Jesús estaba enraizada firmemente e<br />

diversos ambientes de la Iglesia primitiva. Por eso carecen de


fundamento algunas interpretaciones recientes, que no consid<br />

la concepción virginal en sentido físico o biológico, sino<br />

únicamente simbólico o metafórico: designaría a Jesús como<br />

de Dios a la humanidad. Lo mismo hay que decir de la opinió<br />

otros, según los cuales el relato de la concepción virginal se<br />

por el contrario, un theologoumenon, es decir, un modo d<br />

expresar una doctrina teológica, en este caso la filiación divin<br />

Jesús, o sería su representación mitológica.<br />

Como hemos visto, los evangelios contienen la afirmación exp<br />

de una concepción virginal de orden biológico, por obra de<br />

Espíritu Santo, y la Iglesia ha hecho suya esta verdad ya desd<br />

primeras formulaciones de la fe (cf. Catecismo de la Igles<br />

católica, n. 496).<br />

4. La fe expresada en los evangelios es confirmada, sin<br />

interrupciones, en la tradición posterior. Las fórmulas de fe d<br />

primeros autores cristianos postulan la afirmación del nacimi<br />

virginal: Arístides, Justino, Ireneo y Tertuliano están de acue<br />

con san Ignacio de Antioquía, que proclama a Jesús «naci<br />

verdaderamente de una virgen» (Smirn. 1,2). Estos autores h<br />

explícitamente de una generación virginal de Jesús real e<br />

histórica, y de ningún modo afirman una virginidad solamen


moral o un vago don de la gracia, que se manifestó en e<br />

nacimiento del niño.<br />

Las definiciones solemnes de fe por parte de los concilios<br />

ecuménicos y del Magisterio pontificio, que siguen a las prim<br />

fórmulas breves de fe, están en perfecta sintonía con esta ve<br />

El concilio de Calcedonia (451), en su profesión de fe, redac<br />

esmeradamente y con contenido definido de modo infalible, a<br />

que Cristo «en lo últimos días, por nosotros y por nuestra<br />

salvación, (fue) engendrado de María Virgen, Madre de Dios<br />

cuanto a la humanidad» (DS 301). Del mismo modo, el terc<br />

concilio de Constantinopla (681) proclama que Jesucristo «n<br />

del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y s<br />

verdad madre de Dios, según la humanidad» (DS 555). Otr<br />

concilios ecuménicos (Constantinopolitano II, Lateranense I<br />

Lugdunense II) declaran a María «siempre virgen», subrayand<br />

virginidad perpetua (cf. DS 423, 801 y 852). El concilio Vatica<br />

ha recogido esas afirmaciones, destacando el hecho de qu<br />

María, «por su fe y su obediencia, engendró en la tierra al H<br />

mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta co<br />

sombra del Espíritu Santo» (Lumen gentium, 63).<br />

A las definiciones conciliares hay que añadir las del Magiste


pontificio, relativas a la Inmaculada Concepción de la «santís<br />

Virgen María» (DS 2.803) y a la Asunción de la «Inmacula<br />

Madre de Dios, siempre Virgen María» (DS 3.903).<br />

5. Aunque las definiciones del Magisterio, con excepción d<br />

concilio de Letrán del año 649, convocado por el Papa Martín<br />

precisan el sentido del apelativo «virgen», se ve claramente<br />

este término se usa en su sentido habitual: la abstención<br />

voluntaria de los actos sexuales y la preservación de la integ<br />

corporal. En todo caso, la integridad física se considera esen<br />

para la verdad de fe de la concepción virginal de Jesús (c<br />

Catecismo de la Iglesia católica, n. 496).<br />

La designación de María como «santa, siempre Virgen e<br />

Inmaculada», suscita la atención sobre el vínculo entre santid<br />

virginidad. María quiso una vida virginal, porque estaba anim<br />

por el deseo de entregar todo su corazón a Dios.<br />

La expresión que se usa en la definición de la Asunción, «<br />

Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen», sugiere tambié<br />

conexión entre la virginidad y la maternidad de María: do<br />

prerrogativas unidas milagrosamente en la generación de Je<br />

verdadero Dios y verdadero hombre. Así, la virginidad de M


está íntimamente vinculada a su maternidad divina y a su san<br />

perfecta.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * * * *<br />

El propósito de virginidad de María<br />

Catequesis de Juan Pablo II (24-VII-96)<br />

1. Al ángel, que le anuncia la concepción y<br />

el nacimiento de Jesús, María le dirige una<br />

pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que<br />

no conozco varón?» (Lc 1,34). Esa<br />

pregunta resulta, por lo menos,<br />

sorprendente si recordamos los relatos<br />

bíblicos que refieren el anuncio de un<br />

nacimiento extraordinario a una mujer<br />

estéril. En esos casos se trata de mujeres<br />

casadas, naturalmente estériles, a las que<br />

12-V<br />

Dios ofrece el don del hijo a través de la vida conyugal norma<br />

1 S 1,19-20), como respuesta a oraciones conmovedoras (cf<br />

15,2; 30,22-23; 1 S 1,10; Lc 1,13).


Es diversa la situación en que María recibe el anuncio del án<br />

No es una mujer casada que tenga problemas de esterilidad<br />

elección voluntaria quiere permanecer virgen. Por consiguien<br />

propósito de virginidad, fruto de amor al Señor, constituye,<br />

parecer, un obstáculo a la maternidad anunciada.<br />

A primera vista, las palabras de María parecen expresar<br />

solamente su estado actual de virginidad: María afirmaría qu<br />

«conoce» varón, es decir, que es virgen. Sin embargo, el con<br />

en el que plantea la pregunta «¿cómo será eso?» y la afirma<br />

siguiente: «no conozco varón», ponen de relieve tanto la virgi<br />

actual de María como su propósito de permanecer virgen.<br />

expresión que usa, con la forma verbal en presente, deja tras<br />

la permanencia y la continuidad de su estado.<br />

2. María, al presentar esta dificultad, lejos de oponerse al pro<br />

divino, manifiesta la intención de aceptarlo totalmente. Por<br />

demás, la joven de Nazaret vivió siempre en plena sintonía c<br />

voluntad divina y optó por una vida virginal con el deseo d<br />

agradar al Señor. En realidad, su propósito de virginidad l<br />

disponía a acoger la voluntad divina «con todo su yo, huma<br />

femenino, y en esta respuesta de fe estaban contenidas un<br />

cooperación perfecta con la gracia de Dios que previene y so


y una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo<br />

(Redemptoris Mater, 13).<br />

A algunos, las palabras e intenciones de María les parece<br />

inverosímiles, teniendo presente que en el ambiente judío<br />

virginidad no se consideraba un valor ni un ideal. Los mism<br />

escritos del Antiguo Testamento lo confirman en varios episod<br />

expresiones conocidos. El libro de los Jueces refiere, por ejem<br />

que la hija de Jefté, teniendo que afrontar la muerte siendo<br />

joven núbil, llora su virginidad, es decir, se lamenta de no ha<br />

podido casarse (cf. Jc 11,38). Además, en virtud del manda<br />

divino: «Sed fecundos y multiplicaos» (Gn 1,28), el matrimon<br />

considerado la vocación natural de la mujer, que conlleva l<br />

alegrías y los sufrimientos propios de la maternidad.<br />

3. Para comprender mejor el contexto en que madura la deci<br />

de María, es preciso tener presente que, en el tiempo que pre<br />

inmediatamente el inicio de la era cristiana, en algunos ambie<br />

judíos se comienza a manifestar una orientación positiva hac<br />

virginidad. Por ejemplo, los esenios, de los que se han encon<br />

numerosos e importantes testimonios históricos en Qumrán, v<br />

en el celibato o limitaban el uso del matrimonio, a causa de la<br />

común y para buscar una mayor intimidad con Dios.


Además, en Egipto existía una comunidad de mujeres que<br />

siguiendo la espiritualidad esenia, vivían en continencia. Es<br />

mujeres, las Terapeutas, pertenecientes a una secta descrita<br />

Filón de Alejandría (cf. De vita contemplativa, 21-90), se<br />

dedicaban a la contemplación y buscaban la sabiduría.<br />

Tal vez María no conoció esos grupos religiosos judíos qu<br />

seguían el ideal del celibato y de la virginidad. Pero el hecho<br />

que Juan Bautista viviera probablemente una vida de celibat<br />

que la comunidad de sus discípulos la tuviera en gran estim<br />

podría dar a entender que también el propósito de virginidad<br />

María entraba en ese nuevo contexto cultural y religioso.<br />

4. La extraordinaria historia de la Virgen de Nazaret no debe<br />

embargo, hacernos caer en el error de vincular completament<br />

disposiciones íntimas a la mentalidad del ambiente, subestim<br />

la unicidad del misterio acontecido en ella. En particular, n<br />

debemos olvidar que María había recibido, desde el inicio de<br />

vida, una gracia sorprendente, que el ángel le reconoció en<br />

momento de la Anunciación. María, «llena de gracia» (Lc 1,<br />

fue enriquecida con una perfección de santidad que, según<br />

interpretación de la Iglesia, se remonta al primer instante de<br />

existencia: el privilegio único de la Inmaculada Concepción in


en todo el desarrollo de la vida espiritual de la joven de Naza<br />

Así pues, se debe afirmar que lo que guió a María hacia el ide<br />

la virginidad fue una inspiración excepcional del mismo Esp<br />

Santo que, en el decurso de la historia de la Iglesia, impulsa<br />

tantas mujeres a seguir el camino de la consagración virgin<br />

La presencia singular de la gracia en la vida de María lleva<br />

conclusión de que la joven tenía un compromiso de virginid<br />

Colmada de dones excepcionales del Señor desde el inicio d<br />

existencia, está orientada a una entrega total, en alma y cuer<br />

Dios con el ofrecimiento de su virginidad.<br />

Además, la aspiración a la vida virginal estaba en armonía c<br />

aquella «pobreza» ante Dios, a la que el Antiguo Testamen<br />

atribuye gran valor. María, al comprometerse plenamente en<br />

camino, renuncia también a la maternidad, riqueza personal<br />

mujer, tan apreciada en Israel. De ese modo, «ella misma<br />

sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esp<br />

de él con confianza la salvación y la acogen» (Lumen gentiu<br />

55). Pero, presentándose como pobre ante Dios, y buscando<br />

fecundidad sólo espiritual, fruto del amor divino, en el momen<br />

la Anunciación María descubre que el Señor ha transformad


pobreza en riqueza: será la M<br />

virgen del Hijo del Altísimo. M<br />

tarde descubrirá también que<br />

maternidad está destinada<br />

extenderse a todos los homb<br />

que el Hijo ha venido a salvar<br />

Catecismo de la Iglesia católic<br />

* * * * *<br />

501).<br />

[L'Osservatore Romano, ed<br />

semanal en lengua español<br />

La concepción virginal de Jesús<br />

Catequesis de Juan Pablo II (31-VII-96)<br />

26-V<br />

1. Dios ha querido, en su designio salvífico, que el Hijo unigé<br />

naciera de una Virgen. Esta decisión divina implica una profu<br />

relación entre la virginidad de María y la encarnación del Ve<br />

«La mirada de la fe, unida al conjunto de la revelación, pue<br />

descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su des<br />

salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razo


se refieren tanto a la persona y a la misión redentora de Cri<br />

como a la aceptación por María de esta misión para con lo<br />

hombres» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 502).<br />

La concepción virginal, excluyendo una paternidad humana, a<br />

que el único padre de Jesús es el Padre celestial, y que en<br />

generación temporal del Hijo se refleja la generación eterna<br />

Padre, que había engendrado al Hijo en la eternidad, lo enge<br />

también en el tiempo como hombre.<br />

2. El relato de la Anunciación pone de relieve el estado de Hi<br />

Dios, consecuente con la intervención divina en la concepción<br />

Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrir<br />

su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llam<br />

Hijo de Dios» (Lc 1,35).<br />

Aquel que nace de María ya es, en virtud de la generación et<br />

Hijo de Dios; su generación virginal, obrada por la intervenció<br />

Altísimo, manifiesta que, también en su humanidad, es el Hij<br />

Dios.<br />

La revelación de la generación eterna en la generación virgina<br />

la sugieren también las expresiones contenidas en el Prólogo<br />

evangelio de san Juan, que relacionan la manifestación de D


invisible, por obra del «Hijo único, que está en el seno del Pa<br />

(Jn 1,18), con su venida en la carne: «Y la Palabra se hizo ca<br />

puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su glo<br />

gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia<br />

verdad» (Jn 1,14).<br />

San Lucas y san Mateo, al narrar la generación de Jesús, afir<br />

también el papel del Espíritu Santo. Éste no es el padre del n<br />

Jesús es hijo únicamente del Padre eterno (cf. Lc 1,32.35) q<br />

por medio del Espíritu, actúa en el mundo y engendra al Verb<br />

la naturaleza humana. En efecto, en la Anunciación el ángel l<br />

al Espíritu «poder del Altísimo» (Lc 1,35), en sintonía con<br />

Antiguo Testamento, que lo presenta como la energía divina<br />

actúa en la existencia humana, capacitándola para realiza<br />

acciones maravillosas. Este poder, que en la vida trinitaria de<br />

es Amor, manifestándose en su grado supremo en el misterio<br />

Encarnación, tiene la tarea de dar el Verbo encarnado a l<br />

humanidad.<br />

3. El Espíritu Santo, en particular, es la persona que comunic<br />

riquezas divinas a los hombres y los hace participar en la vid<br />

Dios. Él, que en el misterio trinitario es la unidad del Padre y<br />

Hijo, obrando la generación virginal de Jesús, une la humanid


Dios.<br />

El misterio de la Encarnación muestra también la incompara<br />

grandeza de la maternidad virginal de María: la concepción<br />

Jesús es fruto de su cooperación generosa en la acción d<br />

Espíritu de amor, fuente de toda fecundidad.<br />

En el plan divino de la salvación, la concepción virginal es,<br />

tanto, anuncio de la nueva creación: por obra del Espíritu Sa<br />

en María es engendrado aquel que será el hombre nuevo. C<br />

afirma el Catecismo de la Iglesia católica: «Jesús fue conceb<br />

por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, po<br />

él es el nuevo Adán que inaugura la nueva creación» (n. 50<br />

En el misterio de esta nueva creación resplandece el papel d<br />

maternidad virginal de María. San Ireneo, llamando a Cris<br />

«primogénito de la Virgen» (Adv. Haer. 3, 16, 4), recuerda q<br />

después de Jesús, muchos otros nacen de la Virgen, en el se<br />

de que reciben la vida nueva de Cristo. «Jesús es el Hijo únic<br />

María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a t<br />

los hombres a los cuales él vino a salvar: "Dio a luz al Hijo, a<br />

Dios constituyó el mayor de muchos hermanos" (Rm 8,29),<br />

decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colab


con amor de madre» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 50<br />

4. La comunicación de la vida nueva es transmisión de la filia<br />

divina. Podemos recordar aquí la perspectiva abierta por san<br />

en el Prólogo de su evangelio: aquel a quien Dios engendró,<br />

los creyentes el poder de hacerse hijos de Dios (cf. Jn 1,12-13<br />

generación virginal permite la extensión de la paternidad divin<br />

los hombres se les hace hijos adoptivos de Dios en aquel qu<br />

Hijo de la Virgen y del Padre.<br />

Así pues, la contemplación del misterio de la generación virg<br />

nos permite intuir que Dios ha elegido para su Hijo una Mad<br />

virgen, para dar más ampliamente a la humanidad su amor<br />

Padre.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * * * *<br />

María, modelo de virginidad<br />

Catequesis de Juan Pablo II (7-VIII-96)<br />

2-V


1. El propósito de virginidad, qu<br />

vislumbra en las palabras de M<br />

en el momento de la Anunciació<br />

sido considerado tradicionalme<br />

como el comienzo y el acontecim<br />

inspirador de la virginidad cristian<br />

la Iglesia.<br />

San Agustín no reconoce en e<br />

propósito el cumplimiento de<br />

precepto divino, sino un voto em<br />

libremente. De ese modo, se<br />

podido presentar a María como ejemplo a las santas vírgene<br />

el curso de toda la historia de la Iglesia. María «consagró s<br />

virginidad a Dios, cuando aún no sabía lo que debía concebir,<br />

que la imitación de la vida celestial en el cuerpo terrenal y m<br />

se haga por voto, no por precepto, por elección de amor, no<br />

necesidad de servicio» (De Sancta Virg., IV, 4; PL 40, 398<br />

El ángel no pide a María que permanezca virgen; es María q<br />

revela libremente su propósito de virginidad. En este compro<br />

se sitúa su elección de amor, que la lleva a consagrarse<br />

totalmente al Señor mediante una vida virginal.


Al subrayar la espontaneidad de la decisión de María, no deb<br />

olvidar que en el origen de toda vocación está la iniciativa de<br />

La doncella de Nazaret, al orientarse hacia la vida virgina<br />

respondía a una vocación interior, es decir, a una inspiración<br />

Espíritu Santo que la iluminaba sobre el significado y el valor<br />

entrega virginal de sí misma. Nadie puede acoger este don<br />

sentirse llamado y sin recibir del Espíritu Santo la luz y la fue<br />

necesarias.<br />

2. Aunque san Agustín utiliza la palabra voto para mostrar<br />

quienes llama santas vírgenes el primer modelo de su estad<br />

vida, el Evangelio no testimonia que María haya formulad<br />

expresamente un voto, que es la forma de consagración y en<br />

de la propia vida a Dios, en uso ya desde los primeros siglos<br />

Iglesia. El Evangelio nos da a entender que María tomó la dec<br />

personal de permanecer virgen, ofreciendo su corazón al Se<br />

Desea ser su esposa fiel, realizando la vocación de la «hija<br />

Sión». Sin embargo, con su decisión se convierte en el arque<br />

de todos los que en la Iglesia han elegido servir al Señor c<br />

corazón indiviso en la virginidad.<br />

Ni los evangelios, ni otros escritos del Nuevo Testamento, n<br />

informan acerca del momento en el que María tomó la decisió


permanecer virgen. Con todo, de la pregunta que hace al áng<br />

deduce con claridad que, en el momento de la Anunciación, d<br />

propósito era ya muy firme. María no duda en expresar su de<br />

de conservar la virginidad también en la perspectiva de la<br />

maternidad que se le propone, mostrando que había madur<br />

largamente su propósito.<br />

En efecto, María no eligió la virginidad en la perspectiva,<br />

imprevisible, de llegar a ser Madre de Dios, sino que maduró<br />

elección en su conciencia antes del momento de la Anunciac<br />

Podemos suponer que esa orientación siempre estuvo presen<br />

su corazón: la gracia que la preparaba para la maternidad vir<br />

influyó ciertamente en todo el desarrollo de su personalida<br />

mientras que el Espíritu Santo no dejó de inspirarle, ya desde<br />

primeros años, el deseo de la unión más completa con Dio<br />

3. Las maravillas que Dios hace, también hoy, en el corazón<br />

la vida de tantos muchachos y muchachas, las hizo, ante tod<br />

el alma de María. También en nuestro mundo, aunque esté<br />

distraído por la fascinación de una cultura a menudo superfic<br />

consumista, muchos adolescentes aceptan la invitación qu<br />

proviene del ejemplo de María y consagran su juventud al Se<br />

al servicio de sus hermanos.


Esta decisión, más que renuncia a valores humanos, es elec<br />

de valores más grandes. A este respecto, mi venerado predec<br />

Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis cultus, subray<br />

cómo quien mira con espíritu abierto el testimonio del Evang<br />

«se dará cuenta de que la opción del estado virginal por part<br />

María (...) no fue un acto de cerrarse a algunos de los valore<br />

estado matrimonial, sino que constituyó una opción valient<br />

llevada a cabo para consagrarse totalmente al amor de Dios<br />

37).<br />

En definitiva, la elección del estado virginal está motivada po<br />

plena adhesión a Cristo. Esto es particularmente evidente<br />

María. Aunque antes de la Anunciación no era consciente de<br />

el Espíritu Santo le inspira su consagración virginal con vista<br />

Cristo: permanece virgen para acoger con todo su ser al Me<br />

Salvador. La virginidad comenzada en María muestra así su p<br />

dimensión cristocéntrica, esencial también para la virginidad v<br />

en la Iglesia, que halla en la Madre de Cristo su modelo subl<br />

Aunque su virginidad personal, vinculada a la maternidad div<br />

es un hecho excepcional, ilumina y da sentido a todo don virg<br />

4. ¡Cuántas mujeres jóvenes, en la historia de la Iglesia,<br />

contemplando la nobleza y la belleza del corazón virginal de


Madre del Señor, se han sentido alentadas a responder<br />

generosamente a la llamada de Dios, abrazando el ideal de<br />

virginidad! «Precisamente esta virginidad -como he recordad<br />

la encíclica Redemptoris Mater-, siguiendo el ejemplo de la V<br />

de Nazaret, es fuente de una especial fecundidad espiritual<br />

fuente de la maternidad en el Espíritu Santo» (n. 43).<br />

La vida virginal de María suscita en todo el pueblo cristiano<br />

estima por el don de la virginidad y el deseo de que se multip<br />

en la Iglesia como signo del primado de Dios sobre toda realid<br />

como anticipación profética de la vida futura. Demos gracias j<br />

al Señor por quienes aún hoy consagran generosamente su<br />

mediante la virginidad, al servicio del reino de Dios.<br />

Al mismo tiempo, mientras en diversas zonas de antigua<br />

evangelización el hedonismo y el consumismo parecen disua<br />

los jóvenes de abrazar la vida consagrada, es preciso ped<br />

incesantemente a Dios, por intercesión de María, un nuev<br />

florecimiento de vocaciones religiosas. Así, el rostro de la Ma<br />

de Cristo, reflejado en muchas vírgenes que se esfuerzan p<br />

seguir al divino Maestro, seguirá siendo para la humanidad<br />

signo de la misericordia y de la ternura divinas.


[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * * * *<br />

La unión virginal de María y José<br />

Catequesis de Juan Pablo II (21-VIII-96)<br />

9-V


1. El evangelio de Lucas, al presentar a María como virgen, a<br />

que estaba «desposada con un hombre llamado José, de la<br />

de David» (Lc 1,27). Estas informaciones parecen, a primera<br />

contradictorias.<br />

Hay que notar que el término griego utilizado en este pasaje<br />

indica la situación de una mujer que ha contraído el matrimon<br />

por tanto vive en el estado matrimonial, sino la del noviazgo.<br />

a diferencia de cuanto ocurre en las culturas modernas, en<br />

costumbre judaica antigua la institución del noviazgo preveía<br />

contrato y tenía normalmente valor definitivo: efectivament<br />

introducía a los novios en el estado matrimonial, si bien e<br />

matrimonio se cumplía plenamente cuando el joven conducía<br />

muchacha a su casa.<br />

En el momento de la Anunciación, María se halla, pues, en<br />

situación de esposa prometida. Nos podemos preguntar por<br />

había aceptado el noviazgo, desde el momento en que tení<br />

propósito de permanecer virgen para siempre. Lucas es<br />

consciente de esta dificultad, pero se limita a registrar la situa<br />

sin aportar explicaciones. El hecho de que el evangelista, a<br />

poniendo de relieve el propósito de virginidad de María, la<br />

presente igualmente como esposa de José constituye un sign


que ambas noticias son históricamente dignas de crédito<br />

2. Se puede suponer que entre José y María, en el momento<br />

comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyect<br />

vida virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspi<br />

en María la opción de la virginidad con miras al misterio de<br />

Encarnación y quería que ésta acaeciese en un contexto fam<br />

idóneo para el crecimiento del Niño, pudo muy bien suscit<br />

también en José el ideal de la virginidad.<br />

El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: «José<br />

de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque<br />

engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1,20). De esta f<br />

recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalm<br />

especial el camino del matrimonio. A través de la comunió<br />

virginal con la mujer predestinada para dar a luz a Jesús, Dio<br />

llama a cooperar en la realización de su designio de salvaci<br />

El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a M<br />

y a José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico<br />

el ámbito de una elevada espiritualidad. La realización conc<br />

del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal<br />

pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una fa


que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad<br />

Niño.<br />

José y María, precisamente en vista de su contribución al mis<br />

de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir junt<br />

carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunió<br />

amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso<br />

especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio<br />

Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio (c<br />

Exhortación apostólica, Redemptoris custos, 7).<br />

La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comuni<br />

esponsal ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribu<br />

José una edad avanzada y a considerarlo el custodio de Ma<br />

más que su esposo. Es el caso de suponer, en cambio, que<br />

fuese entonces un hombre anciano, sino que su perfecció<br />

interior, fruto de la gracia, lo llevase a vivir con afecto virgina<br />

relación esponsal con María.<br />

3. La cooperación de José en el misterio de la Encarnació<br />

comprende también el ejercicio del papel paterno respecto<br />

Jesús. Dicha función le es reconocida por el ángel que,<br />

apareciéndosele en sueños, le invita a poner el nombre al N


«Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porqu<br />

salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21).<br />

Aun excluyendo la generación física, la paternidad de José fu<br />

paternidad real, no aparente. Distinguiendo entre padre y<br />

progenitor, una antigua monografía sobre la virginidad de Mar<br />

De Margarita (siglo IV)- afirma que «los compromisos adquir<br />

por la Virgen y José como esposos hicieron que él pudiese<br />

llamado con este nombre (de padre); un padre, sin embargo,<br />

no ha engendrado». José, pues, ejerció en relación con Jesú<br />

función de padre, gozando de una autoridad a la que el Rede<br />

libremente se «sometió» (Lc 2,51), contribuyendo a su educac<br />

transmitiéndole el oficio de carpintero.<br />

Los cristianos han reconocido siempre en José a aquel que v<br />

una comunión íntima con María y Jesús, deduciendo que tam<br />

en la muerte gozó de su presencia consoladora y afectuosa.<br />

esta constante tradición cristiana se ha desarrollado en muc<br />

lugares una especial devoción a la santa Familia y en ella a<br />

José, Custodio del Redentor. El Papa León XIII, como es sab<br />

le encomendó el patrocinio de toda la Iglesia.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español


* * * * *<br />

María siempre virgen<br />

Catequesis de Juan Pablo II (28-VIII-96)<br />

23-V<br />

1. La Iglesia ha manifestado de modo constante su fe en l<br />

virginidad perpetua de María. Los textos más antiguos, cuand<br />

refieren a la concepción de Jesús, llaman a María sencillame<br />

Virgen, pero dando a entender que consideraban esa cualid<br />

como un hecho permanente, referido a toda su vida.<br />

Los cristianos de los primeros siglos expresaron esa convicció<br />

fe mediante el término griego «siempre virgen», creado pa<br />

calificar de modo único y eficaz la persona de María, y expres<br />

una sola palabra la fe de la Iglesia en su virginidad perpetua<br />

encontramos ya en el segundo símbolo de fe de san Epifanio<br />

el año 374, con relación a la Encarnación: el Hijo de Dios «<br />

encarnó, es decir, fue engendrado de modo perfecto por sa<br />

María, la siempre virgen, por obra del Espíritu Santo» (Ancor<br />

119, 5: DS 44).<br />

La expresión siempre virgen fue recogida por el segundo con


de Constantinopla, que afirmó: el Verbo de Dios «se encarnó<br />

santa gloriosa Madre de Dios y siempre Virgen María, y naci<br />

ella» (DS 422). Esta doctrina fue confirmada por otros do<br />

concilios ecuménicos, el cuarto de Letrán, año 1215 (DS 801)<br />

segundo de Lyón, año 1274 (DS 852), y por el texto de la<br />

definición del dogma de la Asunción, año 1950 (DS 3.903), e<br />

que la virginidad perpetua de María es aducida entre los mot<br />

de su elevación en cuerpo y alma a la gloria celeste.<br />

2. Usando una fórmula sintética, la tradición de la Iglesia h<br />

presentado a María como «virgen antes del parto, durante el<br />

y después del parto», afirmando, mediante la mención de es<br />

tres momentos, que no dejó nunca de ser virgen.<br />

De las tres, la afirmación de la virginidad antes del parto es,<br />

duda, la más importante, ya que se refiere a la concepción<br />

Jesús y toca directamente el misterio mismo de la Encarnac<br />

Esta verdad ha estado presente desde el principio y de form<br />

constante en la fe de la Iglesia.<br />

La virginidad durante el parto y después del parto, aunque se<br />

contenida implícitamente en el título de virgen atribuido a Mar<br />

en los orígenes de la Iglesia, se convierte en objeto de


profundización doctrinal cuando algunos comienzan explícitam<br />

a ponerla en duda. El Papa Hormisdas precisa que «el Hijo<br />

Dios se hizo Hijo del hombre y nació en el tiempo como hom<br />

abriendo al nacer el seno de su madre (cf. Lc 2,23) y, por el p<br />

de Dios, sin romper la virginidad de su madre» (DS 368). E<br />

doctrina fue confirmada por el concilio Vaticano II, en el que<br />

afirma que el Hijo primogénito de María «no menoscabó s<br />

integridad virginal, sino que la santificó» (Lumen gentium, 57)<br />

lo que se refiere a la virginidad después del parto, es preci<br />

destacar ante todo que no hay motivos para pensar que l<br />

voluntad de permanecer virgen, manifestada por María en<br />

momento de la Anunciación (cf. Lc 1,34), haya cambiado<br />

posteriormente. Además, el sentido inmediato de las palabr<br />

«Mujer, ahí tienes a tu hijo», «ahí tienes a tu madre» (Jn 19<br />

27), que Jesús dirige desde la cruz a María y al discípulo<br />

predilecto, hace suponer una situación que excluye la prese<br />

de otros hijos nacidos de María.<br />

Los que niegan la virginidad después del parto han pensad<br />

encontrar un argumento probatorio en el término «primogéni<br />

que el evangelio atribuye a Jesús (cf. Lc 2,7), como si esa<br />

expresión diera a entender que María engendró otros hijo


después de Jesús. Pero la palabra «primogénito» signific<br />

literalmente «hijo no precedido por otro» y, de por sí, prescind<br />

la existencia de otros hijos. Además, el evangelista subraya<br />

característica del Niño, pues con el nacimiento del primogén<br />

estaban vinculadas algunas prescripciones de la ley judaic<br />

independientemente del hecho de que la madre hubiera dado<br />

otros hijos. A cada hijo único se aplicaban, por consiguiente,<br />

prescripciones por ser «el primogénito» (cf. Lc 2,23).<br />

3. Según algunos, contra la virginidad de María después del p<br />

estarían aquellos textos evangélicos que recuerdan la existe<br />

de cuatro «hermanos de Jesús»: Santiago, José, Simón y Ju<br />

(cf. Mt 13,55-56; Mc 6,3), y de varias hermanas.<br />

Conviene recordar que, tanto en la lengua hebrea como en<br />

aramea, no existe un término particular para expresar la pala<br />

primo y que, por consiguiente, los términos hermano y herm<br />

tenían un significado muy amplio, que abarcaba varios grado<br />

parentesco. En realidad, con el término hermanos de Jesús<br />

indican los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27,<br />

que es designada de modo significativo como «la otra María»<br />

28,1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según un<br />

expresión frecuente en el Antiguo Testamento (cf. Catecismo


.<br />

Iglesia católica, n. 500).<br />

Así pues, María santísima es la siempre Virgen. Esta prerrog<br />

suya es consecuencia de la maternidad divina, que la consa<br />

totalmente a la misión redentora de Cristo.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

La Visitación de la Virgen a Santa Isabel<br />

Catequesis de Juan Pablo II<br />

La Visitación y el Magníficat<br />

Evangelio según San Lucas (Lc 1,39-56)<br />

30-V<br />

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la<br />

región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de<br />

Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isab<br />

saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel qu<br />

llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Be<br />

tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde<br />

mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas lle<br />

mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi sen


¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fue<br />

dichas de parte del Señor!» Y dijo María:<br />

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espír<br />

en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su<br />

esclava.<br />

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el<br />

Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es sant<br />

su misericordia llega a sus fieles de generación en generación<br />

Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de<br />

corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los<br />

humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos<br />

despide vacíos.<br />

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -co<br />

lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y<br />

descendencia por siempre.»<br />

María permaneció con ella unos tres meses y se volvió a su c<br />

El misterio de la Visitación, preludio de la misión del Salvad


Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)<br />

1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gr<br />

de la Encarnación, después de haber inundado a María, lle<br />

salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los<br />

hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espír<br />

Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida<br />

mundo.<br />

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, u<br />

verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimie<br />

Considerando que este verbo se usa en los evangelios pa<br />

indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.<br />

acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf<br />

5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con est<br />

expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a M<br />

bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salva<br />

2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el v<br />

«con prontitud» (Lc 1,39). También la expresión «a la regió<br />

montañosa» (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más<br />

una simple indicación topográfica, pues permite pensar en<br />

mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: «


hermosos son sobre los montes los pies del mensajero qu<br />

anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvac<br />

que dice a Sión: "Ya reina tu Dios"!» (Is 52,7).<br />

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimient<br />

este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Ro<br />

10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María<br />

primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzand<br />

viajes misioneros del Hijo divino.<br />

La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularme<br />

significativa: será de Galilea a Judea, como el camino mision<br />

de Jesús (cf. Lc 9,51).<br />

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de<br />

misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de s<br />

maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en<br />

modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llev<br />

luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares<br />

todos los tiempos.<br />

3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso<br />

acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáne<br />

la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulida


parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe c<br />

alegría de su fe pronta y disponible: «Entró en casa de Zacar<br />

saludó a Isabel» (Lc 1,40).<br />

San Lucas refiere que «cuando oyó Isabel el saludo de Mar<br />

saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1,41). El saludo de Ma<br />

suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Je<br />

en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta<br />

nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como s<br />

de la presencia del Mesías.<br />

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiá<br />

y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz<br />

"Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno"»<br />

1,41-42).<br />

En virtud de una iluminación superior, comprende la grandez<br />

María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en<br />

Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto<br />

su seno, Jesús, el Mesías.<br />

4. La exclamación de Isabel «con gran voz» manifiesta un<br />

verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avema<br />

sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, com


cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo<br />

Poderoso en la Madre de su Hijo.<br />

Isabel, proclamándola «bendita entre las mujeres», indica la r<br />

de la bienaventuranza de María en su fe: «¡Feliz la que ha cr<br />

que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte d<br />

Señor!» (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen o<br />

en el hecho de que ella es la que cree.<br />

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué h<br />

constituye para ella su visita: «¿De dónde a mí que la madre<br />

Señor venga a mí?» (Lc 1,43). Con la expresión «mi Señor<br />

Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hij<br />

María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión<br />

usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y habla<br />

rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: «El S<br />

Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1,32). Isabel, «l<br />

de Espíritu Santo», tiene la misma intuición. Más tarde, la<br />

glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay q<br />

entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf<br />

20,28; Hch 2,34-36).<br />

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita


apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don<br />

vida de cada creyente.<br />

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cr<br />

que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isa<br />

expresan bien este papel de mediadora: «Porque, apenas lle<br />

mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi se<br />

(Lc 1,44). La intervención de María, junto con el don del Esp<br />

Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirman<br />

una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnac<br />

está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvaci<br />

divina.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

En el Magníficat María celebra la obra admirable de Dios<br />

Catequesis de Juan Pablo II (6-XI-96)<br />

1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamen<br />

4-


celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dio<br />

realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al mis<br />

de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ah<br />

María expresa el jubilo de su espíritu en Dios, su salvador.<br />

alegría nace de haber experimentado personalmente la mira<br />

benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo<br />

historia.<br />

Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra gr<br />

que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de D<br />

que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, supera<br />

las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza<br />

incluso los más nobles deseos del alma humana.<br />

Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta<br />

sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza<br />

Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque h<br />

mirado la humillación de su esclava» (Lc 1,46-48). Probablem<br />

el término griego tapeinosis está tomado del cántico de Ana<br />

madre de Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la<br />

«miseria» de una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que encomiend<br />

pena al Señor. Con una expresión semejante, María present<br />

situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante D


que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven hum<br />

de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesía<br />

2. Las palabras «desde ahora me felicitarán todas las<br />

generaciones» (Lc 1,48), toman como punto de partida la<br />

felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a Ma<br />

«dichosa» (Lc 1,45). El cántico, con cierta audacia, predice<br />

esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un<br />

dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la vener<br />

especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madr<br />

Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de<br />

diversas expresiones de culto, transmitidas de generación<br />

generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Vir<br />

de Nazaret.<br />

3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre<br />

santo y su misericordia llega a sus fieles de generación e<br />

generación» (Lc 1,49-50).<br />

¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María por<br />

Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento<br />

indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilo<br />

En el Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de


concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después<br />

anuncio del ángel.<br />

En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque re<br />

la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no só<br />

el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había decla<br />

Gabriel (cf. Lc 1,37), sino también el Misericordioso, capaz<br />

ternura y fidelidad para con todo ser humano.<br />

4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios<br />

corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a lo<br />

humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos<br />

despide vacíos» (Lc 1,51-53).<br />

Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a des<br />

los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastroc<br />

los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los<br />

pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de m<br />

sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le<br />

encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37).<br />

Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en Mar<br />

modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo<br />

atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad d


corazón.<br />

5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promes<br />

la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: «Auxilia a Israel<br />

siervo, acordándose de la misericordia, como lo había promet<br />

nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia p<br />

siempre» (Lc 1,54-55).<br />

María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemp<br />

solamente su caso personal, sino que comprende que esos d<br />

son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo<br />

pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelida<br />

generosidad sobreabundantes.<br />

El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la<br />

espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos<br />

están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio<br />

una intervención divina que va mas allá de las esperanza<br />

mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación d<br />

Verbo.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

8-X


.<br />

María en la infancia y vida oculta de Jesús<br />

Catequesis de Juan Pablo II<br />

Presentación de Jesús en el templo<br />

Relato del Evangelio según San Lucas (Lc 2,22-40)<br />

Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos,<br />

según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para<br />

presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor:<br />

Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para<br />

ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conform<br />

a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en<br />

Jerusalén un hombre llamado Simeón: este hombre era justo<br />

piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él e<br />

Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo q<br />

no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.<br />

Movido por el Espíritu vino al Templo; y cuando los padres<br />

introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescrib<br />

sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora<br />

Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya<br />

paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has


preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a<br />

los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre<br />

estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bend<br />

y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y<br />

elevación de muchos en Israel, y para ser señal de<br />

contradicción –¡y a ti misma una espada te atravesará el alma<br />

a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos<br />

corazones.» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanue<br />

de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse<br />

había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda<br />

hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo,<br />

sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se<br />

presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba<br />

del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén<br />

Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor,<br />

volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y s<br />

fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba<br />

sobre él.<br />

La Presentación de Jesús en el templo<br />

Catequesis de Juan Pablo II (11-XII-96)


1. En el episodio de la presentación de Jesús en el templo, S<br />

Lucas subraya el destino mesiánico de Jesús. Según el text<br />

lucano, el objetivo inmediato del viaje de la Sagrada Familia d<br />

Belén a Jerusalén es el cumplimiento de la Ley: «Cuando se<br />

cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley d<br />

Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señ<br />

como está escrito en la Ley del Señor: "Todo varón primogén<br />

será consagrado al Señor", y para ofrecer en sacrificio un par<br />

tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley d<br />

Señor» (Lc 2,22-24).<br />

Con este gesto, María y José manifiestan su propósito de<br />

obedecer fielmente a la voluntad de Dios, rechazando toda<br />

forma de privilegio. Su peregrinación al templo de Jerusalén<br />

asume el significado de una consagración a Dios, en el lugar<br />

su presencia.<br />

María, obligada por su pobreza a ofrecer tórtolas o pichones<br />

entrega en realidad al verdadero Cordero que deberá redimir<br />

la humanidad, anticipando con su gesto lo que había sido<br />

prefigurado en las ofrendas rituales de la antigua Ley.<br />

2. Mientras la Ley exigía sólo a la madre la purificación despu


del parto, Lucas habla de «los días de la purificación de ellos<br />

(Lc 2,22), tal vez con la intención de indicar a la vez las<br />

prescripciones referentes a la madre y a su Hijo primogénito<br />

La expresión «purificación» puede resultarnos sorprendente<br />

pues se refiere a una Madre que, por gracia singular, había<br />

obtenido ser inmaculada desde el primer instante de su<br />

existencia, y a un Niño totalmente santo. Sin embargo, es<br />

preciso recordar que no se trataba de purificarse la concienc<br />

de alguna mancha de pecado, sino solamente de recuperar<br />

pureza ritual, la cual, de acuerdo con las ideas de aquel tiemp<br />

quedaba afectada por el simple hecho del parto, sin que<br />

existiera ninguna clase de culpa.<br />

El evangelista aprovecha la ocasión para subrayar el víncul<br />

especial que existe entre Jesús, en cuanto «primogénito» (L<br />

2,7.23), y la santidad de Dios, así como para indicar el espíri<br />

de humilde ofrecimiento que impulsaba a María y a José (cf.<br />

2,24). En efecto, el «par de tórtolas o dos pichones» era la<br />

ofrenda de los pobres (cf. Lv 12,8).<br />

3. En el templo, José y María se encuentran con Simeón,<br />

«hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de


Israel» (Lc 2,25).<br />

La narración lucana no dice nada de su pasado y del servici<br />

que desempeña en el templo; habla de un hombre<br />

profundamente religioso, que cultiva en su corazón grandes<br />

deseos y espera al Mesías, consolador de Israel. En efecto<br />

«estaba en él el Espíritu Santo» (Lc 2,25), y «le había sido<br />

revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes d<br />

haber visto al Mesías del Señor» (Lc 2,26). Simeón nos invita<br />

contemplar la acción misericordiosa de Dios, que derrama e<br />

Espíritu sobre sus fieles para llevar a cumplimiento su misterio<br />

proyecto de amor.<br />

Simeón, modelo del hombre que se abre a la acción de Dios<br />

«movido por el Espíritu» (Lc 2,27), se dirige al templo, donde<br />

encuentra con Jesús, José y María. Tomando al Niño en su<br />

brazos, bendice a Dios: «Ahora, Señor, puedes, según tu<br />

palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz» (Lc 2,29).<br />

Simeón, expresión del Antiguo Testamento, experimenta la<br />

alegría del encuentro con el Mesías y siente que ha logrado<br />

finalidad de su existencia; por ello, dice al Altísimo que lo pue<br />

dejar irse a la paz del más allá.


En el episodio de la Presentación se puede ver el encuentro<br />

la esperanza de Israel con el Mesías. También se puede<br />

descubrir en él un signo profético del encuentro del hombre c<br />

Cristo. El Espíritu Santo lo hace posible, suscitando en el<br />

corazón humano el deseo de ese encuentro salvífico y<br />

favoreciendo su realización.<br />

Y no podemos olvidar el papel de María, que entrega el Niño<br />

santo anciano Simeón. Por voluntad de Dios, es la Madre qui<br />

da a Jesús a los hombres.<br />

4. Al revelar el futuro del Salvador, Simeón hace referencia a<br />

profecía del «Siervo», enviado al pueblo elegido y a las<br />

naciones. A él dice el Señor: «Te formé, y te he destinado a s<br />

alianza del pueblo y luz de las gentes» (Is 42,6). Y también<br />

«Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus d<br />

Jacob, y hacer volver los preservados de Israel. Te voy a pon<br />

por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta lo<br />

confines de la tierra» (Is 49,6).<br />

En su cántico, Simeón cambia totalmente la perspectiva,<br />

poniendo el énfasis en el universalismo de la misión de Jesú<br />

«Han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vi


de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria<br />

tu pueblo Israel» (Lc 2,30-32).<br />

¿Cómo no asombrarse ante esas palabras? «Su padre y su<br />

madre estaban admirados de lo que se decía de él» (Lc 2,33<br />

Pero José y María, con esta experiencia, comprenden más<br />

claramente la importancia de su gesto de ofrecimiento: en e<br />

templo de Jerusalén presentan a Aquel que, siendo la gloria<br />

su pueblo, es también la salvación de toda la humanidad.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo<br />

* * * * *<br />

del 13-XII-<br />

La profecía de Simeón asocia a María al destino doloroso de<br />

Hijo<br />

Catequesis de Juan Pablo II (18-XII-96)<br />

1. Después de haber reconocido en Jesús la «luz para alumb<br />

a las naciones» (Lc 2,32), Simeón anuncia a María la gran<br />

prueba a la que está llamado el Mesías y le revela su<br />

participación en ese destino doloroso.<br />

La referencia al sacrificio redentor, ausente en la Anunciació


ha impulsado a ver en el oráculo de Simeón casi un «segund<br />

anuncio» (Redemptoris Mater, 16), que llevará a la Virgen a u<br />

entendimiento más profundo del misterio de su Hijo.<br />

Simeón, que hasta ese momento se había dirigido a todos lo<br />

presentes, bendiciendo en particular a José y María, ahora<br />

predice sólo a la Virgen que participará en el destino de su Hi<br />

Inspirado por el Espíritu Santo, le anuncia: «Éste está puest<br />

para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal<br />

contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma<br />

fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos<br />

corazones» (Lc 2,34-35).<br />

2. Estas palabras predicen un futuro de sufrimiento para el<br />

Mesías. En efecto, será el «signo de contradicción», destinad<br />

encontrar una dura oposición en sus contemporáneos. Pero<br />

Simeón une al sufrimiento de Cristo la visión del alma de Mar<br />

atravesada por la espada, asociando de ese modo a la Madre<br />

destino doloroso de su Hijo.<br />

Así, el santo anciano, a la vez que pone de relieve la crecien<br />

hostilidad que va a encontrar el Mesías, subraya las<br />

repercusiones que esa hostilidad tendrá en el corazón de la


Madre. Ese sufrimiento materno llegará al culmen en la pasió<br />

cuando se unirá a su Hijo en el sacrificio redentor.<br />

Las palabras de Simeón, pronunciadas después de una alusi<br />

a los primeros cantos del Siervo del Señor (cf. Is 42,6; 49,6)<br />

citados en Lc 2,32, nos hacen pensar en la profecía del Sierv<br />

paciente (cf. Is 52,13 - 53,12), el cual, «molido por nuestros<br />

pecados» (Is 53,5), se ofrece «a sí mismo en expiación» (Is<br />

53,10) mediante un sacrificio personal y espiritual, que super<br />

con mucho los antiguos sacrificios rituales.<br />

Podemos advertir aquí que la profecía de Simeón permite<br />

vislumbrar en el futuro sufrimiento de María una semejanza<br />

notable con el futuro doloroso del «Siervo».<br />

3. María y José manifiestan su admiración cuando Simeón<br />

proclama a Jesús «luz para alumbrar a las naciones y gloria<br />

tu pueblo Israel» (Lc 2,32). María, en cambio, ante la profecí<br />

de la espada que le atravesará el alma, no dice nada. Acoge<br />

silencio, al igual que José, esas palabras misteriosas que hac<br />

presagiar una prueba muy dolorosa y expresan el significad<br />

más auténtico de la presentación de Jesús en el templo.<br />

En efecto, según el plan divino, el sacrificio ofrecido entonces


«un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dic<br />

en la Ley» (Lc 2,24), era un preludio del sacrificio de Jesús<br />

«manso y humilde de corazón» (Mt 11,29); en él se haría la<br />

verdadera «presentación» (cf. Lc 2,22), que asociaría a la<br />

Madre a su Hijo en la obra de la redención.<br />

4. Después de la profecía de Simeón se produce el encuentr<br />

con la profetisa Ana, que también «alababa a Dios y hablaba<br />

niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (<br />

2,38). La fe y la sabiduría profética de la anciana que, «sirvien<br />

a Dios noche y día» (Lc 2,37), mantiene viva con ayunos y<br />

oraciones la espera del Mesías, dan a la Sagrada Familia u<br />

nuevo impulso a poner su esperanza en el Dios de Israel. En<br />

momento tan particular, María y José seguramente considera<br />

el comportamiento de Ana como un signo del Señor, un<br />

mensaje de fe iluminada y de servicio perseverante.<br />

A partir de la profecía de Simeón, María une de modo intenso<br />

misterioso su vida a la misión dolorosa de Cristo: se converti<br />

en la fiel cooperadora de su Hijo para la salvación del géner<br />

humano.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo


del 20-XII-<br />

La cooperación de la mujer en el misterio de la Redención<br />

Catequesis de Juan Pablo II (8-I-97)


1. Las palabras del anciano Simeón, anunciando a María su<br />

participación en la misión salvífica del Mesías, ponen de<br />

manifiesto el papel de la mujer en el misterio de la redención<br />

En efecto, María no es sólo una persona individual; también<br />

la «hija de Sión», la mujer nueva que, al lado del Redentor,<br />

comparte su pasión y engendra en el Espíritu a los hijos de<br />

Dios. Esa realidad se expresa mediante la imagen popular d<br />

las «siete espadas» que atraviesan el corazón de María. Es<br />

representación pone de relieve el profundo vínculo que exist<br />

entre la madre, que se identifica con la hija de Sión y con la<br />

Iglesia, y el destino de dolor del Verbo encarnado.<br />

Al entregar a su Hijo, recibido poco antes de Dios, para<br />

consagrarlo a su misión de salvación, María se entrega tambi<br />

a sí misma a esa misión. Se trata de un gesto de participació<br />

interior, que no es sólo fruto del natural afecto materno, sino q<br />

sobre todo expresa el consentimiento de la mujer nueva a la<br />

obra redentora de Cristo.<br />

2. En su intervención, Simeón señala la finalidad del sacrific<br />

de Jesús y del sufrimiento de María: se harán «a fin de que<br />

queden al descubierto las intenciones de muchos corazones


(Lc 2,35).<br />

Jesús, «signo de contradicción» (Lc 2,34), que implica a su<br />

madre en su sufrimiento, llevará a los hombres a tomar posici<br />

con respecto a él, invitándolos a una decisión fundamental. E<br />

efecto, «está puesto para caída y elevación de muchos en<br />

Israel» (Lc 2,34).<br />

Así pues, María está unida a su Hijo divino en la<br />

«contradicción», con vistas a la obra de la salvación.<br />

Ciertamente, existe el peligro de caída para quien no acoge<br />

Cristo, pero un efecto maravilloso de la redención es la<br />

elevación de muchos. Este mero anuncio enciende gran<br />

esperanza en los corazones a los que ya testimonia el fruto d<br />

sacrificio.<br />

Al poner bajo la mirada de la Virgen estas perspectivas de l<br />

salvación antes de la ofrenda ritual, Simeón parece sugerir<br />

María que realice ese gesto para contribuir al rescate de la<br />

humanidad. De hecho, no habla con José ni de José: sus<br />

palabras se dirigen a María, a quien asocia al destino de su H<br />

3. La prioridad cronológica del gesto de María no oscurece e<br />

primado de Jesús. El concilio Vaticano II, al definir el papel d


María en la economía de la salvación, recuerda que ella «se<br />

entregó totalmente a sí misma (...) a la persona y a la obra de<br />

Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso (...) al servicio d<br />

misterio de la redención» (Lumen gentium, 56).<br />

En la presentación de Jesús en el templo, María se pone a<br />

servicio del misterio de la Redención con Cristo y en<br />

dependencia de él: en efecto, Jesús, el protagonista de la<br />

salvación, es quien debe ser rescatado mediante la ofrenda<br />

ritual. María está unida al sacrificio de su Hijo por la espada q<br />

le atravesará el alma.<br />

El primado de Cristo no anula, sino que sostiene y exige el<br />

papel propio e insustituible de la mujer. Implicando a su mad<br />

en su sacrificio, Cristo quiere revelar las profundas raíces<br />

humanas del mismo y mostrar una anticipación del ofrecimien<br />

sacerdotal de la cruz.<br />

La intención divina de solicitar la cooperación específica de<br />

mujer en la obra redentora se manifiesta en el hecho de que<br />

profecía de Simeón se dirige sólo a María, a pesar de que<br />

también José participa en el rito de la ofrenda.<br />

4. La conclusión del episodio de la presentación de Jesús en


templo parece confirmar el significado y el valor de la presenc<br />

femenina en la economía de la salvación. El encuentro con u<br />

mujer, Ana, concluye esos momentos singulares, en los que<br />

Antiguo Testamento casi se entrega al Nuevo.<br />

Al igual que Simeón, esta mujer no es una persona socialmen<br />

importante en el pueblo elegido, pero su vida parece posee<br />

gran valor a los ojos de Dios. San Lucas la llama «profetisa»<br />

probablemente porque era consultada por muchos a causa d<br />

su don de discernimiento y por la vida santa que llevaba bajo<br />

inspiración del Espíritu del Señor.<br />

Ana era de edad avanzada, pues tenía ochenta y cuatro años<br />

era viuda desde hacía mucho tiempo. Consagrada totalmente<br />

Dios, «no se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y d<br />

en ayunos y oraciones» (Lc 2,37). Por eso, representa a todo<br />

los que, habiendo vivido intensamente la espera del Mesías, s<br />

capaces de acoger el cumplimiento de la Promesa con gran<br />

júbilo. El evangelista refiere que, «como se presentase en<br />

aquella misma hora, alababa a Dios» (Lc 2,38).<br />

Viviendo de forma habitual en el templo, pudo, tal vez con<br />

mayor facilidad que Simeón, encontrar a Jesús en el ocaso d


una existencia dedicada al Señor y enriquecida por la escuch<br />

de la Palabra y por la oración.<br />

En el alba de la Redención, podemos ver en la profetisa Ana<br />

todas las mujeres que, con la santidad de su vida y con su<br />

actitud de oración, están dispuestas a acoger la presencia d<br />

Cristo y a alabar diariamente a Dios por las maravillas que<br />

realiza su eterna misericordia.<br />

5. Simeón y Ana, escogidos para el encuentro con el Niño, viv<br />

intensamente ese don divino, comparten con María y José l<br />

alegría de la presencia de Jesús y la difunden en su ambient<br />

De forma especial, Ana demuestra un celo magnífico al habl<br />

de Jesús, testimoniando así su fe sencilla y generosa, una f<br />

que prepara a otros a acoger al Mesías en su vida.<br />

La expresión de Lucas: «Hablaba del niño a todos los que<br />

esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2,38), parece<br />

acreditarla como símbolo de las mujeres que, dedicándose a<br />

difusión del Evangelio, suscitan y alimentan esperanzas de<br />

salvación.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo<br />

del 10-I-


Jesús entre los doctores<br />

Relato del Evangelio según San Lucas (Lc 2,41-52)<br />

Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la<br />

Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de<br />

costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño<br />

Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero<br />

creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de<br />

camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero a<br />

no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.<br />

Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el<br />

Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y<br />

preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos p<br />

su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron<br />

sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hec<br />

esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos<br />

buscando.» Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabía<br />

que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no<br />

comprendieron la respuesta que les dio.<br />

Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su mad


conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.<br />

Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante<br />

Dios y ante los hombres.<br />

Jesús, perdido y hallado en el templo<br />

Catequesis de Juan Pablo II (15-I-97)<br />

1. Como última página de los relatos de la infancia, antes de<br />

comienzo de la predicación de Juan el Bautista, el evangelis<br />

Lucas pone el episodio de la peregrinación de Jesús<br />

adolescente al templo de Jerusalén. Se trata de una<br />

circunstancia singular, que arroja luz sobre los largos años de<br />

vida oculta de Nazaret.<br />

En esa ocasión Jesús revela, con su fuerte personalidad, la<br />

conciencia de su misión, confiriendo a este segundo «ingreso<br />

en la «casa del Padre» el significado de una entrega completa<br />

Dios, que ya había caracterizado su presentación en el temp<br />

Este pasaje da la impresión de que contradice la anotación d<br />

Lucas, que presenta a Jesús sumiso a José y a María (cf. L<br />

2,51). Pero, si se mira bien, Jesús parece aquí ponerse en un<br />

consciente y casi voluntaria antítesis con su condición normal<br />

hijo, manifestando repentinamente una firme separación de


María y José. Afirma que asume como norma de su<br />

comportamiento sólo su pertenencia al Padre, y no los víncul<br />

familiares terrenos.<br />

2. A través de este episodio, Jesús prepara a su madre para<br />

misterio de la Redención. María, al igual que José, vive en es<br />

tres dramáticos días, en que su Hijo se separa de ellos para<br />

permanecer en el templo, la anticipación del triduo de su pasi<br />

muerte y resurrección.<br />

Al dejar partir a su madre y a José hacia Galilea, sin avisarles<br />

su intención de permanecer en Jerusalén, Jesús los introduc<br />

en el misterio del sufrimiento que lleva a la alegría, anticipand<br />

lo que realizaría más tarde con los discípulos mediante el<br />

anuncio de su Pascua.<br />

Según el relato de Lucas, en el viaje de regreso a Nazaret,<br />

María y José, después de una jornada de viaje, preocupados<br />

angustiados por el niño Jesús, lo buscan inútilmente entre su<br />

parientes y conocidos. Vuelven a Jerusalén y, al encontrarlo<br />

el templo, quedan asombrados porque lo ven «sentado en<br />

medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles» (L<br />

2,46). Su conducta es muy diversa de la acostumbrada. Y


seguramente el hecho de encontrarlo al tercer día revela a su<br />

padres otro aspecto relativo a su persona y a su misión.<br />

Jesús asume el papel de maestro, como hará más tarde en<br />

vida pública, pronunciando palabras que despiertan admiració<br />

«Todos los que lo oían estaban estupefactos por su inteligenc<br />

y sus respuestas» (Lc 2,47). Manifestando una sabiduría qu<br />

asombra a los oyentes, comienza a practicar el arte del diálog<br />

que será una característica de su misión salvífica.<br />

Su madre le pregunta: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?<br />

Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (<br />

2,48). Se podría descubrir aquí el eco de los «porqués» de<br />

tantas madres ante los sufrimientos que les causan sus hijos<br />

así como los interrogantes que surgen en el corazón de tod<br />

hombre en los momentos de prueba.<br />

3. La respuesta de Jesús, en forma de pregunta, es densa d<br />

significado: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo<br />

debía ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49).<br />

Con esa expresión, Jesús revela a María y a José, de modo<br />

inesperado e imprevisto, el misterio de su Persona, invitándol<br />

a superar las apariencias y abriéndoles perspectivas nueva


sobre su futuro.<br />

En la respuesta a su madre angustiada, el Hijo revela ensegu<br />

el motivo de su comportamiento. María había dicho: «Tu padr<br />

designando a José; Jesús responde: «Mi Padre», refiriéndose<br />

Padre celestial.<br />

Jesús, al aludir a su ascendencia divina, más que afirmar que<br />

templo, casa de su Padre, es el «lugar» natural de su presenc<br />

lo que quiere dejar claro es que él debe ocuparse de todo lo q<br />

atañe al Padre y a su designio. Desea reafirmar que sólo la<br />

voluntad del Padre es para él norma que vincula su obedienc<br />

El texto evangélico subraya esa referencia a la entrega total<br />

proyecto de Dios mediante la expresión verbal «debía», que<br />

volverá a aparecer en el anuncio de la Pasión (cf. Mc 8,31)<br />

Así pues, a sus padres se les pide que le permitan cumplir s<br />

misión donde lo lleve la voluntad del Padre celestial.<br />

4. El evangelista comenta: «Pero ellos no comprendieron la<br />

respuesta que les dio» (Lc 2,50).<br />

María y José no entienden el contenido de su respuesta, ni e<br />

modo, que parece un rechazo, como reacciona a su


preocupación de padres. Con esta actitud, Jesús quiere reve<br />

los aspectos misteriosos de su intimidad con el Padre, aspect<br />

que María intuye, pero sin saberlos relacionar con la prueba q<br />

estaba atravesando.<br />

Las palabras de Lucas nos permiten conocer cómo vivió Mar<br />

en lo más profundo de su alma este episodio realmente singu<br />

«Conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón<br />

(Lc 2,51). La madre de Jesús vincula los acontecimientos a<br />

misterio de su Hijo, tal como se le reveló en la Anunciación,<br />

ahonda en ellos en el silencio de la contemplación, ofreciend<br />

su colaboración con el espíritu de un renovado «fiat».<br />

Así comienza el primer eslabón de una cadena de<br />

acontecimientos que llevará a María a superar progresivamen<br />

el papel natural que le correspondía por su maternidad, para<br />

ponerse al servicio de la misión de su Hijo divino.<br />

En el templo de Jerusalén, en este preludio de su misión<br />

salvífica, Jesús asocia a su Madre a sí; ya no será solamente<br />

madre que lo engendró, sino la Mujer que, con su obediencia<br />

plan del Padre, podrá colaborar en el misterio de la Redenció<br />

De este modo, María, conservando en su corazón un evento t


ico de significado, llega a una nueva dimensión de su<br />

cooperación en la salvación.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo<br />

María en la vida oculta de Jesús<br />

Catequesis de Juan Pablo II (29-I-97)<br />

del 17-I-<br />

1. Los evangelios ofrecen pocas y escuetas noticias sobre lo<br />

años que la Sagrada Familia vivió en Nazaret. San Mateo refi<br />

que san José, después del regreso de Egipto, tomó la decisió<br />

de establecer la morada de la Sagrada Familia en Nazaret (c


Mt 2,22-23), pero no da ninguna otra información, excepto qu<br />

José era carpintero (cf. Mt 13,55). Por su parte, san Lucas ha<br />

dos veces de la vuelta de la Sagrada Familia a Nazaret (cf. L<br />

2,39.51) y da dos breves indicaciones sobre los años de la niñ<br />

de Jesús, antes y después del episodio de la peregrinación<br />

Jerusalén: «El niño crecía y se fortalecía, llenándose de<br />

sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él» (Lc 2,40), y<br />

«Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ant<br />

Dios y ante los hombres» (Lc 2,52).<br />

Al hacer estas breves anotaciones sobre la vida de Jesús, sa<br />

Lucas refiere probablemente los recuerdos de María acerca d<br />

ese período de profunda intimidad con su Hijo. La unión entr<br />

Jesús y la «llena de gracia» supera con mucho la que<br />

normalmente existe entre una madre y un hijo, porque está<br />

arraigada en una particular condición sobrenatural y está<br />

reforzada por la especial conformidad de ambos con la volunt<br />

divina.<br />

Así pues, podemos deducir que el clima de serenidad y paz q<br />

existía en la casa de Nazaret y la constante orientación hacia<br />

cumplimiento del proyecto divino conferían a la unión entre l<br />

madre y el hijo una profundidad extraordinaria e irrepetible.


2. En María la conciencia de que cumplía una misión que Dio<br />

le había encomendado atribuía un significado más alto a su v<br />

diaria. Los sencillos y humildes quehaceres de cada día<br />

asumían, a sus ojos, un valor singular, pues los vivía como<br />

servicio a la misión de Cristo.<br />

El ejemplo de María ilumina y estimula la experiencia de tant<br />

mujeres que realizan sus labores diarias exclusivamente ent<br />

las paredes del hogar. Se trata de un trabajo humilde, oculto<br />

repetitivo que, a menudo, no se aprecia bastante. Con todo, l<br />

muchos años que vivió María en la casa de Nazaret revelan s<br />

enormes potencialidades de amor auténtico y, por consiguien<br />

de salvación. En efecto, la sencillez de la vida de tantas ama<br />

de casa, que consideran como misión de servicio y de amor<br />

encierra un valor extraordinario a los ojos del Señor.<br />

Y se puede muy bien decir que para María la vida en Nazaret<br />

estaba dominada por la monotonía. En el contacto con Jesú<br />

mientras crecía, se esforzaba por penetrar en el misterio de s<br />

Hijo, contemplando y adorando. Dice san Lucas: «María, por<br />

parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su<br />

corazón» (Lc 2,19; cf. 2,51).


«Todas estas cosas» son los acontecimientos de los que ell<br />

había sido, a la vez, protagonista y espectadora, comenzand<br />

por la Anunciación, pero sobre todo es la vida del Niño. Cad<br />

día de intimidad con él constituye una invitación a conocerlo<br />

mejor, a descubrir más profundamente el significado de su<br />

presencia y el misterio de su persona.<br />

3. Alguien podría pensar que a María le resultaba fácil creer<br />

dado que vivía a diario en contacto con Jesús. Pero es precis<br />

recordar, al respecto, que habitualmente permanecían oculto<br />

los aspectos singulares de la personalidad de su Hijo. Aunqu<br />

su manera de actuar era ejemplar, él vivía una vida semejante<br />

la de tantos coetáneos suyos.<br />

Durante los treinta años de su permanencia en Nazaret, Jesú<br />

no revela sus cualidades sobrenaturales y no realiza gestos<br />

prodigiosos. Ante las primeras manifestaciones extraordinaria<br />

de su personalidad, relacionadas con el inicio de su predicaci<br />

sus familiares (llamados en el evangelio «hermanos») se<br />

asumen -según una interpretación- la responsabilidad de<br />

devolverlo a su casa, porque consideran que su comportamie<br />

no es normal (cf. Mc 3,21).


En el clima de Nazaret, digno y marcado por el trabajo, María<br />

esforzaba por comprender la trama providencial de la misión<br />

su Hijo. A este respecto, para la Madre fue objeto de particul<br />

reflexión la frase que Jesús pronunció en el templo de Jerusa<br />

a la edad de doce años: «¿No sabíais que debo ocuparme d<br />

las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). Meditando en esas palabr<br />

María podía comprender mejor el sentido de la filiación divina<br />

Jesús y el de su maternidad, esforzándose por descubrir en<br />

comportamiento de su Hijo los rasgos que revelaban su<br />

semejanza con Aquel que él llamaba «mi Padre».<br />

4. La comunión de vida con Jesús, en la casa de Nazaret, lle<br />

a María no sólo a avanzar «en la peregrinación de la fe» (Lum<br />

gentium, 58), sino también en la esperanza. Esta virtud,<br />

alimentada y sostenida por el recuerdo de la Anunciación y d<br />

las palabras de Simeón, abraza toda su existencia terrena, pe<br />

la practicó particularmente en los treinta años de silencio y<br />

ocultamiento que pasó en Nazaret.<br />

Entre las paredes del hogar la Virgen vive la esperanza de<br />

forma excelsa; sabe que no puede quedar defraudada, aunqu<br />

no conoce los tiempos y los modos con que Dios realizará s<br />

promesa. En la oscuridad de la fe, y a falta de signos


extraordinarios que anuncien el inicio de la misión mesiánica<br />

su Hijo, ella espera, más allá de toda evidencia, aguardando<br />

Dios el cumplimiento de la promesa.<br />

La casa de Nazaret, ambiente de crecimiento de la fe y de l<br />

esperanza, se convierte en lugar de un alto testimonio de la<br />

caridad. El amor que Cristo deseaba extender en el mundo s<br />

enciende y arde ante todo en el corazón de la Madre; es<br />

precisamente en el hogar donde se prepara el anuncio del<br />

evangelio de la caridad divina.<br />

Dirigiendo la mirada a Nazaret y contemplando el misterio de<br />

vida oculta de Jesús y de la Virgen, somos invitados a medit<br />

una vez más en el misterio de nuestra vida misma que, com<br />

recuerda san Pablo, «está oculta con Cristo en Dios» (Col 3,3<br />

A menudo se trata de una vida humilde y oscura a los ojos d<br />

mundo, pero que, en la escuela de María, puede revelar<br />

potencialidades inesperadas de salvación, irradiando el amor<br />

la paz de Cristo.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo<br />

del 31-I-


.<br />

María en la vida pública de Jesús<br />

Catequesis de Juan Pablo II<br />

Las bodas de Caná<br />

Relato del Evangelio según San Juan (Jn 2,1-12)<br />

Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea<br />

estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda<br />

Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se hab<br />

acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tie<br />

vino.» Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer?<br />

Todavía no ha llegado mi hora.» Dice su madre a los sirviente<br />

«Haced lo que él os diga.»<br />

Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificacion<br />

de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús<br />

«Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba.<br />

«Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.» Ellos lo<br />

llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en<br />

como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían<br />

sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al nov<br />

le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya está


ebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta<br />

ahora.» Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus<br />

señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos<br />

Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y s<br />

discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.<br />

María en las bodas de Caná<br />

Catequesis de Juan Pablo II (26-II-97)<br />

1. En el episodio de las bodas de Caná, san Juan presenta<br />

primera intervención de María en la vida pública de Jesús y p<br />

de relieve su cooperación en la misión de su Hijo.<br />

Ya desde el inicio del relato, el evangelista anota que «estab<br />

la madre de Jesús» (Jn 2,1) y, como para sugerir que esa<br />

presencia estaba en el origen de la invitación dirigida por l<br />

esposos al mismo Jesús y a sus discípulos (cf. Redemptoris M<br />

21), añade: «Fue invitado a la boda también Jesús con su<br />

discípulos» (Jn 2,2). Con esas palabras, san Juan parece ind<br />

que en Caná, como en el acontecimiento fundamental de<br />

Encarnación, María es quien introduce al Salvador.


El significado y el papel que asume la presencia de la Virgen<br />

manifiestan cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta<br />

solícita ama de casa, inmediatamente se da cuenta e intervi<br />

para que no decaiga la alegría de todos y, en primer lugar, p<br />

ayudar a los esposos en su dificultad.<br />

Dirigiéndose a Jesús con las palabras: «No tienen vino» (Jn<br />

María le expresa su preocupación por esa situación, espera<br />

una intervención que la resuelva. Más precisamente, segú<br />

algunos exégetas, la Madre espera un signo extraordinario, d<br />

que Jesús no disponía de vino.<br />

2. La opción de María, que habría podido tal vez conseguir en<br />

parte el vino necesario, manifiesta la valentía de su fe porq<br />

hasta ese momento, Jesús no había realizado ningún milagr<br />

en Nazaret ni en la vida pública.<br />

En Caná, la Virgen muestra una vez más su total disponibilid<br />

Dios. Ella que, en la Anunciación, creyendo en Jesús antes<br />

verlo, había contribuido al prodigio de la concepción virginal,<br />

confiando en el poder de Jesús aún sin revelar, provoca s<br />

«primer signo», la prodigiosa transformación del agua en vi<br />

De ese modo, María precede en la fe a los discípulos que, c


efiere San Juan, creerán después del milagro: Jesús «manif<br />

su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2,11). Más aú<br />

obtener el signo prodigioso, María brinda un apoyo a su fe<br />

3. La respuesta de Jesús a las palabras de María: «Mujer, ¿<br />

nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4<br />

expresa un rechazo aparente, como para probar la fe de su m<br />

Según una interpretación, Jesús, desde el inicio de su misió<br />

parece poner en tela de juicio su relación natural de hijo, ant<br />

intervención de su madre. En efecto, en la lengua hablada<br />

ambiente, esa frase da a entender una distancia entre las<br />

personas, excluyendo la comunión de vida. Esta lejanía no el<br />

el respeto y la estima; el término «mujer», con el que Jesús<br />

dirige a su madre, se usa en una acepción que reaparecerá e<br />

diálogos con la cananea (cf. Mt 15,28), la samaritana (cf. Jn 4<br />

la adúltera (cf. Jn 8,10) y María Magdalena (cf. Jn 20,13), e<br />

contextos que manifiestan una relación positiva de Jesús con<br />

interlocutoras.<br />

Con la expresión: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?», Jesús d<br />

poner la cooperación de María en el plano de la salvación q<br />

comprometiendo su fe y su esperanza, exige la superación d


papel natural de madre.<br />

4. Mucho más fuerte es la motivación formulada por Jesús<br />

«Todavía no ha llegado mi hora» (Jn. 2,4).<br />

Algunos estudiosos del texto sagrado, siguiendo la interpreta<br />

de San Agustín, identifican esa «hora» con el acontecimiento<br />

Pasión. Para otros, en cambio, se refiere al primer milagro en<br />

se revelaría el poder mesiánico del profeta de Nazaret. Hay o<br />

por último, que consideran que la frase es interrogativa y prol<br />

la pregunta anterior: «¿Qué nos va a mí y a ti?, ¿no ha llegad<br />

mi hora?» (Jn 2,4). Jesús da a entender a María que él ya<br />

depende de ella, sino que debe tomar la iniciativa para realiz<br />

obra del Padre. María, entonces, dócilmente deja de insistir a<br />

y, en cambio, se dirige a los sirvientes para invitarlos a cumpl<br />

órdenes.<br />

En cualquier caso, su confianza en el Hijo es premiada. Jesú<br />

que ella ha dejado totalmente la iniciativa, hace el milagro<br />

reconociendo la valentía y la docilidad de su madre: «Jesús<br />

dice: "Llenad las tinajas de agua". Y las llenaron hasta el bor<br />

(Jn 2,7). Así, también la obediencia de los sirvientes contribu<br />

proporcionar vino en abundancia.


La exhortación de María: «Haced lo que él os diga», conserv<br />

valor siempre actual para los cristianos de todos los tiempo<br />

está destinada a renovar su efecto maravilloso en la vida de<br />

uno. Invita a una confianza sin vacilaciones, sobre todo cuand<br />

se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo pide<br />

De la misma manera que en el relato de la cananea (cf. Mt 15<br />

26) el rechazo aparente de Jesús exalta la fe de la mujer, tam<br />

las palabras del Hijo «Todavía no ha llegado mi hora», junto c<br />

realización del primer milagro, manifiestan la grandeza de la<br />

la Madre y la fuerza de su oración.<br />

El episodio de las bodas de Caná nos estimula a ser valiente<br />

la fe y a experimentar en nuestra vida la verdad de las palab<br />

del Evangelio: «Pedid y se os dará» (Mt 7,7; Lc 11,9).<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

28-


En Caná, María induce a Jesús a realizar el primer milagr<br />

Catequesis de Juan Pablo II (5-III-97)<br />

1. Al referir la presencia de María en la vida pública de Jesú<br />

concilio Vaticano II recuerda su participación en Caná con oc<br />

del primer milagro: «En las bodas de Caná de Galilea (...), mo<br />

por la compasión, consiguió, intercediendo ante él, el primer<br />

los milagros de Jesús el Mesías (cf. Jn 2,1-11)» (Lumen gent<br />

58).


Siguiendo al evangelista Juan, el Concilio destaca el pape<br />

discreto y, al mismo tiempo, eficaz de la Madre, que con s<br />

palabra consigue de su Hijo «el primero de los milagros». Ella<br />

ejerciendo un influjo discreto y materno, con su presencia es<br />

último término, determinante.<br />

La iniciativa de la Virgen resulta aún más sorprendente si s<br />

considera la condición de inferioridad de la mujer en la socie<br />

judía. En efecto, en Caná Jesús no sólo reconoce la dignidad<br />

papel del genio femenino, sino que también, acogiendo la<br />

intervención de su madre, le brinda la posibilidad de participa<br />

su obra mesiánica. El término «Mujer», con el que se dirige<br />

María (cf. Jn 2,4), no contradice esta intención de Jesús, pue<br />

encierra ninguna connotación negativa y Jesús lo usará de nu<br />

refiriéndose a su madre, al pie de la cruz (cf. Jn 19,26). Seg<br />

algunos intérpretes, el título «Mujer» presenta a María como<br />

nueva Eva, madre en la fe de todos los creyentes.<br />

El Concilio, en el texto citado, usa la expresión: «Movida po<br />

compasión», dando a entender que María estaba impulsada p<br />

corazón misericordioso. Al prever el posible apuro de los esp<br />

y de los invitados por la falta de vino, la Virgen compasiva su<br />

a Jesús que intervenga con su poder mesiánico.


A algunos la petición de María les parece desproporcionad<br />

porque subordina a un acto de compasión el inicio de los mila<br />

del Mesías. A la dificultad responde Jesús mismo, quien, al ac<br />

la solicitud de su madre, muestra la superabundancia con qu<br />

Señor responde a las expectativas humanas, manifestand<br />

también el gran poder que entraña el amor de una madre<br />

2. La expresión «dar comienzo a los milagros», que el Conc<br />

recoge del texto de san Juan, llama nuestra atención. El térm<br />

griego árxé, que se traduce por inicio, principio, se encuentra<br />

en el Prólogo de su evangelio: «En el principio existía la Pala<br />

(Jn 1,1). Esta significativa coincidencia nos lleva a establece<br />

paralelismo entre el primer origen de la gloria de Cristo en<br />

eternidad y la primera manifestación de la misma gloria en<br />

misión terrena.<br />

El evangelista, subrayando la iniciativa de María en el prim<br />

milagro y recordando su presencia en el Calvario, al pie de la<br />

ayuda a comprender que la cooperación de María se extiend<br />

toda la obra de Cristo. La petición de la Virgen se sitúa dentr<br />

designio divino de salvación.<br />

En el primer milagro obrado por Jesús los Padres de la Iglesia


vislumbrado una fuerte dimensión simbólica, descubriendo, e<br />

transformación del agua en vino, el anuncio del paso de la an<br />

alianza a la nueva. En Caná, precisamente el agua de las tin<br />

destinada a la purificación de los judíos y al cumplimiento de<br />

prescripciones legales (cf. Mc 7,1-15), se transforma en el v<br />

nuevo del banquete nupcial, símbolo de la unión definitiva e<br />

Dios y la humanidad.<br />

3. El contexto de un banquete de bodas, que Jesús eligió par<br />

primer milagro, remite al simbolismo matrimonial, frecuente e<br />

Antiguo Testamento para indicar la alianza entre Dios y su pu<br />

(cf. Os 2,21; Jr 2,1-8; Sal 44; etc.) y en el Nuevo Testamento<br />

significar la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Jn 3,28-30; Ef 5<br />

32; Ap 21,1-2; etc.).<br />

La presencia de Jesús en Caná manifiesta, además, el proy<br />

salvífico de Dios con respecto al matrimonio. En esa perspec<br />

la carencia de vino se puede interpretar como una alusión a la<br />

de amor, que lamentablemente es una amenaza que se cier<br />

menudo sobre la unión conyugal. María pide a Jesús que<br />

intervenga en favor de todos los esposos, a quienes sólo un a<br />

fundado en Dios puede librar de los peligros de la infidelidad,<br />

incomprensión y de las divisiones. La gracia del sacramento o


a los esposos esta fuerza superior de amor, que puede robus<br />

su compromiso de fidelidad incluso en las circunstancias difíc<br />

Según la interpretación de los autores cristianos, el milagro<br />

Caná encierra, además, un profundo significado eucarístico<br />

realizarlo en la proximidad de la solemnidad de la Pascua jud<br />

Jn 2,13), Jesús manifiesta, como en la multiplicación de los p<br />

(cf. Jn 6,4), la intención de preparar el verdadero banquet<br />

pascual, la Eucaristía. Probablemente, ese deseo, en las bod<br />

Caná, queda subrayado aún más por la presencia del vino,<br />

alude a la sangre de la nueva alianza, y por el contexto de<br />

banquete.<br />

De este modo María, después de estar en el origen de la<br />

presencia de Jesús en la fiesta, consigue el milagro del vin<br />

nuevo, que prefigura la Eucaristía, signo supremo de la prese<br />

de su Hijo resucitado entre los discípulos.<br />

4. Al final de la narración del primer milagro de Jesús, que h<br />

posible la fe firme de la Madre del Señor en su Hijo divino,<br />

evangelista Juan concluye: «Sus discípulos creyeron en él»<br />

2,11). En Caná María comienza el camino de la fe de la Igle<br />

precediendo a los discípulos y orientando hacia Cristo la aten


de los sirvientes.<br />

Su perseverante intercesión anima, asimismo, a quienes lleg<br />

encontrarse a veces ante la experiencia del «silencio de Dio<br />

Los invita a esperar más allá de toda esperanza, confiand<br />

siempre en la bondad del Señor.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

La participación de María en la vida pública de Jesús<br />

Catequesis de Juan Pablo II (12-III-97)<br />

7-


1. El concilio Vaticano II, después de recordar la intervención<br />

María en las bodas de Caná, subraya su participación en la<br />

pública de Jesús: «Durante la predicación de su Hijo, acogió<br />

palabras con las que éste situaba el Reino por encima de l<br />

consideraciones y de los lazos de la carne y de la sangre,<br />

proclamaba felices (cf. Mc 3,35 par.; Lc 11,27-28) a los qu<br />

escuchaban y guardaban la palabra de Dios, como ella lo ha<br />

fielmente (cf. Lc 2,19.51)» (Lumen gentium, 58).<br />

El inicio de la misión de Jesús marcó también su separación<br />

Madre, la cual no siempre siguió al Hijo durante su peregrina<br />

por los caminos de Palestina. Jesús eligió deliberadamente<br />

separación de su Madre y de los afectos familiares, como<br />

demuestran las condiciones que pone a sus discípulos pa<br />

seguirlo y para dedicarse al anuncio del reino de Dios.<br />

No obstante, María escuchó a veces la predicación de su Hijo<br />

puede suponer que estaba presente en la sinagoga de Naza<br />

cuando Jesús, después de leer la profecía de Isaías, comentó<br />

texto aplicándose a sí mismo su contenido (cf. Lc 4,18-30<br />

¡Cuánto debe de haber sufrido en esa ocasión, después de h<br />

compartido el asombro general ante las «palabras llenas de g<br />

que salían de su boca» (Lc 4,22), al constatar la dura hostilida


sus conciudadanos, que arrojaron a Jesús de la sinagoga<br />

incluso intentaron matarlo! Las palabras del evangelista Luc<br />

ponen de manifiesto el dramatismo de ese momento:<br />

«Levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a<br />

altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada<br />

ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por medio de ello<br />

marchó» (Lc 4,29-30).<br />

María, después de ese acontecimiento, intuyendo que vend<br />

más pruebas, confirmó y ahondó su total adhesión a la volun<br />

del Padre, ofreciéndole su sufrimiento de madre y su soled<br />

2. De acuerdo con lo que refieren los evangelios, es posible<br />

María escuchara a su Hijo también en otras circunstancias. A<br />

todo en Cafarnaúm, adonde Jesús se dirigió después de las b<br />

de Caná, «con su madre y sus hermanos y sus discípulos»<br />

2,12). Además, es probable que lo haya seguido también, c<br />

ocasión de la Pascua, a Jerusalén, al templo, que Jesús de<br />

como casa de su Padre, cuyo celo lo devoraba (cf. Jn 2,16-1<br />

Ella se encuentra asimismo entre la multitud cuando, sin log<br />

acercarse a Jesús, escucha que él responde a quien le anunc<br />

presencia suya y de sus parientes: «Mi madre y mis hermano<br />

aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,2


Con esas palabras, Cristo, aun relativizando los vínculos<br />

familiares, hace un gran elogio de su Madre, al afirmar un vín<br />

mucho más elevado con ella. En efecto, María, poniéndose<br />

escucha de su Hijo, acoge todas sus palabras y las cump<br />

fielmente.<br />

Se puede pensar que María, aun sin seguir a Jesús en su ca<br />

misionero, se mantenía informada del desarrollo de la activi<br />

apostólica de su Hijo, recogiendo con amor y emoción las no<br />

sobre su predicación de labios de quienes se habían encontr<br />

con él.<br />

La separación no significaba lejanía del corazón, de la mism<br />

manera que no impedía a la madre seguir espiritualmente a<br />

Hijo, conservando y meditando su enseñanza, como ya hab<br />

hecho en la vida oculta de Nazaret. En efecto, su fe le perm<br />

captar el significado de las palabras de Jesús antes y mejor<br />

sus discípulos, los cuales a menudo no comprendían sus<br />

enseñanzas y especialmente las referencias a la futura pasió<br />

Mt 16,21-23; Mc 9,32; Lc 9,45).<br />

3. María, siguiendo de lejos las actividades de su Hijo, particip<br />

su drama de sentirse rechazado por una parte del pueblo ele


Ese rechazo, que se manifestó ya desde su visita a Nazaret<br />

hace cada vez más patente en las palabras y en las actitude<br />

los jefes del pueblo.<br />

De este modo, sin duda habrán llegado a conocimiento de<br />

Virgen críticas, insultos y amenazas dirigidas a Jesús. Inclus<br />

Nazaret se habrá sentido herida muchas veces por la incredu<br />

de parientes y conocidos, que intentaban instrumentalizar a J<br />

(cf. Jn 7,2-5) o interrumpir su misión (cf. Mc 3,21).<br />

A través de estos sufrimientos, soportados con gran dignidad<br />

forma oculta, María comparte el itinerario de su Hijo «haci<br />

Jerusalén» (Lc 9,51) y, cada vez más unida a él en la fe, en<br />

esperanza y en el amor, coopera en la salvación.<br />

4. La Virgen se convierte así en modelo para quienes acoge<br />

palabra de Cristo. Ella, creyendo ya desde la Anunciación e<br />

mensaje divino y acogiendo plenamente a la Persona de su<br />

nos enseña a ponernos con confianza a la escucha del Salva<br />

para descubrir en él la Palabra divina que transforma y renu<br />

nuestra vida. Asimismo, su experiencia nos estimula a acepta<br />

pruebas y los sufrimientos que nos vienen por la fidelidad a C<br />

teniendo la mirada fija en la felicidad que ha prometido Jesú


.<br />

quienes escuchan y cumplen su palabra.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

María en el Calvario<br />

Catequesis de Juan Pablo II<br />

María al pie de la cruz<br />

Evangelio según San Juan (Jn 19,25-30)<br />

14-<br />

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de s<br />

madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús,<br />

viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba,<br />

dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al<br />

discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el<br />

discípulo la acogió en su casa.<br />

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplid<br />

para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed.» Había<br />

allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisop<br />

una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca<br />

Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E


inclinando la cabeza entregó el espíritu.<br />

María, al pie de la cruz, partícipe del drama de la Redención<br />

Catequesis de Juan Pablo II (2-IV-97)<br />

1. Regina caeli laetare, alleluia! ¡Reina del cielo, alégrate,<br />

aleluya!<br />

Así canta la Iglesia durante este tiempo de Pascua, invitando<br />

los fieles a unirse al gozo espiritual de María, madre del<br />

Resucitado. La alegría de la Virgen por la resurrección de Cri<br />

es más grande aún si se considera su íntima participación e<br />

toda la vida de Jesús.<br />

María, al aceptar con plena disponibilidad las palabras del án<br />

Gabriel, que le anunciaba que sería la madre del Mesías,<br />

comenzó a tomar parte en el drama de la Redención. Su<br />

participación en el sacrificio de su Hijo, revelado por Simeón<br />

durante la presentación en el templo, prosigue no sólo en e<br />

episodio de Jesús perdido y hallado a la edad de doce años<br />

sino también durante toda su vida pública.<br />

Sin embargo, la asociación de la Virgen a la misión de Crist


culmina en Jerusalén, en el momento de la pasión y muerte d<br />

Redentor. Como testimonia el cuarto evangelio, en aquellos d<br />

ella se encontraba en la ciudad santa, probablemente para l<br />

celebración de la Pascua judía.<br />

2. El Concilio subraya la dimensión profunda de la presencia<br />

la Virgen en el Calvario, recordando que «mantuvo fielmente<br />

unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58), y afirm<br />

que esa unión «en la obra de la salvación se manifiesta desde<br />

momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte<br />

(ib., 57).<br />

Con la mirada iluminada por el fulgor de la Resurrección, no<br />

detenemos a considerar la adhesión de la Madre a la pasión<br />

redentora del Hijo, que se realiza mediante la participación e<br />

su dolor. Volvemos de nuevo, ahora en la perspectiva de la<br />

Resurrección, al pie de la cruz, donde María «sufrió<br />

intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazó<br />

de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la<br />

inmolación de su Hijo como víctima» (ib., 58).<br />

Con estas palabras, el Concilio nos recuerda la «compasión<br />

María», en cuyo corazón repercute todo lo que Jesús padece


el alma y en el cuerpo, subrayando su voluntad de participar<br />

el sacrificio redentor y unir su sufrimiento materno a la ofrend<br />

sacerdotal de su Hijo.<br />

Además, el texto conciliar pone de relieve que el consentimien<br />

que da a la inmolación de Jesús no constituye una aceptació<br />

pasiva, sino un auténtico acto de amor, con el que ofrece a s<br />

Hijo como «víctima» de expiación por los pecados de toda l<br />

humanidad.<br />

Por último, la Lumen gentium pone a la Virgen en relación co<br />

Cristo, protagonista del acontecimiento redentor, especificand<br />

que, al asociarse «a su sacrificio», permanece subordinada a<br />

Hijo divino.<br />

3. En el cuarto evangelio, san Juan narra que «junto a la cruz<br />

Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María,<br />

mujer de Cleofás, y María Magdalena» (Jn 19,25). Con el ver<br />

«estar», que etimológicamente significa «estar de pie», «esta<br />

erguido», el evangelista tal vez quiere presentar la dignidad y<br />

fortaleza que María y las demás mujeres manifiestan en su<br />

dolor.<br />

En particular, el hecho de «estar erguida» la Virgen junto a l


cruz recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria<br />

valentía para afrontar los padecimientos. En el drama del<br />

Calvario, a María la sostiene la fe, que se robusteció durante<br />

acontecimientos de su existencia y, sobre todo, durante la vid<br />

pública de Jesús. El Concilio recuerda que «la bienaventurad<br />

Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmen<br />

la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58).<br />

A los crueles insultos lanzados contra el Mesías crucificado, e<br />

que compartía sus íntimas disposiciones, responde con la<br />

indulgencia y el perdón, asociándose a su súplica al Padre:<br />

«Perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).<br />

Partícipe del sentimiento de abandono a la voluntad del Padr<br />

que Jesús expresa en sus últimas palabras en la cruz: «Padre<br />

tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46), ella da así, co<br />

observa el Concilio, un consentimiento de amor «a la inmolac<br />

de su Hijo como víctima» (Lumen gentium, 58).<br />

4. En este supremo «sí» de María resplandece la esperanza<br />

confiada en el misterioso futuro, iniciado con la muerte de s<br />

Hijo crucificado. Las palabras con que Jesús, a lo largo del<br />

camino hacia Jerusalén, enseñaba a sus discípulos «que el H<br />

del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancian


los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar<br />

los tres días» (Mc 8,31), resuenan en su corazón en la hora<br />

dramática del Calvario, suscitando la espera y el anhelo de l<br />

Resurrección.<br />

La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz má<br />

fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante<br />

sacrificio redentor, nace en María la esperanza de la Iglesia y<br />

la humanidad.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo<br />

del 4-IV-


La Virgen María, cooperadora en la obra de la Redención<br />

Catequesis de Juan Pablo II (9-IV-97)<br />

1. A lo largo de los siglos la Iglesia ha reflexionado en la<br />

cooperación de María en la obra de la salvación, profundizan<br />

el análisis de su asociación al sacrificio redentor de Cristo. Y<br />

san Agustín atribuye a la Virgen la calificación de<br />

«colaboradora» en la Redención (cf. De Sancta Virginitate, 6;<br />

40, 399), título que subraya la acción conjunta y subordinada<br />

María a Cristo redentor.<br />

La reflexión se ha desarrollado en este sentido, sobre todo<br />

desde el siglo XV. Algunos temían que se quisiera poner a<br />

María al mismo nivel de Cristo. En realidad, la enseñanza de<br />

Iglesia destaca con claridad la diferencia entre la Madre y el H<br />

en la obra de la salvación, ilustrando la subordinación de la<br />

Virgen, en cuanto cooperadora, al único Redentor.<br />

Por lo demás, el apóstol Pablo, cuando afirma: «Somos<br />

colaboradores de Dios» (1 Co 3,9), sostiene la efectiva<br />

posibilidad que tiene el hombre de colaborar con Dios. La<br />

cooperación de los creyentes, que excluye obviamente toda<br />

igualdad con él, se expresa en el anuncio del Evangelio y en


aportación personal para que se arraigue en el corazón de lo<br />

seres humanos.<br />

2. El término «cooperadora» aplicado a María cobra, sin<br />

embargo, un significado específico. La cooperación de los<br />

cristianos en la salvación se realiza después del acontecimien<br />

del Calvario, cuyos frutos se comprometen a difundir median<br />

la oración y el sacrificio. Por el contrario, la participación de<br />

María se realizó durante el acontecimiento mismo y en calida<br />

de madre; por tanto, se extiende a la totalidad de la obra<br />

salvífica de Cristo. Solamente ella fue asociada de ese modo<br />

sacrificio redentor, que mereció la salvación de todos los<br />

hombres. En unión con Cristo y subordinada a él, cooperó pa<br />

obtener la gracia de la salvación a toda la humanidad.<br />

El particular papel de cooperadora que desempeñó la Virge<br />

tiene como fundamento su maternidad divina. Engendrando<br />

Aquel que estaba destinado a realizar la redención del hombr<br />

alimentándolo, presentándolo en el templo y sufriendo con é<br />

mientras moría en la cruz, «cooperó de manera totalmente<br />

singular en la obra del Salvador» (Lumen gentium, 61). Aunq<br />

la llamada de Dios a cooperar en la obra de la salvación se<br />

dirige a todo ser humano, la participación de la Madre del


Salvador en la redención de la humanidad representa un hec<br />

único e irrepetible.<br />

A pesar de la singularidad de esa condición, María es tambié<br />

destinataria de la salvación. Es la primera redimida, rescatad<br />

por Cristo «del modo más sublime» en su concepción<br />

inmaculada (cf. bula Ineffabilis Deus, de Pío IX: Acta 1,605),<br />

llena de la gracia del Espíritu Santo.<br />

3. Esta afirmación nos lleva ahora a preguntamos: ¿cuál es<br />

significado de esa singular cooperación de María en el plan d<br />

la salvación? Hay que buscarlo en una intención particular d<br />

Dios con respecto a la Madre del Redentor, a quien Jesús llam<br />

con el título de «mujer» en dos ocasiones solemnes, a saber,<br />

Caná y al pie de la cruz (cf. Jn 2,4; 19,26). María está asocia<br />

a la obra salvífica en cuanto mujer. El Señor, que creó al<br />

hombre «varón y mujer» (cf. Gn 1,27), también en la Redenci<br />

quiso poner al lado del nuevo Adán a la nueva Eva. La pareja<br />

los primeros padres emprendió el camino del pecado; una<br />

nueva pareja, el Hijo de Dios con la colaboración de su Madr<br />

devolvería al género humano su dignidad originaria.<br />

María, nueva Eva, se convierte así en icono perfecto de la


Iglesia. En el designio divino, representa al pie de la cruz a l<br />

humanidad redimida que, necesitada de salvación, puede da<br />

una contribución al desarrollo de la obra salvífica.<br />

4. El Concilio tiene muy presente esta doctrina y la hace suy<br />

subrayando la contribución de la Virgen santísima no sólo a<br />

nacimiento del Redentor, sino también a la vida de su Cuerp<br />

místico a lo largo de los siglos y hasta el ésxaton: en la Iglesi<br />

María «colaboró» y «colabora» (cf. Lumen gentium, 53 y 63)<br />

la obra de la salvación. Refiriéndose misterio, de la Anunciaci<br />

el Concilio declara que la Virgen de Nazaret, «abrazando la<br />

voluntad salvadora de Dios (...), se entregó totalmente a sí<br />

misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de<br />

Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia d<br />

Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la Redención»<br />

(ib., 56).<br />

Además, el Vaticano II no sólo presenta a María como la<br />

«madre del Redentor», sino también como «compañera<br />

singularmente generosa entre todas las demás criaturas», qu<br />

colabora «de manera totalmente singular a la obra del Salvad<br />

con su obediencia, fe, esperanza y ardiente amor». Recuerd<br />

asimismo, que el fruto sublime de esa colaboración es la


maternidad universal: «Por esta razón es nuestra madre en<br />

orden de la gracia» (Lumen gentium, 61).<br />

Por tanto, podemos dirigirnos con confianza a la Virgen<br />

santísima, implorando su ayuda, conscientes de la misión<br />

singular que Dios le confió: colaboradora de la redención, mis<br />

que cumplió durante toda su vida y, de modo particular, al pie<br />

la cruz.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo<br />

* * * * *<br />

«Mujer, he ahí a tu hijo»<br />

Catequesis de Juan Pablo II (23-IV-97)<br />

del 11-IV-<br />

1. Después de recordar la presencia de María y de las demá<br />

mujeres al pie de la cruz del Señor, san Juan refiere: «Jesús<br />

viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, d<br />

a su madre: "Mujer, he ahí a tu hijo". Luego dice al discípulo<br />

"He ahí a tu madre"» (Jn 19,26-27).<br />

Estas palabras, particularmente conmovedoras, constituyen u<br />

«escena de revelación»: revelan los profundos sentimientos d


Cristo en su agonía y entrañan una gran riqueza de significad<br />

para la fe y la espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías<br />

crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su madr<br />

al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de<br />

amor entre María y los cristianos.<br />

Esas palabras, interpretadas a veces únicamente como<br />

manifestación de la piedad filial de Jesús hacia su madre,<br />

encomendada para el futuro al discípulo predilecto, van much<br />

más allá de la necesidad contingente de resolver un problem<br />

familiar. En efecto, la consideración atenta del texto, confirma<br />

por la interpretación de muchos Padres y por el común sent<br />

eclesial, con esa doble entrega de Jesús, nos sitúa ante uno<br />

los hechos más importantes para comprender el papel de la<br />

Virgen en la economía de la salvación.<br />

Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que s<br />

principal intención no es confiar su madre a Juan, sino entreg<br />

el discípulo a María, asignándole una nueva misión materna<br />

Además, el apelativo «mujer», que Jesús usa también en la<br />

bodas de Caná para llevar a María a una nueva dimensión d<br />

su misión de Madre, muestra que las palabras del Salvador n<br />

son fruto de un simple sentimiento de afecto filial, sino que


quieren situarse en un plano más elevado.<br />

2. La muerte de Jesús, a pesar de causar el máximo sufrimien<br />

en María, no cambia de por sí sus condiciones habituales d<br />

vida. En efecto, al salir de Nazaret para comenzar su vida<br />

pública, Jesús ya había dejado sola a su madre. Además, la<br />

presencia al pie de la cruz de su pariente María de Cleofás<br />

permite suponer que la Virgen mantenía buenas relaciones c<br />

su familia y sus parientes, entre los cuales podía haber<br />

encontrado acogida después de la muerte de su Hijo.<br />

Las palabras de Jesús, por el contrario, asumen su significad<br />

más auténtico en el marco de la misión salvífica. Pronunciad<br />

en el momento del sacrificio redentor, esa circunstancia les<br />

confiere su valor más alto. En efecto, el evangelista, después<br />

las expresiones de Jesús a su madre, añade un inciso<br />

significativo: «Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido»<br />

19,28), como si quisiera subrayar que había culminado su<br />

sacrificio al encomendar su madre a Juan y, en él, a todos lo<br />

hombres, de los que ella se convierte en Madre en la obra de<br />

salvación.<br />

3. La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir,


maternidad de María con respecto al discípulo, constituye u<br />

nuevo signo del gran amor que impulsó a Jesús a dar su vid<br />

por todos los hombres. En el Calvario ese amor se manifiesta<br />

entregar una madre, la suya, que así se convierte también e<br />

madre nuestra.<br />

Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virg<br />

reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue<br />

interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio, como<br />

signo de una generación espiritual referida a la humanidad<br />

entera.<br />

La maternidad universal de María, la «Mujer» de las bodas d<br />

Caná y del Calvario, recuerda a Eva, «madre de todos los<br />

vivientes» (Gn 3,20). Sin embargo, mientras ésta había<br />

contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva<br />

María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redenció<br />

Así, en la Virgen, la figura de la «mujer» queda rehabilitada y<br />

maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vi<br />

nueva en Cristo.<br />

Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, pa<br />

ella muy doloroso, de aceptar la muerte de su Unigénito. La


palabras de Jesús: «Mujer, he ahí a tu hijo», permiten a Mar<br />

intuir la nueva relación materna que prolongaría y ampliaría<br />

anterior. Su «sí» a ese proyecto constituye, por consiguiente<br />

una aceptación del sacrificio de Cristo, que ella generosamen<br />

acoge, adhiriéndose a la voluntad divina. Aunque en el design<br />

de Dios la maternidad de María estaba destinada desde el ini<br />

a extenderse a toda la humanidad, sólo en el Calvario, en virt<br />

del sacrificio de Cristo, se manifiesta en su dimensión univers<br />

Las palabras de Jesús: «He ahí a tu hijo», realizan lo que<br />

expresan, constituyendo a María madre de Juan y de todos l<br />

discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina.<br />

4. Jesús en la cruz no proclamó formalmente la maternidad<br />

universal de María, pero instauró una relación materna concre<br />

entre ella y el discípulo predilecto. En esta opción del Señor s<br />

puede descubrir la preocupación de que esa maternidad no s<br />

interpretada en sentido vago, sino que indique la intensa y<br />

personal relación de María con cada uno de los cristianos.<br />

Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta<br />

maternidad universal concreta de María, reconozca plenamen<br />

en ella a su madre, encomendándose con confianza a su am


materno.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo<br />

«He ahí a tu madre»<br />

Catequesis de Juan Pablo II (7-V-97)<br />

del 25-IV-<br />

1. Jesús, después de haber confiado el discípulo Juan a Mar


con las palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo», desde lo alto de l<br />

cruz se dirige al discípulo amado, diciéndole: «He ahí a tu<br />

madre» (Jn 19,26-27). Con esta expresión, revela a María la<br />

cumbre de su maternidad: en cuanto madre del Salvador,<br />

también es la madre de los redimidos, de todos los miembro<br />

del Cuerpo místico de su Hijo.<br />

La Virgen acoge en silencio la elevación a este grado máxim<br />

de su maternidad de gracia, habiendo dado ya una respuesta<br />

fe con su «sí» en la Anunciación.<br />

Jesús no sólo recomienda a Juan que cuide con particular am<br />

de María; también se la confía, para que la reconozca como<br />

propia madre.<br />

Durante la última cena, «el discípulo a quien Jesús amaba»<br />

escuchó el mandamiento del Maestro: «Que os améis los un<br />

a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12) y, recostando s<br />

cabeza en el pecho del Señor, recibió de él un signo singular<br />

amor. Esas experiencias lo prepararon para percibir mejor en<br />

palabras de Jesús la invitación a acoger a la mujer que le fu<br />

dada como madre y a amarla como él con afecto filial.<br />

Ojalá que todos descubran en las palabras de Jesús: «He ah


tu madre», la invitación a aceptar a María como madre,<br />

respondiendo como verdaderos hijos a su amor materno.<br />

2. A la luz de esta consigna al discípulo amado, se puede<br />

comprender el sentido auténtico del culto mariano en la<br />

comunidad eclesial, pues ese culto sitúa a los cristianos en l<br />

relación filial de Jesús con su Madre, permitiéndoles crecer en<br />

intimidad con ambos.<br />

El culto que la Iglesia rinde a la Virgen no es sólo fruto de un<br />

iniciativa espontánea de los creyentes ante el valor excepcion<br />

de su persona y la importancia de su papel en la obra de la<br />

salvación; se funda en la voluntad de Cristo.<br />

Las palabras: «He ahí a tu madre» expresan la intención de<br />

Jesús de suscitar en sus discípulos una actitud de amor y<br />

confianza en María, impulsándolos a reconocer en ella a su<br />

madre, la madre de todo creyente.<br />

En la escuela de la Virgen, los discípulos aprenden, como Jua<br />

a conocer profundamente al Señor y a entablar una íntima y<br />

perseverante relación de amor con él. Descubren, además,<br />

alegría de confiar en el amor materno de María, viviendo com<br />

hijos afectuosos y dóciles.


La historia de la piedad cristiana enseña que María es el cam<br />

que lleva a Cristo y que la devoción filial dirigida a ella no qui<br />

nada a la intimidad con Jesús; por el contrario, la acrecienta y<br />

lleva a altísimos niveles de perfección.<br />

Los innumerables santuarios marianos esparcidos por el mun<br />

testimonian las maravillas que realiza la gracia por intercesió<br />

de María, Madre del Señor y Madre nuestra.<br />

Al recurrir a ella, atraídos por su ternura, también los hombres<br />

las mujeres de nuestro tiempo encuentran a Jesús, Salvador<br />

Señor de su vida.<br />

Sobre todo los pobres, probados en lo más íntimo, en los<br />

afectos y en los bienes, encontrando refugio y paz en la Mad<br />

de Dios, descubren que la verdadera riqueza consiste para<br />

todos en la gracia de la conversión y del seguimiento de Cris<br />

3. El texto evangélico, siguiendo el original griego, prosigue: «<br />

desde aquella hora el discípulo la acogió entre sus bienes» (<br />

19,27), subrayando así la adhesión pronta y generosa de Jua<br />

las palabras de Jesús, e informándonos sobre la actitud que<br />

mantuvo durante toda su vida como fiel custodio e hijo dócil d<br />

la Virgen.


La hora de la acogida es la del cumplimiento de la obra de<br />

salvación. Precisamente en ese contexto, comienza la<br />

maternidad espiritual de María y la primera manifestación de<br />

nuevo vínculo entre ella y los discípulos del Señor.<br />

Juan acogió a María «entre sus bienes». Esta expresión, má<br />

bien genérica, pone de manifiesto su iniciativa, llena de respe<br />

y amor, no sólo de acoger a María en su casa, sino sobre tod<br />

de vivir la vida espiritual en comunión con ella.<br />

En efecto, la expresión griega, traducida al pie de la letra «en<br />

sus bienes», no se refiere a los bienes materiales, dado que<br />

Juan -como observa san Agustín (In Ioan. Evang. tract., 119,3<br />

«no poseía nada propio», sino a los bienes espirituales o don<br />

recibidos de Cristo: la gracia (Jn 1,16), la Palabra (Jn 12,48<br />

17,8), el Espíritu (Jn 7,39; 14,17), la Eucaristía (Jn 6,32-58).<br />

Entre estos dones, que recibió por el hecho de ser amado po<br />

Jesús, el discípulo acoge a María como madre, entablando c<br />

ella una profunda comunión de vida (cf. Redemptoris Mater, 4<br />

nota 130).<br />

Ojalá que todo cristiano, a ejemplo del discípulo amado, «aco<br />

a María en su casa» y le deje espacio en su vida diaria,


.<br />

reconociendo su misión providencial en el camino de la<br />

salvación.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua españo<br />

María, miembro eminente y modelo de la Iglesia<br />

Catequesis de Juan Pablo II<br />

María, miembro muy eminente de la Iglesia<br />

Catequesis de Juan Pablo II (30-VII-97)<br />

del 9-V-<br />

1. El papel excepcional que María desempeña en la obra de<br />

salvación nos invita a profundizar en la relación que existe e<br />

ella y la Iglesia.<br />

Según algunos, María no puede considerarse miembro de<br />

Iglesia, pues los privilegios que se le concedieron: la inmacu<br />

concepción, la maternidad divina y la singular cooperación e<br />

obra de la salvación, la sitúan en una condición de superiori<br />

con respecto a la comunidad de los creyentes.<br />

Sin embargo, el concilio Vaticano II no duda en presentar a M<br />

como miembro de la Iglesia, aunque precisa que ella lo es


modo «muy eminente y del todo singular» (Lumen gentium,<br />

María es figura, modelo y madre de la Iglesia. A pesar de s<br />

diversa de todos los demás fieles, por los dones excepciona<br />

que recibió del Señor, la Virgen pertenece a la Iglesia y e<br />

miembro suyo con pleno título.<br />

2. La doctrina conciliar halla un fundamento significativo en<br />

sagrada Escritura. Los Hechos de los Apóstoles refieren que M<br />

está presente desde el inicio en la comunidad primitiva (cf. H<br />

1,14), mientras comparte con los discípulos y algunas muje<br />

creyentes la espera, en oración, del Espíritu Santo, que ven<br />

sobre ellos.<br />

Después de Pentecostés, la Virgen sigue viviendo en comun<br />

fraterna en medio de la comunidad y participa en las oracione<br />

la escucha de la enseñanza de los Apóstoles y en la «fracció<br />

pan», es decir, en la celebración eucarística (cf. Hch 2,42<br />

Ella, que vivió en estrecha unión con Jesús en la casa de Naz<br />

vive ahora en la Iglesia en íntima comunión con su Hijo, pres<br />

en la Eucaristía.<br />

3. María, Madre del Hijo unigénito de Dios, es Madre de l<br />

comunidad que constituye el Cuerpo místico de Cristo y l


acompaña en sus primeros pasos.<br />

Ella, al aceptar esa misión, se compromete a animar la vid<br />

eclesial con su presencia materna y ejemplar. Esa solidarid<br />

deriva de su pertenencia a la comunidad de los rescatados.<br />

efecto, a diferencia de su Hijo, ella tuvo necesidad de ser redi<br />

pues «se encuentra unida, en la descendencia de Adán, a to<br />

los hombres que necesitan ser salvados» (Lumen gentium, 5<br />

privilegio de la inmaculada concepción la preservó de la man<br />

del pecado, por un influjo salvífico especial del Redentor<br />

María, «miembro muy eminente y del todo singular» de la Igl<br />

utiliza los dones que Dios le concedió para realizar una solida<br />

más completa con los hermanos de su Hijo, ya convertido<br />

también ellos en sus hijos.<br />

4. Como miembro de la Iglesia, María pone al servicio de l<br />

hermanos su santidad personal, fruto de la gracia de Dios y d<br />

fiel colaboración. La Inmaculada constituye para todos lo<br />

cristianos un fuerte apoyo en la lucha contra el pecado y u<br />

impulso perenne a vivir como redimidos por Cristo, santifica<br />

por el Espíritu e hijos del Padre.<br />

«María, la madre de Jesús» (Hch 1,14), insertada en la comu


primitiva, es respetada y venerada por todos. Cada uno<br />

comprende la preeminencia de la mujer que engendró al Hijo<br />

Dios, el único y universal Salvador. Además, el carácter virgin<br />

su maternidad le permite testimoniar la extraordinaria aporta<br />

que da al bien de la Iglesia quien, renunciando a la fecundid<br />

humana por docilidad al Espíritu Santo, se consagra totalmen<br />

servicio del reino de Dios.<br />

María, llamada a colaborar de modo íntimo en el sacrificio de<br />

Hijo y en el don de la vida divina a la humanidad, prosigue su<br />

materna después de Pentecostés. El misterio de amor que<br />

encierra en la cruz inspira su celo apostólico y la comprome<br />

como miembro de la Iglesia, en la difusión de la buena nue<br />

Las palabras de Cristo crucificado en el Gólgota: «Mujer, he a<br />

tu Hijo» (Jn 19,26), con las que se le reconoce su función d<br />

madre universal de los creyentes, abrieron horizontes nuevo<br />

ilimitados a su maternidad. El don del Espíritu Santo, que rec<br />

en Pentecostés para el ejercicio de esa misión, la impulsa<br />

ofrecer la ayuda de su corazón materno a todos los que está<br />

camino hacia el pleno cumplimiento del reino de Dios.<br />

5. María, miembro muy eminente de la Iglesia, vive una rela


única con las personas divinas de la santísima Trinidad: con<br />

Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. El Concilio, al llam<br />

«Madre del Hijo de Dios y, por tanto, (...) hija predilecta del P<br />

y templo del Espíritu Santo» (Lumen gentium, 53), recuerda<br />

efecto primario de la predilección del Padre, que es la divin<br />

maternidad.<br />

Consciente del don recibido, María comparte con los creyente<br />

actitudes de filial obediencia y profunda gratitud, impulsand<br />

cada uno a reconocer los signos de la benevolencia divina e<br />

propia vida.<br />

El Concilio usa la expresión «templo» (sacrarium) del Espír<br />

Santo. Así quiere subrayar el vínculo de presencia, de amor<br />

colaboración que existe entre la Virgen y el Espíritu Santo.<br />

Virgen, a la que ya san Francisco de Asís invocaba como «es<br />

del Espíritu Santo» (cf. Antífona, del Oficio de la Pasión), esti<br />

con su ejemplo a los demás miembros de la Iglesia a<br />

encomendarse generosamente a la acción misteriosa del Par<br />

y a vivir en perenne comunión de amor con él.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

1-V


* * * * *<br />

María, tipo y modelo de la Iglesia<br />

Catequesis de Juan Pablo II (6-VIII-97)<br />

1. La constitución dogmática Lumen gentium<br />

concilio Vaticano II, después de haber presen<br />

a María como «miembro muy eminente y del<br />

singular de la Iglesia», la declara «prototipo y modelo<br />

destacadísimo en la fe y en el amor» (n. 53).<br />

Los padres conciliares atribuyen a María la función de «tipo»<br />

decir, de figura «de la Iglesia», tomando el término de san<br />

Ambrosio, quien, en el comentario a la Anunciación, se expr<br />

así: «Sí, ella [María] es novia, pero virgen, porque es tipo de<br />

Iglesia, que es inmaculada, pero es esposa: permaneciendo v<br />

nos concibió por el Espíritu, permaneciendo virgen nos dio a<br />

sin dolor» (In Ev. sec. Luc., II, 7: CCL 14, 33, 102-106). Por ta<br />

María es figura de la Iglesia por su santidad inmaculada, s<br />

virginidad, su «esponsalidad» y su maternidad.<br />

San Pablo usa el vocablo «tipo» para indicar la figura sensibl<br />

una realidad espiritual. En efecto, en el paso del pueblo de Isr<br />

través del Mar Rojo vislumbra un «tipo» o imagen del bautis


cristiano; y en el maná y en el agua que brota de la roca, un «<br />

o imagen del alimento y de la bebida eucarística (cf. 1 Co 10,1<br />

El Concilio, al referirse a María como tipo de la Iglesia, nos in<br />

reconocer en ella la figura visible de la realidad espiritual de<br />

Iglesia y, en su maternidad incontaminada, el anuncio de<br />

maternidad virginal de la Iglesia.<br />

2. Además, es necesario precisar que, a diferencia de las<br />

imágenes o de los tipos del Antiguo Testamento, que son s<br />

prefiguraciones de realidades futuras, en María la realida<br />

espiritual significada ya está presente, y de modo eminent<br />

El paso a través del mar Rojo, que refiere el libro del Éxodo, e<br />

acontecimiento salvífico de liberación, pero no era ciertamen<br />

bautismo capaz de perdonar los pecados y de dar la vida nu<br />

De igual modo, el maná, don precioso de Yahveh a su pue<br />

peregrino en el desierto, no contenía nada de la realidad futu<br />

la Eucaristía, Cuerpo del Señor, y tampoco el agua que brotab<br />

la roca tenía ya en sí la sangre de Cristo, derramada por l<br />

multitud.<br />

El Éxodo es la gran hazaña realizada por Yalveh en favor de<br />

pueblo, pero no constituye la redención espiritual y definitiva,


llevará a cabo Cristo en el misterio pascual.<br />

Por lo demás, refiriéndose al culto judío, san Pablo recuerd<br />

«Todo esto es sombra de lo venidero; pero la realidad es el cu<br />

de Cristo» (Col 2,17). Lo mismo afirma la carta a los Hebreos<br />

desarrollando sistemáticamente esta interpretación, present<br />

culto de la antigua alianza como «sombra y figura de realida<br />

celestiales» (Hb 8,5).<br />

3. Así pues, cuando el Concilio afirma que María es figura d<br />

Iglesia, no quiere equipararla a las figuras o tipos del Antig<br />

Testamento; lo que desea es afirmar que en ella se cumple<br />

modo pleno la realidad espiritual anunciada y representad<br />

En efecto, la Virgen es figura de la Iglesia, no en cuanto<br />

prefiguración imperfecta, sino como plenitud espiritual, que<br />

manifestará de múltiples maneras en la vida de la Iglesia. L<br />

particular relación que existe aquí entre imagen y realidad<br />

representada encuentra su fundamento en el designio divino,<br />

establece un estrecho vínculo entre María y la Iglesia. El pla<br />

salvación que establece que las prefiguraciones del Antigu<br />

Testamento se hagan realidad en la Nueva Alianza, determ<br />

también que María viva de modo perfecto lo que se realiza


sucesivamente en la Iglesia.<br />

Por tanto, la perfección que Dios confirió a María adquiere<br />

significado más auténtico, si se la considera como preludio d<br />

vida divina en la Iglesia.<br />

4. Tras haber afirmado que María es «tipo de la Iglesia», e<br />

Concilio añade que es «modelo destacadísimo» de ella, y eje<br />

de perfección que hay que seguir e imitar. María es, en efect<br />

«modelo destacadísimo», puesto que su perfección supera l<br />

todos los demás miembros de la Iglesia.<br />

El Concilio añade, de manera significativa, que ella realiza e<br />

función «en la fe y en el amor». Sin olvidar que Cristo es el p<br />

modelo, el Concilio sugiere de ese modo que existen disposic<br />

interiores propias del modelo realizado en María, que ayuda<br />

cristiano a entablar una relación auténtica con Cristo. En efe<br />

contemplando a María, el creyente aprende a vivir en una<br />

comunión más profunda con Cristo, a adherirse a él con fe viv<br />

poner en él su confianza y su esperanza, amándolo con l<br />

totalidad de su ser.<br />

Las funciones de «tipo y modelo de la Iglesia» hacen referen<br />

en particular, a la maternidad virginal de María, y ponen de re


el lugar peculiar que ocupa en la obra de la salvación. Est<br />

estructura fundamental del ser de María se refleja en la<br />

maternidad y en la virginidad de la Iglesia.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * * * *<br />

8-V<br />

La Virgen María, modelo de la maternidad de la Iglesia<br />

Catequesis de Juan Pablo II (13-VIII-97)<br />

1. En la maternidad divina es precisamente donde el Conc<br />

descubre el fundamento de la relación particular que une a M<br />

con la Iglesia. La constitución dogmática Lumen gentium afi<br />

que «la santísima Virgen, por el don y la función de ser Madr<br />

Dios, por la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singul<br />

gracias y funciones, está también íntimamente unida a la Igle<br />

(n. 63). Ese mismo argumento utiliza la citada constitució<br />

dogmática para ilustrar las prerrogativas de «tipo» y «mode<br />

que la Virgen ejerce con respecto al Cuerpo místico de Cris<br />

«Ciertamente, en el misterio de la Iglesia, que también es llam<br />

con razón madre y virgen, la santísima Virgen María fue p<br />

delante mostrando de forma eminente y singular el modelo


virgen y madre» (ib.).<br />

El Concilio define la maternidad de María «eminente y singu<br />

dado que constituye un hecho único e irrepetible: en efecto, M<br />

antes de ejercer su función materna con respecto a los homb<br />

es la Madre del unigénito Hijo de Dios hecho hombre. En cam<br />

la Iglesia es madre en cuanto engendra espiritualmente a Cris<br />

los fieles y, por consiguiente, ejerce su maternidad con respe<br />

los miembros del Cuerpo místico.<br />

Así, la Virgen constituye para la Iglesia un modelo superio<br />

precisamente por su prerrogativa de Madre de Dios.<br />

2. La constitución Lumen gentium, al profundizar en la matern<br />

de María, recuerda que se realizó también con disposicion<br />

eminentes del alma: «Por su fe y su obediencia engendró e<br />

tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varó<br />

cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como nueva Ev<br />

prestando fe no adulterada por ninguna duda al mensaje de D<br />

y no a la antigua serpiente» (n. 63).<br />

Estas palabras ponen claramente de relieve que la fe y la<br />

obediencia de María en la Anunciación constituyen para la Ig<br />

virtudes que se han de imitar y, en cierto sentido, dan inicio


itinerario maternal en el servicio a los hombres llamados a<br />

salvación.<br />

La maternidad divina no puede aislarse de la dimensión unive<br />

atribuida a María por el plan salvífico de Dios, que el Concilio<br />

duda en reconocer: «Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó<br />

mayor de muchos hermanos (cf. Rm 8,29), es decir, de lo<br />

creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amo<br />

madre» (Lumen gentium, 63).<br />

3. La Iglesia se convierte en madre, tomando como modelo<br />

María. A este respecto, el Concilio afirma: «Contemplando<br />

misteriosa santidad, imitando su amor y cumpliendo fielment<br />

voluntad del Padre, también la Iglesia se convierte en madre p<br />

palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y<br />

bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hi<br />

concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios» (ib., 6<br />

Analizando esta descripción de la obra materna de la Igles<br />

podemos observar que el nacimiento del cristiano queda un<br />

aquí, en cierto modo, al nacimiento de Jesús, como un reflejo<br />

mismo: los cristianos son «concebidos por el Espíritu Santo»<br />

su generación, fruto de la predicación y del bautismo, se ase


a la del Salvador.<br />

Además, la Iglesia, contemplando a María, imita su amor, su<br />

acogida de la Palabra de Dios y su docilidad al cumplir la volu<br />

del Padre. Siguiendo el ejemplo de la Virgen, realiza una fecu<br />

maternidad espiritual.<br />

4. Ahora bien, la maternidad de la Iglesia no hace superflua a<br />

María que, al seguir ejerciendo su influjo sobre la vida de l<br />

cristianos, contribuye a dar a la Iglesia un rostro materno. A l<br />

de María, la maternidad de la comunidad eclesial, que pod<br />

parecer algo general, está llamada a manifestarse de modo<br />

concreto y personal hacia cada uno de los redimidos por Cri<br />

Por ser Madre de todos los creyentes, María suscita en ell<br />

relaciones de auténtica fraternidad espiritual y de diálogo<br />

incesante.<br />

La experiencia diaria de fe, en toda época y en todo lugar, po<br />

relieve la necesidad que muchos sienten de poner en manos<br />

María las necesidades de la vida de cada día y abren confiad<br />

corazón para solicitar su intercesión maternal y obtener s<br />

tranquilizadora protección.


Las oraciones dirigidas a María por los hombres de todos l<br />

tiempos, las numerosas formas y manifestaciones del cult<br />

mariano, las peregrinaciones a los santuarios y a los lugares<br />

recuerdan las hazañas realizadas por Dios Padre mediante<br />

Madre de su Hijo, demuestran el extraordinario influjo que ej<br />

María sobre la vida de la Iglesia. El amor del pueblo de Dios<br />

Virgen percibe la exigencia de entablar relaciones personales<br />

la Madre celestial. Al mismo tiempo, la maternidad espiritua<br />

María sostiene e incrementa el ejercicio concreto de la matern<br />

de la Iglesia.<br />

5. Las dos madres, la Iglesia y María, son esenciales para la<br />

cristiana. Se podría decir que la una ejerce una maternidad m<br />

objetiva, y la otra más interior.<br />

La Iglesia actúa como madre en la predicación de la palabra<br />

Dios, en la administración de los sacramentos, y en particular<br />

bautismo, en la celebración de la Eucaristía y en el perdón d<br />

pecados.<br />

La maternidad de María se expresa en todos los campos de<br />

difusión de la gracia, particularmente en el marco de las relac<br />

personales.


Se trata de dos maternidade<br />

inseparables, pues ambas lleva<br />

reconocer el mismo amor divino<br />

desea comunicarse a los homb<br />

[L'Osservatore Romano, ed<br />

semanal en lengua española, d<br />

* * * * *<br />

La Virgen María, modelo de<br />

virginidad de la Iglesia<br />

Catequesis de Juan Pablo II (20-VIII-97)<br />

1. La Iglesia es madre y virgen. El Concilio, después de afirm<br />

que es madre, siguiendo el modelo de María, le atribuye el t<br />

de virgen, y explica su significado: «También ella es virgen<br />

guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo, e imit<br />

a la Madre de su Señor, con la fuerza del Espíritu Santo, cons<br />

virginalmente la fe íntegra, la esperanza firme y la caridad sin<br />

(Lumen gentium, 64).<br />

Así pues, María es también modelo de la virginidad de la Igles<br />

V


este respecto, conviene precisar que la virginidad no pertene<br />

la Iglesia en sentido estricto, dado que no constituye el estad<br />

vida de la gran mayoría de los fieles. En efecto, en virtud d<br />

providencial plan divino, el camino del matrimonio es la cond<br />

más general y, podríamos decir, la más común de los que han<br />

llamados a la fe. El don de la virginidad está reservado a u<br />

número limitado de fieles, llamados a una misión particular de<br />

de la comunidad eclesial.<br />

Con todo, el Concilio, refiriendo la doctrina de san Agustín<br />

sostiene que la Iglesia es virgen en sentido espiritual de integ<br />

en la fe, en la esperanza y en la caridad. Por ello, la Iglesia n<br />

virgen en el cuerpo de todos sus miembros, pero posee la<br />

virginidad del espíritu («virginitas mentis»), es decir, «la fe ínt<br />

la esperanza firme y la caridad sincera» (In Ioannem Tractatu<br />

12: PL 35, 1.499).<br />

2. La constitución Lumen gentium recuerda, a continuación, q<br />

virginidad de María, modelo de la de la Iglesia, incluye tambié<br />

dimensión física, por la que concibió virginalmente a Jesús<br />

obra del Espíritu Santo, sin intervención del hombre.<br />

María es virgen en el cuerpo y virgen en el corazón, como


manifiesta su intención de vivir en profunda intimidad con el S<br />

expresada firmemente en el momento de la Anunciación. P<br />

tanto, la que es invocada como «Virgen entre las vírgenes<br />

constituye sin duda para todos un altísimo ejemplo de pureza<br />

entrega total al Señor. Pero, de modo especial, se inspiran en<br />

las vírgenes cristianas y los que se dedican de modo radica<br />

exclusivo al Señor en las diversas formas de vida consagra<br />

Así, después de desempeñar un papel importante en la obra<br />

salvación, la virginidad de María sigue influyendo benéficam<br />

en la vida de la Iglesia.<br />

3. No conviene olvidar que el primer ejemplar, y el más excels<br />

toda vida casta es ciertamente Cristo. Sin embargo, Marí<br />

constituye el modelo especial de la castidad vivida por amo<br />

Jesús Señor.<br />

Ella estimula a todos los cristianos a vivir con especial esme<br />

castidad según su propio estado, y a encomendarse al Seño<br />

las diferentes circunstancias de la vida. María, que es po<br />

excelencia santuario del Espíritu Santo, ayuda a los creyente<br />

redescubrir su propio cuerpo como templo de Dios (cf. 1 Co 6<br />

y a respetar su nobleza y santidad.


A la Virgen dirigen su mirada los jóvenes que buscan un am<br />

auténtico e invocan su ayuda materna para perseverar en<br />

pureza.<br />

María recuerda a los esposos los valores fundamentales d<br />

matrimonio, ayudándoles a superar la tentación del desalient<br />

dominar las pasiones que pretenden subyugar su corazón.<br />

entrega total a Dios constituye para ellos un fuerte estímulo a<br />

en fidelidad recíproca, para no ceder nunca ante las dificulta<br />

que ponen en peligro la comunión conyugal.<br />

4. El Concilio exhorta a los fieles a contemplar a María, para<br />

imiten su fe «virginalmente íntegra», su esperanza y su carid<br />

Conservar la integridad de la fe representa una tarea ardua pa<br />

Iglesia, llamada a una vigilancia constante, incluso a costa<br />

sacrificios y luchas. En efecto, la fe de la Iglesia no sólo se<br />

amenazada por los que rechazan el mensaje del Evangelio,<br />

sobre todo por los que, acogiendo sólo una parte de la verd<br />

revelada, se niegan a compartir plenamente todo el patrimon<br />

fe de la Esposa de Cristo.<br />

Por desgracia, esa tentación, que se encuentra ya desde l<br />

orígenes de la Iglesia, sigue presente en su vida, y la impuls


aceptar sólo en parte la Revelación o a dar a la palabra de D<br />

una interpretación restringida y personal, de acuerdo con<br />

mentalidad dominante y los deseos individuales. María, qu<br />

aceptó plenamente la palabra del Señor, constituye para la Ig<br />

un modelo insuperable de fe «virginalmente íntegra», que ac<br />

con docilidad y perseverancia toda la verdad revelada. Y, co<br />

constante intercesión, obtiene a la Iglesia la luz de la esperan<br />

el fuego de la caridad, virtudes de las que ella, en su vida terr<br />

fue para todos ejemplo inigualable.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * * * *<br />

22-V<br />

La Virgen María, modelo de la santidad de la Iglesia<br />

Catequesis de Juan Pablo II (3-IX-97)<br />

1. En la carta a los Efesios san Pablo explica la relación espo<br />

que existe entre Cristo y la Iglesia con las siguientes palabr<br />

«Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, pa<br />

santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtu<br />

la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin<br />

tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea sant


inmaculada» (Ef 5,25-27).<br />

El concilio Vaticano II recoge las afirmaciones del Apóstol<br />

recuerda que «la Iglesia en la santísima Virgen llegó ya a<br />

perfección», mientras que «los creyentes se esfuerzan todav<br />

vencer el pecado para crecer en la santidad» (Lumen gentiu<br />

65).<br />

Así se subraya la diferencia que existe entre los creyentes y M<br />

a pesar de que tanto ella como ellos pertenecen a la Iglesia s<br />

que Cristo hizo «sin mancha ni arruga». En efecto, mientras<br />

creyentes reciben la santidad por medio del bautismo, María<br />

preservada de toda mancha de pecado original y redimid<br />

anticipadamente por Cristo. Además, los creyentes, a pesar<br />

estar libres «de la ley del pecado» (Rm 8,2), pueden aún cae<br />

la tentación, y la fragilidad humana se sigue manifestando e<br />

vida. «Todos caemos muchas veces», afirma la carta de San<br />

(St 3,2). Por esto, el concilio de Trento enseña: «Nadie pued<br />

su vida entera evitar todos los pecados, aun los veniales» (<br />

1.573). Con todo, la Virgen inmaculada, por privilegio divino, c<br />

recuerda el mismo Concilio, constituye una excepción a esa r<br />

(cf. ib.).


2. A pesar de los pecados de sus miembros, la Iglesia es, a<br />

todo, la comunidad de los que están llamados a la santidad<br />

esfuerzan cada día por alcanzarla.<br />

En este arduo camino hacia la perfección, se sienten estimul<br />

por la Virgen, que es «modelo de todas las virtudes». El Con<br />

afirma que «la Iglesia, meditando sobre ella con amor y<br />

contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena d<br />

veneración, penetra más íntimamente en el misterio supremo<br />

Encarnación y se identifica cada vez más con su Esposo» (Lu<br />

gentium, 65).<br />

Así pues, la Iglesia contempla a María. No sólo se fija en el<br />

maravilloso de su plenitud de gracia, sino que también se esfu<br />

por imitar la perfección que en ella es fruto de la plena adhes<br />

mandato de Cristo: «Sed, pues, perfectos como es perfec<br />

vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). María es la toda santa<br />

Representa para la comunidad de los creyentes el modelo d<br />

santidad auténtica, que se realiza en la unión con Cristo. La<br />

terrena de la Madre de Dios se caracteriza por una perfec<br />

sintonía con la persona de su Hijo y por una entrega total a la<br />

redentora que él realizó.


La Iglesia, reflexionando en la intimidad materna que se estab<br />

en el silencio de la vida de Nazaret y se perfeccionó en la hor<br />

sacrificio, se esfuerza por imitarla en su camino diario. De e<br />

modo, se conforma cada vez más a su Esposo. Unida, com<br />

María, a la cruz del Redentor, la Iglesia, a través de las<br />

dificultades, las contradicciones y las persecuciones que renu<br />

en su vida el misterio de la pasión de su Señor, busca<br />

constantemente la plena configuración con él.<br />

3. La Iglesia vive de fe, reconociendo en «la que ha creído qu<br />

cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor»<br />

1,45), la expresión primera y perfecta de su fe. En este itiner<br />

de confiado abandono en el Señor, la Virgen precede a lo<br />

discípulos, aceptando la Palabra divina en un continuo<br />

«crescendo», que abarca todas las etapas de su vida y s<br />

extiende también a la misión de la Iglesia.<br />

Su ejemplo anima al pueblo de Dios a practicar su fe, y a<br />

profundizar y desarrollar su contenido, conservando y medita<br />

en su corazón los acontecimientos de la salvación.<br />

María se convierte, asimismo, en modelo de esperanza par<br />

Iglesia. Al escuchar el mensaje del ángel, la Virgen orient


primeramente su esperanza hacia el Reino sin fin, que Jesús<br />

enviado a establecer.<br />

La Virgen permanece firme al pie de la cruz de su Hijo, a la es<br />

de la realización de la promesa divina. Después de Pentecost<br />

Madre de Jesús sostiene la esperanza de la Iglesia, amenaz<br />

por las persecuciones. Ella es, por consiguiente, para la<br />

comunidad de los creyentes y para cada uno de los cristiano<br />

Madre de la esperanza, que estimula y guía a sus hijos a la e<br />

del Reino, sosteniéndolos en las pruebas diarias y en medio d<br />

vicisitudes, algunas trágicas, de la historia.<br />

En María, por último, la Iglesia reconoce el modelo de su car<br />

Contemplando la situación de la primera comunidad cristian<br />

descubrimos que la unanimidad de los corazones, que se<br />

manifestó en la espera de Pentecostés, está asociada a l<br />

presencia de la Virgen santísima (cf. Hch 1,14). Precisame<br />

gracias a la caridad irradiante de María es posible conserva<br />

todo tiempo dentro de la Iglesia la concordia y el amor frater<br />

4. El Concilio subraya expresamente el papel ejemplar qu<br />

desempeña María con respecto a la Iglesia en su misión<br />

apostólica, con las siguientes palabras: «En su acción apostó


la Iglesia con razón mira hacia aquella que engendró a Cris<br />

concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que<br />

medio de la Iglesia nazca y crezca también en el corazón de<br />

creyentes. La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor<br />

madre que debe animar a todos los que colaboran en la mis<br />

apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una<br />

nueva» (Lumen gentium, 65).<br />

Después de cooperar en la obra de la salvación con su<br />

maternidad, con su asociación al sacrificio de Cristo y con<br />

ayuda materna a la Iglesia que nacía, María sigue sosteniend<br />

comunidad cristiana y a todos los creyentes en su generos<br />

compromiso de anunciar el Evangelio.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * * * *<br />

La Virgen María, modelo de la Iglesia en el culto divino<br />

Catequesis de Juan Pablo II (10-IX-97)<br />

5-I


1. En la exhortación apostólica Ma<br />

cultus el siervo de Dios Pablo VI,<br />

venerada memoria, presenta a la V<br />

como modelo de la Iglesia en e<br />

ejercicio del culto. Esta afirmaci<br />

constituye casi un corolario de la ve<br />

que indica en María el paradigma<br />

pueblo de Dios en el camino de<br />

santidad: «La ejemplaridad de<br />

santísima Virgen en este campo dimana del hecho que ella<br />

reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el or<br />

de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo, esto e<br />

aquella disposición interior con que la Iglesia, Esposa amadís<br />

estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su me<br />

rinde culto al Padre eterno» (n. 16).<br />

2. Aquella que en la Anunciación manifestó total disponibilida<br />

proyecto divino, representa para todos los creyentes un mod<br />

sublime de escucha y de docilidad a la palabra de Dios.<br />

Respondiendo al ángel: «Hágase en mí según tu palabra»<br />

1,38), y declarándose dispuesta a cumplir de modo perfecto<br />

voluntad del Señor, María entra con razón en la bienaventura


proclamada por Jesús: «Dichosos (...) los que escuchan la pa<br />

de Dios y la cumplen» (Lc 11,28).<br />

Con esa actitud, que abarca toda su existencia, la Virgen indi<br />

camino maestro de la escucha de la palabra del Señor, mom<br />

esencial del culto, que caracteriza a la liturgia cristiana. Su eje<br />

permite comprender que el culto no consiste ante todo en exp<br />

los pensamientos y los sentimientos del hombre, sino en pon<br />

a la escucha de la palabra divina para conocerla, asimilarla<br />

hacerla operativa en la vida diaria.<br />

3. Toda celebración litúrgica es memorial del misterio de Cris<br />

su acción salvífica por toda la humanidad, y quiere promove<br />

participación personal de los fieles en el misterio pascua<br />

expresado nuevamente y actualizado en los gestos y en la<br />

palabras del rito.<br />

María fue testigo de los acontecimientos de la salvación en<br />

desarrollo histórico, culminado en la muerte y resurrección<br />

Redentor, y guardó «todas estas cosas, y las meditaba en<br />

corazón» (Lc 2,19).<br />

Ella no se limitaba a estar presente en cada uno de los<br />

acontecimientos; trataba de captar su significado profundo


adhiriéndose con toda su alma a cuanto se cumplía<br />

misteriosamente en ellos.<br />

Por tanto, María se presenta como modelo supremo de<br />

participación personal en los misterios divinos. Guía a la Igles<br />

la meditación del misterio celebrado y en la participación en<br />

acontecimiento de salvación, promoviendo en los fieles el de<br />

de una íntima comunión personal con Cristo, para cooperar c<br />

entrega de la propia vida a la salvación universal.<br />

4. María constituye, además, el modelo de la oración de la Ig<br />

Con toda probabilidad, María estaba recogida en oración cua<br />

el ángel Gabriel entró en su casa de Nazaret y la saludó. E<br />

ambiente de oración sostuvo ciertamente a la Virgen en s<br />

respuesta al ángel y en su generosa adhesión al misterio de<br />

Encarnación.<br />

En la escena de la Anunciación, los artistas han representado<br />

siempre a María en actitud orante. Recordemos, entre todos<br />

beato Angélico. De aquí proviene, para la Iglesia y para tod<br />

creyente, la indicación de la atmósfera que debe reinar en<br />

celebración del culto.<br />

Podemos añadir asimismo que María representa para el pueb


Dios el paradigma de toda expresión de su vida de oración.<br />

particular, enseña a los cristianos cómo dirigirse a Dios pa<br />

invocar su ayuda y su apoyo en las varias situaciones de la v<br />

Su intercesión materna en las bodas de Caná y su presencia<br />

cenáculo junto a los Apóstoles en oración, en espera de<br />

Pentecostés, sugieren que la oración de petición es una for<br />

esencial de cooperación en el desarrollo de la obra salvífica e<br />

mundo. Siguiendo su modelo, la Iglesia aprende a ser auda<br />

pedir, a perseverar en su intercesión y, sobre todo, a implora<br />

don del Espíritu Santo (cf. Lc 11,13).<br />

5. La Virgen constituye también para la Iglesia el modelo de<br />

participación generosa en el sacrificio.<br />

En la presentación de Jesús en el templo y, sobre todo, al pie<br />

cruz, María realiza la entrega de sí, que la asocia como Mad<br />

sufrimiento y a las pruebas de su Hijo. Así, tanto en la vida d<br />

como en la celebración eucarística, la «Virgen oferente» (Ma<br />

cultus, 20) anima a los cristianos a «ofrecer sacrificios espiritu<br />

aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1 P 2,5).<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

12-I


.<br />

María, Madre de la Iglesia y Mediadora de la gracia<br />

Catequesis de Juan Pablo II<br />

Presencia de María en el origen de la Iglesia<br />

Catequesis de Juan Pablo II (6-IX-95)<br />

1. Después de haberme dedicado en las anteriores cateques<br />

profundizar la identidad y la misión de la Iglesia, siento ahor<br />

necesidad de dirigir la mirada hacia la santísima Virgen, que<br />

perfectamente la santidad y constituye su modelo.<br />

Es lo mismo que hicieron los padres del concilio Vaticano<br />

después de haber expuesto la doctrina sobre la realidad histó<br />

salvífica del pueblo de Dios, quisieron completarla con la<br />

ilustración del papel de María en la obra de la salvación. En e<br />

el capítulo VIII de la constitución conciliar Lumen gentium tie<br />

como finalidad no sólo subrayar el valor eclesiológico de l<br />

doctrina mariana, sino también iluminar la contribución que<br />

figura de la santísima Virgen ofrece a la comprensión del mis<br />

de la Iglesia.<br />

2. Antes de exponer el itinerario mariano del Concilio, deseo d


una mirada contemplativa a María, tal como, en el origen de<br />

Iglesia, la describen los Hechos de los Apóstoles. San Lucas<br />

comienzo de este escrito neotestamentario que presenta la vi<br />

la primera comunidad cristiana, después de haber recordado<br />

por uno los nombres de los Apóstoles (Hch 1,13), afirma: «To<br />

ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu e<br />

compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús,<br />

sus hermanos» (Hch 1,14).<br />

En este cuadro destaca la persona de María, la única a quie<br />

recuerda con su propio nombre, además de los Apóstoles. E<br />

representa un rostro de la Iglesia diferente y complementario<br />

respecto al ministerial o jerárquico.<br />

3. En efecto, la frase de Lucas se refiere a la presencia, en<br />

cenáculo, de algunas mujeres, manifestando así la importanc<br />

la contribución femenina en la vida de la Iglesia, ya desde l<br />

primeros tiempos. Esta presencia se pone en relación directa<br />

la perseverancia de la comunidad en la oración y con la conco<br />

Estos rasgos expresan perfectamente dos aspectos<br />

fundamentales de la contribución específica de las mujeres<br />

vida eclesial. Los hombres, más propensos a la actividad exte<br />

necesitan la ayuda de las mujeres para volver a las relacion


personales y progresar en la unión de los corazones.<br />

«Bendita tú entre las mujeres» (Lc 1,42), María cumple de m<br />

eminente esta misión femenina. ¿Quién, mejor que María, im<br />

en todos los creyentes la perseverancia en la oración? ¿Qu<br />

promueve, mejor que ella, la concordia y el amor?<br />

Reconociendo la misión pastoral que Jesús había confiado a<br />

Once, las mujeres del cenáculo, con María en medio de ellas<br />

unen a su oración y, al mismo tiempo, testimonian la presenc<br />

la Iglesia de personas que, aunque no hayan recibido una mi<br />

son igualmente miembros, con pleno título, de la comunida<br />

congregada en la fe en Cristo.<br />

4. La presencia de María en la comunidad, que orando espe<br />

efusión del Espíritu (cf. Hch 1,14), evoca el papel que desem<br />

en la encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo<br />

Lc 1,35). El papel de la Virgen en esa fase inicial y el que<br />

desempeña ahora, en la manifestación de la Iglesia en<br />

Pentecostés, están íntimamente vinculados.<br />

La presencia de María en los primeros momentos de vida d<br />

Iglesia contrasta de modo singular con la participación basta<br />

discreta que tuvo antes, durante la vida pública de Jesús. Cu


el Hijo comienza su misión, María permanece en Nazaret, au<br />

esa separación no excluye algunos contactos significativos, c<br />

en Caná, y, sobre todo, no le impide participar en el sacrificio<br />

Calvario.<br />

Por el contrario, en la primera comunidad el papel de María c<br />

notable importancia. Después de la ascensión, y en espera<br />

Pentecostés, la Madre de Jesús está presente personalment<br />

los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo.<br />

5. Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve que María<br />

encontraba en el cenáculo «con los hermanos de Jesús» (H<br />

1,14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siemp<br />

tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino<br />

hecho de que, bajo la guía de María, la familia natural de Je<br />

pasó a formar parte de la familia espiritual de Cristo: «Quie<br />

cumpla la voluntad de Dios -había dicho Jesús-, ése es m<br />

hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34).<br />

En esa misma circunstancia, Lucas define explícitamente a M<br />

«la madre de Jesús» (Hch 1,14), como queriendo sugerir que<br />

de la presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en<br />

presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostr


Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el s<br />

de la fidelidad de la Iglesia a Cristo Señor.<br />

El título de Madre, en este contexto, anuncia la actitud de dilig<br />

cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia. Ma<br />

abrirá su corazón para manifestarle las maravillas que Dio<br />

omnipotente y misericordioso obró en ella.<br />

Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre d<br />

Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstole<br />

quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejano<br />

las disputas que a veces habían surgido entre ellos.<br />

Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la<br />

comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Ig<br />

los dones del Espíritu Santo, necesarios para su formación y<br />

futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en<br />

comunión constante con Dios.<br />

Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la orac<br />

en el encuentro con Dios, elemento central e indispensable p<br />

que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el S<br />

su comienzo y su motivación profunda.


6. Estas breves consideraciones muestran claramente que<br />

relación entre María y la Iglesia constituye una relación fascin<br />

entre dos madres. Ese hecho nos revela nítidamente la mis<br />

materna de María y compromete a la Iglesia a buscar siempr<br />

verdadera identidad en la contemplación del rostro de la<br />

Theotókos.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

María, Madre de la Iglesia<br />

Catequesis de Juan Pablo II (17-IX-97)<br />

1. El concilio Vaticano II, después de haber proclamado a M<br />

«miembro muy eminente», «prototipo» y «modelo» de la Igle<br />

afirma: «La Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, la h<br />

8-I


como a madre amantísima con sentimientos de piedad filia<br />

(Lumen gentium, 53).<br />

A decir verdad, el texto conciliar no atribuye explícitamente<br />

Virgen el título de «Madre de la Iglesia», pero enuncia de m<br />

irrefutable su contenido, retornando una declaración que hi<br />

hace más de dos siglos, en el año 1748, el Papa Benedicto<br />

(Bullarium romanum, serie 2, t. 2, n. 61, p. 428).<br />

En dicho documento, mi venerado predecesor, describiendo<br />

sentimientos filiales de la Iglesia, que reconoce en María a<br />

madre amantísima, la proclama, de modo indirecto, Madre d<br />

Iglesia.<br />

2. El uso de dicho apelativo en el pasado ha sido más bien r<br />

pero recientemente se ha hecho más común en las enseñan<br />

del Magisterio de la Iglesia y en la piedad del pueblo cristiano<br />

fieles han invocado a María ante todo con los títulos de «Mad<br />

Dios», «Madre de los fieles» o «Madre nuestra», para subray<br />

relación personal con cada uno de sus hijos.<br />

Posteriormente, gracias a la mayor atención dedicada al mis<br />

de la Iglesia y a las relaciones de María con ella, se ha comen<br />

a invocar más frecuentemente a la Virgen como «Madre de


Iglesia».<br />

La expresión está presente, antes del concilio Vaticano II, e<br />

magisterio del Papa León XIII, donde se afirma que María ha<br />

«con toda verdad madre de la Iglesia» (Acta Leonis XIII, 15, 3<br />

Sucesivamente, el apelativo ha sido utilizado varias veces en<br />

enseñanzas de Juan XXIII y de Pablo VI.<br />

3. El título de «Madre de la Iglesia», aunque se ha atribuido t<br />

a María, expresa la relación materna de la Virgen con la Igles<br />

como la ilustran ya algunos textos del Nuevo Testamento<br />

María, ya desde la Anunciación, está llamada a dar su<br />

consentimiento a la venida del reino mesiánico, que se cump<br />

con la formación de la Iglesia.<br />

María, en Caná, al solicitar a su Hijo el ejercicio del pode<br />

mesiánico, da una contribución fundamental al arraigo de la f<br />

la primera comunidad de los discípulos y coopera a la instaur<br />

del reino de Dios, que tiene su «germen» e «inicio» en la Igl<br />

(cf. Lumen gentium, 5).<br />

En el Calvario María, uniéndose al sacrificio de su Hijo, ofrece<br />

obra de la salvación su contribución materna, que asume la f


de un parto doloroso, el parto de la nueva humanidad.<br />

Al dirigirse a María con las palabras «Mujer, ahí tienes a tu h<br />

el Crucificado proclama su maternidad no sólo con respecto<br />

apóstol Juan, sino también con respecto a todo discípulo.<br />

mismo Evangelista, afirmando que Jesús debía morir «para r<br />

en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,5<br />

indica en el nacimiento de la Iglesia el fruto del sacrificio rede<br />

al que María está maternalmente asociada.<br />

El evangelista san Lucas habla de la presencia de la Madre<br />

Jesús en el seno de la primera comunidad de Jerusalén (cf.<br />

1,14). Subraya, así, la función materna de María con respecto<br />

Iglesia naciente, en analogía con la que tuvo en el nacimiento<br />

Redentor. Así, la dimensión materna se convierte en eleme<br />

fundamental de la relación de María con respecto al nuevo pu<br />

de los redimidos.<br />

4. Siguiendo la sagrada Escritura, la doctrina patrística recono<br />

maternidad de María respecto a la obra de Cristo y, por tanto<br />

la Iglesia, si bien en términos no siempre explícitos.<br />

Según san Ireneo, María «se ha convertido en causa de salva<br />

para todo el género humano» (Adv. haer., III, 22, 4: PG 7, 95


el seno puro de la Virgen «vuelve a engendrar a los hombre<br />

Dios» (Adv. haer., IV, 33, 11: PG 7, 1.080). Le hacen eco s<br />

Ambrosio, que afirma: «Una Virgen ha engendrado la salvació<br />

mundo, una Virgen ha dado la vida a todas las cosas» (Ep. 63<br />

PL 16, 1.198); y otros Padres, que llaman a María «Madre d<br />

salvación» (Severiano de Gabala, Or. 6 de mundi creatione,<br />

PG 54, 4; Fausto de Riez, Max Bibl. Patrum VI, 620-621)<br />

En el medievo, san Anselmo se dirige a María con estas pala<br />

«Tú eres la madre de la justificación y de los justificados, la m<br />

de la reconciliación y de los reconciliados, la madre de la salv<br />

y de los salvados» (Or. 52, 8: PL 158, 957), mientras que ot<br />

autores le atribuyen los títulos de «Madre de la gracia» y «M<br />

de la vida».<br />

5. El título «Madre de la Iglesia» refleja, por tanto, la profun<br />

convicción de los fieles cristianos, que ven en María no sólo<br />

madre de la persona de Cristo, sino también de los fieles. Aq<br />

que es reconocida como madre de la salvación, de la vida y d<br />

gracia, madre de los salvados y madre de los vivientes, con<br />

derecho es proclamada Madre de la Iglesia.<br />

El Papa Pablo VI habría deseado que el mismo concilio Vatica


proclamase a «María, Madre de la Iglesia, es decir, Madre de<br />

el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores»<br />

hizo él mismo en el discurso de clausura de la tercera sesi<br />

conciliar (21 de noviembre de 1964), pidiendo, además, que,<br />

ahora en adelante, la Virgen sea honrada e invocada por tod<br />

pueblo cristiano con este gratísimo título» (AAS 56 [1964], 3<br />

De este modo, mi venerado predecesor enunciaba explícitam<br />

la doctrina ya contenida en el capítulo VIII de la Lumen gent<br />

deseando que el título de María, Madre de la Iglesia, adquirie<br />

puesto cada vez más importante en la liturgia y en la piedad<br />

pueblo cristiano.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

* * * * *<br />

19-I<br />

La intercesión celestial de la Madre de la divina gracia<br />

Catequesis de Juan Pablo II (24-IX-97)<br />

1. María es madre de la humanidad en el orden de la gracia<br />

concilio Vaticano II destaca este papel de María, vinculándolo<br />

cooperación en la redención de Cristo.


Ella, «por decisión de la divina Providencia, fue en la tierra<br />

excelsa Madre del divino Redentor, la compañera más gene<br />

de todas y la humilde esclava del Señor» (Lumen gentium, 6<br />

Con estas afirmaciones, la constitución Lumen gentium prete<br />

poner de relieve, como se merece, el hecho de que la Virg<br />

estuvo asociada íntimamente a la obra redentora de Cristo<br />

haciéndose «la compañera» del Salvador «más generosa<br />

todas».<br />

A través de los gestos de toda madre, desde los más senci<br />

hasta los más arduos, María coopera libremente en la obra d<br />

salvación de la humanidad, en profunda y constante sintonía<br />

su divino Hijo.<br />

2. El Concilio pone de relieve también que la cooperación de M<br />

estuvo animada por las virtudes evangélicas de la obedienci<br />

fe, la esperanza y la caridad, y se realizó bajo el influjo del Es<br />

Santo. Además, recuerda que precisamente de esa cooperac<br />

deriva el don de la maternidad espiritual universal: asociada<br />

Cristo en la obra de la redención, que incluye la regeneraci<br />

espiritual de la humanidad, se convierte en madre de los hom<br />

renacidos a vida nueva.


Al afirmar que María es «nuestra madre en el orden de la gra<br />

(ib.), el Concilio pone de relieve que su maternidad espiritual<br />

limita solamente a los discípulos, como si se tuviese que<br />

interpretar en sentido restringido la frase pronunciada por Jes<br />

el Calvario: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Efectivam<br />

con estas palabras el Crucificado, estableciendo una relació<br />

intimidad entre María y el discípulo predilecto, figura tipológic<br />

alcance universal, trataba de ofrecer a su madre como mad<br />

todos los hombres.<br />

Por otra parte, la eficacia universal del sacrificio redentor y<br />

cooperación consciente de María en el ofrecimiento sacrificia<br />

Cristo, no tolera una limitación de su amor materno.<br />

Esta misión materna universal de María se ejerce en el cont<br />

de su singular relación con la Iglesia. Con su solicitud hacia<br />

cristiano, más aún, hacia toda criatura humana, ella guía la fe<br />

Iglesia hacia una acogida cada vez más profunda de la palab<br />

Dios, sosteniendo su esperanza, animando su caridad y s<br />

comunión fraterna, y alentando su dinamismo apostólico<br />

3. María, durante su vida terrena, manifestó su maternida<br />

espiritual hacia la Iglesia por un tiempo muy breve. Sin emba


esta función suya asumió todo su valor después de la Asunci<br />

está destinada a prolongarse en los siglos hasta el fin del mu<br />

El Concilio afirma expresamente: «Esta maternidad de Ma<br />

perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el<br />

consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y qu<br />

mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización ple<br />

definitiva de todos los escogidos» (Lumen gentium, 62).<br />

Ella, tras entrar en el reino eterno del Padre, estando más ce<br />

de su divino Hijo y, por tanto, de todos nosotros, puede ejerce<br />

el Espíritu de manera más eficaz la función de intercesión ma<br />

que le ha confiado la divina Providencia.<br />

4. El Padre ha querido poner a María cerca de Cristo y en<br />

comunión con él, que puede «salvar perfectamente a los que<br />

él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder e<br />

favor» (Hb 7,25): a la intercesión sacerdotal del Redentor h<br />

querido unir la intercesión maternal de la Virgen. Es una fun<br />

que ella ejerce en beneficio de quienes están en peligro y tie<br />

necesidad de favores temporales y, sobre todo, de la salvac<br />

eterna: «Con su amor de madre cuida de los hermanos de su<br />

que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros ha<br />

que lleguen a la patria feliz. Por eso la santísima Virgen e


invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliado<br />

Socorro, Mediadora» (Lumen gentium, 62).<br />

Estos apelativos, sugeridos por la fe del pueblo cristiano, ayud<br />

comprender mejor la naturaleza de la intervención de la Madr<br />

Señor en la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles<br />

5. El título de «Abogada» se remonta a san Ireneo. Tratando<br />

desobediencia de Eva y de la obediencia de María, afirma qu<br />

el momento de la Anunciación «la Virgen María se convierte<br />

Abogada» de Eva (Adv. haer. V, 19, 1: PG VII, 1.175-1.176<br />

Efectivamente, con su «sí» defendió y liberó a la progenitora<br />

las consecuencias de su desobediencia, convirtiéndose en ca<br />

de salvación para ella y para todo el género humano.<br />

María ejerce su papel de «Abogada», cooperando tanto con<br />

Espíritu Paráclito como con Aquel que en la cruz intercedía<br />

sus perseguidores (cf. Lc 23,34) y al que Juan llama nuest<br />

«abogado ante el Padre» (cf. 1 Jn 2,1). Como madre, ella def<br />

a sus hijos y los protege de los daños causados por sus mis<br />

culpas.<br />

Los cristianos invocan a María como «Auxiliadora», reconoci<br />

su amor materno, que ve las necesidades de sus hijos y es


dispuesto a intervenir en su ayuda, sobre todo cuando está<br />

juego la salvación eterna.<br />

La convicción de que María está cerca de cuantos sufren o<br />

hallan en situaciones de peligro grave, ha llevado a los fiele<br />

invocarla como «Socorro». La misma confiada certeza se exp<br />

en la más antigua oración mariana con las palabras: «Bajo<br />

amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches<br />

súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bi<br />

líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendi<br />

(Breviario romano).<br />

Como mediadora maternal, María presenta a Cristo nuestr<br />

deseos, nuestras súplicas, y nos transmite los dones divino<br />

intercediendo continuamente en nuestro favor.<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

26-I


María Mediadora<br />

Catequesis de Juan Pablo II (1-X-97)<br />

1. Entre los títulos atribuidos a María en el culto de la Iglesia<br />

capítulo VIII de la Lumen gentium recuerda el de «Mediador<br />

Aunque algunos padres conciliares no compartían plenament<br />

elección (cf. Acta Synodalia III, 8, 163-164), este apelativo


incluido en la constitución dogmática sobre la Iglesia, confirm<br />

el valor de la verdad que expresa. Ahora bien, se tuvo cuidad<br />

no vincularlo a ninguna teología de la mediación, sino sólo<br />

enumerarlo entre los demás títulos que se le reconocían a M<br />

Por lo demás, el texto conciliar ya refiere el contenido del títu<br />

«Mediadora» cuando afirma que María «continúa procurándo<br />

con su múltiple intercesión los dones de la salvación etern<br />

(Lumen gentium, 62).<br />

Como recuerdo en la encíclica Redemptoris Mater, «la media<br />

de María está íntimamente unida a su maternidad y posee<br />

carácter específicamente materno que la distingue del de l<br />

demás criaturas» (n. 38).<br />

Desde este punto de vista, es única en su género y singularm<br />

eficaz.<br />

2. El mismo Concilio quiso responder a las dificultades<br />

manifestadas por algunos padres conciliares sobre el térmi<br />

«Mediadora», afirmando que María «es nuestra madre en el o<br />

de la gracia» (Lumen gentium, 61). Recordemos que la media<br />

de María es cualificada fundamentalmente por su maternid<br />

divina. Además, el reconocimiento de su función de mediad


está implícito en la expresión «Madre nuestra», que propon<br />

doctrina de la mediación mariana, poniendo el énfasis en<br />

maternidad. Por último, el título «Madre en el orden de la gra<br />

aclara que la Virgen coopera con Cristo en el renacimient<br />

espiritual de la humanidad.<br />

3. La mediación materna de María no hace sombra a la únic<br />

perfecta mediación de Cristo. En efecto, el Concilio, después<br />

haberse referido a María «mediadora», precisa a renglón seg<br />

«Lo cual, sin embargo, se entiende de tal manera que no qui<br />

añada nada a la dignidad y a la eficacia de Cristo, único<br />

Mediador» (ib., 62). Y cita, a este respecto, el conocido texto<br />

primera carta a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y tambié<br />

solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hom<br />

también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos<br />

Tm 2,5-6).<br />

El Concilio afirma, además, que «la misión maternal de María<br />

con los hombres de ninguna manera disminuye o hace somb<br />

la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficaci<br />

(Lumen gentium, 60).<br />

Así pues, lejos de ser un obstáculo al ejercicio de la única


mediación de Cristo, María pone de relieve su fecundidad y<br />

eficacia. «En efecto, todo el influjo de la santísima Virgen en<br />

salvación de los hombres no tiene su origen en ninguna nece<br />

objetiva, sino en que Dios lo quiso así. Brota de la<br />

sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en s<br />

mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda<br />

eficacia» (ib.).<br />

4. De Cristo deriva el valor de la mediación de María, y, po<br />

consiguiente, el influjo saludable de la santísima Virgen «favo<br />

y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creye<br />

con Cristo» (ib.).<br />

La intrínseca orientación hacia Cristo de la acción de la<br />

«Mediadora» impulsa al Concilio a recomendar a los fieles q<br />

acudan a María «para que, apoyados en su protección mate<br />

se unan más íntimamente al Mediador y Salvador» (ib., 62<br />

Al proclamar a Cristo único Mediador (cf. 1 Tm 2,5-6), el text<br />

la carta de san Pablo a Timoteo excluye cualquier otra media<br />

paralela, pero no una mediación subordinada. En efecto, ante<br />

subrayar la única y exclusiva mediación de Cristo, el auto<br />

recomienda «que se hagan plegarias, oraciones, súplicas


acciones de gracias por todos los hombres» (1 Tm 2,1). ¿No<br />

acaso, las oraciones una forma de mediación? Más aún, se<br />

san Pablo, la única mediación de Cristo está destinada a prom<br />

otras mediaciones dependientes y ministeriales. Proclamand<br />

unicidad de la de Cristo, el Apóstol tiende a excluir sólo cualq<br />

mediación autónoma o en competencia, pero no otras form<br />

compatibles con el valor infinito de la obra del Salvador.<br />

5. Es posible participar en la mediación de Cristo en vario<br />

ámbitos de la obra de la salvación. La Lumen gentium, despu<br />

afirmar que «ninguna criatura puede ser puesta nunca en el m<br />

orden con el Verbo encarnado y Redentor», explica que la<br />

criaturas pueden ejercer algunas formas de mediación en<br />

dependencia de Cristo. En efecto, asegura: «Así como en<br />

sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto lo<br />

ministros como el pueblo creyente, y así como la única bonda<br />

Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas mane<br />

así también la única mediación del Redentor no excluye sino<br />

suscita en las criaturas una colaboración diversa que particip<br />

la única fuente» (n. 62).<br />

En esta voluntad de suscitar participaciones en la única medi<br />

de Cristo se manifiesta el amor gratuito de Dios que quier


.<br />

compartir lo que posee.<br />

6. ¿Qué es, en verdad, la mediación materna de María sino u<br />

del Padre a la humanidad? Por eso, el Concilio concluye: «<br />

Iglesia no duda en atribuir a María esta misión subordinada<br />

experimenta sin cesar y la recomienda al corazón de sus fie<br />

(ib.).<br />

María realiza su acción materna en continua dependencia d<br />

mediación de Cristo y de él recibe todo lo que su corazón qu<br />

dar a los hombres.<br />

La Iglesia, en su peregrinación terrena, experimenta<br />

«continuamente» la eficacia de la acción de la «Madre en el o<br />

de la gracia».<br />

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua español<br />

EL TEMA MARIANO EN LOS ESCRITOS <strong>DE</strong> FRANCISCO <strong>DE</strong><br />

por Sebastián López, o.f.m.<br />

Cuando Francisco quiere expresar su opción fundamental<br />

cristiana, dice así: «Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, qu<br />

seguir la vida y pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y<br />

3-


su santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin» (UltVol 1<br />

Con esto dice y proclama dos cosas: la centralidad del seguim<br />

de Jesucristo en su experiencia cristiana, referida además y<br />

enteramente, como veremos, al Padre, al Hijo y al Espíritu Sa<br />

protagonistas decisivos y principales de la salvación, y la inev<br />

y forzosa implicación de la Virgen en la persona, vida y destin<br />

Jesús.<br />

Desde esta doble constatación toman camino precisamente e<br />

páginas, que quieren acercarse al tema mariano en los escrito<br />

Francisco. Y dos etapas tendrá nuestro caminar por las peque<br />

y humildes páginas de los textos del Pobrecillo: en la primera,<br />

que dedicamos este artículo, haremos el inventario de lo que l<br />

escritos dicen sobre la Señora, teniendo en cuenta además el<br />

contexto mariológico del siglo XII y también algunas de las<br />

instancias mariológicas de hoy. En la segunda, que será objet<br />

un próximo artículo, presentaremos la contemplación mariana<br />

Francisco dentro de su confesión y experiencia cristiana, a la<br />

de estas palabras de la Exhortación Apostólica de Pablo VI<br />

Marialis cultus, n. 25: «Ante todo, es sumamente conveniente<br />

los ejercicios de piedad a la Virgen María expresen clarament<br />

nota trinitaria y cristológica que les es intrínseca y esencial. En


efecto, el culto cristiano es por su naturaleza culto al Padre, al<br />

y al Espíritu Santo, o, como se dice en la liturgia, al Padre por<br />

Cristo en el Espíritu».<br />

En los escritos de Francisco encontramos, además de las dos<br />

oraciones dirigidas a la Virgen (SalVM y OfP Ant), las siguient<br />

referencias a ella:<br />

-- «Salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1,2<br />

(ExhAD 4).<br />

-- «... y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen...»<br />

(ParPN 7).<br />

-- «... y nació de la bienaventurada Virgen santa María» (OfP 1<br />

-- «Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso,<br />

anunciándolo el santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo<br />

altísimo Padre desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Vir<br />

María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanida<br />

fragilidad. Y, siendo Él sobremanera rico, quiso, junto con la<br />

bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la<br />

pobreza» (2CtaF 4-5).<br />

-- «... si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como es jus


porque lo llevó en su santísimo seno...» (CtaO 21).<br />

-- «Además, yo confieso todos los pecados al Señor Dios..., a<br />

bienaventurada María, perpetua virgen...» (CtaO 38).<br />

-- «Ved que diariamente se humilla (el Hijo de Dios), como cua<br />

desde el trono real descendió al seno de la Virgen» (Adm 1,16<br />

-- «Y (nuestro Señor Jesucristo) fue pobre y huésped y vivió d<br />

limosna tanto Él como la Virgen bienaventurada y sus discípul<br />

(1 R 9,5).<br />

-- «Y los ministros... vendrán al capítulo de Pentecostés junto<br />

iglesia de Santa María de la Porciúncula» (1 R 18,2).<br />

-- «Y te damos gracias porque... quisiste que Él, verdadero Di<br />

verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beat<br />

santa María» (1 R 23,3).<br />

-- «Y a la gloriosa madre y beatísima siempre Virgen María, a<br />

bienaventurados..., les suplicamos humildemente, por tu amor<br />

que, como te agrada, por estas cosas te den gracias a ti, sum<br />

Dios...» (1 R 23,6).<br />

-- «... porque cada una será reina en el cielo coronada con la


Virgen María» (ExhCl 6).<br />

-- «Y tampoco estamos obligadas a ayunar en las Pascuas, co<br />

lo ordena el escrito de san Francisco; ni en las festividades de<br />

Santa María y de los santos apóstoles...» (3CtaCl 36).<br />

-- «Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vid<br />

pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su santísim<br />

Madre...» (UltVol 1).<br />

La lectura de las oraciones y de los textos que acabamos de<br />

transcribir nos permiten hacer ya las siguientes constatacione<br />

1. María desde la fe y en lo esencial de su misterio<br />

En contraste con el siglo XII, tan abundante y fervoroso en su<br />

contemplación mariana, la referencia a la Virgen en los escrito<br />

Francisco, según se desprende de los textos que acabamos d<br />

transcribir y exceptuadas las oraciones, es rápida, de pasada<br />

y como de quien recita el Credo que sólo quiere decir su fe y l<br />

esencial de la misma. Ateniéndonos por tanto a lo que dicen lo<br />

escritos que poseemos de Francisco, éstas serían las dos not<br />

más principales que caracterizan su contemplación mariana:


Contemplación desde la fe. Francisco nombra, celebra y conte<br />

a la Virgen en cuanto tiene que ver con Dios y su salvación, e<br />

cuanto relacionada con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en<br />

comunicación, por nosotros y por nuestra salvación, en Jesuc<br />

quien tomó la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilid<br />

en el seno de María (2CtaF 4). Las demás posibles<br />

contemplaciones de la Virgen (como personaje histórico, como<br />

mujer o como ideal de perfección, etc.), aun afirmándolas y<br />

proclamándolas como veremos, están vistas y contempladas<br />

desde el santo amor del Padre, que quiso que su Hijo naciera<br />

nuestra salvación, de la gloriosa siempre Virgen beatísima san<br />

María (1 R 23,3), resumen de toda la fe y de todo el Credo<br />

cristiano. Lo mismo hay que decir de la relación de Francisco<br />

la Virgen que los escritos recogen y señalan. Cuando Francisc<br />

alaba, confía y se encomienda a María, lo hace también desde<br />

fe que sabe que ella está presente y cercana en lo que llamam<br />

la comunión de los santos: en la comunión de todos con Cristo<br />

la fe y el Espíritu Santo, de la que ella fue la primera y principa<br />

beneficiaria por su vinculación a su Hijo en el Espíritu Santo y<br />

sí de su fe y de su entrega.<br />

Para Francisco, que tanto en el tema mariano como en los de


de su confesión cristiana «remite indefectiblemente a la fe», é<br />

es el espacio en el que la Virgen tiene interés y sentido, está<br />

presente e interviene a nuestro favor.<br />

Y la fe es también la que le permitió ver y contemplar lo esenc<br />

del misterio mariano, segundo punto que queríamos destacar<br />

como característica general de su visión de María. Desde la fe<br />

Francisco ha acertado a contemplar a la Virgen en su relación<br />

vinculación, única e insuperable, con Jesucristo, la Palabra de<br />

Padre que recibió en su seno la verdadera carne de nuestra<br />

humanidad y fragilidad; y, desde ella, en su relación con la<br />

Trinidad, y en su relación con los hombres. Y aunque no se<br />

entretenga en su desarrollo, como sucede con otros temas de<br />

confesión cristiana que contienen sus escritos y como además<br />

lógico en quien no intenta exponer un capítulo de teología sino<br />

expresar, junto con sus hermanos, la fe que vivían y que<br />

respaldaba su vida de seguimiento de Jesús, la verdad es que<br />

tema mariano está vinculado en sus escritos con los temas ra<br />

y fundamentales de su vida al estilo y forma de Jesús: el<br />

seguimiento, la vida en desapropiación y desinstalación de los<br />

pobres, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en su acción y<br />

comunicación salvadora en Jesucristo, y la obligada respuesta


la criatura en acción de gracias y operación. Por supuesto que<br />

es todo lo que, desde la fe, cabe decir de la Virgen; pero es lo<br />

fundamental y lo más principal del misterio de la que, con el á<br />

Francisco saluda: «Salve, María, llena de gracia, el Señor está<br />

contigo».<br />

2. Títulos de la Virgen<br />

En las oraciones y textos a que nos estamos refiriendo se<br />

encuentran trece títulos o nombres de la Virgen, que aparecen<br />

total de veintiséis veces en sólo seis de los escritos de Francis<br />

Los siguientes: Virgen, Madre, Hija, Esclava, Esposa, Señora,<br />

Reina, Virgen hecha Iglesia, Palacio de Dios, Tabernáculo de<br />

Casa de Dios, Vestidura de Dios. Once de ellos en el Saludo d<br />

Virgen María; cuatro en la Antífona del Oficio de la Pasión; cu<br />

en la primera Regla; tres en la segunda Carta a los Fieles; dos<br />

la Carta a toda la Orden, y uno en la primera Admonición. La<br />

imagen que dichos títulos o nombres esbozan de María acent<br />

sobre todo lo que Dios ha hecho en ella y con ella; lo que ella<br />

desde la acción de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y desde<br />

relación con ellos, más que su actitud acogedora y responsiva<br />

que neguemos que también esta dimensión está presente en


Imagen que está en línea con la primacía y anterioridad de la<br />

acción de Dios, de lo objetivo sobre lo subjetivo, que Francisc<br />

confiesa tantas veces en sus escritos. En ellos, como es sabid<br />

Señor es el que da la gracia de hacer penitencia, el que condu<br />

los leprosos, el que da la fe, o el que hace y dice todo bien.<br />

3. Los adjetivos que coronan su nombre<br />

El nombre y los títulos a que nos hemos referido en el número<br />

anterior van acompañados en los escritos, como sucede cuan<br />

nombra a Dios, a las personas de la Trinidad y a Jesucristo, d<br />

o más adjetivos que los califican. Los siguientes: Santa, Glorio<br />

Beatísima, Bienaventurada, Perpetua Virgen, siempre Virgen,<br />

Santísima, santísimo seno.<br />

Francisco proclama con ellos, como hace la Iglesia en su liturg<br />

gloria, la bienaventuranza y la santidad de la Virgen por su<br />

referencia a Jesucristo bienaventurado, santo y glorioso, y, de<br />

Él y por Él, a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que sin principi<br />

fin es bendito y glorioso. Sólo desde la fe en Jesús, Hijo de Di<br />

Hijo de María, se llega a descubrir la grandeza y dignidad de<br />

María, su Madre, viene a decir Francisco.


4. Privilegios y misterios marianos<br />

Las oraciones y los textos de los escritos a que nos venimos<br />

refiriendo recogen los siguientes privilegios y misterios marian<br />

maternidad divina, la perpetua virginidad, la plenitud de gracia<br />

mediación. Pero los recogen sin entretenerse en precisar su<br />

contenido y significado como hacía la teología de su tiempo, e<br />

que san Bernardo, por ejemplo, se detiene en explicar el senti<br />

de la maternidad divina, los distintos momentos de su virginida<br />

su plenitud de gracia y su mediación.<br />

No se recogen, sin embargo, otros privilegios marianos como<br />

Inmaculada Concepción, su glorificación corporal en la Asunci<br />

su maternidad espiritual.<br />

En cuanto a los distintos misterios de la vida de la Virgen o de<br />

vida de Jesús en los que ella está presente, y de los cuales la<br />

liturgia de la Iglesia celebraba ya algunos en aquel tiempo,<br />

Francisco en sus escritos sólo se refiere a la Anunciación y al<br />

Nacimiento de Jesús. Poco o muy poco en comparación con l<br />

los Evangelios presentan y sobre todo con lo que el siglo XII, t<br />

rico y generoso en obras mariológicas, ofrece.


5. La dimensión humana e histórica de María<br />

Los escritos subrayan la dimensión humana e histórica de la<br />

Virgen con la alusión a su nacimiento, al colocarla entre las<br />

mujeres de este mundo, con la repetición, por nueve veces, de<br />

nombre; al referirse a su realidad corporal con la expresión «in<br />

útero»; y al contemplarla ligada al destino de pobreza de su H<br />

Sin ser mucho, es suficiente como testimonio de que la Virgen<br />

la contemplación de Francisco era de carne y hueso, vivió en<br />

nuestro mundo y fue parte de nuestra historia y no algo irreal o<br />

mítico. Contemplación de María en su real e histórica humanid<br />

que tiene que ver con la preocupación de Francisco por subra<br />

verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad que la Pal<br />

del Padre recibió en su seno (2CtaF 4). Aspecto de su confesi<br />

cristológica repetidamente proclamado en sus escritos y con u<br />

clara postura anticátara además.<br />

6. Primacía y principalidad de la maternidad divina


Los escritos se refieren a ella, con el nombre expreso de «Ma<br />

en cinco lugares; cuatro textos hablan del descenso del Hijo d<br />

Dios al seno de la Virgen o de su nacimiento del seno de Marí<br />

texto llama a Jesucristo, dirigiéndose a María, «tu Hijo»; en ot<br />

dos la cercanía de la Virgen a su Hijo está suponiendo, nos


parece, la maternidad; y, por fin, el Saludo a la Virgen está<br />

polarizado en el título y en la realidad de Madre del Señor que<br />

según los comentaristas, constituye la cumbre de todo el escr<br />

lo que los distintos «ave» después cantan y admiran. Francisc<br />

confiesa con ello, y de una forma además sencilla y concreta,<br />

que la teología no ha dejado de proclamar, más o menos<br />

claramente, desde el principio: la maternidad divina de María,<br />

relación única que, desde ella, tiene con Jesucristo, el Hijo am<br />

del Padre, es la raíz y la razón de la Virgen en lo cristiano y es<br />

también su explicación. María está vinculada para siempre a l<br />

persona de Jesús. María tiene toda su razón de ser en Jesús.<br />

María está ligada y comprometida con su vida, condición y de<br />

María manifiesta a Jesús. María es la gloria de Jesús.<br />

7. Subrayado de su maternidad fisiológica<br />

El repetido «in útero» (en el útero, o en el seno), al que ya nos<br />

hemos referido, lo proclama con claridad y con la intención ad<br />

de confesar, como también hemos indicado ya, la real e histór<br />

humanidad del Hijo de Dios, frente a los cátaros, única forma<br />

confesar uno de los artículos fundamentales de su cristología:


Hijo de Dios es nuestro hermano.<br />

8. El título de Virgen<br />

Es uno de los títulos que los escritos dan con más frecuencia<br />

María. Catorce veces. Frecuencia debida, con toda probabilida<br />

influjo en Francisco de la liturgia, uno de los caminos más<br />

principales de su profundización en la confesión y experiencia<br />

cristiana. Para G. Lauriola, sin embargo, el repetido uso del tít<br />

de Virgen en los escritos se debería a que Francisco consider<br />

don de la virginidad, más como una función o signo de la divin<br />

del Hijo de Dios encarnado, que como un estado o manera de<br />

sobre todo teniendo en cuenta el contexto en el que dicho títu<br />

aparece.<br />

9. Funcionalidad de la Virgen santa y gloriosa<br />

La fe y la teología saben gozosamente que también la Virgen,<br />

persona, vida y destino, es para la salvación, como lo es<br />

Jesucristo, nacido de su seno, que por nosotros y por nuestra<br />

salvación bajó del cielo. Ni Jesús ni María, su Madre, son para<br />

Son para los demás, para la salvación de todos. Francisco ha


acertado a presentar a María como la encrucijada en la que se<br />

encuentran la Palabra del Padre que desciende de su seno, y<br />

verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad que recibe<br />

seno de la Virgen. María es, aunque no se diga expresamente<br />

para la salvación que realiza y es Jesús, que quiso el Padre q<br />

naciera del seno de la Virgen. Con ello afirma Francisco la<br />

fundamental funcionalidad de María, además de señalar las o<br />

dos que realiza en la comunión de los santos: dar gracias al P<br />

e interceder por nosotros.<br />

10. Relación de María con la Trinidad<br />

En las dos oraciones de Francisco a la Señora, su contemplac<br />

se centra fundamentalmente en la relación del Padre, del Hijo<br />

Espíritu Santo con la Virgen, a quien el Padre elige, y con el H<br />

amado y el Espíritu Santo Paráclito consagra (SalVM 2); y en<br />

relación de la Virgen con el Padre, de quien es esclava e Hija;<br />

el Hijo, de quien es Madre, y con el Espíritu Santo, de quien e<br />

Esposa (OfP Ant 2). Dicha contemplación es frecuente en los<br />

autores del Siglo XII. En Francisco tiene además un contexto<br />

abundante de textos trinitarios. Y, aunque no sea posible seña<br />

hasta qué punto dichos textos responden a una experiencia re


la Trinidad en su vida cristiana y evangélica, sí es cierto que, t<br />

en ellos como en las dos oraciones a la Virgen, Francisco asu<br />

proclama la fe de la Iglesia en lo que es «lo específicamente<br />

cristiano», la Trinidad. Sus escritos permiten además afirmar q<br />

lectura o la escucha del Evangelio de san Juan, el capítulo XV<br />

sobre todo, le ha servido para ahondar y profundizar su fe en<br />

Trinidad por el camino de la contemplación de las relaciones d<br />

Padre y del Hijo que dicho Evangelio tanto destaca y que son,<br />

parecer, la fuente de su visión de la vida cristiana, de la vida d<br />

penitentes, como vida de relación con el Padre, con el Hijo en<br />

Espíritu Santo, el Espíritu del Señor que mora en ellos. El tem<br />

referido a santa Clara y sus hermanas, aparece ya en la Form<br />

vida para santa Clara, primer escrito que se nos conserva de<br />

Francisco (1212-1213). Indudable la importancia en Francisco<br />

la confesión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como orig<br />

principio de todo; de la contemplación de Jesús en su relación<br />

el Padre; del Espíritu Santo como Espíritu del Señor y como q<br />

habitando en nosotros, nos relaciona con el Padre como hijos<br />

con el Hijo como hermanos, madres y esposos. De ahí que la<br />

contemplación de la Virgen en sus relaciones con la Trinidad e<br />

en consonancia con una de las dimensiones más principales d


confesión y experiencia cristiana de Francisco.<br />

11. Señora pero cercana<br />

Por razones sociológicas y por el redescubrimiento de la verda<br />

carne de nuestra humanidad y fragilidad que el Hijo de Dios re<br />

del seno de la Virgen y que lo hizo hermano nuestro, existe ho<br />

como una especie de alergia a todo lo que aparezca con ribet<br />

singularidad y eminencia. Así se llamaban precisamente dos d<br />

principios mariológicos de los que se servían los teólogos en s<br />

estudio de la Virgen. Hoy preferimos la igualdad y nivelación d<br />

todos en todo. Desde aquí, entre otras causas, hemos descub<br />

a la Virgen mujer y hermana; a la Virgen de la noche oscura d<br />

fe; a la Virgen de quien el Señor miró su humillación.<br />

En cuanto a Francisco, ya lo hemos indicado, hay en él una<br />

decidida contemplación de María desde el quehacer salvador<br />

Dios que se le entrega en la comunión de personas de la Trini<br />

eligiéndola y consagrándola como habitación y morada suya,<br />

puede dar la impresión de que la aleja y distancia de nosotros<br />

Pero los títulos del Saludo a la Virgen, como los de la Antífona<br />

Oficio de la Pasión, además de ser antes florones de Dios que


María, aunque por supuesto la coronen de gloria y de<br />

bienaventuranza, son también, aunque en otro orden, gloria y<br />

bienaventuranza de todos los elegidos que, por la habitación d<br />

Espíritu del Señor en ellos, son hijos del Padre, y esposos,<br />

hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (2CtaF 48-53<br />

Teniendo en cuenta, además, que Francisco contempla a la V<br />

ligada y comprometida en la vida de pobreza de su Hijo, hay q<br />

decir que los títulos de Señora, Reina, y los demás que se<br />

contienen en el Saludo a la Virgen y en la Antífona del Oficio d<br />

Pasión, no le han hecho olvidar la cercanía y vecindad que tie<br />

con nosotros por su vinculación con el que, «siendo sobreman<br />

rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, esc<br />

en el mundo la pobreza» (2CtaF 5).<br />

12. Más Madre que Reina<br />

Así decía santa Teresa del Niño Jesús que se figuraba a la Vi<br />

Francisco, que tenía por delante casi un siglo de fervor marian<br />

el que los nombres de Madre de misericordia y Madre nuestra<br />

repetían con frecuencia, nunca da a la Virgen el nombre de M<br />

de los hombres. Pero, creemos que tampoco se puede afirma<br />

prevalezca en él una visión de María como Reina y Señora, ya


sólo una vez recibe María en los escritos dichos nombres. Por<br />

teniendo en cuenta la imagen de la Virgen que intercede por<br />

nosotros, imagen dos veces presente en sus escritos, el<br />

paralelismo entre la Antífona del Oficio de la Pasión y 2CtaF 4<br />

junto con FVCl 1, y que, según el Saludo a la Virgen, nos hace<br />

participar en sus virtudes (SalVM 6), nos inclinamos a pensar<br />

la actitud maternal de María hacia nosotros no está ausente d<br />

escritos de Francisco.<br />

13. La enteramente fiel<br />

El Padre santo y justo..., que quiso que su Hijo naciera de la<br />

gloriosa siempre Virgen beatísima santa María (1 R 23,3), no<br />

sirvió de ella como si fuese sólo un mero instrumento útil para<br />

fines salvadores. «El santísimo Padre del cielo la eligió y la<br />

consagró con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo<br />

Paráclito» (SalVM 2), pero también habló con ella: «Esta Pala<br />

del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, la anunció el altísim<br />

Padre desde el cielo, por medio de su santo ángel Gabriel, en<br />

seno de la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió<br />

verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4<br />

María respondió, nos dice la revelación en palabras de Lucas


Hubo por tanto un diálogo entre el Padre y la Virgen, revelado<br />

respeto de Dios frente a la libertad de María y de la respuesta<br />

consciente y responsable de ella a Dios. Así lo ha destacado<br />

desde el principio la reflexión de la fe de la Iglesia. El tema de<br />

Virgen, nueva Eva, subraya precisamente, desde san Justino<br />

Ireneo, la fe y obediencia de María frente a la desobediencia d<br />

Eva. Y el tema de la Virgen que concibe la carne de Cristo en<br />

tan repetido por san Agustín y otros, proclama lo mismo. Tem<br />

que encontramos también, ampliamente desarrollados, en los<br />

autores del siglo XII, entre ellos san Bernardo. El Concilio Vati<br />

II recoge ambos temas, consagrándolos con su autoridad y<br />

proclamando en consecuencia la importancia de la fe de María<br />

acoge y consiente, libre y conscientemente, a la Palabra de D<br />

en este estupendo texto: «Pero el Padre de la misericordia qu<br />

que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre<br />

predestinada... Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje<br />

divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo<br />

corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad<br />

salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Se<br />

a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al<br />

misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios<br />

omnipotente. Con razón, pues, piensan los santos padres que


María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos d<br />

Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y<br />

obediencia libres» (LG 56). Los escritos de Francisco no son<br />

demasiado explícitos en señalar el asentimiento y consentimie<br />

de María al anuncio del Padre. Ciertamente lo apuntan al llam<br />

esclava e hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu<br />

Santo (OfP Ant), teniendo en cuenta, sobre todo, los lugares<br />

paralelos de 2CtaF 48-53 y FVCl, en los que la respuesta del<br />

hombre a la acción de Dios se indica con toda claridad; tambié<br />

presentar a María vinculada y comprometida en la vida y desti<br />

de pobreza de su Hijo, con lo que extiende y alarga expresam<br />

su consentimiento más allá del momento de la anunciación. T<br />

la vida de María es comunión con la persona y la vida de la<br />

Palabra del Padre que recibió en su seno la verdadera carne d<br />

nuestra humanidad y fragilidad. Pero, además, pocas cosas h<br />

acentuado Francisco tanto en la vida del Evangelio de sus<br />

hermanos como la respuesta en adoración, alabanza, fe-<br />

esperanza-caridad y en operación, a la comunicación salvado<br />

Dios Trino en Jesucristo, que tiene en los temas fundamentale<br />

la vida del Evangelio su expresión mayor: el seguimiento, la<br />

observancia del Evangelio y el deseo del Espíritu del Señor y<br />

santa operación, coreada por otros muchos textos de sus escr


como, por ejemplo, la segunda Carta a los fieles, vv. 14-62, y<br />

capítulo 23 de la primera Regla.<br />

14. María en la comunión de los santos<br />

A lo largo de estas páginas hemos destacado varias veces, en<br />

contemplación mariana de Francisco, la relación que María tie<br />

que además la constituye, con Jesucristo y, desde Él y por Él,<br />

la Trinidad y con los hombres, dentro del designio de salvació<br />

santo amor del Padre, de su generosidad. Pero hay en los esc<br />

unas pocas frases que lo subrayan con una fuerza especial y<br />

nos obligan a insistir en ello. Éstas: «Con la santísima Virgen,<br />

Madre» (2CtaF 5); «Ruega por nosotros junto con el arcángel<br />

Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos los santos, an<br />

santísimo Hijo amado, Señor y maestro» (OfP Ant 2); «Y a la<br />

gloriosa Madre y beatísima siempre Virgen María... y a todos l<br />

santos... les suplicamos humildemente que... por estas cosas<br />

den gracias a ti, sumo Dios verdadero... con tu queridísimo Hi<br />

nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo Paráclito» (1 R 23<br />

Frases en las que la preposición «con» señala claramente la<br />

compañía, la unión, la comunión, al fin, de María con Jesucris<br />

con el Espíritu Santo y con todos los santos: lo que llamamos


comunión de los santos, que tiene una espléndida expresión e<br />

último texto citado.<br />

Texto en el que María aparece, junto con todos los santos que<br />

fueron, y serán, y son, arrastrada en la acción de gracias del<br />

queridísimo Hijo, Jesucristo, y del Espíritu Santo al Padre porq<br />

envuelta antes en el santo amor del Padre que ha querido nue<br />

salvación por el nacimiento de Jesucristo de su seno (1 R 23,3<br />

Así ve Francisco a la Virgen y también todas las cosas: envue<br />

en la luz del amor con que el Padre ama al Hijo (1 R 23,54), y<br />

acción de gracias con que el Hijo, junto con el Espíritu Santo,<br />

responde al Padre (1 R 23,5). Francisco es el hombre comuni<br />

hombre con los demás. Y así ha visto también a la Virgen: con<br />

Jesús, con el Espíritu Santo, con los santos y con los hombres<br />

desde su mediación. La Virgen solidaria, fraterna, en comunió<br />

por eso precisamente, la Virgen Iglesia, la Virgen acogedora d<br />

gloria de Dios, manifestada en la humillación del camino y vida<br />

Jesús, que la convierte en templo suyo.<br />

15. María y la capilla de Santa María de los Ángeles<br />

La capilla de Santa María de los Ángeles fue para Francisco c


para expresar su devoción a María, y medio también para<br />

profundizar en su piedad hacia ella. De lo primero dan fe sus<br />

biógrafos, y de lo segundo tenemos como testimonio comprob<br />

el Saludo a la Virgen compuesto precisamente en honor de nu<br />

Señora de los Ángeles, la de la ermita de la Porciúncula.<br />

Síntesis conclusiva<br />

Nos habíamos propuesto ofrecer en esta primera parte un<br />

inventario del tema mariano en los escritos de Francisco: texto<br />

que se refieren a la Virgen, títulos que se le dan, misterios<br />

principales de su vida que se contemplan, aspectos y detalles<br />

se subrayan. Recoger, al fin, todo lo que en los escritos hace<br />

referencia a la Señora. Resumiendo nuestro camino por las<br />

páginas de los escritos, cabe recoger en los siguientes puntos<br />

ideas principales:<br />

a) La imagen de la Virgen que en ellos se perfila: La Virgen co<br />

mujer de nuestro mundo y de nuestra historia; la Virgen como<br />

Madre en la doble dimensión de su maternidad, la biológica y<br />

divina; la Virgen en su vinculación singular con Jesucristo y en<br />

seguimiento de lo que resume y define la vida de su Hijo, la


pobreza; la Virgen en su relación con la Trinidad y en su relac<br />

con nosotros, desde la comunión de los santos.<br />

b) El desde dónde de su contemplación mariana: Desde la fe,<br />

como única forma de descubrir su relación singular con Jesuc<br />

como salvador y, desde Él y por Él, con el Padre, el Hijo y el<br />

Espíritu Santo en su comunicación salvadora a nosotros; y de<br />

descubrir también su comunión con nosotros que, como ella,<br />

aunque después de ella y gracias a su maternidad, hemos sid<br />

admitidos también, por el Espíritu del Señor, a ser hijos del Pa<br />

hermanos y madres de Jesús. Y desde la gratuidad del santo<br />

del Padre que le obligó a contemplarla como obra de la gracia<br />

como la que tampoco puede gloriarse sino en su Señor.<br />

c) La conexión del tema mariano con los temas mayores de su<br />

experiencia cristiana: La Trinidad, en su comunicación salvado<br />

hombre; Jesucristo, en su realidad humana e histórica, en su<br />

camino de pobreza y humillación; Jesucristo, en la dimensión<br />

divina de su filiación; y Jesucristo, en su triunfo que lo constitu<br />

Señor y Rey, y al que asocia a la Virgen, la Señora y santa Re<br />

la Iglesia, como la comunión de los que creen, se convierten y<br />

siguen a Cristo, de la que María forma parte, en la que alaba y


.<br />

gracias al Padre, y en la que intercede por nosotros.<br />

[Sebastián López, O.F.M., El tema mariano en los escrit<br />

Francisco de Asís, en Selecciones de Franciscanismo, vol. X<br />

47 (1987) 171-186.- En esta versión electrónica hemos supr<br />

las notas y muchas de las citas que lleva el or<br />

<strong>MARÍA</strong>, SIGNO <strong>DE</strong>L AMOR <strong>DE</strong>L PADRE<br />

1. Una estrella en el camino<br />

El camino de la fe es el camino de la vuelta al Padre. Es el ca<br />

que recorremos todos los creyentes, desde el momento en qu<br />

Padre nos regala el don de la vida y deja inscrita en nosotros,<br />

como su firma, el ansia de regresar a su seno para verle cara<br />

cara: «Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto<br />

mientras no descansa en ti» (San Agustín, Confesiones, 1,1).<br />

Ese camino, revelado en plenitud por Cristo, ha sido recorrido<br />

María, la primera discípula, que ya ha llegado a la casa del Pa<br />

nos muestra la posibilidad del seguimiento desde la debilidad<br />

condición humana.


Pero, al realizar este camino de forma ejemplar, María nos ha<br />

desvelado también en su misterio cotidiano un lado inédito y c<br />

inexplorado del mismo Dios, cuyas entrañas se describen en e<br />

Antiguo Testamento con las imágenes de una mujer que se<br />

conmueve, agita, gime y da a luz, quedando atada para siemp<br />

su criatura. María nos muestra permanentemente el rostro<br />

maternal del Padre amoroso y compasivo, cuya misericordia ll<br />

a sus fieles de generación en generación. Por saber ser hija, D<br />

le ha concedido ser testigo e icono de su paternidad.<br />

De ahí que los cristianos, al recorrer ese itinerario, largo y a ve<br />

incomprensible, de nuestra fe personal y también de la fe de<br />

nuestra comunidad eclesial, necesitemos volver nuestra mirad<br />

María, testigo de la misericordia de Aquel que está al final del<br />

camino. Ella nos hace comprender también nuestro destino de<br />

hijos y testigos.<br />

2. «Lanza gritos de gozo, hija de Sión» (Sof 3,14; Lc 1,46-55)<br />

María nace en el seno de una comunidad creyente, es hija de<br />

Israel. Su historia es la historia concreta de un pueblo que con<br />

la esclavitud, la tribulación por el desierto, su infidelidad, el<br />

destierro… Pero, sobre todo, de un pueblo que conoce la Alia


de Dios, su promesa de salvación universal y su fidelidad<br />

misericordiosa de generación en generación. Desde pequeña<br />

aprendido a conocer y esperar en Yahvé como su salvador. E<br />

heredera de una tradición que ha visto cómo el designio salvíf<br />

de Dios se revelaba en sus mujeres, Sara, Rebeca, Raquel,<br />

Miriam, Débora, Ana, Judit, Esther… como anuncio del<br />

cumplimiento de la promesa hecha a Eva.<br />

En María se encarna y condensa, sobre todo, la historia del R<br />

de Israel, de esos pobres de Yahvé que ya no tienen nada que<br />

perder y por ello lo esperan todo del Señor; que no tienen dón<br />

agarrarse y por ello están siempre abiertos a la acción de Dios<br />

sus vidas: «Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobr<br />

en el nombre de Yahvé se cobijará el resto de Israel. Lanza gr<br />

de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta<br />

todo corazón, hija de Jerusalén» (Sof 3,12-14).<br />

María representa el ansia de plenitud del cumplimiento de la<br />

promesa, ansia generada en ese pequeño rebaño que ha creí<br />

en Yahvé. Ella ha experimentado el amor de Dios, ese amor<br />

misericordioso que la hace siempre nueva, convirtiéndola en l<br />

joven virgen con quien el mismo Dios quiere desposarse. Por<br />

en María se va a suprimir el pasado adúltero de Israel y va a


comenzar una historia nueva, virgen; un pueblo nuevo, la Igles<br />

Dice una profecía de Oseas: «Yo te desposaré conmigo para<br />

siempre, te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en am<br />

en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conoce<br />

Yahvé» (Os 2,21-22). Este anuncio se cumple en María, quien<br />

proclama con gozo en el Magníficat (cf. Lc 1,46-55).<br />

María nos hace ver que nosotros, como creyentes, somos tam<br />

hijos de un pueblo, del pueblo de Dios; y además, de lo mejor<br />

ese pueblo: del amor de Dios creído y experimentado, de la<br />

confianza en él a través de todas las dificultades. Una larga<br />

cadena de creyentes, la mayoría anónimos y sencillos, nos ha<br />

transmitiendo la experiencia de Dios. De ahí que digamos con<br />

Pablo: «Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho comp<br />

la herencia del pueblo santo en la luz» (Col 1,12). Pero tambié<br />

como sucedió en María, se espera de nosotros que seamos<br />

capaces de asumir esa tradición, purificarla y transmitirla a otr<br />

Dios espera de nosotros que seamos capaces de hacer una Ig<br />

más esposa fiel del Señor, una Iglesia que reconozca el amor<br />

responda con amor.<br />

3. «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,26-38)


En el momento histórico de la Anunciación, la promesa se hac<br />

historia; la Palabra se hace carne. Ese momento histórico y<br />

concreto, que acontece en el corazón y en la carne de María,<br />

comienzo en el tiempo de la misión del Hijo y del Espíritu San<br />

Por eso María, en la encarnación, es la primera que conoce a<br />

Yahvé como misterio trinitario; y, durante un tiempo, sólo ella<br />

conocerá este misterio. Yahvé es el Padre de Aquel que ella h<br />

aceptado llevar en su seno. Y el poder del Altísimo que la fecu<br />

es el Espíritu Santo. La respuesta confiada y libre de María no<br />

abre al conocimiento de la intimidad de Dios: la comunión trini<br />

Y este conocimiento tan profundo de Dios implica el<br />

descubrimiento de la riqueza insondable de su amor, que no s<br />

se realiza en las relaciones intradivinas, sino que desea<br />

encontrarse también con cada ser humano. El encuentro con<br />

revela el misterio del amor de Dios: «Porque tanto amó Dios a<br />

mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en é<br />

perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).<br />

Ante la revelación suprema del amor, María responde también<br />

amor total. Porque ella no dice simplemente «sí», sino «hágas<br />

voluntad», como una aceptación de lo desconocido, como un<br />

de entrega incondicional a Aquél por quien es amada. María p


decir «hágase tu voluntad», no porque la conoce, sino porque<br />

mucho. Su respuesta es posible porque, ante la llamada del P<br />

no se mira a sí misma, ni mide sus fuerzas, sino que se fía de<br />

en este diálogo amoroso se va gestando una armonía de<br />

voluntades que permite que el abandono y la confianza en el O<br />

se encarne en lo cotidiano. Es la aceptación de un itinerario no<br />

marcado, donde la entrega mutua se renueva en cada instante<br />

se entremezcla con un discernimiento no exento de dudas y<br />

dificultades.<br />

En María comprendemos que todo nuestro itinerario es tambié<br />

una historia de amor. Una historia en la que la iniciativa ha sid<br />

otro, que se nos revela y nos invita a la confianza. En la medid<br />

que somos capaces de fiarnos de Él y nos abandonamos a su<br />

designios, Él nos va descubriendo cada día más el insondable<br />

misterio de su amor. Pero no somos nosotros los que hemos d<br />

marcar ni el modo ni el ritmo: hemos de aceptar «ser llevados<br />

además, por caminos no siempre previstos ni comprendidos. Y<br />

que el amor siempre exige morir a mí mismo.<br />

4. «Y a ti misma una espada te atravesará el alma» (Lc 2,33-3<br />

Durante la gestación, la Palabra que habita en el seno de Mar


cubriéndose de huesos, nervios, carne, piel. Pero la maternida<br />

María no acaba en el parto. La maternidad de María es un «sí<br />

constante, una continua donación, no sólo de vida física, sino<br />

algo más. Es la donación de un modo de ser humano. María e<br />

aquella que enseña a Jesús a ser humano: le enseña a sonre<br />

hablar, a responder, a rezar… le enseña la intimidad, la ternur<br />

le enseña a mirar y a vivir. Jesús aprende a querer. Es Dios q<br />

deja ser humano por y en un ser humano.<br />

Esta historia rutinaria propia de cualquier madre, en María va<br />

entrelazada con la experiencia de saberse elegida por Dios pa<br />

una misión que no siempre entiende. El «no temas» del anunc<br />

del ángel recorre toda esta historia desde Nazaret hasta la cru<br />

Porque a María le alcanzará también la espada de la prueba y<br />

duda. Así se lo profetiza Simeón: «Y a ti misma, una espada t<br />

atravesará el alma» (Lc 2,35). En efecto, la experiencia de su<br />

maternidad es una experiencia ambivalente en el tiempo. Por<br />

parte, durante el largo tiempo que dura la gestación y después<br />

vida oculta de Jesús, María descubre muchas veces cómo se<br />

ratifica la elección de Dios. Pero por otra parte, el tiempo pare<br />

jugar en contra: a medida que el acontecimiento de la anuncia<br />

se aleja, el tiempo se convierte en desierto, y como en la histo


de Abrahán o del Éxodo, la voluntad de Dios se desdibuja a p<br />

de la promesa. El período que transcurre desde la promesa ha<br />

el cumplimiento, es un tiempo de prueba y también, como Jes<br />

el desierto, el tiempo de la tentación.<br />

Entre los momentos de desconcierto por las maneras de cump<br />

la voluntad del Padre, se encuentran las tres ocasiones en qu<br />

Jesús, en presencia de María, cambia los parentescos. La prim<br />

es el episodio de Jesús adolescente en el Templo: «Mira, tu p<br />

y yo, angustiados, te andábamos buscando. Él les dijo: Y ¿po<br />

me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en la casa de m<br />

Padre?» (Lc 2,48-49). La segunda sucede en pleno ministerio<br />

público de Jesús: «Llegan su madre y sus hermanos, y<br />

quedándose fuera, le envían a llamar… Le dicen: "Oye, tu ma<br />

tus hermanos están fuera y te buscan". Él les responde: "¡Qui<br />

mi madre y mis hermanos?" Y mirando en torno a los que esta<br />

sentados a su alrededor, dice: "Estos son mi madre y mis<br />

hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi herm<br />

mi hermana y mi madre"» (Mc 3,31-35). Este aparente despeg<br />

Jesús, que imaginamos muy duro para su madre, nos descub<br />

una maternidad vivida en tensión: un hijo que es y no es al mi<br />

tiempo. Y este cuestionamiento de las certezas más profunda


los lazos de la carne por las exigencias de la voluntad del Pad<br />

avanza de modo progresivo hasta alcanzar su culmen en el<br />

Calvario. «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Y María acep<br />

cambio. A los pies de la cruz, María, unida perfectamente a C<br />

en su despojamiento, manifiesta el amor incondicional que no<br />

abandona nunca.<br />

Toda la obra de la redención tiene como finalidad el hacernos<br />

verdaderos hijos. María es la hija perfecta del Padre, que nos<br />

enseña a ser hijos por su identificación total de su Hijo en la c<br />

Allí se inaugura un orden nuevo, en el que los que aman y cum<br />

la voluntad de Dios son la madre y los hermanos de Jesús, y<br />

donde la madre de Jesús es la madre de los que la cumplen.<br />

Como su Hijo, María «aprendió sufriendo a obedecer» (Hb 5,8<br />

enseñándonos así que sólo la cruz hace verdaderos hijos.<br />

Y también en esto, por saber ser hija, se convertirá en madre:<br />

hija dolorosa se convertirá en madre de todos los que sufren.<br />

5. «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,1-12)<br />

Las bodas de Caná se sitúan en la primera semana del minist<br />

de Jesús, y prefiguran la última. En Caná, María cumple la mis<br />

de acercar el Salvador a los necesitados de salvación. Por un


parte, muestra a Jesús la necesidad del mundo: «No tienen vi<br />

es decir, son incapaces de amar porque les falta el Espíritu. P<br />

por otra, dirige la mirada de los hombres hacia el dador de la v<br />

autor de la salvación: «Haced lo que él os diga». De este mod<br />

propicia el encuentro salvador convirtiéndose en intercesora, e<br />

«Madre de misericordia».<br />

Pero sólo al pie de la cruz descubrirá el costo de esta sublime<br />

misión: la restauración de la amistad entre Dios y los hombres<br />

va a suponer a María, como a Jesús, ser víctima. Para ser ma<br />

de amor es preciso convertirse en ofrenda de amor.<br />

El proceso que vemos en María, su paso de hija a madre, de<br />

receptora del amor de Dios a transmisora del mismo amor, se<br />

cumple también en cada uno de los creyentes. Todos somos<br />

llamados a ser hijos de Dios e instrumentos de su paternidad.<br />

Pero, como en María, la participación en la paternidad de Dios<br />

exige «darlo todo», hasta el extremo; nadie puede dar vida sin<br />

«su» vida. Es la ley que hemos descubierto en Jesús: si no qu<br />

sufrir, no ames, pero, si no amas… ¿para qué quieres vivir?<br />

6. Reunidos con María (Hch 1,12-14)<br />

«Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espír


compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y<br />

sus hermanos» (Hch 1,14). Después de haber visto al Resucit<br />

los discípulos esperan en oración la llegada del Espíritu. Y no<br />

saben hacerlo sin la presencia de María, recuerdo vivo, image<br />

perfecta de Jesús.<br />

En Caná, en el Calvario, en Pentecostés, María aparece<br />

acompañando a los discípulos. Y, de escena en escena, su fu<br />

se va desvelando y enriqueciendo. En Caná comenzó como m<br />

humana de Jesús y acabó siendo intermediaria de la salvación<br />

el Calvario, al identificarse con la suprema entrega de Jesús, s<br />

convirtió en madre de los discípulos, engendradora de creyen<br />

En Pentecostés, cuando el Espíritu que ella poseía desde el<br />

principio se difunde sobre los apóstoles, se transforma en<br />

portadora del Espíritu para los demás, en «Madre de la Iglesia<br />

Toda esta trayectoria personal de María nos descubre la funci<br />

de la Iglesia, a la que ella encarna y representa: ser mediador<br />

madre de creyentes, transmisora de la vida del Espíritu. Pero<br />

desde el servicio y la entrega, desde la asociación a la muerte<br />

Jesús. La Iglesia, como María, está llamada a ser fuente de am<br />

canal por el que llega el amor del Padre. Y, para ello, necesita


también testigo y ejemplo de amor.<br />

María, la excelsa hija de Sión, ayuda a todos los hijos, donde<br />

como quiera que vivan, a encontrar en Cristo el camino hacia<br />

casa del Padre; ella es «Hodoghitria», «indicadora del camino<br />

como expresa bellamente la iconografía de Oriente y Occiden<br />

Pero es también algo más: icono de la meta, signo y<br />

representación viva del amor del Padre que nos espera.


Oh Virgen santísima,<br />

Oración (Juan Pablo II)<br />

madre de Cristo y madre de la Iglesia,<br />

con alegría y admiración<br />

nos unimos a tu Magníficat,


a tu canto de amor agradecido.<br />

Tú que has sido,<br />

con humildad y magnanimidad,<br />

«la esclava del Señor»,<br />

danos tu misma disponibilidad<br />

para el servicio de Dios<br />

y para la salvación del mundo.<br />

En tu corazón de madre<br />

están siempre presentes los muchos peligros<br />

y los muchos males<br />

que aplastan a los hombres y mujeres<br />

de nuestro tiempo.<br />

Pero también están presentes<br />

tantas iniciativas de bien,<br />

las grandes aspiraciones a los valores,<br />

los progresos realizados<br />

en el producir frutos abundantes de salvación.<br />

Virgen valiente,<br />

inspira en nosotros fortaleza de ánimo<br />

y confianza en Dios,


para que sepamos superar<br />

todos los obstáculos que encontremos<br />

en el cumplimiento de nuestra misión.<br />

Virgen madre,<br />

guíanos y sosténnos para que vivamos siempre<br />

como auténticos hijos e hijas<br />

de la Iglesia de tu Hijo<br />

y podamos contribuir a establecer sobre la tierra<br />

la civilización de la verdad y del amor,<br />

según el deseo de Dios<br />

y para su gloria. Amén.<br />

* * * * *<br />

Sugerencias para la oración personal<br />

¿Orar a la Virgen? ¿Por qué no? Los cristianos del siglo II ya<br />

dirigían a María, con esta hermosa plegaria, la más antigua qu<br />

conocemos:<br />

«Bajo tu protección nos acogemos,<br />

santa Madre de Dios;<br />

no deseches las súplicas


que te dirigimos en nuestras necesidades;<br />

antes bien, líbranos de todo peligro,<br />

oh Virgen gloriosa y bendita».<br />

María, es nuestra madre; María está junto a su Hijo y junto al<br />

Padre; ¿cómo no les va a pedir por nosotros? Y cuando las<br />

mujeres se empeñan… Ya lo vimos en las Bodas de Caná.<br />

¿Y a los santos? En una de las visiones del cielo que aparece<br />

el libro del Apocalipsis se dice: «Los veinticuatro ancianos se<br />

postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y co<br />

de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santo<br />

(Ap 5,8). Los que ya disfrutan de la gloria de Dios participan<br />

plenamente de su amor hacia todos los hombres y, por ello,<br />

interceden constantemente por ellos. A nosotros nos es dado<br />

invocarles para que suplan la pobreza de nuestra oración. De<br />

modo, se hace efectivo ese intercambio maravilloso de mérito<br />

la Iglesia llama «comunión de los santos<br />

LA <strong>MADRE</strong> <strong>DE</strong> JESÚS


María no es una<br />

especie de<br />

añadidura piadosa<br />

y sentimental al<br />

evangelio. Su<br />

persona forma<br />

parte esencial de<br />

la vida de Jesús y<br />

de su misión. En<br />

ella Dios ha<br />

realizado cosas<br />

que nos afectan a<br />

todos. Y, además,<br />

a través de ella<br />

Dios nos quiere decir cosas que importan mucho a<br />

nuestra vida. En una palabra, María es también,<br />

junto a Jesús, evangelio de Dios para nuestra<br />

salvación, «Buena Noticia» para la humanidad.<br />

Ante todo, porque es la madre de Jesús y, como tal,<br />

el lugar donde se realizó el misterio de la<br />

encarnación. Su función maternal nos permite


descubrir la verdad del Verbo de Dios que asume la<br />

naturaleza humana, sin destruirla, en la unidad de la<br />

persona divina. Y por esta relación tan íntima con el<br />

misterio de Cristo, María ocupa también un lugar<br />

privilegiado y único en la vida de la Iglesia y de cada<br />

uno de los creyentes. Ella es la primera y la más<br />

perfecta discípula de Cristo, modelo de fe y espejo<br />

en que se mira todo el pueblo de Dios. Ella, por<br />

voluntad expresa de Cristo, es también la madre de<br />

todos los discípulos, a los que acompaña en su<br />

peregrinación por este mundo hasta la identificación<br />

plena con Cristo.<br />

1. Elegida desde toda la eternidad<br />

«Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su<br />

Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para<br />

rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que<br />

recibieran la filiación adoptiva (Gál 4,4-5). Con estas<br />

palabras, que constituyen el texto mariano más<br />

antiguo del Nuevo Testamento, San Pablo explica el<br />

cumplimiento del plan divino de salvación; un plan<br />

concebido desde toda la eternidad, que abarca a


todos los hombres y en el que María ocupa un lugar<br />

privilegiado. En efecto, si es verdad que Dios «nos<br />

eligió en la persona de Cristo, antes de crear el<br />

mundo, para que fuésemos santos e irreprochables<br />

ante él por el amor» (Ef 1,4), estas palabras se<br />

aplican de manera especial a la mujer destinada a<br />

ser madre del Autor de la salvación. Desde toda la<br />

eternidad Dios escogió a una hija de Israel para ser<br />

la madre de su Hijo.<br />

2. Hija de Sión<br />

«Al sexto mes, envió Dios al ángel Gabriel a una<br />

ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una joven<br />

prometida a un hombre llamado José, de la estirpe<br />

de David; el nombre de la joven era María» (Lc 1,26-<br />

27). En esta joven judía de Nazaret se cumplen<br />

todas las promesas de esa etapa preparatoria,<br />

prevista en el plan divino de salvación, que es el<br />

Antiguo Testamento. Así lo reconoce la propia<br />

Virgen cuando, al dar gracias a Dios por las<br />

maravillas que ha obrado en ella, afirma que, de este<br />

modo, Dios «auxilia a Israel, su siervo, acordándose


de su misericordia, como lo había prometido a<br />

nuestros padres, en favor de Abraham y su<br />

descendencia para siempre» (Lc 1,54-55). No es<br />

extraño, pues, que la misión de María la veamos<br />

anunciada y preparada a lo largo de toda la Antigua<br />

Alianza. Ya en los albores de la humanidad es<br />

insinuada proféticamente en la promesa dada a<br />

nuestros primeros padres caídos en el pecado (cf.<br />

Gén 3,15). Será también prefigurada en todas<br />

aquellas historias de mujeres en las que Dios<br />

muestra la fidelidad a su promesa escogiendo lo que<br />

se consideraba impotente y débil: Sara, Ana,<br />

Débora, Rut, Judit, Ester… En ella se reflejará la fe<br />

contra toda esperanza de Abraham y la fidelidad de<br />

David, sus antepasados. Ella será la verdadera<br />

«virgen que concebirá y dará a luz un hijo, cuyo<br />

nombre será Emmanuel» (Is 7,14). Y ella encarnará<br />

la humildad y la confianza de los «pobres de<br />

Yahvé», que todo lo esperaban de Dios. Por todo<br />

ello, María es la excelsa «hija de Sión» en la que,<br />

después de la larga espera de la promesa, se<br />

cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de


salvación. En María culmina el Antiguo Testamento y<br />

comienza el Nuevo.<br />

3. Llena de gracia<br />

«Y entrando el ángel a donde ella estaba, le dijo:<br />

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc<br />

1,28). Para ser la Madre del Salvador, María fue<br />

dotada por Dios con dones a la medida de una<br />

misión tan importante. El Padre la ha bendecido<br />

«con toda clase de bendiciones espirituales, en los<br />

cielos, en Cristo» (Ef 1,3), más que a ninguna<br />

persona creada. Cuando el ángel Gabriel la llama<br />

«llena de gracia», como si este fuera su verdadero<br />

nombre, está manifestándole una predilección<br />

especial de Dios, que ha elevado su ser por la<br />

participación plena en la vida divina, convirtiéndola<br />

en «mujer nueva». Y como esta plenitud de vida<br />

divina es incompatible con el pecado, María fue<br />

preservada de la herencia del pecado original en el<br />

primer instante de su concepción, por singular gracia<br />

y privilegio de Dios omnipotente.


Esta santidad singular que recibió desde el principio<br />

de su ser, le vino toda ella de Cristo. Ella fue<br />

redimida de la manera más sublime en atención a<br />

los méritos futuros de su Hijo. De modo que María<br />

recibió la vida sobrenatural de Aquel al que ella<br />

misma iba a dar la vida natural.<br />

4. Madre de Dios<br />

«El ángel le dijo: No temas, María, pues Dios te ha<br />

concedido su favor. Concebirás y darás a luz un hijo,<br />

al que pondrás por nombre Jesús. Él será grande,<br />

será llamado Hijo del Altísimo» (Lc 1,30-32). El que<br />

María concibe como hombre y se hace<br />

verdaderamente su hijo según la carne, no es otro<br />

que el Hijo eterno del Padre, la segunda Persona de<br />

la Santísima Trinidad. Con ello Dios realiza la<br />

plenitud de su donación, ya que se da a sí mismo<br />

haciéndose uno de nosotros. El Verbo, que desde<br />

siempre estaba en Dios y era Dios, se hizo carne y<br />

habitó entre nosotros (cf. Jn 1,1-14). Y esto sucedió<br />

en las entrañas de María, que vivió el privilegio<br />

misterioso y tremendo de «engendrar a quien la


creó», como canta la Iglesia. Por eso, ya Isabel la<br />

saludó como «la Madre de mi Señor» (Lc 1,43), y la<br />

Iglesia confiesa que es verdaderamente «Madre de<br />

Dios».<br />

La maternidad divina de María es el origen y la<br />

explicación de todos sus privilegios, y el fundamento<br />

de su misión única en la historia de la salvación.<br />

Para ser Madre de Dios, el Eterno la predestinó, la<br />

eligió y le concedió la plenitud de gracia. Por ser<br />

Madre de Dios, María es instrumento y cauce de la<br />

entrega de Dios a la humanidad, portadora de la<br />

salvación, Madre de los hombres, y especialmente<br />

de los creyentes.<br />

5. Siempre Virgen<br />

«María dijo al ángel: ¿Cómo será esto, si yo no<br />

conozco varón? El ángel le contestó: El Espíritu<br />

Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te<br />

cubrirá con su sombra; por eso el que va a nacer<br />

será santo y se llamará Hijo de Dios» (Lc 1,34-35).<br />

Jesús fue concebido sin intervención de varón, por


obra del Espíritu Santo, como explicó también un<br />

ángel a José, con quien María estaba prometida:<br />

«Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo» (Mt<br />

1,20). Las palabras del ángel sugieren la explicación<br />

de esta obra divina que sobrepasa toda comprensión<br />

y toda posibilidad humana: la concepción virginal de<br />

Jesús es el signo de que es verdaderamente el Hijo<br />

de Dios el que ha venido en una humanidad como la<br />

nuestra, y, además, por iniciativa absoluta de Dios.<br />

Por eso Jesús no tiene más Padre que a Dios: es<br />

Hijo de Dios en sus dos naturalezas, la divina y la<br />

humana. Con ello se anuncia también el nuevo<br />

nacimiento de los hijos de Dios por adopción, que<br />

somos nosotros. Nuestra participación en la vida<br />

divina tampoco nace «de la sangre, ni de deseo<br />

carnal, ni de deseo de hombre, sino de Dios» (Jn<br />

1,13).<br />

La profundización de la fe en la maternidad virginal<br />

ha llevado también a la Iglesia a confesar la<br />

virginidad real y perpetua de María: «Virgen antes<br />

del parto, en el parto y después del parto.» Esta


virginidad perpetua es un signo de la fe de María, es<br />

decir, de su entrega total y exclusiva a Dios.<br />

6. Modelo de fe<br />

«Dichosa la que ha creído que se cumplirían las<br />

cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc<br />

1,45). La plenitud de gracia, anunciada por el ángel,<br />

significa el don de Dios; la fe de María, proclamada<br />

en estas palabras de Isabel en la visitación, indica<br />

cómo ha respondido a este don la Virgen de<br />

Nazaret. Ya en el momento de la anunciación María<br />

responde a la palabra divina proclamada por el ángel<br />

con la entrega de todo su ser: «Aquí está la esclava<br />

del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc<br />

1,38). Por medio de la fe, María se confió a Dios sin<br />

reservas y se consagró totalmente a sí misma, como<br />

esclava del Señor, a la persona y a la obra de su<br />

Hijo. Esto fue como su bautismo.<br />

Pero ese momento culminante de la anunciación no<br />

fue más que el inicio de todo un camino de fe, en el<br />

que María tuvo que ir reconociendo progresivamente


con humildad «cuán insondables son los designios<br />

de Dios e inescrutables sus caminos» (Rom 11,13).<br />

Así, en el anuncio de Simeón (cf. Lc 2,34-35), en la<br />

persecución de Herodes (cf. Mt 2,13), en el exilio (cf.<br />

Mt 2,15) y en la pérdida del niño (cf. Lc 2,41-52),<br />

María aprende, meditando los acontecimientos en lo<br />

hondo de su corazón, que tendrá que vivir su<br />

obediencia de fe en el sufrimiento, al lado del<br />

Salvador que sufre, y que su misión será oscura y<br />

dolorosa. Y este abandono total en el Dios<br />

imprevisible culminará para ella al pie de la cruz,<br />

cuando tenga que acoger con fe el desconcertante<br />

misterio del total rebajamiento de Dios en la muerte<br />

de su Hijo. Aquí vivió de forma plena la verdad de su<br />

bautismo: la participación en la muerte de Cristo.<br />

Esta fe de María, que la convirtió en Madre del Hijo,<br />

hizo también de ella la primera discípula de Jesús y<br />

el modelo viviente para la Iglesia y para todo<br />

cristiano. Como ella y con ella, todos los demás<br />

discípulos, incorporados por el bautismo al destino<br />

de Cristo, escuchamos con fe la palabra de Dios, la


acogemos, la proclamamos y la testimoniamos, e<br />

interpretamos a su luz los acontecimientos de la<br />

vida, entregándonos con total confianza en manos<br />

de Aquel que, por caminos oscuros y muchas veces<br />

dolorosos, nos construye y conduce.<br />

7. Madre de todos los hombres<br />

«Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo a<br />

quien tanto quería, dijo a la madre: Mujer, ahí tienes<br />

a tu hijo. Después dijo al discípulo: Ahí tienes a tu<br />

madre. Y desde aquel momento, el discípulo la<br />

recibió como suya» (Jn 19,26-27). Esta escena<br />

emocionante nos descubre otra gran verdad sobre<br />

María: de su maternidad divina ha surgido su<br />

maternidad respecto a todos los hombres en el<br />

orden de la gracia. Ella, en efecto, colaboró de<br />

manera totalmente singular en la obra del Salvador<br />

por su fe, esperanza y ardiente amor, para<br />

restablecer la vida sobrenatural de los hombres; y<br />

esta maternidad perdura hasta la plena realización<br />

de todos los escogidos, como nos enseña la misma<br />

palabra de Dios.


Ya en el primer episodio de la actividad pública de<br />

Jesús, las bodas de Caná, la vemos incorporada a la<br />

misión salvífica de Jesús abogando en favor de las<br />

necesidades y privaciones de los hombres, «No<br />

tienen vino» (Jn 2,3), e indicando las exigencias que<br />

deben cumplirse para que pueda manifestarse el<br />

poder de Jesús, «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).<br />

Pero es al pie de la cruz, en el momento culminante<br />

de la salvación, donde María es entregada por Jesús<br />

como madre a todos y a cada uno de sus discípulos,<br />

y, en ellos, a todos los hombres, destinatarios de la<br />

entrega sacrificial de Jesús. Esta nueva maternidad<br />

de María es fruto del nuevo amor que maduró en ella<br />

junto a la cruz por medio de su participación en el<br />

amor redentor de su Hijo. Porque la misión maternal<br />

de María hacia los hombres no oscurece ni<br />

disminuye la única mediación de Cristo, sino que<br />

muestra su eficacia, como proclamó el Concilio<br />

Vaticano II: «Todo el influjo de la Santísima Virgen<br />

en la salvación de los hombres brota de la<br />

sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya<br />

en su mediación, depende totalmente de ella y de


ella saca toda su eficacia» (Lumen gentium, 60). En<br />

otras palabras, es Cristo quien nos ama y nos salva<br />

a través de la solicitud maternal de María.<br />

8. Aclamada por todas las generaciones<br />

«Todas las generaciones me llamarán<br />

bienaventurada» (Lc 1,48). Esta predicción de la<br />

misma Virgen en el «Magníficat» se cumple<br />

efectivamente en el amor y la veneración con que el<br />

pueblo cristiano de todos los tiempos y latitudes ha<br />

honrado a María.<br />

La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es<br />

un elemento intrínseco del culto cristiano.<br />

Ciertamente, este culto se dirige fundamentalmente<br />

al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, reflejando<br />

así el mismo plan salvador de Dios. Pero, como<br />

María ocupa un puesto singular dentro de este plan<br />

salvador, el culto cristiano dedica también una<br />

atención singular a la Virgen María. Manifestación de<br />

este culto mariano son las numerosas fiestas<br />

litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios, las


ellísimas oraciones con que la tradición se ha<br />

dirigido constantemente a ella, y las múltiples<br />

devociones con que el pueblo cristiano honra la<br />

presencia y protección de la que considera su<br />

Abogada.<br />

La devoción a María es, ante todo, derivación del<br />

culto al único Mediador, Cristo, y, a su vez, es<br />

instrumento eficaz para incrementarlo. Este es el<br />

sentido de esa doble fórmula acuñada por una<br />

espiritualidad ya secular: «A Jesús por María y a<br />

María por Jesús»; expresión sencilla y admirable de<br />

la unidad inseparable de Madre e Hijo. Sólo desde<br />

María entendemos el misterio de Jesús, y sólo<br />

desde Jesús entendemos la importancia de María.<br />

Por otra parte, el culto y devoción a María nos hace<br />

recordar constantemente la misión del Espíritu<br />

Santo, autor de la encarnación, de su santificación y<br />

de la nuestra. Francisco de Asís tuvo el atrevimiento<br />

sublime de llamar a María «Esposa del Espíritu<br />

Santo».


Y, por último, el amor a María contribuye a fortalecer<br />

en nosotros el amor a la Iglesia, ya que nos hace<br />

sentir más profundamente los lazos que nos unen a<br />

todos los creyentes y percibir la misión de la Iglesia<br />

en el mundo como continuación de la solicitud<br />

maternal de María. El Concilio Vaticano II la<br />

proclamó como «miembro muy eminente y del todo<br />

singular de la Iglesia», como «prototipo y modelo de<br />

la Iglesia» y como «Madre de la Iglesia». Es decir, lo<br />

que fue María en el hogar de Nazaret, lo sigue<br />

siendo en esta nueva familia universal que reúne a<br />

todos los hermanos de Jesús.<br />

Historia del dogma de la Inmaculada Concepción<br />

por Pascual Rambla, o.f.m.


.<br />

1.- ¿Evolucionan los dogmas de la Iglesia? Tal podría ser la<br />

pregunta que se formulase el lector. Sí y no. No evolucionan<br />

su contenido, es decir, lo que hoy es verdadero, mañana o<br />

dentro de un siglo no vendrá a ser falso; pero sin evolucionar<br />

lo que afirman o niegan, pueden evolucionar y evolucionan en<br />

conciencia que de ellos va adquiriendo la misma Iglesia. Par<br />

poner una comparación, cada dogma (que vale lo mismo qu<br />

una verdad revelada por Dios) es una semillita que el mism<br />

Cristo ha sembrado en el campo fecundo de su Iglesia; semi<br />

que germina, crece y se desarrolla cuando las circunstancias<br />

favorecen. Sino que, en nuestro caso, el tempero lo da el mis<br />

Espíritu Santo, aquel espíritu de verdad del que decía Cristo<br />

los Apóstoles: «Cuando yo me vaya, Él os guiará y os enseña<br />

toda verdad, recordándoos cuanto os dije». No todo lo que Je<br />

hizo o dijo quedó escrito, ni tampoco cuanto enseñaron los<br />

Apóstoles que de Él recibieron el depósito de la fe. Pero nada<br />

perdió. Parte de sus enseñanzas, las no escritas, quedaron<br />

como en el subconsciente de la Iglesia, y aflora cuando suena<br />

hora de la Providencia, en forma tan clara y patente, que muc<br />

veces no puede ser ahogada ni por la autoridad de los Doctor


como en el caso de nuestro dogma.<br />

2.- Porque el dogma de la Inmaculada Concepción de María<br />

de los clásicos para demostrar la fuerza inmanente que llev<br />

toda doctrina divina depositada en la parcela de Dios, que es<br />

reunión de los fieles con sus Pastores y el Sumo Pontífice<br />

romano, que los preside.<br />

3.- Lo vamos a constatar en la Historia del dogma. No siend<br />

éste de los que la Sagrada Escritura consigna con claridad<br />

absoluta, fue necesario, para llegar a la definición del mismo<br />

escudriñar lo que enseñó la tradición y acudir al común sentir<br />

la Iglesia.<br />

I.- La Inmaculada Concepción en los primeros siglos<br />

En los primeros siglos del cristianismo, los Santos Padres no<br />

propusieron el problema de la Concepción Inmaculada de Ma<br />

Recuérdese lo que hemos dicho en el capítulo primero de<br />

nuestro Tratado, al propósito. Pero la doctrina sobre el privile<br />

de María está contenida, como el árbol en la semilla, en las<br />

enseñanzas de los mismos Padres al contraponer la figura d<br />

María a la de Eva en relación con la caída y la reparación de<br />

género humano; al exaltar, con palabras sumamente


encomiásticas, la pureza admirable de la Virgen; y al tratar so<br />

la realidad de su maternidad divina. Tres principios de la cien<br />

sobre María que dejaron firmísimamente sentados los primer<br />

Doctores de la Iglesia.<br />

1.º El principio de recapitulación<br />

1.- Con estas palabras: principio de recapitulación, recirculaci<br />

o reversión, es conocida la doctrina patrística sobre el plan div<br />

de la salvación del género humano.<br />

2.- A los antiguos Padres llamó poderosísimamente la atenció<br />

no menos que a nosotros, el bello vaticinio sobre la Redenció<br />

humana contenido en el Protoevangelio. Y habiendo escrito S<br />

Pablo que Cristo es el nuevo Adán, completaron sin esfuerzo<br />

paralelismo, contraponiendo María a Eva. Apenas podrá halla<br />

un Santo Padre que no eche mano de este recurso al hablar<br />

la Redención. Y es tan constante la doctrina, tan universal e<br />

principio, que no es posible no admitir que arranque de la mis<br />

tradición apostólica.<br />

3.- Citemos, por todos, a San Ireneo: «Así como aquella Eva<br />

teniendo a Adán por varón, pero permaneciendo aún virgen<br />

desobediente, fue la causa de la muerte, así también María


teniendo ya un varón predestinado, y, sin embargo, virgen<br />

obediente, fue causa de salvación para sí y para todo el géne<br />

humano... De este modo, el nudo de la desobediencia de Ev<br />

quedó suelto por la obediencia de María. Lo que ató por su<br />

incredulidad la virgen Eva, lo desató la fe de María Virgen». E<br />

decir, que como un nudo no se desata sino pasando los cabo<br />

por el mismo lugar, pero a la inversa, así la redención se obró<br />

modo idéntico, pero a la inversa de la caída.<br />

4.- Este paralelismo, que contiene dos aspectos, semejanza<br />

contraposición, está repetido, según acabamos de decir, com<br />

un principio básico al tratar de María. Y como es fácil<br />

comprender, no alcanza toda su fuerza sino poniendo los<br />

extremos de la contraposición en igualdad de circunstancias<br />

Eva, virgen e inocente, es causa de la ruina del género huma<br />

María, Virgen e inocente también, causa de su salvación; Ev<br />

adornada desde el momento de su existencia de la gracia,<br />

reclama, en la comparación, a María, también con la gracia<br />

desde el primer momento de su ser.<br />

La legitimidad del principio de recapitulación ha sido declarad<br />

por el Papa Pío IX en su Bula dogmática sobre la Inmaculad


2.º Exaltación de la pureza de María<br />

1.- Un coro unánime de voces proclama a María purísima, s<br />

mancha, la más sublime de las criaturas, etc. En esta univers<br />

aclamación de la pureza de María ha de haber, necesariamen<br />

un principio general que la impulse. Los Santos Padres de l<br />

antigüedad no estaban mucho más informados que nosotro<br />

sobre la vida de la Virgen. ¿Qué les mueve, pues, a afirmar c<br />

tanto énfasis, con tanta seguridad, que María no admite<br />

comparación en su grandeza y elevación moral con criatura<br />

alguna? Su divina Maternidad. Evidentemente, sus alabanza<br />

arrancan del principio que más tarde formuló San Anselmo: «<br />

Madre de Dios debía brillar con pureza tal, cual no es posibl<br />

imaginar mayor fuera de la de Dios». Ahora bien, para admitir<br />

Concepción Inmaculada, caso de proponerse la pregunta, n<br />

necesitaban cambiar de rumbo. Bastaba sacar las<br />

consecuencias del principio sentado y admitido.<br />

2.- Leamos algo de estas loas dedicadas a la Virgen.<br />

San Hipólito, mártir, dice: «Ciertamente que el arca de mader<br />

incorruptibles era el mismo Salvador. Y por esta arca, exenta<br />

podredumbre y corrupción, se significa su tabernáculo, que n


engendró corrupción de pecado. Pues el Señor estaba exento<br />

pecado y estaba, en cuanto hombre, revestido de maderas<br />

incorruptibles, es decir, de la Virgen y del Espíritu Santo, po<br />

dentro y por fuera, como de oro purísimo del Verbo de Dios».<br />

en otra parte llama a María, «toda santa, siempre Virgen, san<br />

inmaculada Virgen».<br />

En las actas del martirio de San Andrés, apóstol, se leen esta<br />

palabras que el Santo dirigió al Procónsul: «Y puesto que d<br />

tierra fue formado el primer hombre, quien por la prevaricació<br />

del árbol viejo trajo al mundo la muerte, fue necesario que, d<br />

una virgen Inmaculada, naciera hombre perfecto el Hijo de Di<br />

para que restituyera la vida eterna que por Adán perdieron lo<br />

hombres». Aunque estas actas, como algunos opinan, no se<br />

genuinas, es decir, contemporáneas de San Andrés, tienen u<br />

venerable antigüedad y nos atestiguan lo que entonces se<br />

pensaba de la Santísima Virgen.<br />

San Efrén de Siria, apellidado Arpa del Espíritu Santo, canta<br />

este modo a la Virgen: «Ciertamente tú (Cristo) y tu Madre so<br />

los únicos que habéis sido completamente hermosos; pues en<br />

Señor, no hay defecto, ni en tu Madre mancha alguna». Y e<br />

otras partes llama a María, Inmaculada, incorrupta, santa,


alejada de toda corrupción y mancha, mucho más<br />

resplandeciente que el sol, etc.<br />

San Ambrosio pone en labios del pecador: «Ven, pues, Seño<br />

Jesús, y busca a tu cansada oveja, búscala, no por los siervos<br />

por los mercenarios, sino por ti mismo. Recíbeme, no en aque<br />

carne que cayó en Adán. No de Sara, sino de María, virgen<br />

incorrupta, íntegra y limpia de toda mancha de pecado».<br />

Y San Jerónimo: «Proponte por modelo a la gloriosa Virgen<br />

cuya pureza fue tal, que mereció ser Madre del Señor».<br />

La lista podría alargarse muchísimo más. La conclusión es l<br />

siguiente: los Santos Padres no se proponen la pregunta sob<br />

la Inmaculada Concepción, pero son tales las alabanzas qu<br />

dirigen a la pureza de María, que, caso de plantearse la<br />

cuestión, hubieran llegado a la verdad por el mismo camino q<br />

seguían. Y desde luego, lo que les impulsa a la alabanza ta<br />

unánime y fervorosa de la pureza de María es la existencia d<br />

una tradición que puede calificarse de apostólica, derivada de<br />

enseñanzas de los Apóstoles.<br />

II.- La Inmaculada Concepción hasta la Edad Media


A partir del siglo IV, la Iglesia occidental no corre parejas con<br />

oriental en profesar la Concepción Inmaculada de María. La<br />

herejía nestoriana que atacó directamente, única en la historia<br />

prerrogativa máxima de la Virgen, su divina maternidad, y qu<br />

iba extendiéndose en el siglo V, ofreció más frecuente ocasió<br />

aun necesidad de exaltar la soberana figura de la<br />

Bienaventurada Madre de Dios; al paso que en Occidente, e<br />

esta misma época, el hereje Pelagio desfiguraba el concepto<br />

pecado original y sus funestas consecuencias en los hombre<br />

por lo que los Padres se ven constreñidos a tratar antes de l<br />

universalidad del pecado que de la gloriosa excepción que<br />

representa la Virgen.<br />

Leamos algunos testimonios de una y otra Iglesia.<br />

1.º La Iglesia oriental<br />

1.- En la Iglesia oriental encontramos el esforzado defensor de<br />

maternidad divina de María, San Cirilo, que escribe: «¿Cuán<br />

se ha oído jamás que un arquitecto se edifique una casa y l<br />

deje ocupar por su enemigo?». No se puede expresar más<br />

claramente la idea de la Concepción Inmaculada.<br />

Y Teodoto de Ancira: «Virgen inocente, sin mancha, santa d


alma y cuerpo, nacida como lirio entre espinas». Y en otra pa<br />

«María aventaja en pureza a los serafines y querubines».<br />

Proclo, secretario de San Juan Crisóstomo, en el mismo siglo<br />

dice de María que está formada «de barro limpio», es decir, d<br />

naturaleza humana, pero incontaminada.<br />

2.- En el siglo VI, leemos en un himno compuesto por San Jai<br />

Nisibeno: «Si el Hijo de Dios hubiera encontrado en María un<br />

mancha, un defecto cualquiera, sin duda se escogiera una<br />

madre exenta de toda inmundicia». Y a la santidad de María<br />

califica de «Justicia jamás rota».<br />

San Teófanes alaba así a María: «Oh, incontaminada de tod<br />

mancha». Y en otra parte: «El purísimo Hijo de Dios, como t<br />

hallase a Ti sola purísima de toda mancha, o totalmente inmu<br />

de pecado, engendrado de tus entrañas, limpia de pecados a<br />

creyentes».<br />

San Andrés de Creta: «No temas, encontraste gracia ante Dio<br />

la gracia que perdió Eva... Encontraste la gracia que ningún o<br />

encontró como Tú jamás».<br />

Y en la carta a Sergio, aprobada por el Concilio Ecuménico V


Sofronio dice de María: «Santa, inmaculada de alma y cuerp<br />

libre totalmente de todo contagio».<br />

En adelante, la palabra Inmaculada, Purísima, ya no se refie<br />

directamente a la sola virginidad de María. A medida que va<br />

adelantando los siglos se va perfilando con mayor precisión<br />

idea de la Concepción Inmaculada.<br />

Y así en el siglo VIII podemos leer estas palabras tan claras<br />

San Juan Damasceno: «En este paraíso (María) no tuvo entra<br />

la serpiente, por cuyas ansias de falsa divinidad hemos sido<br />

asemejados a las bestias».<br />

En los siglos IX y X se contornea aún con mayor claridad la<br />

Concepción sin mancha de María. San José el Himnógrafo<br />

«Inmune de toda mancha y caída, la única Inmaculada, sin<br />

mancha, sola sin mancha», dice de la Virgen.<br />

Y San Juan el Geómetra en un hermoso verso: «Alégrate, T<br />

que diste a Cristo el cuerno mortal; alégrate, Tú, que fuiste lib<br />

de la caída del primer hombre».<br />

No es necesario proseguir porque en adelante la palabra<br />

Inmaculada, entre los orientales, ya tiene un significado precis


concreto: la exención de María del pecado original. Además<br />

desde el siglo VII la Iglesia oriental celebraba la fiesta de la<br />

Inmaculada Concepción, aunque no fuera universalmente. So<br />

el significado de la fiesta oigamos a San Juan de Eubea: «Si<br />

celebra la dedicación de un nuevo templo, ¿cómo no se<br />

celebrará con mayor razón esta fiesta tratándose de la<br />

edificación del templo de Dios, no con fundamentos de piedra<br />

por mano de hombre? Se celebra la concepción en el seno d<br />

Ana, pero el mismo Hijo de Dios la edificó con el beneplácito<br />

Dios Padre, y con la cooperación del santísimo y vivificante<br />

Espíritu». Como se observará, en estas palabras se menciona<br />

creación de María y, asimismo, su santificación, como insinúa<br />

alusión al Espíritu Santo a quien se apropia.<br />

2.º En la Iglesia occidental<br />

1.- En la Iglesia occidental, el proceso hasta llegar a la confes<br />

clara y paladina de la Concepción Inmaculada de María resu<br />

más lento debido a circunstancias especiales que lo<br />

entorpecieron. Pero el concepto que los Santos Padres<br />

manifiestan tener de la grandeza espiritual y moral de la exce<br />

Madre de Dios no desmerece ni cede en nada al de los<br />

orientales. La admisión de una mancha en María hubiera


producido en Occidente, al igual que en el Oriente, un escánd<br />

entre los fieles, y hubiera chocado con la idea que se profesa<br />

sobre la santidad eximia de la Bienaventurada Virgen. Y en<br />

efecto, de ello echó mano el hereje Pelagio para atacar a su<br />

contrincante San Agustín, en la discusión sobre el pecado<br />

original que aquél negaba. Juliano, discípulo del hereje, escrib<br />

dirigiéndose al Obispo de Hipona: «Tú entregas a María al dia<br />

por razón del nacimiento», es decir, si afirmas que el pecad<br />

original se trasmite por generación natural, María fue súbdita<br />

diablo, porque de esta manera descendió y de este modo fu<br />

concebida por sus padres.<br />

A esto contestó el Santo Doctor: «La condición del nacimiento<br />

destruye por la gracia del renacimiento». Se discute si, con es<br />

palabras, el santo Obispo admitió la Inmaculada Concepción<br />

Pero es lo cierto que nuestro Doctor enseña que los pecado<br />

actuales tienen su origen en el pecado original. «Nadie, dice<br />

está sin pecado actual, porque nadie fue libre del original».<br />

Ahora bien, opina que María no tuvo pecado actual alguno.<br />

«Excepto la Virgen María, de la cual no quiero, por el hono<br />

debido al Señor, suscitar cuestión alguna cuando se trata d<br />

pecado... Si pudiéramos congregar todos los santos y santas


cuando aquí vivían, ¿no es verdad que unánimemente hubier<br />

exclamado: Si dijésemos que no tenemos pecado, nos<br />

engañamos y no hay verdad en nosotros?». Así, según el<br />

principio que sienta el mismo Santo Doctor, hemos de conclu<br />

que María careció del pecado original.<br />

En esta misma época, hacia el 400, encontramos el máximo<br />

poeta cristiano Prudencio que, interpretando la fe de la Iglesia<br />

la pureza sin mancha de María, canta en escogidos versos: «<br />

víbora infernal yace, aplastada la cabeza, bajo los pies de la<br />

mujer. Por aquella virgen, que fue digna de engendrar a Dios,<br />

disuelto el veneno, y retorciéndose bajo sus plantas, vomita<br />

impotente su tóxico sobre la verde yerba».<br />

2.- En el siglo V, San Máximo escribe estas palabras: «María<br />

digna morada de Cristo, no por la belleza del cuerpo, sino por<br />

gracia original».<br />

Al revés de lo que sucede en Oriente, en Occidente, a medid<br />

que van avanzando los siglos, se habla con mayor cautela so<br />

este asunto. No que se nuble por completo la creencia en la<br />

Concepción Inmaculada de María, pues sabemos que pront<br />

comenzó a celebrarse su fiesta, sino que los autores


eclesiásticos, por la autoridad de San Agustín, cuya opinión<br />

sobre este misterio es dudosa, y ante la necesidad de defend<br />

el dogma cierto de la universalidad del pecado original y su<br />

consecuencias, se ven constreñidos antes a tratar de este pu<br />

que a establecer e ilustrar la excepción que constituye María a<br />

ley universal del pecado.<br />

Buena prueba de que la fe en este glorioso privilegio de María<br />

quedó ofuscada nos la suministra la Liturgia. Dícese que en<br />

siglo VII, y por obra de San Ildefonso, Arzobispo de Toledo, y<br />

se celebraba la fiesta de la Concepción Inmaculada en Españ<br />

Algunos, empero, dudan de la autenticidad del documento e<br />

que se apoyan los que lo defienden.<br />

Pero con toda seguridad se celebraba ya en el siglo IX, com<br />

aparece por el calendario de mármol de Nápoles, que reza: «D<br />

9 de diciembre, la Concepción de la Santa Virgen María». L<br />

fecha de la celebración (la misma en que la celebran los<br />

orientales) indica que la fiesta transmigró de Oriente, con el q<br />

mantenía intensa relación comercial Nápoles. No es ésta la<br />

única constancia que queda de la celebración litúrgica. Por lo<br />

calendarios de los siglos IX, X y XI sabemos que se celebrab


también en Irlanda e Inglaterra.<br />

3.- Pero, a pesar de la celebración litúrgica, el significado de<br />

solemnidad no estaba teológicamente fijado. Y no deja de llam<br />

la atención que fuese el Santo quizá más devoto de María qu<br />

frenase los impulsos del pueblo cristiano, suscitando la discus<br />

teológica más enconada de la historia de los dogmas. Me refi<br />

a San Bernardo.<br />

Habiendo llegado a sus oídos que los monjes de Lyón, en 114<br />

introdujeron la fiesta, el Santo Abad les escribió una carta<br />

vehementísima, reprobando lo que él llama una innovación<br />

«ignorada de la Iglesia, no aprobada por la razón y desconoc<br />

de la tradición antigua». La carta es uno de los mejores<br />

documentos para probar la gran devoción del Santo a María<br />

Cada vez que la nombra, la pluma le rezuma unción, y con l<br />

inimitable galanura de estilo que le caracteriza, convence a<br />

lector de que en todo el raciocinio no hay ni brizna de pasión<br />

Impugna el privilegio porque así cree deber hacerlo.<br />

A pesar del enorme prestigio del santo Doctor, su carta no que<br />

sin réplica. El primero que replicó a la misma, Pedro Comesto<br />

ya hace notar la confusión de San Bernardo en el asunto, y


distingue entre la concepción del que concibe, es decir, el ac<br />

de los padres, y la concepción del ser concebido, vale decir,<br />

concepción activa y pasiva, que ya hemos definido antes. Ni fa<br />

tampoco, como en toda polémica, la frase dura y encendida d<br />

parte del contradictor: «Dos veces -escribió Nicolás, monje d<br />

San Albano- fue traspasada el alma de María: en la Pasión de<br />

Hijo y en la contradicción de su Concepción».<br />

Aunque la carta del Doctor Melifluo no pudo impedir la extens<br />

de la fiesta, que cada día cobró más auge, proyectó una<br />

influencia insospechada en las discusiones teológicas de lo<br />

siglos posteriores.<br />

III.- Controversia de los Escolásticos hasta el Beato Escoto<br />

1.- Los siglos XIII y XIV son los del máximo esplendor de la<br />

ciencia divina llamada Teología. Los que la cultivaron se llam<br />

Escolásticos, y hubo varios centros de importancia, entre lo<br />

más ilustres, la Sorbona de París y la Universidad de Oxford,<br />

Inglaterra. Al comentar los Escolásticos el «Libro de las<br />

Sentencias» de Pedro Lombardo, que les servía como de<br />

manual y guía para dar sus lecciones, se toparon con la cuest<br />

de la Concepción de María. Los Doctores de París se inclinar


por la opinión maculista, y los de Oxford por la inmaculista, e<br />

decir, excluyeron a María de la común caída del pecado de<br />

origen. La victoria quedó por éstos últimos, y concretamente p<br />

el Beato Escoto, su más alto exponente y representante.<br />

2.- En París, los Maestros se plantean la cuestión en estos<br />

términos: ¿Cuándo fue santificada la Virgen María? Santifica<br />

aquí equivale, como se verá por el contexto de toda la cuestió<br />

a purificada. Por lo que en el mismo planteamiento del proble<br />

ya se da algo como presupuesto y seguro: que hubo en Mar<br />

algo que necesitaba purificación. Causa de proponerse el<br />

problema en esos términos es el error contenido en el «Libro<br />

las Sentencias» que comentaban. El error consistía en afirm<br />

que el pecado original se identifica con la concupiscencia de<br />

carne, que corrompe y mancha al alma. Y ponían un ejemplo<br />

Como la inmundicia del recipiente hace que el vino de suyo<br />

dulce se convierta en vinagre, así la concupiscencia de la car<br />

que se transmite por generación natural, mancha la pureza d<br />

alma. En su concepto, el pecado original tenía dos elemento<br />

uno material, que es la concupiscencia de la carne, y otro form<br />

lo propiamente llamado pecado, que es la carencia de la grac<br />

Partiendo, pues, del principio que la carne, inficionada por la


generación natural, inficiona a su vez el alma, los Doctores d<br />

París se preguntan: ¿Cuándo fue santificada, es decir, purifica<br />

María de esta infección inherente a la carne?<br />

3.- El primero en plantearse la cuestión en estos términos e<br />

Fray Alejandro de Halés. Sienta el principio de que a «María<br />

le ot<strong>org</strong>ó cuando podía dársele», pero no saca todas las<br />

consecuencias que de él se derivan. Y siguiendo la opinión q<br />

acabamos de exponer sobre el pecado original, se pregunta<br />

María fue santificada en sus padres, respondiéndose que no<br />

pues aunque ellos fueran santísimos, su santidad no pudo<br />

trasfundirse a la carne que concibieron. Continúa investigando<br />

la carne de María fue purificada antes que su alma entrase<br />

fuese infundida en la misma, y resuelve que tampoco, porque<br />

carne no puede ser sujeto de santidad alguna ni de ninguna<br />

gracia. Prosigue interrogando si fue santificada en el mismo<br />

momento de infundirse el alma en el cuerpo, y se inclina tamb<br />

por la negativa. La conclusión es que fue santificada después<br />

la concepción, aunque antes de nacer, porque si esto se<br />

concedió a Jeremías y al Bautista, «no puede negarse a tan<br />

excelsa Virgen lo que a otros se concedió».<br />

4.- Sigue por el mismo camino, y con una conclusión más


enérgica, el Doctor San Alberto Magno. Este cree ser de fe q<br />

María fue concebida en pecado original, pues las Escrituras,<br />

el célebre texto de San Pablo, enseñan «que en Adán todos<br />

pecaron», y si todos, también Ella.<br />

5.- Los dos colosos de la ciencia teológica, que continuaron<br />

labor de enseñanza de los dos ya mencionados, prosiguen<br />

aunque más expeditos, por el mismo sendero. Son Santo Tom<br />

y San Buenaventura.<br />

El Doctor Angélico, Santo Tomás, afirma y repite con insisten<br />

en varias partes de sus obras, escritas en diversas épocas, q<br />

María contrajo el pecado de origen. Citemos sólo lo que escri<br />

en su obra máxima, «La Suma». «A la primera pregunta de<br />

María fue santificada antes de recibir el alma», responde que<br />

porque la culpa no puede borrarse más que por la gracia, cu<br />

sujeto es sólo el alma. «A la segunda, es decir, si lo fue en e<br />

momento de recibir el alma», responde que ha de decirse qu<br />

«si el alma de María no hubiese sido jamás manchada con e<br />

pecado original, esto derogaría a la dignidad de Cristo que es<br />

en ser el Salvador universal de todos. Y así, bajo la dependen<br />

de Cristo, que no necesitó salvación alguna, fue máxima la<br />

pureza de la Virgen. Porque Cristo de ningún modo contrajo


pecado original, sino que fue santo en su concepción misma<br />

según aquello de San Lucas: "El que ha de nacer de Ti, sant<br />

será llamado Hijo de Dios". Pero la Santísima Virgen contraj<br />

ciertamente el pecado original, si bien quedó limpia de él ant<br />

del nacimiento». Y en otra parte se pregunta cuándo fue<br />

santificada, y responde: «Poco después de su concepción»<br />

A estas palabras tan claras se les ha querido dar últimamente<br />

significado distinto, haciendo mil equilibrios para que signifiqu<br />

que Santo Tomas no negó el privilegio de María, como si nega<br />

entonces supusiese defecto alguno. El Santo y ponderadísim<br />

Doctor reiría de buena gana las acrobacias intelectuales de<br />

algunos de sus comentaristas.<br />

San Buenaventura insinúa tímidamente la solución verdadera<br />

la cuestión, pero se declara explícitamente partidario de la<br />

opinión maculista. Después de exponer la opinión común,<br />

escribe: «Algunos dicen que en el alma de la Santísima Virgen<br />

gracia de la santificación se adelantó a la mancha del pecad<br />

original... Esto significa, según ellos, lo que San Anselmo dice<br />

la Santísima Virgen: que María fue pura, con pureza tan alta, q<br />

mayor, fuera de la de Dios, no se puede imaginar. Esto no<br />

repugna a la fe cristiana, porque la misma Virgen fue liberada


pecado original por la gracia que dependía y tenía su origen<br />

Cristo, como las demás gracias de los Santos. Estos fueron<br />

levantados después de caídos, la Virgen fue sostenida en el a<br />

de caer para que no cayera, según la referida opinión». Ningu<br />

había expuesto aún en París tan claramente, ni insinuado co<br />

tanta precisión, los argumentos a favor de la Inmaculada. Pe<br />

San Buenaventura se inclinó por la contraria. Tiranía de la raz<br />

que se impuso sobre los anhelos del amor.<br />

4.- No estaba reservada a los Doctores de París la empresa<br />

defender el privilegio de María. Cuando la doctrina contraria a<br />

Inmaculada Concepción era corriente entre los teólogos,<br />

corroborada por la autoridad de los grandes maestros, «bajó a<br />

palestra el Doctor providencial que Dios mandó a la Iglesia pa<br />

este caso», decía el antiguo Oficio de la Inmaculada: el Bea<br />

Juan Duns Escoto.


IV.- La intervención del Doctor Mariano<br />

1.- El Beato Juan Duns Escoto nació en Maxton (Escocia), de<br />

noble familia Duns. Se formó en la Universidad de Oxford, y<br />

la misma y en París enseñó teología. Al llegar a París, la<br />

cuestión sobre la Concepción de María estaba definitivamen<br />

ventilada y resuelta en sentido negativo. Su doctrina sobre l<br />

exención de María de todo pecado chocó con el ambiente<br />

reinante en la Universidad, y, según el estilo de la época, tuv<br />

que defender su opinión en una disputa pública con los docto


de la misma. El rotundo triunfo que alcanzó, midiendo su inge<br />

y saber con los Maestros más renombrados, hizo aquella<br />

discusión científica celebérrima en los anales de la Universida<br />

aun de la Iglesia. La leyenda y la tradición, como acostumbra<br />

con los hechos trascendentales, la han adornado con mil deta<br />

hermosos. Las crónicas eclesiásticas aseguran que, al pasar<br />

Doctor por los claustros de la Universidad para la discusión,<br />

postró ante una imagen de María, implorando su auxilio, y que<br />

marmórea imagen inclinó su cabeza. En el aula magna de l<br />

Universidad, aguardaban al Doctor todos los Maestros. Presid<br />

la Asamblea los Legados del Papa, presentes a la sazón en<br />

París para negociar ciertos asuntos con el Rey. Sea de ello<br />

que fuere, la tradición nos dice que se opusieron al Doctor<br />

Mariano doscientos argumentos, que él refutó y pulverizó<br />

después de recitarlos uno tras otro de memoria. El número d<br />

argumentos, aun sin llegar a los doscientos, fue grande, porq<br />

de los fragmentos de la disputa que han llegado hasta nosotr<br />

se pueden recoger cincuenta. La nobilísima Asamblea se leva<br />

aclamándole unánimemente vencedor. Una defensa similar d<br />

privilegio mariano tuvo lugar en Colonia, donde el triunfo<br />

alcanzado por el Defensor de María fue tal, que hasta los niñ


le aclamaban por las calles: ¡Vencedor Escoto!<br />

Todos estos detalles de la leyenda demuestran la impresión q<br />

causó la defensa escotista en la imaginación de los<br />

contemporáneos que veían irremisiblemente perdida la causa<br />

el terreno intelectual. Pero si los detalles son legendarios, que<br />

en pie la historicidad del hecho conocido con el nombre de<br />

Disputa de la Sorbona, como ha probado con sus estudios e<br />

mariólogo P. Carlos Balic, conocido en todos los centros<br />

teológicos.<br />

2.- Pasemos a exponer la doctrina del Doctor Mariano. Notem<br />

ante todo que el Beato Juan Duns Escoto se plantea la cuest<br />

de modo completamente diferente al de los que le precediero<br />

«¿Fue concebida María en pecado original?». Este modo d<br />

preguntar no presupone ni prejuzga nada, y tiene un sentido<br />

claro y terminante: ¿Tuvo o no tuvo el pecado original? Ello<br />

arranca de la idea que nuestro Doctor tiene del pecado de<br />

origen, hoy común a todos los teólogos. Para el Beato Escoto<br />

pecado original no consiste más que en la negación de la gra<br />

que se debiera poseer. Y por eso no ha de preguntarse nad<br />

sobre la carne, como hacían los anteriores.


A la pregunta, pues, de si María fue concebida en pecado,<br />

responde: No. ¿Motivos? La perfectísima Redención de su Hi<br />

la honra y honor del mismo. Es decir, que la dificultad de los<br />

contrarios la esgrime él como argumento casi único.<br />

Resumámoslo: «Se afirma que en Adán todos pecaron y que<br />

Cristo y por Cristo todos fueron redimidos. Y que si todos,<br />

también Ella. Y respondo que sí, Ella también, pero Ella de mo<br />

diferente. Como hija y descendiente de Adán, María debía<br />

contraer el pecado de origen, pero redimida perfectísimamen<br />

por Cristo, no incurrió en él. ¿Quién actúa más eximiamente,<br />

médico que cura la herida del hijo que ha caído, o el que,<br />

sabiendo que su hijo ha de pasar por determinado lugar, se<br />

adelanta y quita la piedra que provocaría el traspié? Sin dud<br />

que el segundo. Cristo no fuera perfectísimo redentor, si por<br />

menos en un caso no redimiera de la manera más perfecta<br />

posible. Ahora bien, es posible prevenir la caída de alguno en<br />

pecado original. Y si debía hacerlo en un caso, lo hizo en su<br />

Madre».<br />

El Beato Escoto va aplicando el argumento ora desde el pun<br />

de vista de Cristo Redentor perfectísimo, ora desde el punto<br />

vista del pecado, ora desde el ángulo de María, llegando siem


a la misma conclusión. Su argumento quedó sintetizado para<br />

posteridad con aquellas cuatro celebérrimas palabras: Potui<br />

decuit, ergo fecit, pudo, convino, luego lo hizo. Podía hacer a<br />

Madre Inmaculada, convenía lo hiciera por su misma honra<br />

luego lo hizo.<br />

De todo lo cual se deduce, escribe el Doctor Alastruey, en s<br />

conocida «<strong>Mariología</strong>»:<br />

1.º Que el Doctor Mariano distingue perfectísimamente entre<br />

ley universal del pecado de origen, en la que entra María, y<br />

caída real. Es decir, entre el débito, como dicen los teólogos,<br />

contracción del pecado. María debía contraerlo por ser<br />

descendiente de Adán, pero no lo contrajo porque fue<br />

preservada. Por eso, su preservación se llama privilegio.<br />

2.º Que el Doctor Mariano concilia a perfección la preservaci<br />

de María y su dependencia de la Redención de Cristo. Esto<br />

consigue distinguiendo entre la Redención curativa y la<br />

preservativa. Esta última es, en opinión suya y ante el testimo<br />

de la razón, redención más perfecta. Por lo que María, en s<br />

privilegio, lejos de menoscabar el honor de Cristo escapando<br />

su influjo, como temían los antiguos, depende de Él en form


más brillante y más efectiva.<br />

3.º Finalmente, Escoto consiguió pulverizar los principales<br />

argumentos de la opinión contraria y poner en claro que nad<br />

podía deducirse de los dogmas de la fe que fuera contrario a<br />

Concepción Inmaculada de María.<br />

Las páginas del Doctor Mariano vinieron a ser el arsenal en q<br />

recogían armas y argumentos los defensores del privilegio d<br />

María; y al cabo de tantos siglos de disquisiciones científicas,<br />

llegó a la definición dogmática sin que se pudiese añadir a su<br />

páginas ni una idea, ni un argumento, ni una distinción más<br />

Y para que no faltase al aguerrido defensor de la Virgen el<br />

testimonio de la opinión contraria, se lo propinó el Padre Gera<br />

Renier, que de enemigo doctrinal pasó, como muchos a lo lar<br />

de la historia del Dogma, a adversario personal del Beato<br />

Escoto, escribiendo a propósito de sus enseñanzas en París:<br />

primer sembrador de esta herética maldad (la Inmaculada<br />

Concepción) fue Juan Duns Escoto, de la Orden Franciscana<br />

Calificación teológica que, como es evidente, fue profética. No<br />

había visto jamás que un puñado de barro lanzado contra e<br />

adversario se convirtiera en el trayecto en un manojo de rosa


lirios.<br />

V.- Hasta la definición dogmática<br />

1.- Siguieron al Beato Escoto, como es fácil suponer, todos lo<br />

franciscanos, que le adoptaron por Maestro, y entre sus<br />

discípulos se pueden citar nombres tan ilustres como Francis<br />

Mayrón, Andrés de Neuchateu, Juan Basols, etc. Toda la Ord<br />

Franciscana en general, escribe Campana en María en el<br />

Dogma católico, aceptó la doctrina de su Maestro de modo qu<br />

al poco tiempo, a la Concepción Inmaculada se la llamó la<br />

opinión franciscana, nombre con que fue designada hasta la<br />

definición dogmática.<br />

2.- Perdido ya el prestigio en la Universidad de París, la opini<br />

contraria apeló al Papa Juan XXII en su corte de Aviñón. Y<br />

pesar de que el Pontífice estaba en grave disensión con la<br />

Orden Franciscana a causa de las controversias sobre la<br />

pobreza, tras una disputa entre un franciscano y un dominico<br />

Papa se inclinó por la opinión inmaculista, y como conclusió<br />

mandó celebrar la fiesta en la capilla papal. La determinación<br />

Juan XXII significó un paso decisivo para el triunfo de la<br />

Inmaculada. Y nos hallamos en 1325, es decir, a unos veint


años solamente de la Defensa de Escoto.<br />

2.- Un incidente que revela los sentimientos y proceder de to<br />

una generación fue el sucedido en 1335. Juan de Monzón rec<br />

la investidura de Doctor. En su primera lección magistral sostu<br />

cuatro proposiciones contra la Inmaculada Concepción. La<br />

Universidad las reprobó y confió al franciscano Juan Vital que<br />

refutara, como hizo en su «Defensórium pro I. M. Conceptione<br />

Confirmada la sentencia o calificación de la Universidad por<br />

Obispo de París, el dominico apeló al Papa, ante el cual triun<br />

nuevamente la opinión inmaculista. Pero la lucha, escribe el<br />

Sola, S.J., en su libro «La Inmaculada Concepción», había<br />

llegado a su punto culminante. Como Escoto había arrastrad<br />

tras sí a toda su escuela, Monzón arrastró, asimismo, a toda<br />

tomista. Y si los discípulos de Escoto formularon el voto de<br />

defender el privilegio hasta la sangre, los contrarios formularo<br />

asimismo, el de defender la doctrina de Santo Tomás sobre e<br />

tema.<br />

3.- No es necesario seguir ya más el curso de las discusione<br />

científicas, porque en adelante la opinión maculista va perdien<br />

sensiblemente terreno, y su actuación, interés. Ya es conocid<br />

que en el Concilio de Basilea se tuvo un largo debate entre


maculistas e inmaculistas con el triunfo de éstos, pero la decis<br />

del Concilio quedó sin valor porque, al tomarla, el Concilio ya<br />

era canónico.<br />

Ante Sixto IV, y nos hallamos en el siglo XV, se sostuvo otra<br />

disputa entre el dominico Bandelli y el franciscano Francisco<br />

Brescia; la victoria de éste fue tan rotunda, que la Asamblea<br />

levantó aclamándole Sansón, nombre con que es conocido en<br />

Historia.<br />

Y de triunfo en triunfo, llegamos al Concilio de Trento que, a<br />

hablar de la universalidad del pecado original, aunque no defi<br />

el dogma de la excepción de María, significó su opinión con<br />

estas palabras: «Declara, sin embargo, este santo Concilio qu<br />

al hablar del pecado original, no intenta comprender a la<br />

bienaventurada e inmaculada Virgen María, sino que hay qu<br />

observar sobre esto lo establecido por Sixto IV».<br />

4.- Las palabras del Concilio fueron decisivas para la extensi<br />

de la doctrina inmaculista y no tardó mucho en ser opinión<br />

universal.<br />

Apenas se hallará una Orden religiosa que no pueda present<br />

nombres ilustres de grandes teólogos que favorecieron la


prerrogativa de la Virgen, contribuyendo a su triunfo. La<br />

Compañía de Jesús puede presentar a Diego Laínez, Alfons<br />

Salmerón, Toledo, Suárez, San Pedro Canisio, San Roberto<br />

Belarmino y otros muchos más. La gloriosa Orden Dominican<br />

el celebérrimo Ambrosio Catarino, Tomás Campanella, Juan<br />

Santo Tomás, San Vicente Ferrer, San Luis Beltrán y San Pío<br />

papa, etc. La Orden Carmelitana, ya en 1306, determinó celeb<br />

la fiesta en el Capítulo General reunido en Francia, y los<br />

agustinos defendieron también la prerrogativa de la Virgen ya<br />

1350.<br />

5.- La contribución de nuestra Patria [España] al triunfo del<br />

Dogma de la Inmaculada Concepción merece capítulo aparte<br />

por cierto bien nutrido y glorioso, pero ello nos apartaría de<br />

carácter puramente doctrinal que tienen estas breves notas<br />

históricas. Recordemos solamente, como tan significativas, la<br />

legaciones de nuestros reyes a los Sumos Pontífices pidiendo<br />

definición del dogma. Por eso Pío IX quiso que el monumento<br />

la Inmaculada, después de su definitivo oráculo, se levantara<br />

la romana Plaza de España.<br />

VI.- La definición dogmática de la Inmaculada


1.- El Papa Pío IX, de feliz memoria, se decidió a dar el últim<br />

paso para la suprema exaltación de la Virgen, definiendo e<br />

dogma de su Concepción Inmaculada. Dícese que en las<br />

tristísimas circunstancias por las que atravesaba la Iglesia, en<br />

día de gran abatimiento, el Pontífice decía al Cardenal<br />

Lambruschini: «No le encuentro solución humana a esta<br />

situación». Y el Cardenal le respondió: «Pues busquemos un<br />

solución divina. Defina S. S. el dogma de la Inmaculada<br />

Concepción».<br />

Mas para dar este paso, el Pontífice quería conocer la opinión<br />

parecer de todos los Obispos, pero al mismo tiempo le parec<br />

imposible reunir un Concilio para la consulta. La Providencia<br />

salió al paso con la solución. Una solución sencilla, pero efica<br />

definitiva. San Leonardo de Porto Maurizio había escrito un<br />

carta al Papa Benedicto XIV, insinuándole que podía conocer<br />

la opinión del episcopado consultándolo por correspondenci<br />

epistolar... La carta de San Leonardo fue descubierta en las<br />

circunstancias en que Pío IX trataba de solucionar el problema<br />

fue, como el huevo de Colón, perdónese la frase, que hizo<br />

exclamar al Papa: «Solucionado». Al poco tiempo conoció e<br />

parecer de toda la jerarquía. Por cierto que un obispo de


Hispanoamérica pudo responderle: «Los americanos, con la<br />

católica, hemos recibido la creencia en la preservación de<br />

María». Hermosa alabanza a la acción y celo de nuestra Patr<br />

2.- Y el día 8 de diciembre de 1854, rodeado de la solemne<br />

corona de 92 Obispos, 54 Arzobispos, 43 Cardenales y de un<br />

multitud ingentísima de pueblo, definía como dogma de fe e<br />

gran privilegio de la Virgen:<br />

«La doctrina que enseña que la bienaventurada Virgen María<br />

preservada inmune de toda mancha de pecado original en e<br />

primer instante de su Concepción por singular gracia y privile<br />

de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo<br />

Salvador del género humano, es revelada por Dios, y por lo<br />

mismo debe creerse firme y constantemente por todos los<br />

fieles».<br />

Estas palabras, al parecer tan sencillas y simples, están<br />

seleccionadas una por una y tienen resonancia de siglos. So<br />

eco, autorizado y definitivo, de la voz solista que cantaba e<br />

común sentir de la Iglesia entre el fragor de las disputas de lo<br />

teólogos de la Edad Media.<br />

Pascual Rambla, O.F.


Tratado popular sobre la Santísima Virg<br />

Parte III, Cap. V: Historia del dogma de la Inmacula<br />

Concepc<br />

Barcelona, Ed. Vilamala, 1954, pp. 192-2

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