Por P. Félix López, S.H.M.
Una respuesta a Sandra Gómez e Irene Montero
Alrededor de la Navidad, Sandra Gómez, publicaba en Twitter una imagen de María dando a luz de forma natural, entre gritos, y S. José recogiendo al niño. La vicealcaldesa de Valencia reivindicaba que hasta Dios había tenido necesidad del órgano sexual de una mujer para nacer. Se calificó la imagen y el comentario como “de mal gusto”, que ciertamente lo era, pero en las respuestas no había mención alguna a que esa imagen atentaba contra la virginidad de María en el parto de Jesús.
Por una parte, es penoso es ver que se intente utilizar de forma denigratoria la Navidad para defensa de la propia ideología feminista. Por otra, me resulta sorprendente que los supuestos “proclamadores de la libertad y del respeto” no tengan reparo en ofender los sentimientos religiosos de millones de personas, de hablar de forma soez sobre lo más santo, llenando de vulgaridad la realidad del misterio de la Encarnación.
La grandeza de la mujer puede percibirse precisamente en María, pero no al margen de Dios. En virtud de su predestinación a ser Madre de Dios, María ha sido concebida inmaculada, sin mancha, en la plenitud de la gracia. Esta dignidad no la ha concedido Dios a ningún hombre, solamente a una mujer destinada a ser Madre del Verbo encarnado. Así afirma Juan Pablo II: «Aquella "plenitud de gracia" concedida a la Virgen de Nazaret, en previsión de que llegaría a ser "Theotókos", significa al mismo tiempo la plenitud de la perfección de lo "que es característico de la mujer", de "lo que es femenino". Nos encontramos aquí, en cierto sentido, en el punto culminante, el arquetipo de la dignidad personal de la mujer» (Mulieris dignitatem, 5).
En el evangelio aparece una mujer que grita: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron, pero Jesús repuso: Mejor, bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 27-28). La grandeza de María no proviene de haber prestado su cuerpo a Dios para que se encarnara, sino de ponerse totalmente, con toda su persona al servicio de la obra de la Redención.
Juan Pablo II afirma con respecto a la maternidad: «Todo esto corresponde también a la estructura psíquico-física de la mujer. Todo lo que las diversas ramas de la ciencia dicen sobre esta materia es importante y útil, a condición de que no se limiten a una interpretación exclusivamente biofisiológica de la mujer y de la maternidad. Una imagen así "empequeñecida" estaría a la misma altura de la concepción materialista del hombre y del mundo» (MD, 18).
La manipulación ideológica que pretenden hacer es clara: para nada se fijan en María que se proclama “Esclava del Señor”, para nada miran al Dios que nace de María, y le confiere su máxima dignidad, sino que simplemente utilizan a la Madre de Dios vulgarizando el nacimiento de Cristo a favor de su ideología que deforma los valores femeninos. No demuestra mucho nivel intelectual ni mucho amor a la mujer, aunque sea feminista, quien piensa que la grandeza de la mujer está en sus genitales como signo de “fuerza, naturalidad, instinto y órgano vital” como señala Sandra Gómez.
Por otra parte, María no ha sido simplemente Madre de Dios, sino la Madre de Dios siempre Virgen. María ha concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, no por obra de varón. Y esto porque, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica, Dios ha tenido “la iniciativa absoluta en la Encarnación” (CEC, 503). Jesucristo, el Redentor, es un don de Dios a la humanidad. El hombre no podía darse la salvación a sí mismo. De igual modo, “Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque él es el Nuevo Adán (cf. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: "El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo" (1 Co 15, 47)” (CEC, 504).
Tenemos que subrayar también que María ha sido virgen antes del parto, en el parto y después del parto, es decir, perpetuamente virgen como don de Dios a su Madre. Jesucristo ha nacido de forma virginal, sin quebrantar la integridad de su Madre. Así lo afirma Lumen Gentium, 57: “y en el nacimiento, cuando la Madre de Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal”.
La Tradición de la Iglesia es unánime sobre este punto. S. Zenón de Verona (s. IV) dice: “Sobre todo, ella misma se asombra de que le haya venido un hijo tal, que no creería que ha nacido de ella, si así como era virgen incorrupta después de concebirlo, no se hubiese encontrado tal también después del parto”.
También S. Gregorio de Nisa afirma: “Como allí la zarza está en llamas pero no se quema, también aquí la Virgen alumbra la Luz y no se corrompe”. De igual modo S. Ambrosio: “Permaneció intacto el sello del pudor y quedaron inviolados los signos de la integridad, cuando nació de una virgen, aquel cuya altura no podía soportar el mundo”. Y finalmente S. Agustín: “Una virgen creyó, una virgen concibió, una virgen dio a luz y virgen permaneció”.
El Papa S. León Magno, proclama también la doctrina de la virginidad de María en el parto: “Con razón el parto salvífico no llevó ninguna corrupción a la integridad virginal, porque fue custodia del pudor dar a luz la Verdad”.
Y tenemos que afirmar además que el parto de María fue indoloro. Así lo ha creído la Iglesia desde los comienzos. S. Ireneo de Lyon, en el S. II aplica a María el texto de Is 66, 7: “Antes de que engendre la que está en dolores y antes de que le lleguen los dolores del parto, dio a luz a un niño. Así dio a conocer lo inesperado e inopinado de su nacimiento de la Virgen”. Y S. Zenón de Verona dice: “María dio a luz no en el dolor, sino en la alegría”.
De igual modo, la fe que la Iglesia canta en su Liturgia nos habla del parto indoloro de María. En la Liturgia Hispano-mozárabe se afirma: “No convenía que soportara tales gemidos, la que producía los gozos de todos; ni que el origen del júbilo conociera la violencia del dolor” y también: “Él tuvo una concepción sin corrupción, nueva e insólita, y un alumbramiento inviolable, sin dolor, de Madre Virgen”. En este mismo sentido, el Catecismo de Trento afirma: “Cristo es segundo Adan y María Santísima segunda Eva.…Díjose a Eva : Con dolor parirás tus hijos (Gen 3, 16). Y María fue exenta de esta ley porque, salva la integridad de su pureza virginal, dio a luz, Hijo de Dios, sin sentir dolor alguno”.
Aunque el racionalismo imperante haga que muchos católicos sientan vergüenza de proclamar las verdades de la fe que superan la razón, nosotros confesamos con alegría la maternidad virginal de María, también en el parto indoloro del Hijo de Dios.
Señora Sandra Gómez, la fe católica no tiene nada en contra de la sexualidad humana (que ha sido creada por Dios para manifestar el amor y procrear dentro del matrimonio) y no pone en duda la dignidad de un parto natural, pero el Hijo de Dios ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y ha nacido con un parto virginal. María, la Mujer por excelencia, ha sido perpetuamente virgen. La imagen que vd publicó atenta contra la fe y los sentimientos religiosos de muchos. Ya sabemos “que los niños no vienen de París”, pero el Hijo de Dios no ha sido concebido por obra de varón y no ha nacido como los demás, sino consagrando al nacer la integridad de su Madre, la siempre Virgen María.