Un ejemplo es la vida de San Cipriano de Cartago, el primer obispo que en África alcanzó la corona del martirio. Durante las grandes persecuciones de cristianos bajo el emperador Decio, escribió en el exilio cartas pastorales instruyendo al pueblo de Dios en Cartago. Bajo el emperador Valeriano, Cipriano fue condenado a muerte y martirizado en el año 258 dC. Al recibir su sentencia, dijo: "¡Deo gratias!" (¡Gracias a Dios!).
San Máximo el Confesor fue otro valiente Padre de Iglesia que luchó contra el monotelismo, una herejía que admitía en Cristo dos naturalezas, la humana y la divina, y una única voluntad. Al santo le cortaron la lengua y la mano derecha para detener su enseñanza ortodoxa, todo por orden del emperador Constante II.
7. Defendían la sana doctrina
San Atanasio se enfrentó en el siglo IV a Arrio, un sacerdote de Alejandría que difundió la doctrina errada de que Cristo no era verdadero Dios. Su incansable deseo por una doctrina clara condujo al Concilio de Nicea a la elaboración del Credo Niceno. Hoy el Credo, como símbolo de la fe, es utilizado de manera simple y directa por los cristianos de todo el mundo para profesar la fe de la Iglesia Católica.