El reino del norte

Chichén Itzá, la gran capital de la civilización maya

Con 30 metros de altura y 55 de lado la pirámide del Castillo es el edificio más reconocible de Chichén Itzá.

Foto: Wikimedia Commons

Chichén Itzá, al norte de la península de Yucatán, es una de las más extensas y grandiosas ciudades de la antigua civilización maya. Se encuentra en la franja septentrional del conjunto de enormes centros cívico-ceremoniales que cubrió las selvas del sureste de Mesoamérica entre los siglos V a.C. y XV d.C. No cabe duda de que Chichén Itzá fue el gran poder político desde el hundimiento de la cultura clásica maya del Petén en Guatemala, en los siglos IX y X, hasta mediados o finales del siglo XIII. Durante ese período mantuvo la fama de lugar sagrado, en torno a un cenote o pozo natural en el que se realizaban sacrificios y ofrendas. Precisamente el nombre del lugar –Chichén, «la boca del pozo»– se debe a ese inmenso cenote (dzonot en maya); hay que suponer que el grupo humano que dominaba el lugar de emplazamiento del prodigioso pozo se aseguraba el respeto y la sumisión de la mayoría de las tribus del norte de Yucatán, que peregrinaban al venerado lugar para hacer sus ofrendas y consultar a los dioses.

La segunda palabra que compone el nombre de la ciudad la relaciona con los célebres y enigmáticos itzaes, una etnia de fuerte protagonismo en la historia yucateca. Las fuentes mayas escritas durante la época colonial mencionan frecuentemente a estos itzaes, de quienes se dice en los libros de Chilam Balam que descubrieron Chichén Itzá y se asentaron allí en un «katún 6 ahau», fecha maya muy imprecisa que algunos autores creen que corresponde al año 435 d.C.

Pectoral de jade con la representación del dios sol Aj K'in, período clásico tardío 600-900. 

Foto: Cordon Press

En realidad, los hallazgos arqueológicos de esa época en Chichén Itzá no difieren de los de otros yacimientos yucatecos, por lo que la hipótesis de la llegada de los itzaes en el siglo V no está confirmada. Lo que sí parece incuestionable es que durante el período Clásico Tardío (600-900) se sucedieron varias oleadas de gentes –putunes, chontales o itzaes– que penetraron en la región septentrional de Yucatán portando algunos rasgos de vaga filiación «mexicana», es decir, originados en las altiplanicies de lo que hoy es México, lejos de las Tierras Bajas del área maya. Éstas, que se extienden desde el bosque bajo y matorral del Yucatán, al norte, hasta el bosque tropical en el sur, habían sido el escenario del apogeo de la civilización maya durante todo el Período Clásico.

La gran crisis del mundo maya entre los siglos IX y X no asoló el norte de Yucatán, donde florecieron centros magníficos como Uxmal, Kabah, Oxkintok o Sayil. Chichén Itzá conoció también, a partir del siglo X, un período de esplendor, asociado a la llegada de un nuevo pueblo invasor: los toltecas. Los mitos mesoamericanos explican cómo llegó a Yucatán el rey-dios Kukulcán conduciendo a su pueblo, que provenía de la ciudad tolteca deTula (en el actual estado mexicano de Hidalgo), y que «regresaba» a su hogar ancestral. Kukulkán, la serpiente emplumada, llamada Quetzalcóatl en náhuatl (la lengua del altiplano mexicano), era la divinidad a la que se rendía culto preferente en Chichén Itzá.

KUKULCÁN, EL INVASOR

No cabe duda de que los toltecas de Tula –ciudad situada a 1.000 kilómetros de distancia, en un medio totalmente distinto al de la selva yucateca– emigraron a Chichén Itzá porque les unía algún nexo especial con esa urbe. El mito de Quetzalcóatl-Kukulcán y otras fuentes antiguas hacen alusión a unos «nonoalcas» establecidos en la capital tolteca, gente que tal vez procedía de las Tierras Bajas mayas y que estaban emparentados con los itzaes. Cuando, debido a circunstancias políticas adversas, el caudillo Serpiente Emplumada tuvo que huir de aquella ciudad «mexicana», se llevó consigo tal vez a una facción que le era leal y que comprendía a muchos de esos nonoalcas, quienes le condujeron al norte de Yucatán.

La serpiente emplumada de Kukulcán es un elemento habitual en los edificios de la ciudad, en la imagen las cabezas de serpiente que decoran la escalinata de acceso a la pirámide.

Foto: Wikimedia Commons

Cualquiera que fuese el origen de los invasores, lo significativo es la relación que establecieron con la población conquistada de Chichén Itzá. Lo mismo que sucedió entre griegos y romanos ocurrió entre mayas y toltecas: estos últimos habían conquistado Chichén Itzá, pero fueron a su vez seducidos por la cultura de los vencidos. La ciudad maya-tolteca, ejemplo de convivencia entre dos sociedades muy diferentes, supo fundir el ímpetu guerrero, la energía joven de los «mexicanos», con la vieja tradición del sur de Mesoamérica. Chichén Itzá fue el principal poder de las llanuras septentrionales de Yucatán gracias a esa fusión.

Todo ello encontró reflejo en el urbanismo, la arquitectura y el arte de la ciudad. Los estudiosos distinguen en el yacimiento dos estilos constructivos, ornamentales e iconológicos: uno al que se ha llamado habitualmente Puuc, porque es en esa zona serrana del estado deYucatán donde se encuentran sus mejores ejemplos, y otro al que se ha denominado tolteca o maya-tolteca.A menudo, estos dos estilos aparecen confundidos; así, en Chichén Itzá se erigieron templos con pórtico y columnata, a la manera tolteca, pero decorados con mascarones del dios de la lluvia Chac, en el estilo maya de Puuc. También se pintaron murales con un estilo híbrido que debe mucho a la excelente técnica maya.

GUERREROS Y SACERDOTES

Como las demás ciudades mayas, Chichén Itzá estaba habitada por gentes pertenecientes a los estratos más elevados de la sociedad. Además de los linajes gobernantes, residían en ella permanentemente los nobles que ejercían las tareas administrativas (tesoreros, recaudadores de tributos) y los que ayudaban en la corte y el séquito de los señores, asistentes de diversas clases encargados de que nada faltara entre las familias principales, desde la comida a los objetos suntuarios. Los sacerdotes eran numerosos y seguramente integraban en sus filas a arquitectos, escribas y artistas del más alto rango, encargados de ornamentar los templos, las tumbas y los palacios.

Cuando los toltecas se hicieron con el control de la urbe aumentó notablemente el número de guerreros; de hecho, era la clase militar la que ejercía las tareas de gobierno a través de asambleas dirigidas por caudillos o capitanes de guerra. En muchos monumentos de Chichén Itzá se puede ver, retratados en relieve, a esos guerreros. Los artesanos menores y otras personas no directamente relacionadas con la producción agrícola ocupaban los grupos arquitectónicos o barrios periféricos. Los agricultores vivían en aldeas diseminadas entre la maleza, pero acudían a ver o participar en los numerosos ritos y celebraciones que se llevaban a cabo en las áreas centrales.

Esculturas con forma de atlante como esta sostenían los dinteles y techos de los palacios y templos que llenaban la ciudad. Período posclásico 900 - 1250 

Foto: Wikimedia Commons

Pero Chichén Itzá era ante todo un centro religioso. Un recorrido por el yacimiento nos conduce enseguida a lugares que desempeñaban importantes funciones de culto. El cenote sagrado, por ejemplo, estaba ligado a ceremonias de sacrificios humanos. Se supone que las víctimas, principalmente niños y mujeres adolescentes, eran arrojadas desde una pequeña plataforma construida junto al borde, seguramente atadas, tal vez drogadas y, con toda probabilidad, lastradas con algún peso para que se sumergieran con prontitud. La distancia hasta la superficie del agua provocaba un fuerte golpe al entrar en ésta, con lo que resultaba muy difícil que los sacrificados intentaran mantenerse a flote o pidieran auxilio.

Este edificio que los conquistadores apodaron la Iglesia de la Monjas combina relieves de estilo  maya-tolteca y puuc.

Foto: Wikimedia Commons

Parece ser que la intención de los sacerdotes era enviar mensajes a los dioses por intermedio de esas víctimas, solicitando lluvias, buenas cosechas, victorias militares, o, simplemente, la prosperidad del reino y de sus gobernantes. Se elegía preferentemente a muchachas y niños porque eran portadores de pureza. El agua del pozo comunicaba con el mundo inferior, morada de las fuerzas telúricas que ocasionaban las tormentas y las nubes que traían la lluvia; por allí transitaba el sol durante la noche y ése era el lugar donde se originaba el maíz que brotaba en las áreas de cultivo. Del cenote los arqueólogos han recuperado gran cantidad de huesos humanos, sin duda de las víctimas sacrificiales, y también joyas de oro y plata, copal (la resina que los mayas utilizaban como incienso en sus ceremonias), vasijas, aderezos y atavíos, imágenes de madera y muchas otras cosas arrojadas como ofrenda a los dioses.

LOS GRANDES EDIFICIOS

Una calzada o sacbé de unos 300 metros de longitud une el cenote sagrado con la gran plaza que articula el llamado sector tolteca de Chichén Itzá. En el centro de esta plaza se encuentra el templo de Kukulcán, también llamado El Castillo. Su estructura responde a una representación cosmológica inspirada por la religión maya: está ligeramente desviada al este del norte magnético, como es normal en la arquitectura de la región, y tiene nueve niveles ascendentes, las mismas capas sucesivas que existían en el inframundo maya, así como 365 escalones, igual que los días del año solar haab.

El Caracol era un observatorio solar y astronómico mediante el cual se fijaba el calendario y los ciclos agrarios y religiosos.

Foto: Wikimedia Commons

Al noreste del templo de Kukulcán se extiende el llamado grupo de las Mil Columnas, constituido por estructuras que rodean una plaza cuadrangular de unos 150 metros de lado, conjunto inconfundible por la extraordinaria cantidad de columnas y pilares que formaban parte de los edificios, y que hoy, al haber desaparecido las techumbres que sostenían, aparecen como un disciplinado ejército pétreo en orden de marcha. Esos elementos arquitectónicos son ajenos a la tradición maya clásica, ya que en las Tierras Bajas las cubiertas fueron casi siempre de piedra o bien de materiales perecederos a la manera de las chozas campesinas, pero entonces los pilares eran también de madera, y nunca se utilizaron las columnas para soportar techos planos de vigas o morillos y mampostería. El edificio más significativo y monumental de este conjunto es el denominado templo de los Guerreros.

El templo de los guerreros se levanta sobre cuatro terrazas de piedra, en su interior decenas de columnas con forma de serpiente asociadas con Kukulcán sostenían el techo.

Foto: Wikimedia Commons

Otro edificio sorprendente de Chichén Itzá es el juego de pelota, ubicado al noroeste de El Castillo. Hay más de diez edificios para la práctica del rito del juego de pelota en la ciudad, pero el mayor, único por sus dimensiones y características en toda Mesoamérica, es el de la gran explanada del sector «tolteca». Sobre el muro oriental del juego de pelota se erigió un pequeño santuario al que se conoce como templo de los Jaguares por las representaciones de estos felinos que hay en su friso. No cabe duda de que en este templo, como en los existentes sobre los muros norte y sur del terreno de juego, se celebraban importantes rituales vinculados al significado mismo de la actividad atlética y a los gobernantes que en ella participaban. Hay muchas representaciones de reyes mayas ataviados como jugadores de pelota, lo que indica la trascendencia política de este festival cosmológico, que representaba la guerra eterna entre la luz y la oscuridad, la muerte y el renacimiento del sol.

UNA CAPITAL EN DECADENCIA

El sur de la ciudad, el Chichén Viejo, no posee edificios tan espectaculares como el norte, pero nos revela muchas cosas sobre la cultura y la sociedad de la urbe. En él predominan las construcciones de estilo Puuc, a veces con aditamentos de origen mexicano. Caminando desde el juego de pelota se llega al Osario o tumba del Gran Sacerdote, una pirámide de diez metros de altura, y cerca de allí se encuentran otros templetes o pequeñas estructuras cívicas como el templo del Venado y el Chichanchob o casa Colorada.

Grabado del Castillo completamente cubierto por la vegetación a principios de siglo XX.

Foto: Cordon Press

Frente a estos edificios se halla uno de los más extraordinarios logros de la arquitectura maya, el llamado Caracol, ejemplo de lo que debieron ser las inquietudes de los sacerdotes indígenas por la observación y estudio de los movimientos aparentes del Sol, la Luna,Venus y otros planetas, y también prueba de sus avanzados conocimientos astronómicos. Se trata de una torre de observación, de unos 13 metros de altura, provista de ventanas desde las que se lanzaban las visuales a determinados puntos del horizonte. Algo más al sur está el conjunto de las Monjas, tres estructuras principales en un barroco estilo Puuc. Los españoles le dieron este nombre por su parecido con los conventos europeos, dada la abundancia de cuartos pequeños y oscuros en los que se creía que habían vivido las sacerdotisas nativas.

A principios del siglo XIII, los distintos grupos étnicos que poblaban la ciudad entraron en conflicto. Paralelamente, otras urbes pugnaban por hacerse con una parte del control del norte de Yucatán. Antes de 1250, los itzaes emigraron en su mayoría hacia el Petén central y fundaronTayasal y Topoxté, probablemente empujados por la presión cada vez más insoportable de la aristocracia guerrera de origen tolteca. Al perder esos apoyos, el resto de mayas y los mismos toltecas marcharon hacia otros asentamientos recientes como Mayapán. No obstante, Chichén Itzá nunca fue abandonada del todo; sus templos y, sobre todo, el cenote sagrado siguieron atrayendo a numerosos peregrinos y viajeros hasta bien entrada la época colonial.

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