La Madre de Dios siempre vivió en la intimidad del Señor. Desde el primer instante de su existencia, hubo en ella un movimiento apasionado y pleno, cada vez mayor, que la lleva al corazón de Dios, que la mantiene ligada, sumergida en Él, en todas sus visiones y deseos, en todos sus pensamientos y sentimientos.
Ella está constantemente en presencia de Dios porque está enteramente entregada a Él, sin esperar nada a cambio para sí misma.
Y este movimiento de amor que es el suyo, ella quiere, con toda la fuerza de su ser, que se convierta en el nuestro.
Por eso es la madre, la madre de la vida, y la vida es su Hijo. No le neguemos la alegría de hacer pasar esta Vida en nosotros, plena y totalmente, en todo lo que somos y hacemos, sin parar, sin tardar.
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