El culto a la Virgen María, exitosa estrategia de transculturación

Por Reinaldo Bolívar
*1519 años pasaron para que la Virgen María fuera vista por primera vez en Abya Yala
*María solo se apareció ante los indígenas, cuando ya quedaban muy pocos
*La Virgen de Coromoto fue una aparicón, la Chinita una pintura milagrosa, la Del Valle, la Pastora, La Chinita y otras  vinieron en barco
*Santos y advocaciones a la Virgen María se impusieron en la antroponimia y toponimia continental 

El culto a María Madre de Dios (hiperdulía), comenzó en el Siglo II en Roma. La invasión europea al Abya Yala inició en 1492. El primer símbolo católico  en entrar al continente fue la cruz, y el nombre de San Salvador (dado a una isla). La nave de Colón se llamaba Santa María, pero no llevaba en sus equipajes estampas de la madre de Jesús. Primero que la Virgen María  llegaron en barcos, las figuras de los santos (dulía), venerados por los jefes españoles. Entre los primeros estuvo Santiago Apóstol, cuyo  nombre bautizó a varias ciudades de Europa y estas tierras. En las capitulaciones de Santa Fe, entre Colón y los reyes católicos, quedó muy claro el asunto de la toponimia: nombraban o renombraban los sitios en honor al catolicismo o se lo hacía en homenaje a la realeza.

La primera imagen de María  la trajeron a México en 1519 en el barco del invasor Hernán Cortés. Fue la de “Nuestra Señora de los Remedios”. Su misión  era reforzar la “cristianización” de los mayas. Luego, las imágenes de la virgen María continuaron arribando en naves náuticas a otras poblaciones del continente, las cuales fueron mentadas como “La Asunción”, “Nuestra Señora de…”, “Santa María”…
Las apariciones fueron un recurso muy usual registrado en la Biblia, tanto en el antiguo como en el nuevo testamento. El propio Dios o sus ángeles realizaban estos milagros, por lo general en sueños, para comunicar mensajes trascendentales a su pueblo o profetas,  pero principalmente para hacer saber que “hay un solo Dios”, y quienes no lo reconozcan son idólatras.

De acuerdo con los cronistas católicos, la primera “aparición” en vivo de María Santísima, sin barco mediante, sucedió, también, en México en 1531 a un joven maya apodado Diego (nombre de un hijo de Colón). Desde entonces la virgen  María siempre se apareció a indígenas —nunca a los africanos esclavizados,  por quienes no abogó ni Bartolome de Las Casas ni ningún Papa.
Con aquella estrategia la Iglesia católica  consiguió que cada pueblo, caserío e institución, por más pequeña que fuera, tuviera su santo o santa patrona para venerar,  lo cual además funcionaba  para que los padres y esclavistas pusieran nombres (antropónimos) “de pila” a su prole y esclavizados “indios” o “negros”. El apellido muchas veces era el del padre o “amo”, pero el nombre era el del santo, santa, o familia real.
En una segunda fase,  la iglesia impone que cada lugar, y hasta nación, adopte una advocación de  la Virgen María como patrona. Para ello fueron muy propicias las apariciones, que luego de la Guadalupe se multiplicaron por todo el continente. La difusión de los milagros de la Virgen María, en su respectiva advocación se convirtieron en el motor del crecimiento del culto.

En Venezuela, el catolicismo documenta que la Virgen María se le apareció a un cacique de nombre Coromoto para aconsejarle ir con los blancos a bautizarse. Coromoto, según el relato se negó a ser bautizado, a pesar de las sucesivas apariciones de María, hasta que fue mordido por una serpiente venenosa (en alusión a Adam y Eva). En su agonía, el cacique rogó por el sacramento de iniciación.  Así se salvó de morir en alma y cuerpo y se convirtió en apóstol cristiano. Para su “gloria”,  al menos le dio su nombre de cacique a la advocación de la virgen nacional. Oportuno es acotar que para la fecha de esa aparición, los grupos indígenas, ya muy diezmados por el genocidio español,  ofrecían férrea resistencia a la invasión, con ataques sorpresas a las misiones católicas. La aparición de  María llamaba a los pocos Caribes que aún quedaban, a la aceptación de la fe y la paz cristiana.

En otros lugares como Margarita, y Barquisimeto,  la imagen de María llegó, como al principio de la invasión, en barco.
La madre de Jesús, era la figura tierna, de temple, mediadora y femenina que vino a equilibrar la balanza afectiva en un continente donde la presencia materna era y es esencial.  No importaba que la mujer no tuviera poder político ni religioso, María era superior a todo ello, por ser la madre de Dios y estar por encima de todos sus santos.
Tal como lo reconoció  la iglesia en 1979, la serena  y artística imagen de  María Madre de Dios ha sido fundamental en la evangelización del continente. En su nombre se construyeron  grandes edificaciones católicas  sobre las ruinas de testimoniales templos indígenas, como parte material de la transculturación, que convirtió a cada «patrona celestial» en componente de la identidad cultural de los pueblos  surgidos de la invasión europea

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